El 11 de febrero de 2016 será el tercer aniversario de la impactante declaración del Papa Benedicto XVI en la que expuso su intención de abdicar el 28 de febrero de 2013.
¿Qué hubo detrás de esta decisión que cambiaría la historia? Lo podemos suponer, pero nadie a este lado del Tíber lo sabe realmente. Que fue presionado de alguna manera me parece obvio. Pero, ¿por qué? La clave se encuentra en dos palabras: Summorum Pontificum.
Al fin y al cabo, a pesar de «el expediente», del mayordomo, del Vatileaks y de todo lo demás, es mi opinión que Benedicto desató las iras del infierno cuando restauró la Santa Misa Tradicional para la corriente principal de la Iglesia Católica (incluso haciéndolo a través de un «motu proprio», lo que es profundamente erróneo), y que en última instancia condujo a su propia abdicación.
Realmente todo ocurrió con motivo de la Misa.
En su artículo “En la Santa Misa Tradicional el Cielo nos custodia”, el Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa, señala que:
“La Santa Misa Tradicional es la muralla inexpugnable e inatacable que conserva intacta la fe, la Palabra de Dios viva, que constantemente nos habla y al autor de la Palabra.”
“La muralla inatacable e inexpugnable de la Santa Misa Tradicional nos protege de la herejía, de la perversión de la fe católica, de las sucias aguas del mundo que infectan y ensucian por donde pasan, dejando su rastro de sensualidad y pecado, un mundo rendido a sus instintos carnales y sexuales.”
“La Santa Misa Tradicional nos protege de la inmundicia del mundo, pero sobretodo protege el Bendito Cuerpo y la Preciosísima Sangre de Nuestro Redentor, de la lacra de la herejía que nunca dejará de intentar, inútilmente, derribar esa muralla construida y sostenida por Dios Padre Todopoderoso.”
“El Cielo nos custodia en cada Santa Misa Tradicional. El Padre Eterno, el Cordero De Dios, el Divino Espíritu, la Inmaculada Concepción, y la Corte celestial, están pendientes de su inicio, y presencian con gloria celestial el desarrollo del Sacrifico del Agnus Dei.”
Este artículo nos hace pensar en nuestra razón de ser Católicos tradicionales — que no es otra que la Santa Misa Tradicional. Cada Misa Tradicional restaurada en los últimos años, es motivo de júbilo para la Iglesia Triunfante; es la entrada al paraíso para los miembros de la Iglesia Purgante y la esperanza renovada de la Iglesia Militante.
Como la Santa Misa es lo más importante para toda la Iglesia, yo me quede consternado al observar aquí en nuestro sitio, algunos de los recientes comentarios, argumentando que el Papa Benedicto XVI fue esencialmente tan malo o peor que el Papa Francisco. Esto en mi opinión va demasiado lejos, aunque no hubiese más razón que el resurgimiento de la Santa Misa Tradicional que tuvo lugar durante su pontificado y después de este.
Si bien es cierto que el Papa Benedicto no era tradicionalista, parece obvio que Dios obró a través de nuestro papa 265° de tal forma que va a ser difícil de olvidar en la Historia. Y la amistad con aquel grande, el ya fallecido Michael Davies, ciertamente demostró que Ratzinger/Benedicto no detestaba a los católicos tradicionales… tal y como otros papas hacen.
El Cardenal Ratzinger estaba actuando de una manera que probaba un cierto sensus Catholicus, incluso ya antes de que ser papa y que habían logrado sobrevivir a su cargo como perito en el Concilio Vaticano II. ¿Recuerdan por ejemplo, cuando él (como cabeza de la CDF) retiró la licencia para enseñar teología Católica al Padre Charlie Curran, debido a su herética disidencia en un conjunto de dogmas y morales de las enseñanzas de la Iglesia en materias sobre el aborto, la anticoncepción y la homosexualidad?
Bueno, esos días ya se han ido para siempre.
O cómo cuando siendo cardenal, Ratzinger censuró al hereje público de Seattle, el arzobispo Raymond Hunthausen, por permitir que los homosexuales pudiesen celebrar la Santa Misa en la catedral de Santiago de Seattle.
¿Quién era él para juzgar? ¿No?
Y al fin y al cabo como papa (e independientemente de sus razones), siendo ya Benedicto XVI, levantó las excomuniones para la FSSPX; corrigió la mentira fundamental que se encuentran en el corazón de la Nueva Misa (el pro multis en efecto, significa ‘por muchos’); corroboró uno de los argumentos más centrales y definitivos del tradicionalismo (que la Santa Misa Tradicional nunca había sido abrogada y que nunca podría serlo); liberó la Santa Misa Tradicional, de tal modo que cualquier sacerdote en el mundo hoy la puede ofrecer, con o sin la debida autorización de su obispo; y dio a los tradicionalistas, en general, el suficiente respaldo papal como para poner de vuelta el santo temor de Dios dentro del ámbito liberal, al menos por un tiempo. Aquello fue bastante gracioso, ¿se acuerdan?
Y todo esto lo hizo Benedicto ¡en apenas siete años!
Pero no todo el mundo estaba entusiasmado. Por ejemplo, un cierto cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio – ya era conocido como un «enemigo jurado de la Santa Misa Tradicional» – estaba algo menos que entusiasmado con el pontificado del Papa Benedicto. Él era un liberal Jesuita, que rechazó la idea fundamentalmente católica que indicó el Padre Rodríguez de la Rosa: «La Santa Misa Tradicional es el futuro de la Iglesia, porque es la Verdad de la Iglesia, porque es la Luz que no se apaga, iluminando el camino de nuestra fe hacia la Patria celestial.»
Aquí en Minnesota podemos dar fe de esto, ya que todavía estamos recogiendo los frutos de Summorum Pontificum (a pesar de sus evidentes defectos), habiéndose expandido la Santa Misa Tradicional rápidamente desde 2007: con una nueva parroquia de la FSSP floreciendo en sus recintos; con varias capillas de la FSSPX (ya exonerada, no «excomulgada» y posiblemente repleta de vocaciones); con unos diez centros donde se celebra la Santa Misa Tradicional (y estos van en aumento); con muchos sacerdotes diocesanos celebrando la Misa antigua y con no pocos seminaristas dispuestos de hacerla disponible más ampliamente en el futuro.
Lo siento mucho, ¡pero la Santa Misa Tradicional es lo que importa! No lo es todo, cierto; pero es más importante que cualquier otra cosa.
Sin duda, la situación en la Iglesia universal de hoy en día va más allá de una gravedad sin precedentes, pero no hay nada de malo en tomar un mínimo de consuelo en el hecho de que la Divina Providencia ha visto como la Santa Misa Tradicional —la piedra de toque de la vieja Fe—sobrevivió al golpe directo que, como bomba atómica, lanzaron desde el Modernismo.
Tal y como señaló el Obispo Fellay en el momento de Summorum Pontificum: «Oficialmente, las medidas prácticas adoptadas por el papa deben habilitar a la liturgia tradicional – no sólo la Misa, sino también los sacramentos– para que pueda ser celebrada con normalidad. Este es un gran beneficio espiritual para toda la Iglesia, para los sacerdotes y para los fieles que hasta el momento estaban paralizados por la autoridad injusta de los obispos. Sin embargo, en los próximos meses habrá que ver cómo de hecho estas medidas serán aplicadas por obispos y párrocos. Por esta razón, vamos a seguir orando por el papa para que se mantenga firme después de este acto de valentía.»
¿Alguien cree seriamente que el Papa Francisco hubiese realizado este ‘acto de valentía’? ¿O es más probable que él hubiese sido el piloto del Enola Gay?
Mi intención aquí no es a interesarme por el Papa Benedicto XVI, cuya escandalosa abdicación sigue siendo una fuente de preocupación para todos nosotros y cuya hermenéutica de la continuidad –que está basada en una negación obstinada por reconocer al Concilio Vaticano II como el desastre que realmente fue (a pesar de que estuvo a punto de hacerlo aquí) — resultó ser tan difícil de alcanzar, que incluso él mismo acabó finalmente abandonando toda esperanza de encontrarla.
Sin embargo, ¿prueba realmente nuestra credibilidad como tradicionalistas, el argumentar que la Iglesia de alguna manera estaría mejor ahora si el Papa Bergoglio hubiese conseguido aventajarse en el año 2005, o no importa de cualquier manera?
¿Qué ocurriría ahora sin este poderoso baluarte espiritual (¡consolación humana!) que proporciona cientos de misas tradicionales en centros de todo el mundo, y que quedo establecido como resultado directo de Summorum Pontificum?
¿Cómo alguien en su sano juicio podrá sostener que la presente escalada en la crisis de la Iglesia de hoy no habría sido exponencialmente peor si el actual pontificado se hubiese iniciado siete años antes?
Si respondiésemos a la pregunta honestamente, tal vez todos estaríamos de acuerdo en que un Benedicto en apuros no necesitaba estar tan vilipendiado con tanto entusiasmo por ciertos tradicionalistas con ganas de demostrar su valor por oler a las ratas post-conciliares. Esto no es así de simple, y Ratzinger nunca fue un Bergoglio; precisamente esta será la razón por la que tendrá tantos enemigos entre los liberales radicales de la Iglesia. También tenía unas raíces católicas mucho más profundas que las que tiene Bergoglio; y al final fue en contra de todos los poderes del infierno (entre los que se incluyen demonios vestidos de cardenales), exactamente tal y como Nuestra Señora de Fátima predijo que sería.
La verdad es que las filas de tradicionalismo aumentaron dramáticamente en todo el mundo durante el pontificado del Papa Benedicto XVI. De hecho, y retrospectivamente, parece como si Dios hubiese concedido siete años a Su Iglesia para prepararla contra el peor de los pontificados de la historia; y es por eso que podemos estar agradecidos, a pesar de su contaminación por el modernista espíritu de los tiempos eclesiales. No obstante Benedicto aguantó lo que pudo contra el envite de los lobos que lo acechaban -lobos de los que tendrá que eventualmente huir más tarde.
Diversos aspectos definidos de su pontificado fueron una auténtica pesadilla para la existencia de modernistas en ‘esteroides’, tales como Kasper, Danneels y el mismo Satanás. Se deshicieron de él por la misma razón que ahora admiten descaradamente los del grupo Saint-Gall.
Obviamente el resultado ya se sabe, pero si yo pudiese haber elegido, sin duda alguna habría elegido una extensión del pontificado de Benedicto XVI en lugar del abandono de Dios con el “café para todos” que tenemos ahora. En vista de cómo el mundo, que odiaba al Papa Benedicto XVI, adora positivamente al Papa Francisco, no entiendo cómo alguien podría argumentar lo contrario.
De todos los papas post-conciliares, Benedicto fue el que finalmente sorprendió. Y la historia puede revelar que el pontificado del Papa Benedicto ayudó a socavar a la misma revolución Modernista en la que irónicamente, en la mitad del siglo anterior él mismo había estado metido.
Sí, la Santa Misa Tradicional Misa es así de poderosa – lo sabían los Vandeanos¹, lo sabían Campion y Southwell², lo sabían los católicos ingleses del Levantamiento de la zona Occidental ³, lo sabían los Cristeros y así también lo sabemos nosotros.
Este asunto no se ha terminado todavía.
¡Larga vida a la Santa Misa Tradicional de nuestros Padres! Gracias a Dios, el Papa Francisco ha reinado durante sólo tres años, en lugar de diez.
Michael Matt
[Tradución de Miguel Tenreiro. Articulo original]
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Notas del traductor:
¹Contrarrevolucionarios católicos franceses que lucharon contra los partidarios de la Revolución Francesa en la Guerra de la Vendée.
²San Edmundo Campion y San Roberto Southwell, santos jesuitas que sufrieron martirio junto con los Cuarenta Mártires de Inglaterra y Gales.
³También conocido como el Levantamiento del Libro de Oración Común, protagonizado en Cornualles durante la Reforma anglicana.