¿Existe el infierno? ¿Fueron Adán y Eva personas reales? ¿Era Moisés real? ¿Se separó el Mar Rojo? ¿Escribió los primeros cinco libros de la Biblia? ¿En qué creemos los católicos ahora que los lobos han «actualizado» nuestra Iglesia?
Era media mañana. Mi marido y yo íbamos en coche a lo largo de la I-75 cuando un viejo camión, un poco destartalado nos pasó a la derecha. Había un cartel clavado en ella, una letrero blanco con grandes letras negras. Nos reímos cuando la leímos. Era tan cierto.
«Dios es grande. La cerveza es buena. La gente está loca.»
Un amigo me dijo después que las palabras eran de una cantante de música country Billy Currington. El letrero no era original, pero eso no cambió el impacto de esas tres frases cortas. De hecho, el mundo se ha vuelto loco.
Esto no es una hipérbole. Soy una professional (1) de la salud mental, conozco a un desquiciado cuando lo veo. Las cosas no son como deberían ser. El tejido social que unía a la gente se ha roto. Las costumbres, la moral y los valores han cambiado, no precisamente para mejor. La cortesía ha sido abandonada; las buenas costumbres, se han perdido. El honor y el respeto son pisoteados. Hay irritación y hostilidad en el aire. Se aceptan comportamientos impensables; se festejan estilos de vida aberrantes. El divorcio, el asesinato, el infanticidio, el robo y las mentiras cada día van en aumento. El salvajismo acecha por doquier.
Los efectos psicológicos son profundos. Hay tristeza sin posibilidad de alivio y decepción entre la gente, se nota la falta de propósito y la desesperación. Se palpan severos trastornos emocionales; el narcisismo y las perversiones quedan sin respuesta y sin resolver. Hay trastornos de personalidad, neurosis profundas y se observa desarrollos truncados que causan estragos en las familias y la sociedad.
¿Cuál es la causa? ¿Qué le ha pasado a todo el mundo? La respuesta es teológica. La base filosófica de la civilización cristiana ha sido demolida a martillazos. Los Diez Mandamientos son ignorados; la estructura legal está resquebrajada. No hay marco de referencia, no hay normas morales en la base. Todo está abierto a la reinterpretación. La gente ha sido volteada y arrancada desde la raíz y han quedado atrapados en una red electrónica. Lo real se sustituye por lo virtual: amigos por Facebook, conversación por tweets. Ha penetrado tanto todo esto, que las masas de personas ahora viven en un estado permanente de alteración de la conciencia. Una subjetividad interior ha reemplazado el sentido universal.
Una curiosa filosofía del “cambio imperativo” tiene el mundo en sus garras, un progresivismo basado en la mentira de la evolución y centrado en la trascendencia humana. Nada es fijo, ni siquiera la propia identidad. Todo es maleable. Todo está en proceso. El transhumanismo apela fuertemente.
Los católicos dan tumbos en este extraño nuevo mundo, sacudido por el cambio, que nunca buscaron y que no entienden. Sin dirección, vagan en un desequilibrio psicológico. Están obligados a vivir en un estado fluido de preguntas sin respuestas.
Ese es el quid de la cuestión. Los católicos alguna vez conocían a ciencia cierta las respuestas. Sabían la verdad. Recibieron la fe; la realidad, les había sido desvelada. Todo lo demás, seguía. Las cosas tenían sentido, pero no se permitió que esta certeza permaneciera.
Esta certeza no era “lo suficientemente buena” para los cristianos maduros, los que tomaron el timón y cambiaron el curso de la nave. No podía ser así de simple, dijeron. Estas cosas no deben tomarse literalmente. Estamos llamados a descubrir el significado que yace más allá de lo construido en tiempos remotos.
Buscaban algo más sofisticado, más digno de su intelecto avanzado. Se abrazaron al vacío, se enamoraron de la duda perpetua. Enfermos de una angustia inconsciente, siempre están buscando, sin encontrar nunca nada.
Sus mentes se inundaron con una falsa epistemología, de una ontología falsificada, y una escatología fabricada. Lo que las cosas significan, lo que las cosas son, hacia donde las cosas se dirigen – Todo sólido conocimiento fue descartado. La lógica había desaparecido. La razón se asentaba en las sombras.
Mantuvieron el nombre de católicos, pero abandonaron la Fe; para ellos no es real. Aceptan su importancia histórica, pero no dan asentimiento intelectual a la Verdad que conlleva. Es metáfora y símbolo, insisten, nada más. Es por eso que la Resistencia se tambalea. Es por eso que la tradición no es considerada sagrada. Es por eso que la cultura ha muerto.
No trate de encontrarle sentido a ella, se nos dijo. Sólo déjate llevar. Todo está cambiando. No te quedes en el camino.
Cómo pasó esto? Cómo fue que mentes tan agudas se volvieron insípidas? Ha sido un largo tiempo de construcción.
La rebelión protestante. La Revolución Francesa. La Ilustración y la subida de los Illuminati. Modernismo. Post-modernismo. Fenomenología. Deconstruccionismo. Llevamos quinientos años de disolución sistemática, con continuos derramamiento de ideas espirituales disolventes, la siguiente más letal que la anterior. La última dosis fue inventado por un hombre: el sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin.
Su pensamiento y creencias falsas, su complicada nueva filosofía y la espiritualidad sucedánea, cautivaron las mentes de los intelectuales desde antes del Concilio Vaticano II. Al no ser ya fluidos en el latín, los eruditos de la edad media fueron dejados al margen, incapaces de sondear las profundidades del pensamiento católico. Ellos no podían leer las obras de los Padres de la Iglesia en el original. No podían entender al genio de la Summa. No podían escalar las alturas del Breviario. No podían volar con los ángeles.
Cansados de los rigores de la escolástica, cansados de la estructura fija de la enseñanza magisterial, caminaban por el barro de la doctrina deconstruida y de las traducciones pueriles. Nada satisfacía el anhelo de sus corazones. Algo tenía que ceder. Algo tenía que cambiar. No podían mirar hacia atrás. Eso era inaceptable. Tenían que ir hacia adelante, pero no podían ir solos. A pesar de su brillantez, eran ovejas, después de todo. Ellos necesitaban un guía.
Pronto lo encontraron, el lobo con piel de cordero: Teilhard de Chardin.
Su poesía habló a la vacuidad de sus mentes. Él era “nuevo”. Emocionante. El hecho que sus superiores intentaran detener la publicación de su trabajo revolucionario contribuía a hacerlo más intrigante para sus mentes hastiadas.
¿Qué escondía la Iglesia, se preguntaban uno a otro? Sin inmutarse por la autoridad, sacaron sus mimeógrafos, y la campaña clandestina para cambiar la enseñanza católica comenzó.
Funcionó. La idea del evolucionismo espiritual se afianzó – un desarrollo científico en el que la Materia y el Espíritu, el individuo y la sociedad, constituyen un colectivo divinizado, el protoplasma del Cristo Cósmico.
Nadie se dio cuenta de la blasfemia indecible.
Sus teorías se propagaron. Un espíritu amorfo envolvió los colegios, los conventos, los seminarios. Matices del pensamiento teilhardiano serpenteaban a través de la Iglesia, de arriba abajo. El empuje de la nueva construcción intelectual era el progreso, el progreso imparable a lo Divino.
Nadie prestó atención al Monitum, la advertencia contra la obra de Teilhard. Incluso el portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi, no ve ningún problema con él: «a nadie se le ocurriría decir que [Teilhard] es un autor heterodoxo que no se debe estudiar.» (2) Así que, adelante. Lean las reflexiones vacías del jesuita insípido. Roma dice que está bien. No le teman al lobo feroz. Él no te va a comer. Él no es real, la fe no es real, la verdad no es real. Nada realmente lo es. Todo es devenir.
Esto no es teórico. Las mentiras y la distorsiones de la espiritualidad teilhardiana han golpeado al nivel psicológico más profundo, el nivel de la Verdad. El propósito, el significado y la identidad han sido volteadas del revés. La gente ya no cree explícitamente en nuestra religión. Se han olvidado de que la fe no es algo privado, perteneciente a la conciencia interior, sino una certeza intelectual, un asentimiento de la mente a las verdades reveladas por Dios.
El lenguaje de la fe cambia para adaptarse al paradigma revolucionario. Surgieron nuevas palabras y terminologías. Las viejas palabras fueron manipuladas, mal pronunciadas, y abusadas- todo en servicio de la nueva comprensión, todo en la carrera hacia el Punto Omega.
Las definiciones desaparecen; las distinciones son menospreciadas. En Alicia en el País de las Maravillas, al menos el lector sabía que el Sombrerero Loco, estaba loco. Ahora él es el maestro. Las palabras significan lo que yo digo que significan. Nadie intenta discutir el punto.
Y eso es lo que ha causado la locura. Hoy día, pocos afirman abiertamente que todas las cosas que nos enseñaron son realmente ciertas. Pero lo son.
No todo está perdido. Si usted es católico, el remedio no es difícil. Olvídese de los meandros filosóficos interminables y las reinterpretaciones ridículas. Vuelva al viejo catecismo, a las palabras memorizadas en su infancia, a las verdades que descansan para siempre en las profundidades de su mente.
Pondere las preguntas; recuerde las respuestas.
¿Quién me hizo? ¿Qué es el hombre? ¿Para qué me creó Dios? ¿Dios realmente creó el mundo por un «acto único de su Todopoderosa Voluntad?» (3) ¿Es el cielo un lugar? ¿Existe el infierno? ¿Fueron Adán y Eva personas reales? Pregúntese. Son las respuestas que me enseñaron cuando era niño, ¿cierto? ¿Puedes decir que sí, sin dudarlo?
Si tiene equívocos, si tiene duda, estás en problemas.
Ahora vaya a la Sagrada Escritura. Considere las lecturas. La Misa Tradicional o Novus Ordo, que cada semana escucha. ¿Puedes afirmar que la Biblia es la Palabra infalible de Dios? ¿Crees que estas cosas realmente sucedieron?
¿Moisés era real? ¿Separó el Mar Rojo? ¿Escribió los primeros cinco libros de la Biblia? ¿Job, existió? ¿Salomón? ¿Qué hay de Jonás? ¿Realmente pasó tres días en el vientre de una ballena?
¿Lo anterior, son hechos? Si usted se estremece, pensando que lo son – o incluso, que podrían serlo – entonces usted ha sido infectado. Piense en ello. No hay pruebas de que sean metafóricos. Si el Antiguo Testamento no es cierto, ¿cómo se puede decir que el Nuevo Testamento lo es? ¿Por qué uno sí y el otro no? Si ninguno es verdad, ¿qué has recibido? Nada, eso recibió, nada.
Hemos sido condicionados para entender la Santa Biblia en la «luz de la alta crítica,» pero no es así como los Padres de la Iglesia la entendían. Así no es como los Santos la leían. Sabían que las palabras significaban por lo menos lo que decían. Ellos leían la Escritura Sagrada en cuatro niveles: el literal, el alegórico, el moral y el escatológico. Capa sobre capa. Un significado derivado del anterior. Apertura a la Verdad, como las flores de primavera.
No se puede entender la profundidades si te saltas el significado manifiesto, o lo que despectivamente se conoce como, “literal”. (No olvidar, la raíz de la palabra es “letra”. Del mismo modo que un ser humano está compuesto de carne y espíritu, así la letra y el espíritu de las Escrituras están indisolublemente ligados. Al ignorar la letra, se pierde el espíritu.) Ahora vuelve atrás. A leer y pensar. A rechazar los susurros astutos de los destructores. Reclame su fe. Reclame su equilibrio intelectual. Recupere su cordura. No caiga en manos de los locos.
Lea el Credo de Atanasio y vea lo que se ha estado perdiendo.
Susan Claire Potts
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1 Credenciales de la autora: Diplomada en literatura francesa, Maestra y doctora en psicología, licenciada en asesoramiento familiar y matrimonial, miembro de la Asociación Americana de Psicoterapia
2 Tradition in Action
3Baltimore Catechism 2, question 33.
[Traducido por Augusto Pozuelos]