San Francisco Solano entró en un convento franciscano y se dedicó a una vida de penitencia e intimidad con Dios. Le hubiera gustado esconderse del mundo, pero el plan de Dios era diferente. Donde iba, había curaciones, milagros y muchedumbres de gente que nada más quería verlo y escucharlo, por su gran reputación como hombre de Dios. Entonces, decidió huir de esta fama, y se ofreció para las misiones, pensando que ahí nadie lo reconocería y podría misionar como un humilde fraile en toda oscuridad. Fue a Perú pero también fue consigo esta propensión casi incontrolable de hacer cosas sobrenaturales, y aun en una manera más impresionante de lo que había hecho en España. Una vez decidió evangelizar en una parte de la selva donde los soldados más valientes no podían ir por miedo a los salvajes caníbales, y fue caminando sin zapatos con nada más que su violín. Al llegar cerca de donde vivían estas tribus, se sentó y empezó tocar su violín, y así ganó la confianza de los indios, tanto que después de unos años los había convertido en un pueblo ejemplar cristiano y pacífico. Un jueves santo muchas de las tribus vecinas y todavía paganas, por su ira de haber visto que estas habían rechazado la religión de sus antepasados, decidieron atacarlos. Adentro de la capilla, la gente, al oír los gritos de guerra de los enemigos, temblaron y empezaron a desesperarse. Francisco Solano, les dijo que se calmaran y no se preocuparan y salió de la capilla con nada más que su crucifijo. Mientras los feroces paganos, de varias tribus juntas iban hacia ellos para atacarlos, Francisco empezó a predicar en español. No solamente le entendieron, cada uno en su propio idioma, sino que además se conmovieron tanto que dejaron caer sus armas, y miles de ellos se arrodillaron y le rogaron fervientemente que los bautizara.
Sospecho que no hay muchos de ustedes que hayan tenido que huir, como este santo, por una proclividad a hacer demasiados milagros. ¿Qué es diferente en las vidas de los santos que logran cosas tan maravillosas?
Hoy en el evangelio el Señor nos dijo: “Os Conviene Que Yo Me Vaya,” y al leer esto, quizás pensamos, “Perdón Señor, pero te equivocas en esto. ¿Me conviene que te vayas? No, no, no. Estoy seguro de que me convendría más si te quedaras. Disculpa.”
Mientras el Señor se encontraba en la tierra, seguía revelándonos más de su misión de salvación, y con ella de la profundidad incomprensible de su amor.
Si no entendemos lo que está diciéndonos, si nos suena como una locura, si nos parece como un cambio injusto – la presencia física de nuestro Señor en su Santa Humanidad por el Espíritu Santo, pues, quizás no hemos entendido bien quien es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es Él que llamamos el abogado, el consolador, el don de Dios y la dádiva perfecta a la cual se refiere Santiago en su epístola de hoy.
En estas semanas estamos preparándonos para la fiesta de Pentecostés, cuando viene el Espíritu Santo. Qué triste que haya tantos cristianos que no aprecian adecuadamente esta fiesta importantísima y el poder y papel del Espíritu Santo en sus vidas. No entienden que la única razón por la que nos convendría que Él se fuera sería que viniera una presencia aún mejor, una presencia divina aún más accesible e impresionante.
Algunos confunden una espiritualidad que da importancia a este Abogado con quizás lo que han visto de las sectas carismáticas o pentecostales, pero estos espectáculos espantosos o los dones carismáticos en realidad tienen poca importancia en comparación con el papel verdadero del Espíritu Santo. Fíjense, aun el diablo puede obrar cosas muy semejantes.
“¿Tienen todos la gracias de curaciones? ¿Hablan todos en lenguas?” pregunta San Pablo, “¿Todos interpretan? Aspirad a los mejores dones. Pero quiero mostraros un camino mejor.” (1Co 12:30-31) Y empieza alabar a la caridad.
“Mas éste es el pacto que haré con la casa de Israel,” dice el profeta Jeremías, “Daré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones” (Jer 31:33)
Por medio del Espíritu Santo estamos empoderados para no tener que vivir en la esclavitud del pecado y de los vicios de la carne. Nos purifica de toda atracción a las cosas mundanas y carnales para que el corazón pueda ser dado plenamente al amor a Cristo. Tal vez ésta sea la razón principal por la cual muchos cristianos desprecian al Espíritu Santo. Prefieren mantener un pie en su vida mundana, es decir entre los muertos o no resucitados porque les parece demasiado difícil vivir totalmente por Jesús, o, quizás no creen que sí es posible quitar los pecados y vivir rectamente.
Dice Santo Tomás de Villanueva: “Así obra el Espíritu Santo en nuestros corazones, quemando todo lo que sea vicio y pecado.”
Por eso, el Señor explica que les convendría más que viniera el abogado porque al venir amonestará al mundo sobre el pecado, es decir que, infundirá una vida divina en las almas de los fieles para que empiecen a entender cómo es el pecado en verdad. Muchos entienden la vida cristiana como nada más que una lista de millones de cosas que no pueden hacer y verdaderamente vivir así es muy pesado. No es sorpresa entonces que tantos se desesperen. Pero el Espíritu no fue enviado para entristecernos sino para alegrarnos y esto lo hace alejándonos de lo que nos impide ser felices.
“Miserables los que no conocen su pecado, porque se creen tan ricos que no necesitan a nadie, cuando en realidad no pasan de ser ciegos o desnudos. Vivís en una paz bien amarga, porque no vivís en la paz de la virtud, sino en la paz de la inconsciencia de las tinieblas del espíritu, la deformidad del corazón, y la falta de la luz divina.”
Esta luz divina, siempre viene con sus compañeros, los cuales son los dones, cuyos nombres, ojalá que se los aprendieran como niños en sus clases de catecismo (y estoy seguro que todos los recuerdan). Pero por muchos, se quedan como nada más una lista.
Qué lástima, porque ellos son el secreto que permite que personas como San Francisco Solano puedan hacer lo que hicieron, como si ya estuvieran viviendo en el cielo.
Nos conviene que se vaya, porque por medio del Espíritu Santo y los dones que nos enviará, “brillase más el poder de su majestad y demostrase así la virtud viva que continúa teniendo aun después de muerto.” Dice Santo Tomás de Villanueva. “Muerto y ausente, subyuga al mundo, y ello es testimonio de nuestra fe. ¿Qué muerto hay capaz de arrastrar a los hombres a los mayores trabajos, sufrimientos y muerte? Y, sin embargo, esto es lo que hicieron los apóstoles por Cristo, muerto y ausente.”
Brevemente, entonces, considerémoslos para que los apreciemos mejor y los deseemos más.
“son para nosotros como una fuente divina en la que bebemos el conocimiento vivo de los mandamientos de la vida cristiana y por ellos podemos conocer si el Espíritu Santo habita en nosotros.”
Y el Papa Leon XIII enseña que tenemos una necesidad absoluta de los siete dones. Mediante estos dones, el espíritu del hombre queda elevado y apto para obedecer con más facilidad y presteza a las inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo. Igualmente, estos dones son de tal eficacia que conducen al hombre al más alto grado de santidad, y tan excelentes que permanecerán íntegramente en el cielo, aunque en grado más perfecto. Ellos son como flores que ve abrirse la primavera como señales precursoras de la eterna beatitud.”
La razón está perfeccionada por cuatro dones y la voluntad por los otros tres. El entendimiento nos da el poder de penetrar la verdad, la sabiduría nos ayuda a juzgar correctamente las cosas divinas y nos da apetito por ellas, mientras la ciencia hace lo mismo para las cosas creadas. Además el consejo nos da poder de juzgar bien la conducta práctica. Al lado de la voluntad, la piedad nos ordena bajo nuestros superiores y sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre. La fortaleza fortifica la voluntad para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Y el temor le da cuenta a la voluntad qué es ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo es un temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de «permanecer» y de crecer en la caridad.
Mientras estamos en gracias, llevamos con nosotros esta capacidades sobrenaturales, las cuales, en efecto, hacen que la vida de santidad sea suave, leve, y dichosa. Por eso nos conviene que se vaya nuestro Señor y que nos envíe su Espíritu: para convertirnos en seres más divinos por medio de su morada dentro de nosotros. Para que todo lo que hagamos sea una alabanza a Dios porque procede de este mismo Espíritu.
El canon de la misa concluye con las palabras: Per ipsum, et cum ipso, et in ipso est tibi Deo Patri Omnipotenti, in unitate Spiritus Sancti, Omnis honor et gloria, per omnia saecula saeculorum.
Que de tal manera vivamos nuestras vidas como una misa perpetua, “Por Él, y con Él, y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, sea todo honor y gloria por los siglos de los siglos.”
Padre Daniel Heenan, FSSP