Guía de supervivencia católica. Segunda parte. El arte de morir preparado: una muerte buena y católica
Bona mors: una muerte buena y dichosa. Un concepto muy católico.
¿Hay que suponer que entre los católicos ha de cundir el pánico de una pandemia? Sólo si no están preparados para su muerte, pero han de evitar estar así. Cuando la mayoría de los católicos, por desgracia, no suelen estar preparados para su propia muerte, los momentos como el presente (incluso si se dejan llevar por las características del pánico en masa que impulsan los medios) son muy útiles a los fieles para concentrarse en la necesidad de preparar sus almas para la muerte.
En este sentido, momentos como el presente son una bendición. Mientras la muerte suele pillarnos por sorpresa (aunque, como católicos, debemos rezar para que no sea el caso), cuando tenemos entre nosotros un nuevo patógeno peligroso, no podemos decir razonablemente ante el Juez Formidable que “es que no sabíamos”. Sabíamos y sabemos, y ¿qué mejor tiempo para estar listos para una buena muerte?
La Primera Parte de la Guía de Supervivencia del diácono Nick Donnelly (que volvemos a subir aquí) está dedicada a la carga de una vida sin un acceso regular a los sacramentos (especialmente la Penitencia y la Sagrada Eucaristía); esta segunda parte está dedicada a la preparación para una buena muerte.
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El arte de morir bien (Ars moriendi) y oraciones para una buena muerte (Bona mors)
Por el Rev. Diácono Nick Donnelly
La epidemia del coronavirus COVID-19 ha puesto para muchos de nosotros la perspectiva de la muerte en un enfoque mucho más agudo. La ilusión de que viviremos hasta la ancianidad, que hacía a la muerte parecer una amenaza lejana, se ha rasgado dejándonos frente a la verdad de nuestra mortalidad. Algunos de nosotros podríamos sufrir una enfermedad crítica al contraer el COVID-19 e incluso complicaciones que amenacen nuestra vida. Los estrictos protocolos de cuarentena para parar la transmisión del virus y proteger a los trabajadores sanitarios significan que, muy probablemente, nos veremos privados del cuidado pastoral de nuestros sacerdotes en el lecho de muerte. Es esta una perspectiva que, con razón, nos preocupa a muchos en el momento presente. Podemos sentir una profunda ansiedad [por el temor de] vernos abandonados a soportar las tribulaciones de morir sin nuestros padres espirituales.
En estas circunstancias, la familiaridad y la práctica de dos devociones tradicionales nos ayudarán a enfrentarnos a la muerte con mayor paz mental, calma y compostura, y nos permitirán prepararnos a morir con esperanza cristiana. Estas dos devociones tradicionales son el Ars moriendi y la Bona mors, el arte de morir y las oraciones para una buena muerte. Incluso siendo jóvenes y sanos, a todos nos beneficiarían estas dos devociones, que nos ayudan a vivir la vida desde la perspectiva de la vida eterna.
Cristo resucitado transforma la muerte
La muerte es la consecuencia funesta del pecado de nuestros primeros padres, que expresa “la ira y la indignación de Dios” (Gen 2:17; cf. Decreto sobre el pecado original del Concilio de Trento, 1) La muerte es también la siniestra manifestación de nuestra cautividad del demonio, que “tiene el poder de la muerte” (Heb 2:14). Como explicaba san Agustín:
“Por lo que debemos decir que los primeros hombres fueron, en efecto, creados de tal modo que, si no hubieran pecado, no habrían experimentado ningún tipo de muerte; pero que, habiéndose vuelto pecadores, fueron de tal modo castigados que todo lo que surgiera de su raza sería también castigado con la misma muerte. Porque nada podría nacer de ellos sino lo que ellos mismos fueron. Su naturaleza se deterioró en proporción al tamaño de la condenación de su pecado, de modo que lo que existía como castigo en los que pecaron primero, pasó a ser una consecuencia natural en sus hijos”. (San Agustín, La ciudad de Dios, libro XIII, cap. 1).
Sólo por estas razones es comprensible que los individuos tengan un temor natural a la muerte, incluso si no son conscientes del origen sobrenatural de este temor. Según se acerque la muerte, todos tendremos que luchar contra este temor innato que, sin el fortalecimiento de la fe cristiana y la vida sacramental, puede ser aplastante.
La Resurrección de Nuestro Señor lo cambia todo. Como dice santo Tomás de Aquino, la Resurrección es “el principio y parangón de todas las cosas buenas” (ST III, q. 53, a. 1, ad 3). “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11:25).
A través de la humanidad que asumió el Hijo de Dios, Cristo cargó, por su muerte en la Cruz, el castigo de la ira y la indignación de Dios y liberó a la Humanidad del cautiverio del poder de muerte del demonio:
“La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?… ¡Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo!” (1 Cor 15:54-44, 57).
Es de la conquista de Nuestro Señor sobre la muerte y de su derrota de Satanás de donde se deriva al poder de transfigurar nuestra experiencia de la muerte que tienen el arte de morir bien y las oraciones para una buena muerte. Roban a la muerte su aguijón al llevarnos a una participación bautismal más profunda en su muerte y resurrección (Rom 6:4).
El arte de morir bien
En su famoso libro meditación sobre el arte de morir bien, san Roberto Belarmino S.J. empieza por exponer la esperanza cristiana fundamental, que energiza esta devoción: aunque la muerte no puede ser considerada un bien en sí misma pues se origina del pecado, Dios en su providencial sabiduría la ha “condimentado de modo que muchas bendiciones se originan de la muerte”. La mayor de las bendiciones es que puede convertirse en la puerta de la prisión de esta vida terrenal al Reino de Dios. Por ello, el punto de partida de Belarmino para el arte de morir bien es que, por la gracia de Cristo, “al hombre bueno, la muerte no le parece horrible sino dulce; no terrible, sino agradable”. Esta actitud ante la muerte la ejemplifica san Pablo cuando escribe: “pues, para mí, la vida es Cristo y morir, una ganancia” (Fil 1:21).
El profesor Eamon Duffy, en su fecundo libro sobre el catolicismo prerreformista de Inglaterra, expone el propósito y los elementos de los manuales medievales que guiaron a los sacerdotes en la preparación a la muerte de los que estaban mortalmente enfermos. Estas prácticas pastorales formaban la estructura y el contenido del Ars moriendi e incluían los siguiente elementos:
Primero. El sacerdote presentaba a los moribundos el crucifijo, que sostenía ante sus rostros para asegurarles que “en la imagen podían adorar a su redentor y tener presente su Pasión, que sufrió por sus pecados” (Desnudar los altares, p.314). La mística inglesa Juliana de Norwich describió el efecto de esta presentación del crucifijo mientras yacía gravemente enferma: “El párroco puso la cruz ante mi cara y dijo ‘Hija, te he traído la imagen de tu Salvador. Mírala y consuélate en ella, con reverencia al que murió por ti y por mí’ “ (Juliana de Norwich, Revelaciones, p. 128).
Segundo. El Ars moriendi hacía énfasis en el consuelo que se puede obtener al meditar con Cristo crucificado usando una meditación popular de san Bernardo. Esta meditación describía a Jesús en la cruz con sus brazos extendidos, la cabeza inclinada, para abrazar y besar al pecador. La herida de su costado, expuesta para revelar su amor ardiente. Su origen era una visión mística de san Bernardo, durante la cual vio a Cristo crucificado inclinarse desde la cruz para abrazarle y sostenerle. La compasión de Cristo crucificado hacia el pecador era un tema común en los escritos de san Bernardo:
“El mundo rabia, la carne es pesada y el demonio acecha en las trampas, pero yo no caigo, pues mis pies están plantados en la roca firme. Puedo haber pecado gravemente. Mi conciencia estará afligida, pero no estará agitada porque me acordaré de las heridas del Señor: fue herido por nuestras iniquidades. ¿Qué pecado hay tan mortífero que no pueda ser perdonado por la muerte de Cristo? Y así, si recuerdo este fuerte y efectivo remedio, nunca más me puede aterrar la malignidad del pecado” (Sermo 61, 3-5).
Tercero. En este contexto de la muerte del Señor en la cruz por nuestros pecados y de su compasión por los pecadores, el sacerdote cuestionaba al moribundo para incitarle a un espíritu de sincero arrepentimiento, el del que confía solamente en los sufrimientos redentores de Cristo. Como escribió san Agustín: “Por muy inocente que haya sido tu vida, ningún cristiano debería aventurarse a morir en ningún otro estado que el de penitente” (citado por el obispo Richard Challoner en su Jardín del alma). Eamon Duffy explica que el objetivo de esta interrogación era traer a los moribundos al conocimiento de su condición, aunque les turbara y asustara, porque era mejor molestar al moribundo con un temor y miedo saludables que permitirles caer en la condenación. El propósito de esto era evocar en el moribundo una declaración de fe en Cristo y verdadero arrepentimiento de sus pecados.
Cuarto. Tal declaración de fe y arrepentimiento fortalecería al moribundo para soportar el asalto final del demonio:
“El lecho de muerte es el centro de una lucha épica por el alma del cristiano, en la que el demonio usa toda su fuerza para que el alma dé la espalda a Cristo y a su cruz para el aborrecimiento o para la confianza propios. Contra estas tentaciones, la cruz y los ejércitos de los redimidos formaban para asistir al cristiano que moría. El dormitorio se convertía en un campo de batalla abarrotado, centrado en las últimas agonías del hombre o de la mujer de la cama” (Duffy, p.37).
Seguir el principio de que estar avisado es estar armado, el Ars moriendi preparaba al alma cristiana a identificar y resistir cinco tentaciones del demonio en el momento de la muerte:
- La tentación contra la fe. En el último momento, el cristiano que muere será tentado de apostasía, contra la que debe rezar para obtener la virtud de la fe y firmemente renovar su fe bautismal.
- La tentación de la desesperación. El demonio tienta al moribundo para que desespere del perdón de Dios, presentándole los pecados mortales como imperdonables, a lo que debe oponerse la oración por la virtud de la esperanza en el perdón de Dios.
- La tentación de la impaciencia enojada. El moribundo se ve tentado a rechazar la voluntad de Dios, que permite que sufra la enfermedad y la muerte, expresada por medio de la impaciencia y la frustración con la situación propia y contra los que le cuidan. Ha de afrontarla con la práctica deliberada de la paciencia, la contención y la caridad.
- La tentación del orgullo. Al verse frente al declive de su fuerza y la pérdida de control, el demonio tienta al moribundo a agarrarse desesperadamente a un falso sentido de seguridad, centrándose en los logros pasados y el estatus social. En vez de sumirse en esta ilusión, el cristiano debe abrazar la afirmación sincera de los propios pecados y cultivar la humildad, expresada como la total confianza en Dios.
- La tentación de un apego avaricioso a las personas y a las posesiones. Según se afronta la extrema pobreza de estar muerto, el demonio nos tentará a agarrarnos a nuestros conocidos y posesiones. Para contrarrestar esta ilusión, el moribundo debe buscar el desapego, aceptando desnudarse de sus facultades y seguridades familiares, abandonándose a Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:46).
Quinto. El Ars moriendi fortificaba y animaba a los cristianos a prestar batalla al demonio al afirmarlos en la presencia activa y la asistencia directa de los ángeles y de los santos. Les recordaba que estaban en la compañía de grandes pecadores que se convirtieron para hacerse grandes santos, como san Pedro, santa María Magdalena, san Dimas el buen ladrón y san Pablo. En su poema épico El sueño de Geroncio, san John Henry Newman retrata vívidamente el papel que juega nuestro ángel de la guarda en la hora de la muerte, asistiendo al alma en el juicio de Dios y protegiéndola de los asaltos finales de los demonios.
Sexto. La familia y los amigos tenían un papel importante en el momento en que expiraba la persona, al rezar en alto las oraciones para encomendarle. Como se indica en las rúbricas de las oraciones por los moribundos que contiene el misal romano tradicional:
“Cuando se acerque el momento de la muerte, todos los que están cerca del lecho de muerte deben rezar con gran sinceridad y de rodillas. Si el moribundo puede, debe decir: ‘Jesús, Jesús, Jesús’. Si no puede, alguno que esté cerca o el mismo sacerdote debe hacerlo con voz clara”.
Un Ars moriendi para la epidemia del COVID-19
Ante la perspectiva de estar en cuarentena en el hospital y privados de la asistencia de nuestros sacerdotes y familia a la hora de la muerte, es prudente practicar el arte de morir bien como una devoción frecuente. Lo que sigue está basado en la práctica tradicional, adaptada a las circunstancias actuales:
- Mira un crucifijo, o evoca uno con la imaginación, y adora a tu redentor. Rememora la pasión que sufrió por tus pecados.
- Medita sobre la compasión de tu Salvador hacia ti como pecador. Imagina a Jesús en la cruz con los brazos extendidos, la cabeza inclinada, que te abraza y te sostiene, ayudándote a mirar tus pecados.
- Comienza un examen general de tu conciencia, pidiendo al Espíritu Santo que te descubra los pecados de tu vida. Pide la gracia del arrepentimiento sincero, sin hacer excusas o racionalizaciones de las acciones pecaminosas y confiando únicamente en los sufrimientos redentores de Cristo. Si eres consciente de algún pecado mortal o serio, pide la gracia de hacer un acto de contrición perfecta, que te absolverá de esos pecados incluso en la ausencia de un sacerdote (bajo ciertas condiciones).
- Prevé que sufrirás el asalto final del demonio al morir. Pide gracia como sigue:
Contra la apostasía, reza por obtener la virtud de la fe y reafirma tu fe bautismal.
Contra la desesperación por los pecados, reza por obtener la virtud de la esperanza en el perdón de Dios.
Contra el enojo por morir, reza para obtener la virtud de la caridad para practicar la paciencia.
Para no agarrarte al orgullo, reza por obtener la humildad y la total confianza en Dios.
Para no apegarte a esta vida, reza por obtener el desapego y el abandono en la voluntad de Dios.
En el momento de la tentación, di también siempre “¡Jesús mío, misericordia! ¡María, socórreme!”
- Ora para obtener la asistencia de tu ángel de la guarda y la comunión de los santos, especialmente san Pedro, santa María Magdalena, san Dimas el buen ladrón y san Pablo.
- Si no puedes recibir el viático por la ausencia de sacerdote, haz una comunión espiritual por medio de un deseo ardiente de recibir la Sagrada Comunión.
- En el momento de la muerte reza en alto o en tu corazón “Jesús, Jesús, Jesús” o “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía”.
Oraciones para una buena muerte
Era antaño una práctica devocional popular entre los católicos rezar por una buena muerte en un tiempo en que la muerte repentina e inesperada era una realidad común en la vida diaria. En el siglo XVII los jesuitas, con aprobación papal, fundaron la confraternidad de la Bona mors para “preparar a sus miembros, mediante una vida bien regulada, a morir en paz con Dios”. Richard Challoner, el eminente obispo inglés de los Tiempos Penales[1], incluyó en su devocionario El jardín del alma las Letanías para una Buena Muerte, compuestas por “una joven que a los diez años de edad se convirtió a la fe católica y murió a los dieciocho en olor de santidad”.
San José, patrón de la buena muerte
Un elemento esencial de estas devociones es la veneración de san José como patrón de la buena muerte. Esta asociación de san José con la hora de la muerte se remonta a un texto devocional del siglo V, La vida de José el carpintero, que imagina a san José, temiendo una muerte inminente, siendo confortado por Jesús. José le dice a Jesús:
“¡Salve, mi muy querido hijo! Es cierto que la agonía y el miedo a la muerte ya me rodean, pero tan pronto oí tu voz, mi alma descansó. ¡Oh, Jesús de Nazaret! ¡Jesús, mi Salvador! ¡Jesús, el liberador de mi alma! ¡Jesús, mi protector! ¡Jesús! ¡Oh, el más dulce nombre en mis labios y en los de todos los que lo aman! Soy tu siervo. En este día te reverencio con toda humildad y ante tu rostro derramo mis lágrimas. Eres mi Dios enteramente”.
Desde el siglo V, una representación popular de la muerte de san José nos lo muestra abrazado por Jesús y María, la perfecta imagen de una muerte dichosa. San Alfonso Mª de Ligorio presenta la muerte de san José como el ideal de la muerte cristiana:
“Y por la asistencia que Jesús y María os dieron en la muerte, os pido me protejáis de un modo especial en la hora de mi muerte, de modo que al morir, protegido por vos, en compañía de Jesús y María, pueda agradeceros en el Cielo y en vuestra compañía alabar a mi Dios por toda la eternidad. Amén”.
San Francisco Silas S.J. observaba que “no hay lecho de muerte que jamás pudiera estar mejor asistido por testigos que fueran más consoladores”.
Varios papas han promovido la veneración de san José como patrón de la buena muerte. En su oración a san José, el papa León XIII escribió: “Escudadnos siempre bajo vuestro patronato para que, siguiendo vuestro ejemplo y fortalecidos por vuestra ayuda, vivamos una vida santa, tengamos una buena muerte y obtengamos la eterna alegría del Cielo. Amén”. El papa Benedicto XV animaba a los fieles a invocar a san José los miércoles como patrón de la buena muerte. Instó a todos los obispos del mundo para que promovieran su devoción:
“Particularmente, puesto que se le considera el protector más efectivo de los moribundos, ya que murió asistido por Jesús y María, será disposición de los pastores sagrados introducir y patrocinar, con todo el prestigio de su autoridad, las oraciones devotas que se han instituido para invocar a san José por los agonizantes, como “de la buena muerte”, o “del tránsito de san José por los agonizantes de cada día”.
San José, terror de los demonios
A la luz del asalto final del demonio en el lecho de muerte, también es sensato invocar a san José, “terror de los demonios”, como es descrito en su letanía. Favorecido por Dios con virtudes y gracias para proteger al Hijo de Dios y a la Santísima Virgen María, san José justamente aterroriza al demonio y a sus hordas. Como padre adoptivo de Jesús, a cuya autoridad Jesús estuvo sujeto (Lc 2:51) y como casto esposo de la Madre de Dios, san José ocupa un lugar especial en el Cielo. El P. Antony Patrigani escribe sobre el lugar especial de san José en el Cielo en Manual de devoción práctica al glorioso patriarca san José (1885):
“Lucifer lo sabe y, por ello, con miedo y temblando se acerca a la cama de un agonizante que durante su vida haya sido un verdadero siervo de san José. Sabe que nuestro divino Salvador, para premiar a este gran santo por haberle salvado de la espada de Herodes y de una muerte temporal, le ha dado el privilegio especial de conservar a los moribundos, que durante su vida le tomaron como protector, del poder del demonio y de la muerte eterna… Pueden estar seguros de encontrar bajo sus alas la mejor seguridad contra las artes de Satanás en esa tremenda crisis, en que su furia se alza al punto más alto ante la perspectiva de que su presa se le escape para siempre.”
Una Bona mors para la epidemia del COVID-19
Mientras aún hay tiempo, haz de estas oraciones para una muerte dichosa una práctica diaria para que, si contrajeras el coronavirus COVID-19 y desarrollaras complicaciones serias que amenazaran tu vida, se hayan convertido ya en parte de tu vida diaria de oración. De este modo, puedes confiar en que, a través de la protección y la intercesión de san José, vencerás las tentaciones finales del del demonio y se te dará la gracia de una buena muerte.
- Haz un acto de consagración a san José
Oh, amado san José, me consagro en tu honor y me entrego a ti, para que seas siempre mi padre, mi protector y mi guía en el camino de la salvación. Obténme una mayor pureza de corazón y un amor ferviente de la vida interior. Que, según tu ejemplo, haga yo todas mis acciones para mayor gloria de Dios, en unión con el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Oh, glorioso san José, ora por mí para que pueda compartir la paz y la alegría de tu santa muerte. Amén.
- Reza frecuentemente esta oración a san José para una buena muerte
Oh, glorioso san José, mirad que os escojo hoy como mi especial patrón en la vida y en la hora de mi muerte. Conservad y aumentad para mí el espíritu de oración y fervor en servicio de Dios. Alejad de mí cualquier clase de pecado; obtenedme que mi muerte no me llegue desprevenido, sino que tenga tiempo de confesar mis pecados sacramentalmente y de lamentarlos con un perfecto entendimiento y la más sincera y perfecta contrición, para que pueda expirar mi alma en las manos de Jesús y María. Amén.
- Reza la oración universal por los agonizantes de san Luis Guanella
Glorioso san José, padre adoptivo del Hijo de Dios y verdadero esposo de la Santísima virgen María, ruega por nosotros y por nuestros hermanos que agonizan en este día (o en esta noche).
Para concluir, en circunstancias normales, sería de sabios hacer del arte para morir bien y de las oraciones para la buena muerte una práctica frecuente, porque cada uno de nosotros habrá de afrontar la hora de la muerte. Pero en estas circunstancias extraordinarias de la epidemia de COVID-19, es incluso más necesario tomar estas devociones para prepararnos ante la posibilidad de que nos hallemos en el lecho de muerte sin la asistencia de sacerdote ni familia. Si hemos de afrontar una muerte así, podemos asegurarnos la protección de san José y la consoladora presencia de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen María. Hagamos nuestra esta oración del padre Pío:
“Se hace tarde y se acerca la muerte, temo la oscuridad, la tentación, la sequedad, la cruz, las penas. ¡Oh, cuánto te necesito, mi Jesús, en esta noche de exilio! Quédate conmigo, Señor, porque a la hora de mi muerte quiero permanecer unido a ti, si no por la Comunión, al menos por la gracia y el amor”.
Artículo original: https://rorate-caeli.blogspot.com/2020/03/catholic-survival-guide-second-part-art.html traducido por Natalia Martín
[1] Leyes impuestas en Irlanda durante el siglo XVII para forzar la adscripción de los católicos a la reformada Iglesia de Irlanda (Church of Ireland). N de la T.