Mamá anda preocupada. Desde que Jorgito volvió al colegio tras las vacaciones, observa que anda cabizbajo y algo ausente por la casa. Por eso, se lo ha comentado a su marido y ambos han decido organizar una excursión familiar por la montaña. Quien tiene hijos sabe que hay que propiciar el momento para que un niño hable. ¡Cuánto se ríe mamá de las series de televisión donde los padres ocupados logran hablar con sus retoños en cuestión de minutos; cómo si un niño se abriera tan fácilmente…!
Por eso, esta soleada mañana de sábado la familia de Jorgito se encuentra paseando por la sierra. Lo primero que hacen al comenzar la ruta es rezar el rosario. “¡Dios te salve, María, llena eres de Gracia!…” se escucha entre montañas. Jorgito mira hacia el cielo y sabe que María está complacida, por algo les ha regalado este día tan precioso. Mientras tanto, una perdiz asustada, alertada por el rezo, huye de su escondite, lo que provoca la risa de toda la familia. ¡Cómo disfruta de la montaña el pequeño!
Concluido el rosario, papá aprovecha para entablar conversación con nuestro protagonista. Mamá se adelanta discretamente unos pasos y los deja a solas. Durante un buen rato padre e hijo charlan sobre lo humano y lo divino: de las anécdotas de Navidad, del Nacimiento de Jesús, del próximo verano, del último libro que han leído juntos… Solo cuando el padre observa que Jorgito se ha relajado se decide a tratar el asunto:
—Jorgito, mamá te ha visto algo distante estos días, ¿qué te ocurre? —le pregunta con cariño.
El niño se queda pensativo unos segundos hasta que contesta:
—El miércoles tuvimos que escribir una redacción sobre lo que hicimos en Navidad… —silencio pausado—. Mis compañeros describieron muchas cosas: las películas del cine, la feria, el tren de la Navidad, la visita de Papá Noel, los musicales en el teatro… Yo —dijo avergonzado—… no hice nada de eso.
Papá aguardó paciente, el niño aún no había acabado.
—Cuando conté que había pasado las Navidades en el pueblo y que me atreví a coger los huevos del corral… ¡se rieron de mí! Y luego está el asunto de los regalos. ¡Todos mis compañeros recibieron muchísimos! ¡Hasta la Play Station, papá! —comentó con amargura.
El padre comprendió enseguida lo que ocurría. Meditó la respuesta unos instantes y, no sin antes pedir auxilio a San José, se decidió a lanzarle una sugerente pregunta:
—Jorgito, ¿qué prefieres: ser cabeza de ratón o cola de león?
Nuestro protagonista no se esperaba esta respuesta y abrió sus enormes ojos de par en par. ¿Qué quería su padre decirle con eso? ¿Cabeza de ratón? ¿Cola de león?
—No te entiendo, papá —exclamó intentando ganar tiempo.
Papá no estaba por facilitarle las cosas a su hijo:
—Es una pregunta que me lanzó mi padre hace muchos años. Ahora, es algo que te toca contestar a ti.
Jorgito se hinchó de emoción. ¡El abuelo le había hecho esa misma pregunta a papá, así que debía de tratarse de algo muy importante! Nuestro niño se puso a pensar… En principio, prefería ser cabeza a ser una simple cola. ¿A quién no? Pero después, también pensó que mejor ser león que ratón… ¡Uy, qué lío! ¡Qué difícil se lo había puesto!
—No sé, papá —exclamó nervioso.
—Veamos, Jorgito: ¿prefieres ser el primero entre los más débiles o el último entre los más fuertes?
Aquello aclaró un poco a nuestro niño. ¡A eso se refería! Entonces, lo tuvo claro:
—Prefiero ser cola de león —respondió solemne.
Papá sonrió complacido.
—Eso mismo le contesté yo al abuelo (nuestro protagonista pensó que iba a levitar como su amigo San Pascual Bailón). Jorgito, tus amigos parecen que destacan porque han ido a muchos sitios durante las vacaciones, han tenido muchas “experiencias”, les han dejado muchos regalos… Pero, Jorgito, tus amigos son ratones.
El niño se quedó mudo. Papá había sido muy tajante.
—No saben disfrutar de la tranquilidad de un día; necesitan tener experiencias continuas para divertirse… Pero si indagas un poco verás cómo están vacíos. Han ido tantas veces al cine que no lo disfrutan. Terminan de ver una película y ya están pensando en la siguiente. No es una novedad, sino un derecho adquirido. Van a la Cabalgata, pero no saben quiénes son los Reyes ni por qué dejan regalos a los niños. Piensan que les entregan juguetes porque se los merecen…
Jorgito asentía. ¡Eso era verdad! En la Cabalgata se encontró con unos amigos y no sabían que sus Majestades acudieron hace miles de años a llevar regalos al niño Jesús. Papá continuaba:
—Celebran la Navidad, pero no saben por qué. ¿Cuántos amigos has visto en misa estos días?
El niño recordó cuando don Antonio se quejó amargamente en la misa de Año Nuevo porque apenas habían ido unas cuantas personas… ¡y ningún otro niño salvo sus hermanos y él!
—Y si rascas un poco, verás cómo son débiles y asustadizos. No están acostumbrados a sufrir. Lo tienen todo hecho. ¿Te acuerdas cuando os pedí a tu hermano y a ti que recogierais la basura que unos perros callejeros habían desperdigado por toda la casa de campo?
¡Claro que lo recordaba! ¡Qué mal lo habían pasado aquel día! Tuvieron que ponerse unos guantes y recoger toda la basura maloliente y putrefacta… Apestaba tanto que decidieron hacer turnos para no vomitar. ¡Qué feliz se sintieron cuando terminaron!
—¿Crees que tus amigos lo hubieran hecho?
El niño se rio para sus adentros. ¡Si su amigo Pepe se negó incluso a coger un papel tirado en el suelo porque argumentó que él no había sido!
—Ahora mismo eres pequeño, Jorgito… y eres solo una cola de león. Pero, conforme vayas creciendo, ¿en qué crees que te convertirás?
Jorgito se sintió dichoso y quiso saber qué pensaba mamá:
—Mamá, ¿tú qué opinas de todo esto?
—Es fácil, cariño. Me casé con un auténtico león —contestó riéndose.
La familia se rio con el comentario y continuaron la marcha. Jorgito ya no estaba triste. Corría entre la maleza con un palo a modo de espada entre las manos. Se sentía un guerrero poderoso reconquistando España.
—¡Por la gloriaaaaaa! —gritaba de un lado a otro.
Papá, divertido, tuvo entonces otra idea:
—¿Qué tal si diseñamos una bandera? Ya que somos una familia de bichos raros, podemos al menos tener un símbolo que nos identifique.
Ni que decir que aquello tuvo enorme éxito. En cuanto llegaron a casa se pusieron todos a dibujar. El resultado final: un león de enorme cola, con una cruz en el pecho y rodeado por doce estrellas sobre un fondo azul claro en honor a María. Papá lo plasmó con cuidado sobre el papel y decidió encargar la bandera por Internet. Sería un regalo tardío de Reyes, pero sin duda, el más preciado.
Por la noche, antes de dormir, Jorgito se dispuso a orar:
—¡Hola, león! —le saludó Jesús con cariño, en respuesta a su llamada.
—¿Nos has oído esta mañana? —preguntó sorprendido.
—Jorgito, yo siempre escucho.
—Entonces, ¿qué opinas de todo esto? —indagó con curiosidad.
—Tu padre tiene razón. No se llega a santo por casualidad. Se necesitan muchas virtudes y, por desgracia, el mundo ahora no las cultiva. Escucha a tus padres, Jorgito, y no tengas miedo por ser diferente. ¡Conviértete en un verdadero león para mí!
Jorgito se durmió aquella noche reconfortado. Ya no se sentía raro; entremezclaba en sueños su nueva bandera, la reconquista de España, su deseada llegada a la santidad… “¡Por la gloria!”, fue lo último que se dijo entresueños mientras observaba ondear su bandera en el horizonte de la noche.
Mónica C. Ars