Homilía de la Misa en Santa Marta
“El silencio es la nube que cubre el misterio de nuestro trato con el Señor”
En la historia de la salvación, ni el clamor ni la estridencia, sino la sombra y el silencio son los lugares en los que Dios decidió manifestarse al hombre. Confines evanescentes en los que su misterio tomó forma visible, se hizo carne. En la Anunciación, propuesta en el evangelio de hoy, el Ángel dice a María que el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra. Es como la sombra con la que se hizo la nube con la que Dios protegió a los hebreos en el desierto.
El Señor siempre cuidó y cubrió el misterio. No le hizo publicidad. Porque un misterio que hace publicidad no es cristiano, no es el misterio de Dios: ¡es un falso misterio! Es lo que le pasó a la Virgen, cuando recibe a su Hijo: el misterio de su maternidad virginal queda oculto. ¡Queda cubierto toda la vida! Y Ella lo sabía. La sombra de Dios, en nuestra vida, nos ayuda a descubrir nuestro misterio: el misterio del encuentro con el Señor, del camino de la vida con el Señor.
Cada uno de nosotros sabe cómo obra el Señor misteriosamente en nuestro corazón, en nuestra alma. ¿Y cuál es la nube, el poder, cómo es el estilo del Espíritu Santo para cubrir nuestro misterio? Esa nube en nuestra vida se llama silencio: el silencio es la nube que cubre el misterio de nuestro trato con el Señor, de nuestra santidad y de nuestros pecados. Un misterio que no podemos explicar. Pero cuando no hay silencio en nuestra vida, el misterio se pierde, desaparece. ¡Protejamos el misterio con el silencio! Esa es la nube, ese es el poder de Dios para nosotros, esa es la fuerza del Espíritu Santo.
La Madre de Jesús fue el perfecto icono del silencio. Desde el anuncio de su excepcional maternidad hasta el Calvario. Pienso cuántas veces cayó y no dijo lo que sentía para proteger el misterio del trato con su Hijo, hasta el silencio más crudo, al pie de la Cruz. El evangelio no nos dice nada: si dijo una palabra o no… Estaba silenciosa, pero dentro de su corazón, ¡cuántas cosas le diría al Señor! ‘Tú, aquel día -es lo que hemos leído- me dijiste que sería grande; tú me dijiste que le sería dado el Trono de David, su padre, que reinaría por siempre, y ahora lo veo ahí’. ¡La Virgen era humana! Y quizá tenía ganas de decir: ‘¡Mentira! ¡He sido engañada!’. Lo decía Juan Pablo II hablando de la Virgen en ese momento. Pero Ella, con el silencio, cubrió el misterio que no entendía y dejó que ese misterio pudiera crecer y florecer en la esperanza.
El silencio es lo que protege el misterio, por lo que el misterio de nuestro trato con Dios, de nuestro camino, de nuestra salvación, no puede ser aireado ni publicitado. Que el Señor nos dé a todos la gracia de amar el silencio, de buscarlo y tener el corazón protegido por la nube del silencio.