Un cardenal eminente, pero no muy prudente

El cardenal Joseph Zen Ze-kiun es un eminente prelado que ama sinceramente a su patria y a la Iglesia. Nació en Shanghai en 1932. En 1961 se ordenó sacerdote en la orden salesiana. En 1996 fue nombrado obispo por Juan Pablo II y en 2009 Benedicto XVI lo creó cardenal. Entre 1996 y 2009 fue coadjutor y posteriormente arzobispo de la diócesis de Hong Kong. Nadie conoce mejor que él la complejidad de la situación política y religiosa en China.

El 9 de enero de 2016 el cardenal Zen, hoy obispo emérito de Hong Kong, hizo una severa crítica de la política hacia China durante el pontificado de Francisco. El vaticanista Sandro Magister resume la situación con estas palabras: «Desde que está en el poder, en efecto, el partido comunista chino quiso dotarse de una Iglesia sometida a él y separada de Roma, con obispos nombrados exclusivamente por el partido, ordenados sin la aprobación del Papa, circunscritos a una «Asociación Patriótica de los católicos chinos» que Benedicto XVI definió como «inconciliable» con la doctrina católica.

Una Iglesia oficial, entonces, en el límite del cisma. Entrelazada con una Iglesia clandestina dirigida por obispos no reconocidos por Pekín y muy fieles al Papa, pero que pagan todos los precios de la clandestinidad: hostigamientos, allanamientos, detenciones, secuestros».

El cardenal Zen es actualmente la voz más representativa de esa iglesia clandestina: «Soy la voz de los sin voz, y no sólo para protestar contra las autoridades comunistas. Lo soy también para hacer ciertas preguntas a las autoridades de Roma. En los últimos años no han dejado de realizarse actos que atentan directamente contra la doctrina y la disciplina de la Iglesia: obispos ilegítimos y excomulgados que pontifican solemnemente y confieren las órdenes sagradas más de una vez; obispos legítimos que participan hasta cuatro veces en consagraciones episcopales ilegítimas, y la participación casi total de los prelados de la comunidad oficial en la asamblea de representantes de los católicos chinos. Roma no ha hecho oír su voz. ¿Es que nuestros hermanos de China no tienen derecho a asombrarse y hacer preguntas?»

La Iglesia clandestina china ha sido sacrificada en el altar de una estrategia política que representa la vuelta en gloria y majestad de la Ostpolitik vaticana. El 13 de febrero de 2018, Zen declaró a Asia News que el Secretario de Estado Parolin «adora la diplomacia de la Ostpolitik de su maestro Casaroli y desprecia la auténtica fe de quienes defienden con firmeza de toda injerencia de las autoridades seculares la Iglesia que fundó Jesús sobre los Apóstoles».

El 27 de septiembre del año pasado, en una carta posterior dirigida a todo el colegio cardenalicio, el purpurado chino acusó a la Secretaría de Estado de «incitar a los fieles de China a entrar en una iglesia cismática (independiente del Papa y a las órdenes del Partido Comunista)», y concluye con una dramática pregunta: «¿Podemos quedarnos cruzados de brazos ante ese asesinato de la Iglesia de China por parte de quienes deberían protegerla y defenderla de sus enemigos?»

Con estas declaraciones, el cardenal Zen se ha alineado con numerosos testigos valientes de la fe, empezando por el cardenal Mindszenty, que el 1 de noviembre de 1973 resistió  en su cara a Pablo VI con un respetuoso rechazo a su pedido de dimisión de la cátedra primada de Esztergom. El 18 de noviembre del mismo año, Pabló VI lo relevó del cargo, pero el cardenal no calló y denunció en sus memorias la Ostpolitik vaticana (Caralt, Barcelona 1979). Actualmente está en proceso de beatificación.

Con todo, el cardenal Zen ha debilitado la lógica de sus afirmaciones cuando en una reciente entrevista a CNA ha querido poner en guardia contra el peligro de las interpretaciones polémicas del Concilio Vaticano II, afirmando que después de cincuenta años «la luz del Concilio sigue guiando a la Iglesia en las tinieblas del camino».

La Ostpolitik que critica el cardenal Zen es precisamente hija del Concilio Vaticano II. Históricamente, es algo tan evidente que no admite contradicción.

Mientras se celebraba el Concilio, entre 1962 y 1965, el comunismo supuso un peligro sin precedentes para la Iglesia y para la humanidad. La asamblea de los padres conciliares que se reunió para hablar de las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno, no dijo una palabra del comunismo, a pesar de que centenares de ellos habían solicitado una condena pública y solemne de dicha plaga. El cardenal Zen ha pedido que se redescubran los textos del Concilio, a los que ha calificado de verdaderos frutos del mismo. «A lo largo de esos documentos se siente la verdadera voz del Espíritu Santo», ha afirmado, así como que «el Espíritu Santo de hoy no contradice al Espíritu Santo de ayer». Pero lo cierto es que en el Concilio el Espíritu Santo no alzó la voz contra el comunismo. Por tanto, tienen razón tantos teólogos e historiadores, desde monseñor Gherardini al cardenal Brandmüller, según los cuales el valor magisterial y la autoridad vinculante de los textos conciliares sigue siendo totalmente discutible, y no se excluye la posibilidad de que algún día muchos de esos documentos terminen en el cesto de los papeles. Pero lo más importante es que el Concilio Vaticano II es un hecho histórico que no se puede reducir a textos farragosos y ambiguos. Su característica principal es el espíritu que lo ha impulsado: un espíritu para el cual la manera de exponer la doctrina a los fieles era más importante que la doctrina en sí.

El cardenal Zen afirma: «Creo que sería mucho más provechoso leer el discurso de apertura del Concilio por el papa Juan XXIII, en el que explica el verdadero sentido de aggionarmento: que la Iglesia no debe tener miedo ante los muchos peligros de la civilización moderna, sino buscar modos adecuados de mostrar al mundo el verdadero rostro de Jesús, redentor del hombre». Pues bien: en aquel discurso inaugural del Concilio del 11 de octubre de 1962, Juan XXIII explicó que «una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del depositum fidei, y otra la manera de formular su expresión», manteniendo siempre el mismo significado y sentido profundo. La novedad consistía en pasar «del anatema al diálogo». En cuanto al comunismo, era necesario dejar de lado centenares de condenas para pasar a la nueva estrategia de la mano tendida. Estaban convencidos de que colaborar con el enemigo daría mejores resultados que luchar contra él. Y el discurso de Juan XXIII que tanto le gusta al cardenal Zen fue la carta magna de la política de distensión que le desagrada.

La primera expresión de la Ostpolitik, simbolizada por el entonces monseñor Agostino Casaroli, fue el compromiso adoptado por la Santa Sede con el gobierno soviético de no condenar en modo alguno el comunismo. Esa fue la condición fijada por el Kremlin para permitir que participaran en el Concilio observadores del Patriarcado de Moscú.

No hay que ser muy sagaz para entender que la Ostpolitik con Rusia fue fruto de una decisión política de Juan XXIII y Pablo VI, al igual que la Ostpolitik con China es fruto de la estrategia política del papa Francisco. Los secretarios de estado ponen por obra las indicaciones de los pontífices, y los pontífices asumen no obstante la responsabilidad de las decisiones políticas de la Santa Sede. En este sentido, tanto Juan XXIII como Pablo VI y en la actualidad el papa Francisco han cometido errores pastorales y políticos de peso.

No es la primera vez en la historia que pasa algo así. El Ralliement de León XIII con la masónica tercera república italiana fue un error desastroso cuyas graves consecuencias ponen hoy de relieve los historiadores. Pero es legítimo criticar las decisiones estratégicas y pastorales de los papas, y el cardenal Zen lo hace al criticar la política de ayer y de hoy de la Santa Sede para con el comunismo. Si alguien le objetara que el Espíritu Santo guía siempre a los papas, le podría replicar que un papa puede equivocarse, como ha sucedido y puede volver a suceder en la historia. También estamos convencidos de que el Espíritu Santo no asiste la Ostpolitik del papa Francisco, sino que ilumina la crítica del cardenal Zen a la Ostpolitik. Si un papa puede equivocarse, con cuánta mayor razón puede hacerlo un Concilio, sin dejar por ello de ser un concilio válido. Válido, pero catastrófico, como el vigesimoprimer concilio ecuménico de la Iglesia. Si debiéramos por el contrario aceptar acríticamente el espíritu y los textos de este concilio, nos veríamos obligados a aceptar igualmente la política de Francisco con China, expresada con estas palabras por monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales: «En este momento, quienes mejor ponen en práctica la Doctrina Social de la Iglesia son los chinos (…) Los chinos procuran el bien común, lo subordinan todo al bien general». China «defiende la dignidad de las personas». Y con la benemérita China es preciso tener las mejores relaciones.

Monseñor Sánchez Sorondo es hombre de confianza del papa Francisco, mientras que el cardenal ha sido objeto de duras críticas por parte del establishment vaticano por la postura que ha asumido respecto al acuerdo entre la Santa Sede y la China comunista. Ante estas críticas, el pasado 29 de febrero el arzobispo Carlo Maria Viganò escribió una carta de apoyo al cardenal Zen en la que recuerda que «el Vaticano se ha esforzado por entregar al Enemigo la Iglesia mártir china: lo ha hecho firmando el pacto secreto; lo ha hecho legitimando a obispos excomulgados que son agentes del régimen; lo ha hecho deponiendo a obispos legítimos; lo ha hecho obligando a los sacerdotes fieles a registrarse en una iglesia sumisa a la dictadura comunista; y lo hace cada día al no decir nada de la furia persecutoria que precisamente a partir del nefasto acuerdo ha ido aumentando en un inaudito crescendo. Lo está haciendo ahora con la infame carta a todos los cardenales en la que lo acusa, denigra y aísla. Nuestro Señor nos asegura que nada ni nadie podrá arrebatarle jamás a quienes resisten al enemigo infernal y sus secuaces venciéndolos «por la Sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio menospreciando su vida hasta morir» (Ap.12,11)».

Monseñor Viganò es el mismo que junto con monseñor Athanasius Schneider ha iniciado hace poco un debate sobre el Concilio Vaticano II. Si el cardenal Zen no está de acuerdo con la utilidad de dicho debate, habría sido más prudente que callase, porque sus declaraciones de exaltación acrítica del Concilio no le ganan apoyos; mas bien se arriesga a perder muchos, y sobre todo ofenden a la verdad y restan credibilidad a su sacrosanta crítica de la Ostpolitik vaticana.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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