“Festina, Domine, non tardaveris” (Apresúrate, Señor, no tardes)

Es la invocación de los creyentes en Cristo en los momentos difíciles, especialmente cuando, tras haber superado muchas adversidades, sufrimientos físicos y morales, se ha llegado hasta el agotamiento de la paciencia y de toda energía moral. Hoy quizá, no hemos llegado todavía a los límites extremos, pero a este paso llegaremos pronto. Y no se trata sólo de superar dificultades económicas o dramas familiares que inciden sobre el humor de la gente, porque incluso ante semejantes imprevistos hay siempre algún buen samaritano que nos ayuda; son las situaciones personales psicológicas y espirituales que, sumadas a las demás, pueden conducir a la depresión y tal vez a la desesperación.

Por ahora nos encontramos todavía en un clima sostenible por lo que se refiere a la paz social – para quien tiene todavía un residuo de paciencia y algo de energía de reserva – pero hay pocas esperanzas para un futuro digno para las Naciones europeas, asaltadas por emigrantes de diferentes etnias, pertenecientes a distintas culturas y religiones. Una pregunta lógica: ¿quién ha organizado todo esto?

Quizá, lo que estamos viviendo hoy es sólo un periodo de prueba, permitido por Dios por motivos que no entendemos por ahora, pero que podrían revelarse como importantes para la conversión o el retorno de todos a la Religión católica, la única que salva mediante la fe en Jesucristo. Pero la acogida “benévola” que concedemos a los prófugos provenientes de diferentes Naciones, ¿cómo podrá ser determinante para la conversión a la verdadera Fe – cuando se cumplan los tiempos establecidos por la Providencia – si les ofrecemos un testimonio negativo como la gran apostasía de resonancias bíblicas? ¿Pueden los proyectos humanos tal vez coincidir con los proyectos divinos?

El mismo dilema podría surgir, al final de los tiempos – según la profecía de San Pablo – cuando el pueblo judío de la Antigua Alianza se convierta en masa a Jesucristo: un evento de excepcional resonancia, que tendrá reflejos positivos sobre todos los pueblos de la tierra.

Personas autorizadas afirman que, desde hace tiempo, a pesar del silencio oficial, muchos judíos se han convertido ya a la Religión católica. La segunda venida de Jesús a la tierra podría acoger el retorno al redil de las ovejas perdidas de Israel, para formar un solo rebaño, bajo la guía de un solo Pastor.

La hipocresía elevada a sistema

El mundo actual es como un gran campo de maleza espinosa que hace daño a las pocas flores perfumadas, que sobreviven con dificultad. En efecto, los malos instigados por Satanás, padre de la mentira, se han adueñado de las estructuras principales de la sociedad civil – y también de la religiosa –, esforzándose por dar una apariencia de normalidad y legalidad a todo el sistema político y social con prepotencia y autoridad, “para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos” (Mt 24, 24). Éstos, muy inferiores respecto al número de los impíos, al no poder modificar el sistema, se dirigen con gran sufrimiento al Cielo con fervientes oraciones, implorando con todas sus fuerzas una ayuda eficaz que sólo Dios puede dar: “¡Ven pronto, Señor Jesús!” (cfr. Ap 22, 24).

Alguien podría objetar: ¿por qué agitarse tanto, cuando no hay signos manifiestos de eventos que hagan referencia a los últimos tiempos?

Aparte de la cronología de los eventos, esperados con ansia, muchas son las señales premonitorias que se refieren a los últimos tiempos, aunque las autoridades no se pronuncian por “prudencia”. He aquí algunos:

  • el tercer secreto de Fátima desvelado en el 2000 es digno de poca confianza porque ha sido manipulado;
  • la presencia injustificada de dos Papas en la Iglesia católica;
  • el papa Francisco es contestado a causa de su política, de su modernismo y de su ecumenismo.
  • algunas palabras atribuidas al papa Francisco son veladamente “corregidas” por los periodistas;
  • sin embargo, aumentan en gran manera los prelados que contestan al Papa o disienten de sus iniciativas.

La hipocresía generalizada no es sólo una prerrogativa de los políticos, a la cual estamos habituados, sino que está difundida también entre el pueblo cristiano y entre los miembros de la Jerarquía, que se adecúan gradualmente a la marcha general, haciendo pasar a menudo la mentira como verdad.

Nosotros creyentes, sin embargo, no podemos asumir las responsabilidades de los demás: los más sospechosos son claramente las autoridades laicas, cada una por su parte, responsables frente al prójimo de aquello que vienen a conocer y que deberán responder a Dios en el momento oportuno.

Debemos respetar y obedecer a los superiores, pero, cuando tenemos la consciencia de que las autoridades obedecen a superiores desconocidos, afiliados a la masonería, ¿cómo debemos comportarnos? ¡Este es el dilema que destroza desde hace tiempo nuestra sociedad civil y religiosa! ¡Y es también la causa del infame sufrimiento que hoy perturba a la Iglesia católica!

¿A quién debemos creer?

Es la pregunta que muchos se hacen hoy frente al personaje enigmático del papa Bergoglio, no acogido por todos como verdadero Papa y causa de diferentes declaraciones y gestos en una Iglesia ya probada por incertidumbres doctrinales, abandonos, rechazos y sobre todo por el riesgo de un cisma.

La atmósfera “pastoral” del pontificado de Bergoglio prepara ya el terreno a las novedades doctrinales para ir al encuentro de aquellos bautizados que, a causa del “rigor dogmático”, se han alejado de la Iglesia: semejantes remedios introducidos como novedades pastorales, querrían facilitar el ritmo de las “nuevas familias” o de “parejas irregulares” en la comunidad eclesial. ¿Pero a qué precio?

El nuevo curso, en efecto, choca contra muchos obstáculos que desde hace tiempo perturban a la Iglesia. Es necesario encontrar un escamotage que concilie los dos principios antagonistas: quizá el papa Francisco es la persona apta para ello – para llegar a la resolución de muchos problemas prácticos, sin interpelar a los teólogos fieles a la moral y a la doctrina tradicional.

Esto vale para la familia natural, muy perturbada hoy, pero también para otras cuestiones controvertidas de orden teológico, moral y ecuménico: este Papa parece precisamente elegido ad hoc, para resolver los problemas discutidos desde hace tiempo y siempre aplazados.

El gran “éxito” del papa Francisco relativo a la línea innovadora introducida por su Pontificado, parece haber comenzado con el cambio de la vieja Curia, como sucede a menudo: el sucesor de Pedro se ha rodeado de colaboradores aptos para el nuevo curso. En efecto, una de las novedades introducidas fue el nombramiento de nuevos cardenales favorables a las nuevas ideas, liberando de los cargos importantes a los cardenales más reacios a las novedades post-conciliares, aislándoles y excluyéndoles del gobierno de la Iglesia.

En resumen, una Jerarquía compuesta por personas de probada fidelidad y confianza, a la espera de poner en marcha las medidas que él se propone realizar como Cabeza visible de la Iglesia, pero que, por motivos de desacuerdo ideológico, no ha sido posible realizar precedentemente con una Curia vinculada a la Tradición apostólica multisecular. Esta podría ser la causa del retardo con el que el papa Francisco, con su sonrisa enigmática, parece caminar en su Pontificado, tras casi seis años desde su nombramiento, el 13 de marzo de 2013, con el consenso de muchos entusiastas, pero también con el disenso de otros tantos críticos.

Debemos prepararnos a otras sorpresas que provocarán muchas discusiones: en el curso de los siglos, ha habido varios cismas a causa de ideologías divergentes de la Doctrina tradicional, por iniciativas de teólogos contrarios al Magisterio papal; hoy, al contrario de lo habitual, ¡están en preparación por parte del Magisterio papal algunas disposiciones innovadoras que podrían provocar un cisma promovido por la comunidad de los creyentes que las rechaza por ser contrarias a la Tradición apostólica!

“Nuestro auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”

El mayor peligro que hoy amenaza al mundo no es tanto la guerra nuclear o bacteriológica, que no debe ser infravalorada, sino más bien la apostasía generalizada que implica no sólo al pueblo cristiano, sino también a los altos cargos de la Jerarquía, es decir, a aquellas Autoridades que deberían guiarnos por el camino de la salvación eterna: una verdadera catástrofe espiritual, porque abre las puertas del infierno a muchas almas desprevenidas, corriendo el riesgo de volver vana la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Todo esto parece una paradoja, pero con el paso de los años es cada vez más evidente: este tiempo debe quizá catalogarse como preparación a la manifestación del hombre inicuo.

Sería una ruina espiritual que llevaría a la humanidad a afrontar el juicio de Dios sin estar preparada, incrédula, sin esperanza de alcanzar el Reino prometido; un triste periodo, el actual, que algún místico define la hora de las tinieblas y el inicio de la gran purificación. Máxime cuando incluso por parte del clero diocesano se ha debilitado la catequesis sobre los grandes temas de los Novísimos – muerte, juicio, infierno y gloria –, es decir, sobre las verdades relativas a los últimos tiempos. Se habla mucho de la Misericordia de Dios y se descuida voluntariamente hablar de su Justicia.

Una situación paradójica, anunciada también como profecía (cfr. Apariciones de La Salette): en efecto, en la proximidad del final de los tiempos está previsto el silencio de las autoridades civiles y religiosas y, por tanto, la indiferencia y la apatía general, programadas por los enemigos de la Iglesia para daño de tantas almas que se presentarían sin estar preparadas al juicio divino.

Dios no quiere la ignorancia del pueblo cristiano, porque sería ante todo una derrota del sentido común, y está remediando a lo grande la necedad humana, por medio de las extraordinarias apariciones marianas con la promesa de asistir a los creyentes hasta el final. Quizá incluso con castigos ejemplares o con flagelos de sabor apocalíptico, para aquellos más lentos para comprender.

Nosotros católicos somos el nuevo pueblo elegido, pero, si con la apostasía damos un mal ejemplo al mundo, somos merecedores de un doble “castigo” no sólo porque hemos negado al Verdadero Dios, sino también porque servimos de escándalo a la humanidad con nuestro comportamiento.

Los católicos y los cristianos europeos que desde hace tiempo han renunciado a dar testimonio al mundo y sirven de escándalo a los seguidores de otras religiones – con la apostasía, la indiferencia, el paganismo, el relativismo y el ateísmo – son culpables, porque el mundo de hoy necesita testigos verdaderos y heroicos. La apostasía no es sólo escándalo para los cristianos tibios que esperan buenos ejemplos – sin excluir el testimonio heroico del martirio –, sino también para todos los seguidores de las falsas religiones que, por nuestra culpa, por nuestra indiferencia, no son animados a convertirse a la Verdad.

Los próximos años serán muy importantes para la Fe católica: tanto por las novedades poco edificantes de las autoridades, introducidas para aliviar los sufrimientos morales de la gente que soporta a disgusto los sacrificios y las renuncias, como por las señales sobrenaturales, como ulteriores confirmaciones de la presencia de la Virgen María, la enviada de Dios, para señalar a los hombres distraídos y desviados que el Cielo vigila y prepara cada vez más claramente a los hombres de toda raza y religión a la venida de Jesús, Rey del universo, tras la gran purificación necesaria para el mundo actual. Purificación cada vez más cercana y necesaria para sacudir a la gente sumergida en tantos problemas y cada vez más distraída y desviada sobre los eventos sobrenaturales que vuelven a llamar con fuerza a la vida eterna, la única capaz de satisfacer plenamente nuestras esperanzas. Abramos, por ello, nuestros corazones y preparémonos a eventos de gran impacto espiritual.

Marco

(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

SÍ SÍ NO NO
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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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