El Vetus Ordo y el Novus Ordo Missae no son en absoluto la continuación el uno del otro, sino que entre los dos hay tal diferencia que revoluciona la fe y lleva a un verdadero vuelco. La nueva religión que brota de él es prácticamente irreconocible respecto a la Fe de siempre, que, por fortuna, subsiste en el “pequeño rebaño” que permanece fiel al antiguo Rito.
La “reforma litúrgica anglicana” de Michael Davies es su demostración clara y lampante. El rey Enrique VIII, de ardiente católico que era, por motivos que sabemos, se alejó de la Iglesia madre de Roma, y no fue necesario mucho tiempo para que el catolicismo fuera definitivamente destruido en todo el mundo anglosajón, sustituido por la nueva forma o nueva religión, llamada anglicanismo. Ya bajo el reino de la hija de Enrique, Isabel, se concebía este desmoronamiento general.
En Alemania fue Lutero, en Suiza Calvino, pero en Inglaterra no hubo un auténtico reformador, no hubo una predicación específica, sino sólo la astucia del arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, que, siendo ya secretamente luterano, con la reforma litúrgica llevada a cabo por él, consiguió cambiar al pueblo inglés, mutando su identidad de católica a protestante.
En Inglaterra, el catolicismo fue desmantelado y sustituido por el protestantismo, usando la lengua vulgar y aboliendo el latín, sustituyendo el Altar por una simple mesa y, finalmente, haciendo varios cambios en el canon de la Misa. El latín y la atenta observancia de las rúbricas, el Altar para el Sacrificio y no la mesa para la Cena, el Canon Romano que se remonta a los tiempos apostólicos, en su conjunto, fueron la garantía de que la Iglesia, durante dos milenios, fue “Una, Santa, Católica y Apostólica”. Si cae uno solo de estos cuatro pilares, cede todo el edificio.
Es necesario comprender, lo deben comprender los sacerdotes y también los fieles, que, destruyendo la Santa Misa, se destruye inevitablemente la Fe católica. Esto sucedió ya en el pasado, como acabo de decir, pero adviértase que está sucediendo también en nuestros días del mismo modo, y muchos se han dado cuenta, pero por comodidad aparentan no darse cuenta.
Inglaterra, en un preciso momento de su historia, se encontró con una nueva religión en el lugar de la tradicional. Los ingleses eran católicos y se convirtieron en anglicanos. No todos, ciertamente, pero en buena parte. ¿Cómo no recordar aquellos heroicos ingleses que sufrieron torturas atroces y derramaron su sangre, como auténticos mártires de la Fe? Y sin embargo, en nuestros días, tras haber reconocido el glorioso martirio de cuantos entonces rechazaron la “Santa Cena”, los hombres de la Iglesia católica han impuesto textos litúrgicos muy similares a los anglicanos.
Debemos detener el proceso de protestantización, llevado adelante por Lutero y por Calvino, y retomado por muchos otros. No permitamos que nos arrebaten la Fe de nuestros padres, no nos contentemos con un Dios a medias, sólo misericordioso y no igualmente justo. Dios es siempre el mismo, ayer, hoy y por los siglos eternos.
En un mundo que cambia, la Fe, por lo menos ella, no puede ni debe cambiar. ¡Nunca jamás! ¡Estemos preparados para la persecución, pero permanezcamos fieles y ganaremos la salvación eterna! ¿Puede acaso salvarse el alma que no posee la Fe católica? ¿Los hinduistas, los budistas, los musulmanes, los judíos, los hermanos separados? ¡Por rigurosa lógica, según la Sagrada Escritura y según lo que la Iglesia enseñó siempre, no! ¡Por tanto no nos queda sino el esfuerzo de ser buenos católicos! ¡De otro modo somos unos fracasados! ¡Así es!
¡Alabado sea Jesucristo!
Presbyter senior
[Traducido por Marianus el eremita]