Lo admito: soy abogado. Y por lo mismo tengo un hábito profundamente arraigado de querer llegar de inmediato al meollo del asunto, para tener una sinopsis, con la esperanza de revelar la esencia del mismo.
Sobre lo que yo llamo el sínodo de la condenación o el falso sínodo, el meollo de la cuestión es el siguiente: Francisco ha concebido, puesto en marcha, y controlado de principio a fin una camarilla de subversivos modernistas que intentaron derrocar el edificio moral de la Iglesia, pero no pudieron llevarlo a cabo, al menos en esta ocasión.
A pesar de las artimañas preparadas para el Sínodo 2015, a pesar de agrupar a un electorado sinodal con 45 progresistas, escogidos por Francisco para compensar el lado conservador y asegurar el triunfo de su voluntad (y pasarlo ridículamente como el «Espíritu» en el trabajo del Aula del Sínodo), la mayoría de los participantes en él aun así rechazó el intento de obligar colectivamente a aceptar como «su» Relatio final, el abominable Instrumentum laboris. En ese documento, entre otros elementos atroces encontramos: la comunión sacrílega «caso por caso» para los adúlteros públicos, la sugerencia de abrirse a la aceptación de las «uniones homosexuales» en la sociedad civil, y el reducir el mal intrínseco de la anticoncepción a una cuestión de conciencia personal.
Ante una rebelión como la de 2014, Francisco se vio obligado a retirar el Instrumentum, reemplazándolo con un documento «compromiso» redactado apresuradamente, que se movió un paso atrás después de que el «viaje sinodal» ya había avanzado dos pasos hacia el destino en el cual Francisco exigía claridad sobre el hecho de que los adúlteros que se han «vuelto a casar» civilmente, tengan acceso a la absolución y sean admitidos a la sagrada comunión sin el compromiso de cesar en sus relaciones sexuales adúlteras.
Enfurecido por la amenaza de la retirada, Francisco denunció a la oposición episcopal conservadora en el último día del sínodo, declarando que el sínodo trataba de «poner al descubierto los corazones cerrados, que con frecuencia se ocultan incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o de las buenas intenciones, con el fin de sentarse en la silla de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y familias heridas.» Sí, aunque parezca increíble, tenemos un Papa que denuncia a obispos por «esconderse» detrás de la doctrina católica.
Fue Moisés el que permitió el divorcio y fue Cristo quien lo prohibió de una vez por todas, pero al parecer son detalles que se le borraran de la memoria a Francisco, que parece decidido a volver exactamente a algo parecido a la Ley de Moisés. Los párrafos que «comprometen» sobre este tema, 84 al 86, y que apenas alcanzaron los 2/3 de mayoría a pesar del apilamiento de votos, abren claramente la puerta a ese resultado final. Como el valiente defensor de la fe, el obispo Atanasio Schneider escribió en un artículo publicado por Rorate Caeli, los redactores del documento «compromiso» (también escogidos por Francisco) «enmascaran su negación práctica de la indisolubilidad del matrimonio y de una suspensión del sexto mandamiento sobre la base del caso por caso, con el pretexto del concepto de la misericordia, y el uso de expresiones tales como: «camino de discernimiento, » acompañamiento”, “orientaciones del obispo”, »el diálogo con el sacerdote», el «foro interno», «una integración más plena a la vida de la Iglesia», «una posible supresión de la imputabilidad sobre la convivencia en uniones irregulares …»
Quiero hacer énfasis en la frase «orientaciones del obispo» (es decir, cualquier orientación que el obispo local quiera hacer con respecto a la admisión de los adúlteros públicos a los sacramentos). Esta, al parecer, será la puerta trasera por la que Francisco espera obtener el resultado que él exige. Como se lo dijo a su amigo ateo militante, Eugenio Scalfari, por teléfono después del sínodo: «La opinión diversa de los obispos es parte de esta modernidad de la Iglesia y de las diversas sociedades en las que opera, pero el objetivo es el mismo, y para ello, se refiere a la admisión de los divorciados a los sacramentos, [que] confirma que este principio ha sido aceptado por el sínodo. Este es el resultado final, las evaluaciones de facto se confían a los confesores, pero al final no importa si se toma el camino más rápido o más lento, todos los divorciados que lo pidan serán admitidos.»
Después de que esta bomba fuera publicada en el periódico favorito del Papa, La Repubblica, el padre Lombardi emitió, como es su costumbre, un pobre intento de una «negación oficial», que en realidad no niega nada, sino simplemente cuestiona la credibilidad de Scalfari en general (a pesar de que las principales entrevistas de Scalfari con Francisco se han publicado en forma de libro con el consentimiento del Papa). Brilla por su ausencia, como siempre, la indicación de que Lombardi haya preguntado a Francisco, ni siquiera indirectamente, si él dijo lo que le atribuye Scalfari. Por supuesto, Lombardi no investigó porque él no quiere saber la respuesta. El juego Francisco-Scalfari-Lombardi continúa.
Por lo tanto, en este punto parece obvio lo que va a suceder, todo excepto un milagro. ¡Prepárense para el último avance del «régimen novedoso» post-conciliar: ¡la verdad regional! A modo de exhortación apostólica post-sinodal o de lo contrario, quedaría en manos de los obispos de cada país decidir, de acuerdo con sus «orientaciones» en «sociedades diversas,» continuar la enseñanza de Juan Pablo II, Benedicto XVI y toda la tradición bi-milenaria de la Iglesia sobre la imposibilidad de admitir adúlteros públicos a la santa comunión sin una enmienda de vida. Dependiendo de donde viva uno, una enseñanza intrínsecamente conectada a la indisolubilidad del matrimonio se defenderá como una verdad esencial o se abandonará como un «obstáculo«, término que a Francisco le gusta utilizar.
Si esto sucede (Dios no lo quiera) la Iglesia se fragmentará inmediatamente en numerosos cismas, con una práctica que socavará la indisolubilidad del matrimonio en algunas diócesis o países, mientras que en otros la práctica seguirá siendo defendida, al menos por un tiempo. Está en juego aquí, nada menos que la universalidad de la Iglesia católica, que la distingue de todas las demás entidades religiosas.
No es de extrañar que la Hermana Lucía de Fátima dijera al cardenal Caffarra que «la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será sobre el matrimonio y la familia». El resultado de esa batalla final será por supuesto la victoria de Cristo. Pero cada batalla tiene sus víctimas, y aquí las bajas pueden ser muy numerosas antes de que la batalla haya terminado y que la locura que hizo erupción en el Aula del Sínodo en Roma, se exorcice de la Iglesia por el único instrumento humano de la gracia de Dios que puede lograr la hazaña: un Papa santo, ortodoxo y valiente.
Christopher A. Ferrara.
[Traducción Cecilia González. Artículo original]