“Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”

En el Evangelio de este Domingo XXIII después de Pentecostés (Mt 9, 18-26), con la curación de la hemorroísa y, sobre todo, con la resurrección de la hija de Jairo se nos muestra que nuestro Señor tiene poder sobre la vida y sobre la muerte.

Por tanto, se nos invita a pensar en el final de nuestra propia vida terrena, en nuestro destino eterno más allá de la muerte, que es también objeto de nuestra fe pues creemos en la «resurrección de los muertos». Nos acercamos al término del año litúrgico, para el que ya sólo quedan dos semanas, y esta última etapa del calendario es muy adecuada para abordar esta verdad de nuestra fe que se complementará el próximo Domingo y en el primero de Adviento con la consideración de la segunda venida de Cristo en gloria y majestad al fin de los tiempos. Como decimos en el Credo: «…de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá finEspero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro».

Se trata de algo tan fundamental, de una realidad tan conectada al misterio de Cristo, que san Pablo puede afirmar: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado» (1Cor 15, 16). Quiere esto decir que Jesucristo y los fieles «son un mismo místico cuerpo, cuyos miembros participan del destino de la Cabeza. Niegan, pues, su propia resurrección quienes no creen en la del Señor»[1]. .Y es que «no es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20, 38). Es un Dios vivo y fuente de vida eterna para quienes están unidos a Él por la gracia santificante.

Por eso, la Epístola (Flp 3, 17-21; 4, 1-3) nos recuerda que creer en la vida eterna y en la resurrección de los muertos no es un acto de fe sin valor para la vida presente sino todo lo contrario. «Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo» (3, 20). «Aquí se nos llama la atención sobre la maravillosa gloria de esta Resurrección que nos traerá Jesús, mostrándonos que la plenitud de nuestro destino eterno no se realiza con el premio que el alma recibe en la hora de la muerte»[2]. Desde la perspectiva de la venida de Cristo a juzgar al mundo, el apóstol san Pablo, consciente de que hemos de rendir cuentas ante el tribunal de Dios, manifiesta a los cristianos su deseo de que el mismo Jesús les dé fuerza para que realicen toda clase de obras buenas: «manteneos así, en el Señor» (4, 1).

II. Esta verdad de nuestra fe nos da grandes lecciones para la vida cristiana:

– Nos enseña a aprovechar bien cada uno de los días de nuestra existencia, como si fuera el único, sabiendo que ya no se repetirá jamás.

Dios nos da la gracia que necesitamos para vivir la fe con coherencia y producir buenas obras que nos conduzcan a una vida eterna feliz junto a Él. Precisamente porque creemos que nuestros cuerpos resucitarán y, unidos de nuevo al alma, vivirán para siempre y porque creemos también que, cuando nos presentemos ante el tribunal de Dios, Él dará a cada uno según su conducta, toda nuestra vida ha de estar orientada por caminos de santidad, produciendo muchas obras buenas de todo tipo y, así, resucitar a una vida eterna y feliz. Nadie tiene más motivos que un cristiano para cumplir con fidelidad sus deberes, incluso los temporales: trabajar para dar gloria a Dios y hacer penitencia, atender las necesidades de la propia familia, servir a los demás…; cada uno en su tarea, desde el lugar que ocupa en la sociedad y en la Iglesia.

– La fe en la resurrección nos ayuda también a poner en su dimensión real la preocupación por los bienes terrenos y presenta en sus justas proporciones las realidades que nos ocupan, respetando la jerarquía entre ellas. Para que así no nos dejamos seducir por cosas que son pura apariencia, que son pasajeras. Frente a tanta falsedad como nos acecha en el mundo en que vivimos, frente a tantas ofertas vanas e inconsistentes, son muchas veces las que tanto en el Evangelio como en las cartas de los Apóstoles se nos advierte que surgirán falsos maestros y que hemos de estar atentos para no dejarnos embaucar.

Hoy un cristiano necesita capacidad de discernir para detectar y denunciar las falsedades sobre las que se construye el mundo moderno al perder su fundamento sobrenatural en la verdad que Dios nos ha revelado y en el cumplimiento de su Ley. En estos tiempos de confusión es necesaria más que nunca una fe firme, vigilante y bien formada.

A la Virgen María, Madre del Verbo encarnado, le pedimos que sostenga el testimonio de todos los cristianos, para que se apoye siempre en una fe firme y perseverante en la vida eterna de manera que en nuestra peregrinación terrena usemos las cosas temporales de tal modo que no perdamos las eternas.


[1] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in 1Cor 15, 16.

[2] Ibíd, in: Flp 3, 20.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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