¿Creación o Evolucionismo?

Profundizando en la fe – Capítulo 4

(I) – La Creación

En este capítulo intentaremos hablar de la obra de Dios fuera del Seno de la Trinidad; es decir de la creación. Hablaremos de la creación del mundo, de los ángeles y del hombre. Con el fin de no hacer los artículos muy largos los dividiremos en tres partes: Primero hablaremos de la creación del mundo, luego, de la creación de los ángeles, y finalmente, de la creación del hombre[1].

Todo el universo ha sido creado por Dios

El término crear tiene muchos significados. Decimos que un pintor “crea” cuando realiza un cuadro, que una poesía es la “creación” de un poeta, etc…; pero propiamente hablando, el término crear significa hacer algo de la nada. Algo que no existía previamente y sin concurso de ningún tipo de materia, energía… pasa del “no ser” al “ser”.

Sólo un ser que sea omnipotente puede crear, pues ha de dar la existencia a algo que antes “era nada”. Ese poder solamente lo tiene Dios; por lo que sólo Dios puede crear.

En la Sagrada Escritura el término “crear” (bará) siempre se refiere a una acción propia de Dios. Como nos dice M. A. Tabet:

“El verbo bará aparece en la Biblia 47 veces, y siempre teniendo a Dios como sujeto de la acción, es decir, indicando una acción divina. Por otra parte, su uso implica la producción de un efecto muy singular, del todo especial, tanto porque no se señala nunca el complemento de materia de la que se habría hecho algo, como porque está siempre presente la idea de que ha surgido algo nuevo, original (Is 40:26.28; 41:20; 48: 6-7; 65:17) o se ha verificado un efecto extraordinario (Ex 34:10) o que la acción se ha realizado sin mediación humana, con la sola palabra divina o con su querer (Sal 33:9)”[2]

Ahora bien, la creación no es un mero acto inicial en el que Dios da el ser a algo que no existía, sino que ha de mantenerlo también en la existencia; por lo que decimos que Dios da el ser y mantiene ese ser en la cosa creada, de tal modo que dejaría de existir si Dios le retirara el acto de ser. A este mantenimiento o cuidado que Dios tiene de las cosas creadas le llamamos “providencia”.[3]

Verdades histórico-dogmáticas que hemos de mantener

A la hora de estudiar la creación realizada por Dios hay una serie de verdades histórico-dogmáticas que cualquier católico ha de mantener. Rechazar alguna de estas verdades iría contra el dogma, y como consecuencia sería clasificada como herejía. Estas verdades son las siguientes:

  1. Unicidad de Dios, frente a todos los politeísmos.
  2. Por la creación conocemos al Creador.
  3. La creación es obra exclusiva de Dios.
  4. La bondad radical del mundo creado.
  5. La creación es acto libre de Dios.
  6. El tiempo fue creado por Dios con el mundo.
  7. Dios es trascendente al mundo y al hombre, pues les da el ser.
  8. La creación depende de Dios esencialmente pues también Dios la conserva en el ser.
  9. Autonomía relativa del mundo.
  10. Creación de un primer hombre y una primera mujer, a imagen y semejanza de Dios, representantes de Dios y reyes de la creación.
  11. Creación del hombre en estado de justicia original: con naturaleza perfecta, dones preternaturales y sobrenaturales.
  12. El mandamiento impuesto por Dios al hombre para probar su obediencia.
  13. Caída en el pecado por culpa del demonio y del hombre.
  14. El mal no es obra de Dios.
  15. El hombre caído conserva su naturaleza, aunque debilitada, pero pierde los dones preternaturales y sobrenaturales.
  16. El pecado original afecta a toda la descendencia de Adán y Eva.
  17. Dios no abandona al hombre sino que le promete un Redentor.[4]

La creación en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia

1.- En la Sagrada Escritura

La Biblia no pretende enseñar datos cosmológicos, científicos o geográficos cuando habla de la creación; pero sí contiene datos históricos y teológicos verdaderos expresados en un lenguaje popular. La historia bíblica jamás se puede confundir con los mitos creacionales de otras culturas[5].

En la Sagrada Escritura aparece la creación no sólo en los dos primeros capítulos del Génesis, sino también en los libros proféticos:

“Así dice el Señor Dios, el que creó los cielos y los desplegó, el que asentó la tierra y cuanto surge en ella…” (Is 42: 5-6).

En los salmos:

“Cuando veo los cielos, obra de tus manos, la luna y las estrellas, que Tú has creado…” (Sal 8: 2ss.). “Él hizo con sabiduría los cielos…” (Sal 136: 5).

En el 2º Libro de los Macabeos (7:28) se hace una precisión sobre la acción creadora de Dios, pues se dice que es “ex nihilo” (de la nada).

En el Nuevo Testamento la obra creadora de Dios aparece relacionada de modo especial con la acción redentora de Cristo (Rom 5: 18-19; 1 Cor 15:22). Se nos dice que Dios se revela en la creación (Rom 1:20), que esta creación es buena (1 Tim 4: 1-5), y que fue realizada por medio de su Hijo (Col 1: 15-20). En el libro de los Hechos de los Apóstoles se afirma de un modo expreso y claro: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él…” (Hech 17: 24ss); afirmación que también vemos en San Juan (Jn 1:3): “Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho”.

2.- En la Tradición

En las Actas de los Mártires se nos dice: “Es la doctrina que nos enseña a dar culto al Dios de los cristianos, al que tenemos por Dios único, el que desde el principio es hacedor y artífice de toda la creación, visible e invisible”.[6]

En el Pastor de Hermas encontramos: “Ante todo, cree que Dios es uno, y que Él creó todas las cosas y las puso en orden, y trajo todas las cosas de la no existencia al ser”[7]

Y del mismo modo, los Santos Padres como San Justino, San Ireneo, Tertuliano, San Clemente de Alejandría, Orígenes, San Gregorio de Nisa, San Juan Cristóstomo, San Agustín, San Juan Damasceno, etc…, hablan claramente de la creación ex nihilo por parte de Dios omnipotente.

Aunque quien sistematiza y profundiza toda la teología sobre la creación es Santo Tomás de Aquino. Doctrina que aquí resumimos brevísimamente: El estudio sobre la creación impregna toda su obra: el mundo creado sale de la libre voluntad de Dios a partir de la nada, para volver a Él a través de la acción salvadora y restauradora de Cristo. Así, por ejemplo, se puede comprobar en la Primera Parte de la Summa Theologica:

  1. La producción de las cosas creadas (qq. 44-46), que es una especie de teología fundamental de la creación, estudiándola en sí misma y concentrándose luego en el problema del tiempo.
  2. La distinción entre las criaturas creadas (qq. 47-102): datos generales, los ángeles, la criatura puramente material y el hombre.
  3. Conservación de las criaturas en el ser y gobierno divino (qq. 103-119): conservación, gobierno, influencia de unos seres creados en otros, causalidad, muerte, destino.

3.- En el Magisterio de la Iglesia

En los símbolos más antiguos aparece la figura del Padre como creador desde el principio: “Creo en Dios omnipotente… por quien todo fue hecho” (DS 2-5, 21, 22, 27, 28, 40).

Ya en el concilio de Nicea (año 325) se incluye al Hijo en la obra creadora del Padre (DS 125); idea que aparece repetida en los símbolos de los siguientes concilios (Constantinopla I y II). Acabando por atribuir a la Trinidad omnipotente, en la unidad de su esencia, el papel creador; como vemos ya en el Sínodo de Letrán (año 649).

Es en el décimo segundo concilio ecuménico (Concilio IV de Letrán, año 1215) cuando se hace una definición dogmática de las doctrinas relacionadas con la creación del universo (DS 800).

Una importancia especial en la doctrina teológica sobre la creación tienen las enseñanzas contenidas en el Concilio Vaticano I (año 1869-1870) (DS 3001-3003).

Creación y Maniqueísmo

Frente a la doctrina católica de la creación que acabamos de expresar y en la que se destaca de un modo especial la idea de que todo lo creado por Dios era bueno, el maniqueísmo defiende (hablando en términos muy genéricos) que la materia es de suyo mala.

Los maniqueos, a semejanza de los gnósticos, eran dualistas: creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal. Consideraban que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio. Esto se explicaba a través de un conjunto de mitos de influencia gnóstica y zoroástrica. En el hombre, el espíritu se encuentra cautivo por causa de la materia corporal; por lo tanto, creen que es necesario practicar un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación. Desprecian por eso la materia, incluso el cuerpo.

En la práctica, el maniqueísmo niega la responsabilidad humana por los males cometidos porque cree que no son producto de la libre voluntad, sino del dominio del mal sobre nuestra vida.

La doctrina maniquea, aunque rechazada y condenada por la Iglesia en muchos concilios (c. de Nicea; c. IV de Letrán, DS 800; c. de Florencia DS 951-953), dejó su rastro en algunas manifestaciones de la espiritualidad cristiana; como por ejemplo, la necesidad de renunciar a las cosas materiales para poder alcanzar la perfección. Las cosas materiales, en cuanto que son también creadas por Dios, no son de suyo malas; si un cristiano renuncia a ellas es por un bien mayor: el amor a Dios.

La creación de Dios y el problema del mal

Ya San Agustín, con la sinceridad y el desparpajo que le caracteriza nos hablaba profundamente en su libro Confesiones acerca del problema del mal:

“¿Dónde está el mal? ¿De dónde proviene? ¿Cuál es su raíz, su germen? ¿De dónde procede el mal, puesto que Dios que es bueno, ha creado buenas todas las cosas?”[8]

¿Cómo explicar la realidad del mal si Dios es infinitamente bueno y todopoderoso? Si el mal no procede de Dios, ¿de dónde procede? Si Dios es omnipotente, ¿por qué no acaba con el mal?

Una visión atea de la realidad no es capaz de dar una respuesta satisfactoria ante el problema del mal. El problema del mal se esclarece a la luz de la revelación, y en particular, ante la realidad de Cristo.

El mal es en realidad la privación de un bien, como la oscuridad es la privación de luz o el frío la privación de calor. El mal no tiene de suyo entidad propia, sino que necesita de un bien para existir.[9]

Propiamente hablando el mal es la privación de un bien debido y no la pura no existencia de un bien. Por otro lado, muchas cosas no existirían si Dios no permitiera la existencia del mal como limitación de ser. Por ejemplo: el fuego se hace del aire enrarecido; el león se alimenta y puede sobrevivir matando a la gacela; la injusticia sufrida permite la paciencia y la justicia vindicativa. Ahora bien, el mal no contribuye por sí mismo a la perfección del universo, sino accidentalmente, en razón de algún bien al que está unido.

El mal físico, que proviene de la naturaleza desordenada como consecuencia del pecado, no es querido directamente por Dios, pero lo permite para conseguir un bien superior. Ejemplo: la muerte de su Hijo en la cruz y nuestra redención.

El mal moral es el propio del hombre, el pecado. Es el que ocurre en el reino de la libertad. Propiamente es el único mal verdadero, pues Dios no lo quiere ni directa ni indirectamente. Sólo lo permite como consecuencia de habernos creado libres, y siempre buscando un bien mayor, nuestra redención (Sal 5:5; Eclo 15:20).

El misterio de por qué el hombre a veces elige el mal en lugar del bien es porque en realidad quiere el bien al cual el mal está unido. Ejemplo: La búsqueda del placer en un acto carnal deshonesto. Ningún hombre puede querer directamente el mal, ya que el concepto de lo bueno coincide con el de apetecible, y el mal se opone al bien, por lo que es imposible que un mal, en cuanto tal, sea apetecido.[10]

Concluyendo pues diremos que la existencia del mal no tiene como causa a Dios, sino al pecado (Gen 1-3); que el mal no tiene causa de suyo más que en el bien, tal como nos decía San Agustín[11] y también Santo Tomás (Summa Theologica, Iª, q. 49, a. 1).

Creacionismo versus Evolucionismo

No es este el lugar de estudiar el problema del evolucionismo. De hecho, hace varios meses escribí un artículo al respecto[12]; ahora sólo veremos hasta qué punto son compatibles o no ambas “teorías”, y en qué sentido podríamos o no hablar de un evolucionismo compatible con nuestra fe cristiana. Sobre el tema hay una bibliografía muy extensa y totalmente de fiar.[13]

La pasión con que han defendido los evolucionistas su posición se ha convertido, a veces, en una auténtica obsesión que ha llevado al silenciamiento de las críticas fundadas por parte de otros científicos o filósofos, e incluso a la falsificación o adulteración de datos científicos.[14]

El problema se agravó por la falta de respeto a los límites de la propia ciencia por parte de aquéllos que participaban en el debate. En efecto, hay tres tipos de ciencias que se dedican al estudio del origen del mundo, de la vida y del hombre; a saber, la ciencia empírica, la filosofía y la teología. Cada tipo tiene su propio método, su objeto formal y sus limitaciones. Cuando estos métodos y campos se confunden, ahí es cuando se cometen graves errores. Es frecuente encontrarnos a eminentes científicos que disparatan cuando sacan conclusiones filosóficas o teológicas. Y también es frecuente encontrarnos a filósofos y teólogos que abandonan su propio campo e intentan sacar conclusiones científicas cometiendo graves errores.

Lo primero que tenemos que hacer es precisar lo que entendemos por “evolucionismo”, pues normalmente hay gran confusión terminológica y muchas ambigüedades.

El evolucionismo no es: la simple afirmación de la existencia del cambio, ni la simple afirmación de la adaptación de las especies, ni la aparición sucesiva en el tiempo de formas diferentes de vida cada vez más complejas.

Por otro lado, el evolucionismo como tal no ha podido ser comprobado ni experimentado ni reproducido nunca.[15]

Cuando hablamos de “evolucionismo” se trata de la hipótesis que pretende explicar la causa del origen de las especies vivas por procedencia unas de otras, desde las más simples y primitivas a las más complejas. Según el evolucionismo darwinista, las especies provienen unas de otras por sucesivas transformaciones graduales hasta llegar al hombre. Estas transformaciones se producirían por medio de mutaciones aleatorias y sólo mediante la selección natural de los organismos más aptos. En el fondo el evolucionismo es un puro materialismo pues elimina cualquier intervención sobrenatural en la creación de los seres vivos.

La multitud de lagunas que presenta la teoría de la evolución ha hecho prosperar la llamada “teoría del diseño inteligente” que surge en 1990 a partir de los trabajos de Ph. E. Johnson, quien sostuvo que la doctrina evolucionista carecía de fundamentación científica y sólo se mantenía sobre los postulados de una filosofía materialista. Alex Fraizer, un tanto socarronamente afirmaba que el evolucionismo era una “dogma” y no una ciencia. Para apoyar su opinión decía:

“La hipótesis evolucionista puede explicar cualquier cosa cambiando las variables; las jirafas sobrevivieron porque tienen el cuello largo y pastan de las copas de los árboles; las ovejas sobrevivieron porque tienen cuello corto y pueden pastar del suelo; el toro sobrevivió porque tiene cuernos para defenderse y las vacas sobrevivieron porque no los tenían; los pájaros sobrevivieron porque tienen alas, y los peces sobrevivieron porque no las tienen; las aves que vuelan sobrevivieron porque podían volar, y las que no vuelan porque precisamente no podían hacerlo”.

La ciencia actual se ha hecho más humilde pues cada vez tiene más conciencia de lo que desconoce.[16]

La teología y la sana filosofía podrían aceptar una explicación de la realidad con evolución (si ésta se probara científicamente) ya que ésta nunca podría obviar la necesidad de la existencia del acto divino de la creación, conservación y concurso en la actividad del ser creado. El poder infinito de Dios es absolutamente necesario para que donde no hay nada en absoluto, ni vida, ni espíritu, aparezcan el ser, la vida o el espíritu. Pero este poder infinito podría haber decretado elegir un mecanismo evolutivo para la transformación y perfeccionamiento del mundo creado; aunque también podría haber elegido un mecanismo de creaciones originarias y sucesivas si así le hubiera complacido.

Nada dice la revelación sobre estos mecanismos intermedios, dejando el campo abierto a la ciencia positiva; en cambio sí que afirma la necesidad del acto creador. Ahora bien, hoy por hoy, los datos científicos que poseemos no sólo no apoyan la teoría de la evolución, sino que parece que van en contra de la misma.

Tampoco podemos caer en el error de los que defienden un creacionismo literal tal como aparece narrado en la Sagrada Escritura. Ello convertiría la Biblia en un libro de ciencias naturales, lo que no es verdad en absoluto, tal como lo afirmaron los Santos Padres y ha defendido siempre el Magisterio de la Iglesia (DS 3512-3519).

Así pues hay que insistir que, aún en la hipótesis de que se probaran los postulados del evolucionismo, éstos no afectarían a los principios teológicos del creacionismo, ni en teología ni en filosofía. Sólo un evolucionismo materialista y ateo que en absoluto puede ser científico, sino ideológico y filosófico, sería contrario a la revelación.[17] En el supuesto de que se probara el evolucionismo, sería absolutamente necesaria la intervención de Dios tanto en el origen de todo (creación), como en la aparición de la vida (la vida no puede producirse a partir de la materia) y del hombre (el espíritu no puede proceder de la materia). Son saltos cualitativos que exigen una causa omnipotente. Por el mero azar, sin una Mente y un Poder Infinitos, es imposible sostener la evolución.[18]

Con esto, acabamos esta primera parte del Capítulo 4, para hablar en el próximo artículo de la creación de los ángeles, y en el siguiente artículo de la creación del hombre.

Padre Lucas Prados

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[1] Para la elaboración de este artículo he seguido muy de cerca el Tratado de Creación y Elevación de J. Jorge García-Reyes, Chile, 2015.

[2] M.A. Tabet, “Introducción al Antiguo Testamento. I. Pentateuco y libros proféticos”. Palabra, Madrid, 2004. , pág 97, nota 170.

[3] Dado que el artículo es de suyo muy largo, no hablaremos en esta ocasión de la providencia divina.

[4] Cfr. Algunas de estas proposiciones en DS 3514.

[5] J. Morales, El misterio de la creación, Eunsa, Pamplona, 1994, págs., 47-48

[6] Actas de los Mártires, ed. D. Ruiz Bueno, Madrid, 1951, pág. 312.

[7] Pastor de Hermas, Visión V, Mand. 1.

[8] San Agustín, Confesiones, VII, 5,7.

[9] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 48, a. 1; De Malo, q. 1, a. 1.

[10] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 19, a. 9.

[11] San Agustín: “No hay otra fuente posible del mal sino el bien”.

[12] https://www.adelantelafe.com/los-limites-de-la-teoria-de-la-evolucion/ También puede encontrar artículos similares en www.adelantelafe.com haciendo una búsqueda de la palabra “evolucionismo”.

[13] J. Ferrer, Evolucionismo y Creación. Ciencias de los orígenes, hipótesis evolucionistas y metafísica de la creación, Eunsa, Navarra 2011; M. Artigas, Desarrollos recientes en evolución y su repercusión para la fe y la teología, en Scripta Theologica 32 (2000), págs., 249-273; S. Collado González, Panorama del debate creacionismo.evolucionismo en los últimos cien años en USA, en Anuario de Historia de la Iglesia 18 (2000), págs., 41-53

[14] Fue típico el famoso fraude del “Pithecanthropus Erectus” de Java, y que en realidad se trataba de la bóveda craneal fósil de un gibón gigante y un fémur humano hallado a catorce metros de distancia. O el caso del “hombre de Piltdown” que en realidad era la unión de un cráneo del pleistoceno con una mandíbula moderna de mono que limó y coloreó. O la falsedad del famoso “hombre de PeKin”, que en realidad se reconstruyó a partir de un solo diente. Estos casos se multiplican y pueden verse en cualquier libro científico serio que hable del tema.

[15] Cfr. La controversia al respecto en J. Wells, Darwinism and Intelligent Design, Regnery Publishing, Washington, 2006, págs, 61-71.

[16] A. Fernández, Teología Dogmática, BAC; Madrid, pág. 494.

[17] Cfr. F. J. Ayala, La Teoría de la evolución. De Darwin a los últimos avances de la genética, Temas de Hoy, Madrid, 1994

[18] J. A. Sayés, Fe y Evolución, Conferencia.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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