Caso McCarrick: La implosión de la secta conciliar

El triste espectáculo que estamos viviendo, con casos por doquier de escándalos sexuales y perversión en los seminarios -denunciados valientemente por Mons. Vigano-, no es más que la manifiesta visualización de las más groseras supuras infecciosas que padecemos desde hace medio siglo. Exactamente desde que el Vaticano II decidió abrir irresponsablemente las puertas de la Iglesia para congraciarse con lo que eufemísticamente se llamó “el mundo moderno”, el cual, lo sabemos de sobra, no es más que apostasía, corrupción y pecado.

I. La secta

San Pío X, en Pascendi, advirtió claramente que la principal novedad del modernismo es la pretensión de actuar no desde fuera, sino desde dentro de la iglesia, y de forma profética nos advirtió que la Iglesia no ha tenido peor enemigo que ellos en su historia:

“Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper” 

En su Motu Proprio del 1 de septiembre de 1910, denunciaba que el modernismo actuaba como una secta, como una asociación secreta: “Los modernistas, aun después de que la encíclica Pascendi les ha quitado la máscara bajo la que se escondían, no han abandonado sus diseños de turbar la paz de la Iglesia. No han dejado, en efecto, de buscar nuevos adeptos y de reunirlos en asociación secreta» (en latín: «Haud enim intermiserunt novos aucupari et in clandestinum foedus ascire socios»).

Con Motu Proprio del 18 de noviembre de 1907, el santo Pontífice, añadía a la encíclica Pascendi y al decreto Lamentabili contra el modernismo «la excomunión para aquellos que contradigan estos documentos».

II. La invasión

Muchos no se han querido enterar, y, durante décadas, se han esforzado en disimular, lavar las conciencias, en alterar la realidad de lo que estaba pasando, haciendo creer que todo lo que ocurría era normal, que todo estaba bien, para así ellos hacerse la ilusión de poder dormir sin preocupaciones ni decisiones incómodas… pero no, señores, había un caldo infecto que venía bullendo y que hoy es ya irrefrenable e inocultable; hay que decir las cosas por su nombre.

En el Concilio Vaticano II la secta modernista fagocitó las estructuras visibles de la Iglesia haciéndose con el poder mediante un auténtico “golpe de estado” promocionado desde su vértice.  Dios así lo ha permitido posiblemente para poner a prueba nuestra Fe. No voy a hacer aquí una genealogía, sobradamente documentada para aquel que tenga un mínimo interés, y, por sólo citar algunas, remito a las obras del profesor Roberto de Mattei, Michael Davies, Romano Amerio y Brunero Gerardini. Como un simple botón de muestra evaluar que personas que estaban proscritas y condenadas antes del Vaticano II fuero rehabilitadas y elevadas incluso al cardenalato a posteriori.

Desde entonces, bajo un manto de populismo y almíbar, se ha escondido un terrible virus que ha seguido germinando y contaminando a una velocidad de vértigo. Sí, repitámoslo de nuevo claramente: invadidos por una secta igual que cuando en una guerra el enemigo invade un país y se hace con sus estructuras gubernamentales, si bien la nación auténtica se mantiene incólume -aunque muy minoritaria- resistiendo catacumbalmente; la Iglesia, a pesar de todo, subsistit in esta minoría. Esta es la verdad, la realidad de lo que ha pasado y pasa, y quien no lo quiera entender jamás podrá diagnosticar con precisión la enfermedad, y pues tomar los remedios adecuados. No es posible horrorizarse por las consecuencias, y canonizar el origen.

III. Modernistas conservadores y radicales

Como en todo proceso sectario y grupal alejado de la Verdad y del Magisterio, el modernismo, como ocurrió con el protestantismo, se ha subdividido en cientos de variaciones que van de la Nouvelle Teologie “canonizada” por los papas postconciliares, a las posiciones más radicales basadas en la teología de la liberación. Desde las que tienen un barniz conservador con aroma a “trapos”, latín e incienso, hasta las más burdas con misas de payasos y curas obreros.

Todo tiene cabida en este espectáculo, pero a su vez hay enemistad entre ellos, aunque todas tienen en común la negación, en mayor o menor medida, de gran parte del magisterio preconciliar y la consideración del Concilio Vaticano II como la gran primavera eclesial y punto de partida de algo “nuevo”, radicalmente diferente a lo “anterior”.

Se equivoca pues quien centra toda la evolución y denuncia del modernismo en los aspectos más radicales, alabando, olvidando, o pasando de puntillas, por el modernismo conservador, más sutil y elegante, pero modernismo al fin, que ha ostentado el poder, al menos hasta Francisco.

Lo que estamos viviendo con Bergoglio y sus escándalos, no es más que la llegada al poder de lo que podríamos llamar modernismo conciliar de segunda generación, posiciones más radicales, pero que no habrían sido posible sin el derribo previo de los cimientos y la complicidad durante décadas a todos los niveles de ese modernismo “conservador” o larvado, que no todos han sido capaces de ver, y muchos se han dedicado, y dedican, a encubrir y lavar.

IV. La implosión

La podredumbre que vemos no es más que el fruto de derribar los cimientos de la verdadera Fe. Releamos a San Pío X: “Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper”.

Y esto, exactamente eso, es lo que ha pasado desde el Vaticano II hasta aquí, se ha “herido esa raíz de vida inmortal”, provocando que «circule el virus por todo el arbol». Se puede decir sin temor a ser exagerado que no ha habido rama de la Fe católica que no se haya desvirtuado, empezando por lo más sagrado, el Santo Sacrificio de la Misa, reducido a una vulgar ceremonia protestantizada, y todo esto se ha hecho no desde afuera, sino desde dentro, desde el poder, desde la cúpula de la iglesia que hoy canonizamos.

Sería muy largo de enumerar, pero no podemos pretender tocar los mismos fundamentos de la Fe y que no tengan consecuencias en la vida moral, porque la piedad -si es que la hay aún- sin la verdadera Fe es pietismo.  Durante décadas se ha desterrado de los seminarios la verdadera formación católica, se ha eliminado de los púlpitos la enseñanza moral, se han destruido los fundamentos de la autoridad con la colegialidad, se han socavado los cimientos mismos de la Iglesia con el ecumenismo, visualizado perfectamente en Asís, se han promocionado a rectores de seminarios, obispados y cardenalatos, a todo tipo de modernistas de una y otra rama… y todo eso no puede conducir más que a lo que vemos, a la degradación absoluta de la moral, la doctrina y pues de la verdadera vida de santidad sacerdotal.

Lo de Estados Unidos no es más que la punta de un fétido iceberg sobre el que llevamos de pie cincuenta años. Cualquiera que haya tenido contacto con seminarios conciliares -hay algunas excepciones claro- sabrá perfectamente que no miento cuando afirmo que el homosexualismo y la herejía han campado, y campan, a sus anchas en seminarios y diócesis.

¿Y esto quién lo ha venido permitiendo, quién ha nombrado a esos rectores, a esos obispos? ¿quién los ha seguido manteniendo en sus cargos años tras años destrozando generaciones enteras? ¿QUIÉN? ¿quién, o quienes, durante décadas no hicieron nada o intervinieron sólo en las manifestaciones más radicales mientras promocionaban las larvadas, igualmente peligrosas? ¿quién ha tomado medidas “light” sin entregar a este tipo de personajes psicopáticos a las autoridades policiales; única medida aceptable y auténtica?

V. Conclusión

Lo que se asienta sobre el lodo del pecado contra la Fe, no puede más que germinar en el mal. Destruir la liturgia y la doctrina no es un acto baladí e intrascendente. Sin verdadera Fe, sin verdadera Misa, sólo hay podredumbre y pecado. ¿En serio alguien podía pensar que esta labor de destrucción desde los cimientos acometida en los últimos cincuenta años podría traer otras consecuencias? ¿Cómo del lodazal podría florecer una rosa?

Esta terrible enfermedad sólo tiene una curación: la vuelta incondicional a la verdadera Fe y a la verdadera Misa, sin apaños ni componendas. Todo lo demás, estará vestido de seda, pero seguirá siendo un paño caliente que ya no puede ocultar por más tiempo lo que se esconde debajo: el pecado y la herejía, o sea, Satanás.

“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.”  Mateo 7, 15-20

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Miguel Ángel Yáñez
Miguel Ángel Yáñez
Empresario, casado y padre de familia católico.

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