En la Iglesia Católica, el origen del patriarcado se remonta al Concilio de Nicea (325), que reconoció una supremacía particular a los obispos de Alejandría de Egipto y de Antioquía, subordinados al de Roma. En el Concilio de Constantinopla (381), se sumó al número de patriarcas el obispo de Constantinopla, y en el de Calcedonia (451) el prelado de Jerusalén. La decisión sobre la legitimidad del título de Patriarca siempre fue reconocida por el Sumo Pontífice, y todavía en el Código de las iglesias orientales se reserva la autoridad suprema de la Iglesia de Roma la institución, restablecimiento o alteración de las iglesias patriarcales (cánones 55-62).
El Patriarcado de Constantinopla, que con Focio había excomulgado en 867 al Papa por haber insertado en el Credo la fórmula Filioque, rompió definitivamente con la Iglesia de Roma en 1054 bajo el patriarcado de Miguel Cerulario. El cisma se resolvió en 1439 cuando José II, patriarca de Constantinopla, volvió con la Iglesia de Bizancio a la Iglesia romana en el Concilio de Florencia. Sus sucesores Metrófanes y Gregorigo III Mammis permanecieron fieles a la unidad con Roma. No son muchas las noticias que se tienen de Atanasio II, último patriarca antes de la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453; lo que sí sabemos es que Mehmed II, por odio a la Iglesia Católica, restableció en 1454 el patriarcado cismático, imponiendo a Genadio II como cabeza de los cristianos bizantinos en el Imperio Otomano.
Igualmente, los príncipes de Moscú, desde Basilio II a Iván IV, que en 1547 asumió el título de zar, impusieron la religión cismática griega. Cuando tras la muerte de Iván IV en 1584 subió al poder el nuevo zar Teodoro I, su consejero Borís Godunov se propuso consolidar el prestigio del imperio fundando el Patriarcado de Moscú. La oportunidad se presentó cuando se presentó en Moscú el Patriarca de Constantinopla Jeremías II pidiendo ayuda contra los opresores turcos. Se impuso al Patriarca arresto domiciliario diciéndole que no sería puesto en libertad si no reconocía canónicamente la nueva sede patriarcal. En enero de 1589, en un concilio local convocado en el Kremlin con la presencia del Zar y de la Duma de los Boyardos, Jeremías fue obligado a designar al metropolita Job patriarca de Moscú y de todas las Rusias. El padre Stefano Caprio señala que mediante este acto quedó formalmente instituida la primera forma de autocefalia dentro de la ortodoxia, alterando su naturaleza eclesiológica, que pasó de ser ecuménica a étnica: «Teniendo en cuenta que las demás iglesias ortodoxas estaban sometidas por los turcos otomanos, se entiende por qué desde entonces el de Moscú no se considera uno de tantos patriarcados nacionales, sino la iglesia más representativa de todo el mundo ortodoxo» (Russia: fede e cultura, Roma 2010, p. 97).
La institución del Patriarcado de Moscú fue un acto eminentemente político, entendido en lo ideológico como una Tercera Roma heredera del cesaropapismo bizantino frente a Roma y a los turcos. Ahora bien, si el Patriarcado de Constantinopla estaba subordinado al Estado, el de Moscú había sido creado por el propio Estado.
La respuesta de la Iglesia Católica no se hizo esperar. En 1569 había visto la luz con la Unión de Lublin un extenso estado que unía el reino de Polonia con el Gran Ducado de Lituania. Esta confederación polaco-lituana acogía también en su seno a exponentes del episcopado ruso que, con el impulso misionero de la Contrarreforma habían empezado a tener en Roma su referente religioso. Se los conocía como rutenos (de Rus), porque provenían de de las regiones de Rusia Blanca y Pequeña Rusia, correspondientes respectivamente a las actuales Bielorrusia y Ucrania.
Tras haber sido obligado a reconocer a Job como patriarca de Moscú, en cuanto llegó a Constantinopla lo revocó, y en agosto de 1589 consagró como metropolita de Kiev, Galicia de los Cárpatos y toda la Rusia al arzobispo Miguel Rahoza. En 1590 Rahoza suscribió con los obispos rutenos un documento a favor de la integración en la Iglesia Católica, con la condición de que se mantuviera el rito bizantino y las normas canónicas.
Las negociaciones con la Santa Sede tuvieron éxito, y el 23 de diciembre de 1595 Clemente VIII convocó en la Sala de Constantino del Palacio Apostólico los cardenales que estaban en Roma, la Corte en pleno y el cuerpo diplomático en una solemne ceremonia. Los obispos nationis Russorum seu Ruthenorum, Hipacio Potij y Cirilo Terletskyi, en representación del metropolita Rahoza y los demás prelados ruteno, abjuraron del cisma e hicieron profesión pública de fe católica según una fórmula que comprendía la de los concilios de Nicea, Florencia y Trento. De acuerdo con el historiador Ludwig von Pastor, en los ojos del Papa brillaban lágrimas de alegría: «En este día nos rebosa el corazón de una dicha por vuestro retorno a la Iglesia que no se puede expresar con palabras. Elevamos una profunda acción de Gracias al Dios Inmortal, que por medio del Espíritu Santo ha guiado vuestros pensamientos de forma que halléis refugio en la Santa Iglesia de Roma, madre vuestra y de todos los creyentes, que de nuevo os acoge entre sus hijos» (Historia de los papas). Una medalla conmemorativa eternizó este magno acontecimiento con el que un siglo y medio después de la Unión de Florencia se reanudaban los lazos de amistad entre la Iglesia de Rusia y la de Roma.
Con la constitución apostólica Magnus Dominus et laudabilis nimis, Clemente VIII lo anunció al resto de la Iglesia, y mediante la carta apostólica Benedictus sit Pastor del 7 de febrero de 1596, declaró que se podían conservar intactos los usos y ritos legítimos de la Iglesia rutena, ya autorizados por el Concilio de Florencia. La unión se proclamó oficialmente en Brest a orillas del río Bug el 16 de octubre del mismo año (cfr. Oscar Halecki, From Florence to Brest (1439-1596), Fordham University Press, Nueva York 1958, para una exposición más detallada de todo este proceso).
Por la Unión de Brest, los episcopados ucraniano y bielorruso quisieron cortar las relaciones que los sujetaban al Patriarcado de Constantinopla, y en lugar de emprender el camino de la autocefalia como había hecho el Patriarcado de Moscú se sometieron a la autoridad del Romano Pontífice. Giovanni Codevilla recuerda precisamente que la Iglesia de Kiev nunca se había apartado formalmente de Roma, y que nunca se había dejado de aspirar a la reunificación de las iglesias (Chiesa e Impero in Russia, Jaca Book, Milán 2011, p. 66). El acuerdo suscrito entre la Iglesia rutena y la Santa Sede fue el punto de partida de la Iglesia Católica de rito oriental, de la que actualmente forman parte las iglesias greco-católica ucraniana y greco-católica bielorrusa. El restablecimiento de la plena comunión con la Sede romana ha sido recordado por muchos pontífices, entre ellos Pío XII en la encíclica Orientales omnes del 23 de diciembre de 1945 y Juan Pablo II en la carta apostólica del 12 de noviembre de 1995 promulgada con motivo del cuarto centenario de la Unión de Brest.
No muchos años después, la vuelta a Roma fue consagrada por la sangre de un mártir. El 12 de noviembre de 1623, Josafat Kuncewycz, arzobispo de Polotsk y Vitebsk, murió a manos de los cismáticos atravesado de flechas y degollado con una gruesa hoz. El 29 de junio de 1867 Pío IX lo canonizó en la basílica vaticana en presencia de unos quinientos obispos, arzobispo, metropolitas y patriarcas llegados de todo el mundo, y afirmó: «Quiera Dios, bienaventurado Josafat, que la sangre que vertiste por la Iglesia de Cristo sea prenda de la unión con esta Sede Apostólica que siempre anhelaste y por la que noche y día imploraste fervientemente a Dios, suma Bondad y Potencia. Y para que ello se haga realidad, deseamos vivamente tenerte por asiduo intercesor ante Dios y la Corte del Cielo». El cuerpo de San Josafat, como el de aquel otro paladín de la fe que fue Isidoro de Kiev, aguarda la resurrección de los muertos en la Basílica de San Pedro, donde reposa bajo el altar de San Gregorio Magno.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)