Un católico ejemplar: el Marqués Carlo Tancredi Falletti di Barolo

El 21 de diciembre fue promulgado el decreto de la Congregación para las Causas de los Santos sobre las virtudes heroicas del Marqués Carlo Tancredi Falletti di Barolo, otorgándole el título de Venerable y dando así un importante paso adelante en el desarrollo del proceso de beatificación. El Marqués, último heredero de la casa Barolo, entre las más prestigiosas y ricas familias de Europa del siglo XIX, es una figura católica de profundidad intelectual, cultural y política.

Carlo Tancredi nació el 26 de octubre de 1782 en Turín del matrimonio de Ottavio Alessandro y Paolina d’Oncieu que vivían en su espléndido palacio de Via delle Orfane. A los 18 años es nombrado paje imperial en la corte de París y será Napoleón Bonaparte quien combinará el matrimonio del joven con la dama de la Corte Giulia Colbert, hija del marqués de Maulévrier, Edouard Victurnien Charles René Colbert, cuyo guardabosque había sido el heroico jefe vandeano Stofflet, «por Dios y por el Rey» contra la República; mientras su tío abuelo Jean-Baptiste fue Ministro de Finanzas de Luis XIV.

El Príncipe Camillo Borhese fue mediador de la unión de Giulia y Carlo Tancredi: las estrategias matrimoniales eran consideradas atentamente por la diplomacia bonapartista con el objetivo de conquistar la simpatía de las familias poderosas y ricas. Esa unión resultará excepcional. Muchas cosas unen a la pareja: cultura vasta y profunda, sensibilidad y disponibilidad caritativas, fe religiosa enraizada y laboriosa. Las personalidades eran contrapuestas y complementarias: ella, volcánica, impulsiva, obstinada; él, reflexivo, ponderado, paciente.

El matrimonio tiene lugar en París el 18 de agosto de 1807.

En 1814 la batalla de Leipiz provoca la caída del Imperio napoleónico y el Rey Víctor Manuel I, como los demás soberanos destronados, vuelve a su capital, Turín, del mismo modo que lo hacen los Barolo. Los esposos no pueden tener hijos, pero deciden adoptar como tales a los pobres de la ciudad.

Viajan mucho, por Italia y Europa. Observan realidades sociales y educativas, situaciones problemáticas y proyectos de solución. La capital subalpina vive el drama de la urbanización de los campesinos: miseria, embrutecimiento, violencia. Varios santos se dedican a rescatar espiritual y materialmente a Turín de esta enfermedad: desde el Cottolengo a Cafasso, desde don Bosco a Faà di Bruno y entre estos el matrimonio Barolo.

Cuando el Palacio Barolo abre las puertas para acoger a la elite económica, política, católica de la época, entre ellos el contrarrevolucionario Conde Joseph-Marie de Maistre, de día, todos los días, ofrece el almuerzo a doscientos pobres.

Carlo Tancredi, que podría ser nombrado con toda razón patrono de los Alcaldes, se revela en Turín un óptimo gobernador civil. En 1825 funda, a su costa, el Asilo Barolo, el primero de Italia contrariamente a lo que sustentan erróneamente la paternidad del primer asilo al apóstata Ferrante Aporti, respaldado por los masones y liberales, quien lo abrirá más tarde en Cremona. En el muy frío invierno de aquel año hace distribuir seis mil raciones de leña a los indigentes. Miembro del cuerpo administrativo municipal (decurión), secretario de la delegación del Consejo General para la Instrucción Pública y consejero de Estado del Rey Carlos Alberto, se ocupa de un modo particular de la instrucción y de la formación profesional de los desfavorecidos.

En 1834 funda, de acuerdo con la mujer, la Congregación de las Hermanas de Santa Ana, para asegurar una presencia educativa calificada en el Asilo Barolo. Además, da vida a una calificada escuela de pintura y escultura en Varallo. En las instituciones escolares promovidas por los marqueses recordamos también la Escuela de Borgo Dora, el colegio Barolo, las Oblatas de Santa María Magdalena, para el cuidado de los enfermos del Hospital, las Hermanas de San José, llamadas de Chambery en la escuela de Borgo Dora y en la dirección del Refugio, y las Damas del Sagrado Corazón para la educación de los hijos de los nobles y de los burgueses.

El marqués inicia grandes obras urbanas para hacer de Turín una ciudad más funcional y más salubre, hace construir jardines, fuentes con agua potable y mejora la iluminación de la ciudad. De su propio bolsillo financia –con la única condición de que le fuese reservado un lugar para su sepultura- la construcción del Cementerio General de la ciudad. En 1827 instituye la primera Caja de Ahorros turinense para los pequeños ahorristas: empleadas domésticas, comerciantes, artesanos…

El cólera, en el verano de 1835, después de haber tocado más ciudades europeas, llega a Turín. Giulia y Carlo Tancredi colaboran con la asistencia a los enfermos exponiéndose a los riesgos del contagio. Su salud continúa siendo minada irreparablemente; es galardonado con la Encomienda de San Mauricio y San Lázaro. Por causa del debilitamiento de su salud, los médicos aconsejan al matrimonio Barolo emprender un viaje para llegar al Tirol. Pero, al llegar a Verona, se deben encerrar porque el Marqués se ve afectado por una violenta fiebre. Reanudando el camino de regreso llegan a una pobre localidad de Chiari, en la provincia de Brescia. Aquí Carlo Tancredi expira, bajo la mirada de su amada esposa. Es el 4 de septiembre de 1838.

Ella es la heredera universal del inmenso patrimonio. Deja escrito en su testamento:

«Nombro heredera universal a la marquesa Giulietta Francesca Falletti di Barolo nacida Colbert, mi propia consorte, y ello como muestra del profundo afecto que yo siempre nutrí por ella, y de mi alta estima y admiración por sus virtudes, queriendo así dejarla capacitada para proseguir el ejercicio a mayor gloria de nuestra santa religión, en beneficio de mis conciudadanos y en sufragio de mi alma… Pienso con suma satisfacción que ella ciertamente hará de de mis bienes el buen uso que es desde hace mucho tiempo la finalidad de nuestros comunes e incesantes deseos». Así será.

Carlo Tancredi, excelente administrador de los asuntos públicos y pedagogo (escribió una obra pedagógica e instructiva, en su totalidad destinada a formar buenos ciudadanos y buenos cristianos), llevó a cabo empresas grandiosas a favor del «bien común»; Juliette se ocupó particularmente de la recuperación y de la conversión cristiana de los reclusos, contribuyendo de modo determinante a la reforma de las cárceles en el Reino de Cerdeña. Ya en vida eran llamados «padre y madre de los pobres», obteniendo así aquel título parental que la naturaleza les había negado. Fe, Esperanza, Caridad fueron las coordinadas constantes de su existencia, plena y realizada. Con sus 32 años de vida en común, en la que todo era compartido, nada escondido y todas las cosas eran puestas al servicio del Reino de Dios, Tancredi y Juliette ofrecen una lección ejemplar a las siempre más confusas y desequilibradas uniones de hoy, demostrando, también a los pastores de la Iglesia, que con un empeño iluminado por la gracia de Dios y con una firme voluntad las almas, convertidas a los pies de la Cruz, se despiertan de las tinieblas y del caos, poniendo marcha un circuito virtuoso para cada uno y para la sociedad.

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