Introduccción a los Hechos de los Apóstoles

El título usual castellano de Hechos o Actos de los Apóstoles corresponde al latino Actus o Acta Apostolorum y al griego Praxeis Apostolon. Es una denominación que se encuentra desde mediados del siglo II en los manuscritos griegos, versiones antiguas y citas de Padres y escritores eclesiásticos. Parece, sin embargo, que el título no procede del autor mismo y que le fue dado al libro algún tiempo después de su composición. La obra no es propiamente un relato sobre la actividad de los Apóstoles, sino una suerte de monografía histórica que describe las primeras etapas del desarrollo del cristianismo en conexión con los trabajos misioneros de los dos Apóstoles más destacados, es decir, San Pedro y San Pablo.[1]

En las colecciones antiguas de los libros del Nuevo Testamento aparece algunas veces unido a las cartas de San Pablo, antes o después; y otras veces junto con las cartas Católicas, antes o después. Sin embargo, normalmente se sitúa detrás de los cuatro evangelios. De esa manera, el volumen es como un puente entre los evangelios y las cartas apostólicas, ya que muestra cómo los primeros discípulos imitaron a su Maestro, y predicaron lo que más tarde escribieron.

Las primeras líneas del Evangelio de San Lucas y del libro de los Hechos denotan que los dos escritos tienen un mismo autor y forman parte de un mismo proyecto. En la actualidad, los comentaristas prefieren subrayar la unidad de la obra de San Lucas; en cambio, en la antigüedad, los dos libros siempre aparecen separados, y los escritores cristianos los comentan aparte. La autoridad de Hechos en la primitiva Iglesia es notoria, pues aparece citado en los testimonios patrísticos más importantes de los primeros siglos. Quizás el más significativo sea el de San Ireneo, que acude a Hechos para defender la apostolicidad de San Pablo frente a los ebionitas, y para refutar a Marción, que no admitía más que el evangelio de San Lucas y las cartas de San Pablo.

Del texto de los Hechos nos han llegado dos tradiciones distintas: la oriental, o texto alejandrino, representada por la mayor parte de los códices, y la occidental, representada por algún códice importante. La tradición occidental es una décima parte más larga que la oriental; las adiciones suelen ser explicaciones y pequeñas paráfrasis aclaratorias. Para explicar esta ampliación del texto alguna vez se ha pensado en una segunda edición aclaratoria que San Lucas pudo escribir en Roma. Sin embargo, la explicación más probable es que la Iglesia tuvo enseguida como canónico e inspirado al evangelio de San Lucas; en cambio, Hechos, aunque gozó de autoridad desde el inicio, tardó algo más en ser reconocido como libro canónico: por eso algunos copistas se sintieron con mayor libertad para introducir pequeñas aclaraciones.

De los primeros siglos conservamos un discreto número de comentarios: una serie de homilías de San Juan Crisóstomo, y varias cadenas de glosas a los textos de Hechos, siendo la más conocida la de San Efrén.

1.- Estructura y Contenido

Los Hechos de los Apóstoles narran el establecimiento de la Iglesia y la propagación inicial del Evangelio después de la Ascensión del Señor. Puede ser considerado un libro histórico, algo así como la primera historia del cristianismo. Pero no es una simple crónica de sucesos. El autor ha conseguido en su obra una magnífica unidad de teología e historia. El libro relata los comienzos de la Iglesia con el fin principal de consolidar la fe de los cristianos, que debían sentirse seguros en la firmeza de su origen y de su fundamento. Secundariamente, el libro es un discreto precedente de los apologistas de los siglos II y III, por cuanto viene a solicitar para los discípulos de Cristo la misma libertad y el mismo respeto concedidos en el Imperio a las llamadas religiones lícitas, y especialmente al judaísmo. El cristianismo aparece en los Hechos de los Apóstoles como una fe señera, segura de Dios y de sí misma, que abomina de la oscuridad y de la vida de secta, y no teme el debate público de sus principios y convicciones. Una extraordinaria alegría espiritual penetra el conjunto de la narración. Es la alegría que viene del Espíritu Santo, de la certeza sobre el origen sobrenatural de la Iglesia, de la contemplación de los hechos extraordinarios con los que Dios acompaña a los predicadores de su Evangelio, de la protección divina que defiende a los discípulos de las persecuciones.

Se han propuesto diversas divisiones del libro, para ayudar a leerlo y a comprender mejor su contenido. Desde el punto de vista de los planes divinos de salvación reflejados en el libro, los veintiocho capítulos se dividen en dos grandes partes, dispuestas antes y después del Concilio de Jerusalén, relatado al comienzo del capítulo quince. La asamblea de Jerusalén constituye sin duda el centro teológico del libro, por la singular importancia que tuvo para entender, según el deseo de Dios, el carácter católico de la Iglesia y la primacía de la gracia sobre la Ley mosaica, así como para impulsar la difusión universal del Evangelio.

Por otra parte, el relato parece un desarrollo pormenorizado del cumplimiento de las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos antes de su Ascensión: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hech 1:8). Desde esta perspectiva, Hechos narra el primer balbuceo de la iglesia de Jerusalén, su ensanchamiento a las zonas vecinas de Judea y Samaría, y su expansión por las regiones mediterráneas hasta llegar a Roma, la capital del Imperio.

Sin embargo, dentro de ese plan, se perciben ciertas peculiaridades. Por ejemplo, los doce primeros capítulos, salvo cuando se narra la conversión de San Pablo, giran sobre todo en torno a la persona de Pedro; en cambio, desde el capítulo trece, salvo los episodios del Concilio de Jerusalén donde Pedro es protagonista, la narración sigue los pasos de San Pablo. Este doble foco de la narración se puede prolongar a las ciudades de Jerusalén y Antioquía: los primeros capítulos narran la evangelización que nace de Jerusalén (San Pedro) y después constatan el vigor apostólico de la iglesia de Antioquía (San Pablo).

Si tenemos en cuenta los episodios que forman el contenido de sus capítulos y jalonan el curso de la historia de la predicación evangélica, los Hechos de los Apóstoles se pueden dividir en cuatro partes, precedidas por una breve presentación:

Presentación (1: 1-11). Enlaza con el Evangelio según San Lucas. El prólogo (1: 1-5) se refiere a las primeras palabras del evangelio (Lc 1: 1-4), y el relato de la Ascensión (1: 6-11) a las últimas (Lc 24: 50-53).

Primera Parte: La Iglesia en Jerusalén (1:12-7:60). Narra la vida de la Iglesia naciente en Jerusalén. Una vez elegido San Matías para completar el grupo de los Doce (1: 15-26), se relata la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (2: 1-13) y la primera predicación apostólica acerca de Jesucristo. La narración sigue con el crecimiento y la agrupación de la comunidad en torno a San Pedro y a los demás Apóstoles (2: 14-47). Milagros y hechos extraordinarios (3: 1-10; 5: 1-16) acompañan la predicación de los Doce. Con unos sumarios intercalados en el texto (1:14; 2: 42-46; 4: 32-36; 5: 12-16), San Lucas describe la vitalidad espiritual de la primitiva Iglesia. El aumento de los fieles (2:42.47; 4:4; 5:14; 6:1) reclama la elección de los diáconos (6: 1-5). La persecución que se desata en Jerusalén contra los cristianos helenistas (aquellos que procedían de la diáspora judía) y el martirio de Esteban (6:8-7:60) suponen la culminación de esta sección, y el desplazamiento de la acción a las regiones limítrofes con Judea.

Segunda Parte: Expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén (8:1-12:25). Relata la dispersión de los cristianos helenistas que se habían diseminado a causa de la persecución y predicaban el Evangelio por Judea, Samaría y Siria. La persecución había sido providencial y la Iglesia comienza a abrir sus puertas a los gentiles. Se nos habla de la conversión del etíope (8:26-39) y de la recepción del Bautismo por parte de numerosos samaritanos (8: 14-17). Se narran con bastante detalle la vocación de San Pablo, llamado a ser Apóstol de las gentes (9: 1-19), y la conversión del centurión Cornelio (caps. 10-11), de extraordinario significado para la superación de las barreras étnicas en la aceptación del Evangelio. Termina con la muerte de Santiago, hermano de Juan, y la detención y liberación milagrosa de San Pedro (12: 1-19).

Tercera Parte: Difusión de la Iglesia entre los gentiles. Viajes misioneros de San Pablo (13:1-20:38). San Pablo es el instrumento elegido por Dios para extender el camino de la salvación hasta los confines de la tierra. En esta tercera parte se relatan sus viajes apostólicos con la propagación del Evangelio y la fundación de nuevas comunidades. Desde este momento, cobra una singular importancia la labor misionera de la iglesia de Antioquía, aunque el libro de los Hechos no deja de señalar que cada nuevo impulso evangelizador pasa también por Jerusalén (9:26; 15:2; 20:16; 21:15).

Cuarta Parte: San Pablo, prisionero y testigo de Cristo (21:1-28:31). Con la llegada de San Pablo a Jerusalén comienza la última parte del libro, que describe la cautividad del Apóstol. Éste, según el anuncio del Señor (23:11), será, desde ahora, prisionero y testigo de Cristo y del Evangelio. Se narra con detalle su viaje, como preso, hasta Roma. Desde la Urbe queda abierto el camino del Evangelio a todo el mundo.

2.- Composición y Marco Histórico

2.1.- Autor y circunstancias de composición

Como el libro forma parte del mismo proyecto que el tercer evangelio, su autor y las circunstancias de composición son las mismas que se han examinado en la Introducción al Evangelio de San Lucas. Es más, como se ha observado también, las hipótesis para elucidar el autor, el lugar y la fecha de composición se fundan más en este libro que en el evangelio: es en Hechos donde se descubre con más claridad la imaginación sintética y el autor concienzudo que ha meditado mucho las cosas antes de escribirlas.

2.2.- Características literarias y teológicas

Los Hechos de los Apóstoles es un libro histórico, pero no es sólo historia desnuda sino también enseñanza. Ciertamente, el libro es vehículo de un mensaje evangelizador, pero estas intenciones se conjugan en San Lucas con la labor rigurosa de recogida, valoración e interpretación de fuentes, que nos permite considerarle un excelente historiador. El libro resiste el examen de la crítica histórica.

En lo que se refiere a San Pablo, los sucesos narrados en Hechos recomiendan y permiten una comparación con las cartas del Apóstol, que se convierten de ese modo en la más importante confirmación de la historicidad del libro de San Lucas. Es verdad que San Lucas presenta a San Pablo como una personalidad plenamente madura, desde el punto de vista cristiano, una vez ocurrida su conversión. Esta comprensible simplificación de circunstancias históricas y desarrollos espirituales no nos impide ver, sin embargo, que el San Pablo de los Hechos y el de las cartas son la misma persona. El San Pablo de los Hechos es el San Pablo real, visto algo retrospectivamente a través de los ojos de un discípulo que es al mismo tiempo un amigo.

La veracidad histórica de San Lucas se puede iluminar también con las Antigüedades judías de Flavio Josefo, escritas unos veinte años después que los Hechos, y con los datos de la arqueología. Con ayuda de Josefo podemos establecer la cronología del reinado de Herodes Agripa I y apreciar la coincidencia al relatar, por ejemplo, su muerte (Cfr. Hech 12:20-23). Josefo nos facilita asimismo la comprensión de las referencias a los judíos rebeldes, Judas de Galilea y Teudas (Cfr. Hech 5: 36-37). La caracterización de los prefectos Félix y Festo y del rey Herodes Agripa II es también confirmada y completada por Josefo. Señalemos finalmente la confirmación del proconsulado de Galión en Acaya mediante una inscripción encontrada en Delfos, cerca de Corinto. Lo mismo se puede decir de los títulos y nombres de los funcionarios imperiales o de los procesos judiciales: la precisión de Hechos se ha demostrado como una fuente para el conocimiento de las costumbres e instituciones de la época.

Los discursos del libro han sido objeto de numerosos y detallados estudios. Los discursos pronunciados serían, como es lógico, más extensos que lo recogido en el libro, y San Lucas tendría fuentes más completas para unos que para otros. En cualquier caso destacan por la presencia de elementos primitivos, es decir, de modos tradicionales judíos de leer e interpretar la Sagrada Escritura. Aunque presentan una estructura semejante, acusan también considerable variedad. Reflejan así la predicación original de la Iglesia y las particularidades de autores, lugares y auditorios.

Según la pauta de los escritores helenistas y judíos, San Lucas usó fuentes. No fue testigo ocular de todo lo que relata y no se conformó sin duda con simples informaciones. Debió de emplear documentos de diverso género, como narraciones breves, resúmenes de discursos, notas, diarios de viajes, sumarios, etc. Es muy probable que para redactar los capítulos de la primera parte del libro se sirviera de materiales obtenidos en las diferentes iglesias o derivados de los protagonistas principales.

No puede afirmarse con certeza si San Lucas utilizó plenamente sus fuentes o dejó fuera del libro materiales más o menos abundantes. Es evidente que el autor se condujo con cierta libertad a la hora de integrar las fuentes en el conjunto del relato. Así, por ejemplo, mientras los primeros tres años de la Iglesia ocupan los nueve primeros capítulos, el resto del libro cubre unos veinticinco años. Es probable que San Lucas omitiera lo que no consideró necesario para su propósito, y que en ocasiones se decidiese a abreviar, repetir, combinar o separar elementos recibidos. Lo cierto es que consiguió imprimir una magnífica unidad a toda su obra, reflejando en todo momento la acción sobrenatural del Espíritu de Dios que guiaba a la Iglesia.

3.- Enseñanza

La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos sitúa, con hondura y sencillez, ante el conjunto de la fe cristiana. San Lucas presenta al lector, con el propósito de instruirle, las principales verdades cristianas, así como lo más importante de la incipiente vida sacramental y litúrgica de la naciente Iglesia. Se aprecian también en el libro algunos aspectos de la organización eclesiástica y diversas actitudes de los cristianos ante la vida social y política de su tiempo. La doctrina sobre Cristo, el Espíritu Santo y la Iglesia merece especial atención.

3.1.- Jesucristo

Los Hechos fundamentan su doctrina acerca de Cristo en la vida terrena de Jesús y en su exaltación, que son el núcleo del anuncio evangélico. Subrayan todos los aspectos del misterio pascual —pasión, muerte, resurrección y ascensión—, de los cuales los Apóstoles son testigos, y que se explican como cumplimiento de los planes de Dios anunciados ya en las profecías del Antiguo Testamento. Se aplican a Jesús diversos títulos cristológicos que manifiestan su ser divino y su misión redentora, tales como Señor, Salvador, Siervo del Señor, Justo, Santo y, sobre todo, Cristo —Mesías—, que se convierte en nombre propio.

3.2.- El Espíritu Santo

San Lucas acentúa la importancia y la función determinante del Espíritu Santo en la vida entera de la Iglesia. Aparece nombrado en 57 ocasiones. El Espíritu Santo, que es a la vez el Espíritu de Dios y el Espíritu de Jesucristo, viene sobre los discípulos en Pentecostés para manifestar públicamente la Iglesia y hace posible el comienzo de su actividad salvadora; también es enviado al centurión Cornelio en la denominada Pentecostés de los gentiles. El Espíritu es posesión y bien común de todos y cada uno de los cristianos, así como la fuente de alegría y vibración espiritual que debe caracterizarles. Es el Espíritu quien llena y asiste de modo especial a los cristianos ordenados para desempeñar los diversos ministerios sagrados. El mismo Espíritu Santo guía a la Iglesia en la elección de los jerarcas y misioneros, y la impulsa y protege en el desarrollo de su actividad evangélica.

3.3.- La Iglesia

Los Hechos resultan indispensables para conocer la vida de la Iglesia en los primeros treinta años de su historia. Nos la muestra como la prolongación de la obra de Jesucristo y el instrumento de Dios para el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Es por tanto el verdadero Israel, un pueblo nuevo y universal de lazos espirituales, cuya naturaleza es esencialmente misionera.

La Iglesia rebosa de la presencia invisible pero real de su Señor resucitado, que es el centro del culto cristiano y el único Nombre que puede salvar a los hombres. La presencia de Jesucristo se hace real y verdadera en la fracción del pan (sacrificio eucarístico), que se celebra ya por los discípulos en el domingo, primer día de la semana.

La vida de los cristianos se describe con rasgos sencillos y emocionantes. Se centra en la oración, en la Eucaristía y en la doctrina de los Apóstoles, y se manifiesta en disposiciones y hechos excelentes de desprendimiento, concordia y amor. San Lucas nos ofrece este modo de vivir como patrón y modelo para las futuras generaciones de discípulos.

El libro funde en admirable armonía la expectación de la segunda venida del Señor, propia de todo el Nuevo Testamento, y la necesidad de concentrarse con perseverancia, mediante la oración, el trabajo y el sufrimiento alegre, en la edificación terrena del Reino de Dios.

Los Hechos, finalmente, nos instruyen acerca de la primitiva constitución de la jerarquía eclesiástica y nos han conservado un relato de importancia singular sobre el primer Concilio de la Iglesia.

[1] Las introducciones a cada evangelio y cartas del Nuevo Testamento están tomadas de la Sagrada Biblia, Ed. Eunsa, Navarra y de la Introducción a la Biblia de A. Robert y A. Feuillet, Ed. Herder, Barcelona 1967.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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