Una dama “separada” nos escribe (sobre Amoris Laetitia)

Amoris Laetitia, ¿un fracaso pastoral rotundo?

Hemos recibido esta carta que publicamos. Precisamos que Rita se define como “separada” (y no divorciada), porque, dice ella, “no reconozco al Estado el derecho de estropear un matrimonio cristiano”.

«Mi nombre es Rita, tengo 62 años y me considero una cristiana desde hace poco, porque hace 11 años  tuve que tomar una decisión importante que habría de cambiar todas mis perspectivas futuras, si quería verdaderamente afirmar seguir al Señor. Era consciente de que debía comprometerme a cambiar aspectos importantes de mi vida, como por ejemplo hacer lo que prefiriera sin consultar a nadie… Soy todavía como entonces… pero soy libre de preferir el Bien. En esa época, ya llevaba doce años separada y vivía con otro desde hacía seis; y no podía pretender (tomar) la comunión o negociarla; sin embargo, si quería recibirla de nuevo, para estar realmente en comunión, debía interrumpir este concubinato, que se oponía diametralmente, yo lo sabía solita, sin que un sacerdote me lo dijera, a uno de los Diez Mandamientos, porque conservaba todavía algunos recuerdos del catecismo de los tiempos de mi confirmación, abandonado y dejado sin ninguna profundización ulterior.

La idea de que el Señor haya perdonado a la mujer adúltera, mucho antes que a mí, me reconfortaba, pero Él la había dejado, diciéndole: “Yo tampoco te condeno, ahora vete y no peques más” (Jn. 8, 11). Me parecía que todo estaba claro y que no había la posibilidad de entenderlo de otra manera.  ¿Por qué se me habría de dispensar de cambiar de vida? ¿Quién me autorizaría a creer que podía cambiar las palabras de Jesús por mi simple comodidad? ¿Y desde cuándo se podría hacer eso, viendo que la orden del Señor no tiene ciertamente fecha de caducidad? ¿Podría continuar sintiéndome invitada a las nupcias,  sin poder asistir por no tener los vestidos de fiesta adecuados? ¿Debería llorar porque me parecía que esta invitación venía del mismísimo Señor y que debía responderle que yo no era capaz de superar un obstáculo para ir a su encuentro? Es por todo esto que debía tomar “esta decisión”, la he tomado en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, quien ha dejado este mandato a Su Iglesia: ¿no lo ha sido así desde que  Él  vino, hace 2000 años, para cumplir con la voluntad de Dios Padre?

Pero ahora se plantea este problema: hoy, me parece que mi situación de entonces hubiera podido ser juzgada de manera diferente, entre otras cosas, porque mi marido se había casado y tenido otro hijo. Tal vez, yo podría haber continuado viviendo en concubinato, o mejor, haberme casado de nuevo, cayendo así en el estado de adulterio estable, pues parece que es de lo que se trata. ¿Cómo es esto posible? ¿Es que yo me he equivocado o los otros hacen que nos equivoquemos? Confieso estar decepcionada por ciertos hombres que se dicen de la Iglesia, y trato de recordar que con Dios no se juega: tal vez sea posible con los hombres, pero nunca con Él. No me he resignado y propongo la cuestión a los sacerdotes para saber si los divorciados vueltos a casar pueden recibir o no la comunión, pero las respuestas que recibo son muy vagas, demasiado vagas y lo único que corresponde a la verdad es que en el fondo simplemente debo ver a Cristo.  Ya lo he hecho, gracias. Nosotros todos, cristianos católicos, laicos y consagrados, por lo que sé hoy, debemos buscar poner en práctica Sus Palabras, aun si ello cuesta sacrificios y algunas renuncias, aun si ello es muy difícil.  Pero desgraciadamente, me parece, cada vez con una evidencia más grande, que lo que se está buscando es una vía de salida para no importa cuál desobediencia a Dios, y lo que me parece más grave, con la complicidad de los “suyos.” Pero, ¿de qué hablamos? ¿A  quién nos queremos adherir?  

Perdónenme si vuelvo un poco atrás dentro de la  historia. Hoy me cuestiono sobre el sentido del sacrificio de San Juan Bautista, cuando le han cortado la cabeza por haber dicho a Herodes que no le era lícito tener por mujer a la esposa de su hermano Filipo (Mt. 14,4). ¿Por qué se ha opuesto a la elección de los “grandes” de la tierra? ¿No sabía él cuáles serían las consecuencias de sus palabras? ¿O por el contrario, no ha servido a los planes del Señor  para decir algo a los hombres de todos los tiempos? ¿A  quién diría el Bautista hoy: “¿Quién os ha enseñado a huir de la cólera que llega? ¿Hagan entonces frutos de arrepentimiento” (Mt. 3,7-8)? ¿De qué cólera habla él, si Jesús, su contemporáneo, es la misericordia en persona? Afortunadamente sin duda, el Señor Jesús ha venido a traernos palabras de misericordia- y hablo por mí misma- de otra manera,  ¿qué perspectivas habría tenido para la salud de mi alma? Porque esto es precisamente de lo que se trata, y no de vivir sin problemas en compañía de alguien más o menos amable. Y además, ¿qué significa la palabra arrepentimiento? ¿Es una broma? Al contrario, es bien cierto que San Juan Bautista ha perdido su cabeza, además de su reputación, por afirmar la voluntad de Dios, cuando hoy en día, lo ilícito parece estar plenamente justificado. Todavía una pregunta más: ¿Desde  cuándo el Señor ha dado indicaciones para modificar la materia de los Mandamientos? ¿Es que alguien podría mostrármelo? Quisiera oír palabras parecidas a las de aquellos que, no sabiendo que habrían de convertirse en verdaderos santos, han sido ante todo hombres con un Ideal que defender y capaces de testimoniar hasta el final, para dar una referencia humana a seguir: un bello ejemplo resultante, y es por eso que el Señor de la Historia no ha cesado de darnos, en todas las épocas, hombres que por sus signos manifestaron ser sus enviados… Y sin embargo, seguimos siendo sordos, ciegos, mudos y rebeldes, ¿o solo somos engañadores que pretendemos no entender lo que está bien o lo que está mal, conociendo perfectamente las reglas? Tanto en un caso como en el otro, me parece que hemos perdido de vista con  Quién deberemos encontrarnos tarde o temprano: a  Él no le podremos invocar excusas para hacernos absolver, porque  Él sabe bien lo que hay en el corazón de cada uno,  no solo en el de los adúlteros y homosexuales,  sino también en el de los rateros, los asesinos, los avaros, los blasfemos, los idólatras, los codiciosos y Jesús dijo que incluso a quien llamáramos burro… así que imaginemos un poco… Es cierto que no podemos encontrar la única esperanza sino dentro de Su sola Misericordia, y no dentro de la confusión que se difunde siempre entre las gentes comunes, sean creyentes o no. Es muy interesantes escuchar sobre este tema la opinión de personas que, con tenacidad,  siempre han estado alejadas de la Iglesia y que dicen: “No se puede continuar así…”. Adivinemos a qué hacen referencia. ¿Será posible que sea el Señor el que les esté informando? No podemos jamás olvidar que la Iglesia “Una, Santa Católica y Apostólica” es la Suya, y solamente Él puede hacer con ella lo que quiera, si Él lo quiere, cuando Él lo quiera, y nadie entre nosotros está habilitado para cambiar la Palabra y menos aún, hacerla incomprensible ni a hacerla motivo de escándalo para los débiles como yo. Cuando se trata de equivocarse, nosotros lo hacemos bastante bien, sin consejos para hacerlo y tal vez, al final nos vamos a encontrar todos “guiados hacia el Infierno.… ¡ incluidos los que nos guían!”

[Traducido por E.N. Artículo original.]

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