Confieso mi error con el Papa Francisco
Opera Mundi /Carta Maior [Brazil]

Cristo guerrillero
1969
Provengo de una familia judía muy conectada con las ideas socialistas y el ateísmo desde hace cuatro generaciones.
El último de mi linaje que creyó en Dios debió de morir a comienzos del siglo pasado.
La Navidad no tiene para mí ningún significado especial, aunque he aprendido a respetar a los que celebran el nacimiento de Jesús.
Pero deseo aprovechar la oportunidad de esta Nochebuena para hacer una confesión.
Hace un año y medio, escribí para Opera Mundi uno de los artículos más equivocados de mi carrera periodística. El título lo dice todo … : «El Papa Francisco es la contra-revolución moderna«.
Soy consciente de que admitir los propios errores no es una costumbre muy apreciada dentro de mi profesión. Pertenecemos, después de todo, a ese grupo de profesiones en las que la credibilidad depende de manejar información y pronósticos correctos. Cuando se comete un error, el camino de salida más normal es forzar la realidad para que encaje en el traje que nosotros le hemos cortado. O dejar que pase el tiempo, esperando que los lectores olviden los graves errores cometidos. Como mucho, se publica una discreta columna reconociendo “nuestro error”, sólo para que quede constancia.
El error [esta vez] fue, sin embargo, tan absurdo que sería vergonzoso no reconocerlo públicamente. No es que vaya a cambiar nada para nadie, sino que deseo estar en paz con mi conciencia.
El resumen del absurdo análisis está en el párrafo que copio a continuación, en el que comentaba el pensamiento del nuevo pontífice, entonces recién elegido:
«No existe diferencia de ningún tipo en [su] enfoque…con respecto a lo que predicaban Juan Pablo II y Benedicto XVI. Siguen vigentes los mismos dogmas: la centralidad de la fe religiosa en los temas políticos y sociales, el combate irritado contra el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo, y la afirmación de la heterosexualidad como la única relación erótico-afectiva posible».
¿Queréis más?
«Desprovista de ritos aristocráticos y batallando con la vieja y corrupta curia, la Iglesia Católica se presenta a sí misma con un nuevo rostro, capaz de atraer al mundo a las mismas ideas de siempre».
Y aún más…
«El estilo de Francisco… aporta juventud, simpatía y humildad al rancio lenguaje de sus predecesores. A pesar de rechazar cualquier alteración de las decisiones que eliminaron a los grupos católicos que apoyaban las luchas del pueblo, su oratoria a favor de los pobres rejuvenece al Vaticano».
Para terminar con esto:
«La derecha encuentra en esta renovación una buena razón para el entusiasmo. Un papa reforzado y querido es un instrumento muy valioso para reducir la influencia de la izquierda sobre las clases sociales con menos recursos, especialmente en América Latina.»
Desde entonces, el Papa Francisco ha desmentido todos estos arrogantes pronósticos.
Además de batallar con la corte del Vaticano y sus intereses, ha lanzado una cruzada para que el catolicismo vuelva a estar en contacto con los movimientos sociales, asumiendo sus objetivos.
Lucha para reformar el discurso de la Iglesia sobre los derechos civiles, incluyendo un tema que hasta ahora había estado prohibido, como la bienvenida a la diversidad sexual y la defensa de la salud de la mujer cuando se contrapone al dogma religioso. Ha tendido su mano a la izquierda latinoamericana, apoyando las experiencias progresistas y rechazando los vínculos entre las organizaciones católicas y las conspiraciones conservadoras. Por si esto no fuera suficiente, el papa Francisco fue decisivo en las conversaciones que llevaron a Estados Unidos a restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba, tras más de cincuenta años de ruptura.
Cometí el error de compararle con sus predecesores, patriarcas de la reacción Ultramontana que se había establecido en la Iglesia desde los años 80. La comparación adecuada hubiera sido, por el contrario, con la etapa de Juan XXIII, que condujo a la reforma de la institución en la década de 1960 y abrió el espacio para la Teología de la Liberación. El papa argentino, por cierto, puede ser menos fuerte que el jefe del Concilio Vaticano II, pero su programa es más profundo y más herético.
La primera persona que intentó abrir mis ojos al error que había cometido y publicado fue Joao Pedro Stedile, el valiente líder del MST [Movimiento de los Sin Tierra] y de Via Campesina, que es uno de los principales interlocutores laicos de Francisco. Tardé bastante tiempo en hacerle caso. Gradualmente, me fui dando cuenta de que me había dejado contaminar por prejuicios y fantasías [personales].
Vivir y aprender.
Reconozco hoy que el papa está llevando una revolución al catolicismo, que debe observarse y compartirse por las fuerzas progresistas del planeta. No se si tendrá éxito, porque las corrientes reaccionarias pueden todavía tener una inmensa fortaleza. Lo que importa, sin embargo, es que esta noche la Misa del Gallo la celebrará por segundo año consecutivo, un Papa que ha mostrado su compromiso con los pobres y con el cambio.
En cuanto a mi, si fuera cristiano, habría que imponerme algún tipo de penitencia, por las precipitadas conclusiones que plasmé en 2013. Lo bueno de ser ateo es que basta con hacer autocrítica.
[Fuente. Traducido por Blanca Lozano Martínez. Artículo original]