El papa Francisco, Biden y los «católicos postinstitucionales»

¿Cómo se reflejará la elección de Biden en la vida de la Iglesia?

Biden es el segundo presidente católico en la historia de los Estados Unidos después de John Fitzgerald Kennedy pero, como señala Massimo Faggioli en su libro Joe Biden e il cattolicesimo negli Stati Uniti (Scholé, Brescia 2021), se encuentra en una situación  inversa. Kennedy tenía el problema de conciliar su fe religiosa con un país en el que la clase dirigente siempre había sido protestante y los católicos estaban considerados un cuerpo extraño, en general poco instruidos y más fieles al Papa que a las libertades democráticas. Hoy en día, por el contrario, los católicos forman parte de los órganos de gobierno y el Tribunal Supremo, y el problema que se le plantea a Biden es afrontar la división que existe dentro del mundo católico, polarizado entre dos formaciones políticas y religiosas. Dicha polarización se acentuó tras la derrota de Hillary Clinton en 2016, cuando el papa Francisco se convirtió en el ícono de la izquierda internacional y Donald Trump se vio obligado a presentarse como una figura alternativa a su pontificado.

Ahora Trump ha abandonado la escena pública y el arzobispo Carlo Maria Viganò, que ha sido la voz del movimiento antibergoglista en EE.UU., ha quedado debilitado mientras sale reforzada la postura del papa Francisco, que ya no tiene un enemigo en el nuevo presidente estadounidense, sino un aliado. No sorprenden, pues, las recientes declaraciones de Francisco, que podrían ser el preludio de una condena a sus opositores internos pero suscitan más interrogantes todavía. En la audiencia del pasado 30 de enero, dirigiéndose a los miembros de la Oficina de Catequesis de la Conferencia Episcopal Italiana, el papa Francisco afirmó que el Concilio Vaticano II «es magisterio de la Iglesia. O estás con la Iglesia y por tanto sigues el Concilio, y si no sigues el Concilio o lo interpretas a tu manera, como quieres, no estás con la Iglesia. A este respecto tenemos que ser exigentes, severos. No, el Concilio no se negocia». Estas afirmaciones dan a entender que, para el papa Francisco, quien critica el Concilio se sale de la Iglesia. Pero hoy en día las críticas al Concilio no proceden de una minoría de tradicionalistas tercos, sino de un sector creciente del catolicismo que se ha dado cuenta de la catastróficas consecuencias del Concilio Vaticano II. Dice Massimo Faggioli en su libro que «de los años ochenta y noventa para acá en EE.UU. (y no sólo en ese país) ha ido tomando forma un catolicismo cada vez más crítico del Concilio y sus aperturas (…) Una nueva generación de católicos está revisando lo que sucedió en la Iglesia en los años cincuenta y sesenta y está reaccionando contra la teología nacida del Concilio» (p.164). ¿Es ese sector de opinión el blanco de las polémicas palabras de Francisco?

Por lo que respecta a los tradicionalistas, una carta de la Comisión Ecclesia Dei del 25 de marzo de 2017 comunicó la decisión del papa Francisco de conceder a todos los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X «facultades para confesar válidamente, asegurando la posibilidad de que la absolución sacramental de los pecados por ellos administrada sea recibida válida y lícitamente», y autorizaba a los obispos para que «concedan las licencias para asistir a los matrimonios de fieles que siguen la actividad pastoral de la Fraternidad». ¿Cómo se puede conciliar esta benevolencia hacia las posturas de la Fraternidad San Pío X, el instituto religioso que con más firmeza rechaza el Concilio Vaticano II, con unas declaraciones según las cuales quien critica el Concilio se aparta de la Iglesia? Es más, ¿qué significa «seguir el Concilio»? ¿Observar sus documentos al pie de la letra? Pero no se hace mucho caso de esos documentos, empezando por las indicaciones en materia litúrgica de la constitución Sacrosanctum Concilium. Otros documentos conciliares son poco claros y se prestan a interpretaciones contrarias. ¿Comparte el papa Francisco la hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI, según la cual hay que interpretar dichos documentos en coherencia con la Tradición de la Iglesia, o habría que interpretarlos según el espíritu del Concilio, como propone la Escuela de Bolonia? En este último caso, ¿habría que considerar también ajena a la Iglesia la hermenéutica de Benedicto XVI?

En sus declaraciones del 30 de enero, Francisco dijo que la oposición al Concilio le hace pensar en «un grupo de obispos que después del Vaticano I se fueron, un grupo de laicos, otros grupos, para continuar la “verdadera doctrina” que no era la del Vaticano I. “Nosotros somos los verdaderos católicos”… Hoy ordenan a mujeres. La actitud más severa, para custodiar la fe sin el magisterio de la Iglesia, te lleva a la ruina. Por favor, ninguna concesión a los que intentan presentar una catequesis que no sea concorde con el Magisterio de la Iglesia».

El papa Francisco se refiere a los veterocatólicos, que en 1870 rechazaron el dogma del primado pontificio, fueron excomulgados y abandonaron la Iglesia. Pero a algunos teólogos ultraprogresistas como Andrea Grillo no les han caído bien las críticas de Francisco a esos católicos disidentes. Grillo opone la desobediencia de los viejos católicos a la obediencia al canciller alemán Otto von Bismarck, que aceptó instrumentalmente la postura del Concilio Vaticano I a fin de poder dominar mejor a los obispos de Alemania. Según Grillo, la postura de Biscmarck «señalaba una posible deriva: la reducción al Papa de toda autoridad en la Iglesia, la cual, casi un siglo después, el Concilio Vaticano II  ha reemprendido con sumo cuidado. (…) Ahí está el quid de la cuestión: la obediencia al Concilio Vaticano II supone la adquisición estructural de su índole pastoral. Es decir, una diferencia entre la «sustancia de la tradición” y la «reformulación de su envoltura.» La gran época inaugurada por el Concilio –en cuyos comienzos apenas estamos– pasa por repensar a fondo las «formas institucionales» en su relación con la «sustancia de la tradición». (…) Podríamos así descubrir que ciertos elementos que hace 150 años pudieron llevar a algunos a no aceptar el Concilio Vaticano I, hoy en día, a la luz del Vaticano II, podrían haber llegado a ser patrimonio común».

Repensar las formas institucionales, como propone Grillo, es precisamente lo que Faggioli critica en su libro al definir la estrategia perdedora de aquellos a los que califica de católicos postinstitucionales. Tanto Grillo como Faggioli militan en la izquierda católica, pero este último rechaza la opción postinstitucional del progresismo estadounidense, y le gustaría que Biden pudiera llevar el catolicismo liberal al cauce institucional para poner coto al avance de los conservadores. Ahora bien, el postinstitucionalismo no sólo es un callejón sin salida para los progresistas, sino también para los conservadores y los tradicionalistas. En tanto que los críticos del Concilio respeten en la forma y en la sustancia la jerarquía de la Iglesia, sus condenas no pueden ir más allá de una reprimenda mediática. Para una censura canónica faltan las premisas lógicas, antes incluso que las jurídicas. Otra cosa sería que alguien quisiera adoptar una postura extrainstitucional incitando a una rebelión abierta contra la jerarquía eclesiástica. En ese caso, no sería difícil encontrar  pretextos  para una condena que, aun limitándose canónicamente al acto de desobediencia, en el plano mediático serviría de pretexto para extenderla a todos los que se opongan al Concilio. El motivo para respetar la dimensión institucional de la Iglesia no es política, sino sobrenatural. En ciertos casos es legítimo corregir filialmente al clero, el Papa incluido, pero en el Cuerpo Místico de Cristo no se puede separar el alma del cuerpo; no se puede disociar el elemento espiritual del jurídico, lo invisible de lo visible. Éste es el misterio profundo, pero vivificante, de la Iglesia Católica.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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