Terrorismo de confesonario

El pecado es el «enemigo número uno» de nuestra santificación y en realidad el enemigo único, ya que todos los demás en tanto lo son en cuanto provienen del pecado o conducen a él. El pecado, como es sabido, es «una trasgresión voluntaria de la ley de Dios». (Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana)

Mientras les escribo, en mi ciudad cae la lluvia a mares y solo me lleva a pensar que el Señor la manda para limpiar toda la podredumbre que hay en la tierra. Igualmente por ello, Dios, pone a nuestra disposición el Sacramento de la Confesión para limpiar nuestra alma de la suciedad que nos infieren las faltas y pecados.

He dudado si hablar de lo que les voy a comentar hoy, pero el Espíritu Santo guía nuestros impulsos y pensado, no solo en mi salvación, sino en la de muchas almas, me animo a hacerlo.

En la zona en la que vivo, hay sobre cuatro o cinco Iglesias de las cuales en ninguna hay Sacerdotes en los Confesonarios. Una de ellas, anuncia en un letrero «Confesiones: los martes de 6 a 8». Como el día elegido por mi para caer no fue martes, no me quedó más remedio que desplazarme media hora caminando a la siguiente Iglesia que suponía podía tener un Confesor. Después de esperar cerca de una hora a que abrieran el Templo, tuve que solicitarlo en la Sacristía, donde a juzgar por las miradas, supongo que pensarían que venía de asesinar a alguien. Me senté en la Iglesia a esperar y pasado un rato, observé como me señalaban, “ahí está la pecadora pública”, María Magdalena, pero como ella, estaba dispuesta al apedreamiento si era necesario con tal de abrazar el perdón de Jesús, así que allí permanecí sentada hasta que por fin: Ave María Purísima, sin pecado concebida.

“¿Qué hemos de hacer para confesarnos bien? – Para confesarnos bien hemos de suplicar al Señor nos dé luz para conocer todos nuestros pecados y gracia para detestarlos.” (Catecismo S Pío X)

Como nuestros pecados solo atañen a Dios, no entraré en detalles sobre los males que adornan mi interior. Sólo les diré que si no tuviera un director espiritual Santo, recto y centrado que guía mi alma a las verdes praderas, hubiera salido de ese confesonario abocada al fuego del infierno, animada por un hombre impío indigno de su condición Sacerdotal. La verdad es que había escuchado muchas insensateces en Confesión, pero tener que recordarle al Sacerdote lo que es pecado y lo que no, no me había sucedido anteriormente, o no me había ocurrido con tanta crudeza. Ante mi un presbítero intentando convencerme de que hay que disfrutar y ser felices en esta vida y que la misericordia divina es la que nos salva al final, nada de pecados, eso son cosas de antes. Herejes en contra del magisterio, aprovechándose de su posición para instalar el mal en nuestro corazón… ¿A quién sirven? ¿A Dios o al diablo? La respuesta, aunque dura, es clara. Me llamó mucho la atención que el Confesor estuviera tan conmovido con mi contrición, le parecía increíble que una persona joven pudiera tener una conciencia tan estrecha, pero no sólo eso, lo que me dejó más perpleja fueron sus intentos una y otra vez por convencerme de que transgredir la Ley de Dios no es pecado, sino que es lo recomendable si queremos ser “felices” en este mundo…Entonces ¿De qué nos tenemos que confesar?

“¿Qué haréis después que os hayáis dispuesto a la confesión con el examen, dolor, y propósito? – Después que me haya dispuesto a la confesión con el examen, dolor y propósito iré al confesor y me acusaré de mis pecados, para obtener la absolución.” (Catecismo S Pío X)

Decidí quedarme hasta el final, aunque en algún momento tuve la intención de salir corriendo, de hecho ante mi silencio, me preguntó si yo continuaba allí, en ese momento mi vista alcanzó una imagen de Nuestra Señora que me pareció abrazarme con su manto y acurrucarme en sus brazos de Madre, para aliviar lo que estaba siendo un auténtico sufrimiento. Este tipo de Curas se creen amables, acogedores y modernos y lo único que resultan es: repulsivos, esa es la palabra. No llegaba con mi dolor por mis faltas y pecados, sino que aún encima tenía que escuchar toda esa cantidad de herejías que rebotaban en mis oídos. Como estaba verdaderamente arrepentida y anhelaba el perdón de Nuestro Señor, pensé que de allí no me movería ni una guerra nuclear hasta que no tuviera la absolución de mis pecados. Señor, que difícil nos pones todo a veces, pensé…

“Estaba una persona de la iglesia, que residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera” (Santa Teresa de Jesús)

En este caso diría la Santa, que el Confesor más que de pocas letras, era analfabeto completo ¿Cómo se puede intentar corromper a las almas de esa manera tan descarnada e inmisericorde? Sin duda salí con la satisfacción no sólo por mi arrepentimiento sino por vencer al maligno en una contienda tan compleja. Después de ese padecimiento sólo pude caer a los pies de Jesús Sacramentado para rogarle por la Santidad de nuestros Sacerdotes. ¿Qué será de nosotros si ellos no conducen nuestra alma con mano firme? Piensen cuando somos niños y les damos la mano a nuestros padres, confiamos en ellos, sabemos que no nos puede pasar nada malo… ¿Qué sucedería si nuestros progenitores nos soltaran y nos dejaran cruzar solos las calles, por ejemplo? Posiblemente nos atropellaría un coche. Lo mismo sucede con nuestro interior sino estamos guiados por buenos Pastores. El otro día se lo dije y les resultó aterradora la frase, pero tomen buena nota porque es cierto, esto es un holocausto de almas. Se proclama por todos los medios: púlpitos, televisiones, estrados, que es bueno vivir instalados en el pecado mortal. Todo vale, el vicio y la lujuria que no es más que el mismo demonio, se ha instalado en nuestro mundo, no estamos sujetos a nada, todo se permite y todo está bien, resumiendo, todo lo que es contrario a los Mandamientos de la Ley de Dios es lo que nos quieren vender. Yo misma también recuerdo haber vivido épocas de mi vida que en ese momento me parecían deliciosas, cuando lo que te rodea te hace creer que nada ofende a Dios, cuando nos instalamos en una felicidad ficticia… pero ¡que bueno ha sido el Señor conmigo, dándome otra oportunidad y permitiéndome no haber muerto en ese estado de pecado mortal!, porque de ser así, no hubiera estado, desgraciadamente, ni en el grupo de las Benditas Ánimas del Purgatorio. Decir esto, no es asustar a nadie, al contrario, es un gran bien, se llama caridad. Piensen cuando nos anuncian que va a subir el recibo de la luz, el agua, los alimentos, lo único que nos están recordando es que tenemos que ser previsores porque se va a complicar la economía, pues con las cosas del alma, pasa exactamente lo mismo, no se trata de que uno empiece a temblar, sino de que uno empiece a recapacitar.

“Luego me confesé. Comulgué con hartas lágrimas; mas a mi parecer que no eran con el sentimiento y pena de sólo haber ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía de los que me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara. (Santa Teresa de Jesús)

Y se preguntarán Vds. ¿Qué podemos hacer en medio de este caos Pastoral? Lo principal es tener conciencia clara de que pase lo que pase tenemos que acudir a los Sacramentos, nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Dios. El Santo Padre ha convocado un año extraordinario de la Misericordia, pero que nadie se confunda, eso no quiere decir que entremos en el Confesonario y nos encontremos un indigno Sacerdote como el que les acabo de describir y que nos diga “vete en paz y sigue con tu vida desbocada”, no nos engañemos si continuamos viviendo en un estado de pobredumbre, no hay misericordia que valga, lo diga quién lo diga. El otro día le escuchaba a una persona como comentaba públicamente que un Sacerdote le había dicho que no era pecado utilizar métodos anticonceptivos que la Iglesia tenía que adaptarse a los tiempos. ¿Es que acaso los Mandamientos tienen fecha de caducidad? Es curioso, lo que es malo para nosotros, lo escuchamos y lo aplaudimos y cuando nos dicen algo bueno para nuestra alma, lo rechazamos y lo discutimos, ¿Qué haría esta persona si el Presbítero le hubiera dicho justo lo contrario? Somos de risa, ni un niño pequeño es tan inconsciente. Reconocemos perfectamente el pecado mortal, pero buscamos la “trampa”, esperamos que nos digan lo que deseamos oír, nos olvidamos que Dios ve en lo oculto de nuestro corazón. Curiosamente, se están dando estos tiempos en los que nos lo ponen fácil, nos “regalan los oídos”, nos incitan a pecar, no obstante, en nuestra libertad esta acogernos a los malos pastores o buscar a los que de verdad nos llevan a Dios, porque los hay, no lo duden, hay Santos Sacerdotes fieles al Magisterio de la Iglesia y a la Tradición que están dispuestos a conducirnos a los brazos de Dios Padre, busquen, no se detengan. ¿A quién queremos engañar? ¿Qué le diremos al Señor en el juicio? Es que el Papa insinuó, el Cura de mi Parroquia me incitó, el confesor me dijo… ¡Venga ya! No seamos infantiles, nos jugamos mucho, tanto como la felicidad o la infelicidad eterna.

Dados los tiempos que corren, ¿Qué debemos hacer ante estos abusos del Sacramento? Lo primero, tener claro que aún en medio de todo esta confusión, es necesaria la Confesión frecuente para fortalecer nuestra alma y luchar contra el pecado mortal, por lo tanto, como si hay que mover Roma con Santiago para encontrar un buen Confesor. Lo segundo, un buen examen de conciencia para que no nos pueda derribar el maligno, es decir, entrar con todo bien preparado y estructurado en nuestra cabeza, para ello, un buen repaso a los Mandamientos y a los pecados capitales nos ayudará a tener las ideas claras. Firmeza y arrepentimiento a la hora de acusarnos, no seamos benévolos con nosotros mismos, escupamos todo el mal y vayamos con el firme propósitos de no pecar más y el Señor nos dará Su perdón y nos mostrará su misericordia infinita, pero la de verdad, no la que quieren o buscan muchos.

“Nunca después que comencé a Comulgar, dejé cosa por confesar que yo pensase era pecado, aunque fuese venial ,que le dejase de confesar. Mas sin duda me parece que lo iba harto mi salvación si entonces me muriera, por ser los confesores poco letrados por una parte, y por otra ser yo ruin, y por muchas” (Santa Teresa de Jesús)

Sonia Vázquez

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