En este sermón de la II de Pascua el padre Santiago nos ofrece una profunda meditación sobre la infinita misericordia de Dios, que siempre nos espera en la santa confesión para perdonar nuestros pecados y entregarnos su gracia. El pecador debe y tiene necesariamente que tener ese acto de humildad de ponerse de rodillas a confesar sus pecados ante el sacerdote, no valen las autojustificaciones que se hacen muchos de yo me confieso sólo con Dios, o yo rezo a la Virgen y eso me perdona. Nada de eso sirve, y nada de eso sirve por expreso deseo y mandato de Jesucristo, quien instituyo en esta solemnidad el sacramento que nos permite vivificarnos. Sacramento por otra parte tan desaparecido en muchísimas iglesias en las que se nos predica, con palabras o con hechos, a modo protestante que «todos estamos ya salvados», y pues en consecuencia lógica «¿para qué confesarse?», de esto se deriva que el cura jamás hable de la confesión ni la estimule.
Nosotros, heridos por el pecado original, no podemos nada sin la gracia santificante y pues es imprescindible para la vida de un cristiano acudir regularmente a la confesión, incluso sino se tiene pecado mortal, pues la misma aporta nuevas gracias para poder resistir la tentación. Escuchemos atentamente
Fray Guzmán