Homilía: La Misericordia

Domingo XII después de Pentecostés
(Lc 10: 23-37)

Como sacerdote anciano, vivo con profundos sentimientos, unos de esperanza y de deseo del cielo; y otros de pena profunda porque este mundo y esta Iglesia que han apostatado de Dios.

¿Cómo es posible que tantos cristianos hayan apostatado de su fe para seguir una religión diferente propugnada por falsos profetas? ¿Acaso estos falsos profetas tienen más autoridad que Dios? No se entiende esta actitud, sino por la existencia de Satanás y la debilidad del hombre.

Hay otros que han sido atrapados por las cosas del mundo, en especial por el sexo y por el dinero. Vivimos en un mundo pansexualizado que ha degradado el verdadero amor y al verdadero hombre. Las almas se han vaciado de contenido y viven angustiadas, entonces acuden al sexo buscando alegría. ¿Acaso el sexo es capaz de llenar el vacío que produce la pérdida del auténtico amor?

También nos encontramos a cristianos, o no, que han decidido por un acto de la voluntad propia, que Dios no existe. Hay muchas pruebas de la existencia de Dios; pero no hay prueba alguna para demostrar que Dios no existe. Cuando un hombre decide por sí mismo que Dios no existe, nunca es un acto de la razón, sino de la voluntad. Esto es una prueba de hasta dónde puede llegar la voluntad humana cuando no está guiada por la razón.

¡Cuántas veces le he pedido yo perdón al Señor por mis pecados y Él me ha respondido: tus pecados ya fueron perdonados, ahora hablemos mejor del amor! La misericordia de Dios se vuelca sobre nosotros para hacernos el bien; pero para poder ser misericordioso tiene que ver en nosotros arrepentimiento y amor. La misericordia siempre tiene como telón de fondo el amor. Es imposible que Dios ejercite su misericordia si previamente no hay amor recíproco, de Dios al hombre y del hombre a Dios; y para que el hombre pueda manifestar a Dios su amor, tiene primero que arrepentirse. Si no hay arrepentimiento, no puede haber amor; y si no hay amor, tampoco puede haber misericordia.

El hombre moderno está vacío, pero él piensa que está en un momento bello de la historia, la famosa primavera de la Iglesia. Cuando presencio el fracaso absoluto de la juventud moderna, que cree haber encontrado la felicidad en el sexo, en la droga o en los congresos de las juventudes católicas (y todos sabemos lo que es eso). Estos jóvenes no tienen horizontes y además desconocen el sentido de la existencia. Esta juventud fracasada y hundida no está con el papa, sino con el sexo y la droga. Sólo el auténtico Cristo es quien puede revolucionar y a desafiar a los jóvenes. Sólo Cristo puede llenar nuestro corazón.

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Padre Alfonso Gálvez
Padre Alfonso Gálvezhttp://www.alfonsogalvez.org/
Nació en 1932. Licenciado en Derecho. Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956. Entre otros destinos ha estado en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Es Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980. Desde 1982 reside en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). A lo largo de su vida ha alternado las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. Ha publicado Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes), La Fiesta del hombre y la Fiesta de Dios, La oración, El Amigo Inoportuno, Apuntes sobre la espiritualidad de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, Esperando a Don Quijote, Homilías, Siete Cartas a Siete Obispos, El Invierno Eclesial, Los Cantos Perdidos y El Misterio de la Oración. Para información adicional visite su web http://www.alfonsogalvez.com

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