Se podría decir que julio es el más carmelita de los meses, porque el 16 de ese mes la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen del Carmen y el 20 la de San Elías, profeta y fundador de la orden carmelita.
El monte Carmelo está en Palestina y domina la amplia bahía de San Juan de Acre, en el mar Mediterráneo. Allí vivió san Elías, el gran profeta del Antiguo Testamento que bajo el reinado de Acab (873-854 a.C.) realizó su misión combatiendo el sincretismo y la idolatría que se habían propagado en medio del pueblo hebreo. San Elías tuvo por sucesor a Eliseo, y fundó una orden para combatir a Baal y sus falsos sacerdotes y profetas. Elías es recordado en particular por su desafío a los sacerdotes de Baal, que terminó con la muerte de 450 de ellos a manos del propio profeta.
Elías no murió, sino que como está escrito en el Eclesiástico (48,1-16), fue arrebatado en un torbellino de fuego, en carro tirado por caballos ígneos, en preparación para amonestar en tiempos venideros.
Es un santo que pertenece a los siglos futuros. No sólo por su profetismo, sino porque no murió y está destinado a cumplir una misión al final de los tiempos junto con el también profeta Enoc.
Inspirado por el Espíritu Santo, Elías contempló proféticamente en una pequeña nube la grandeza futura de la Santísima Virgen María y puso con esa misteriosa visión los cimientos de la orden que fundó. Todos los exegetas concuerdan en que dicha nube era figura de María Santísima, que traería una lluvia de gracias sobre el mundo. Por eso, se afirma que Elías fue el primer devoto de María, que transmitió esa devoción a sus discípulos.
San Elías no sólo es modelo de devoción mariana, sino también del combate cristiano por su lucha contra el politeísmo y la inmoralidad que se propagaba por el pueblo de Israel. Según Cornelio a Lapide, también es «símbolo de todos los profetas. No sólo por su perfección, libertad y eficacia en la predicación, sino por la gloria de sus hazañas. Es centinela, profeta, maestro, protector y apóstol del pueblo elegido y espejo de los predicadores de la divina Palabra, porque su espíritu, lengua y gestos forman una misma llama encaminada a convertir a los pueblos».
Nueve siglos más tarde, con la llegada del cristianismo, muchos discípulos de San Elías –conocidos como hijos del profeta– fueron bautizados por San Juan Bautista y se distinguieron por su devoción a la Virgen, cuya Nazaret natal se encuentra a pocos kilómetros del monte Carmelo.
Tras la diáspora del pueblo hebreo, los eremitas de San Elías pasaron a constituir los hermanos de la Santísima Virgen del monte Carmelo. La institución por él fundada sobrevivió porque los propios musulmanes veneraban al profeta Elías, y en tiempos de las Cruzadas ese culto se fue incrementando con la afluencia de peregrinos occidentales y caballeros.
Entre fines del siglo XII y principios del XIII un grupo de peregrinos a Tierra Santa decidieron retirarse como ermitaños para llevar una vida de oración en la cima del monte Carmelo. Eran ex combatientes de las Cruzadas, y fueron conocidos como ermitaños del Carmelo. San Alberto, patriarca de Jerusalén, restableció en 1208-1209 las austeras costumbres de la Orden según la regla que todavía observan los carmelitas. Poco antes de 1240, los monjes del monte Carmelo se trasladaron a Europa, llevando consigo como precioso patrimonio una ternísima devoción a la Santísima Virgen. A partir de 1726, la fiesta de la Virgen del Carmen entró en la liturgia de la Iglesia universal mediante una bula de Benedicto XIII por la el 16 de julio de cada años se celebra la manifestación más significativa de la materna predilección de la Santísima Virgen por el Carmelo: su obsequio del santo escapulario.
Los santos carmelitas, como san Elías, son guías para nosotros. Y los profetas Elías y Enoc son testigos de la Tradición de la Iglesia. Ninguno de estos profetas murió. Según la tradición, viven en el Paraíso Terrenal, donde contemplan las cosas del Cielo pero están atentos a cuanto sucede en la Tierra. «Esperan –escribe Plinio Correa de Oliveira– que el reloj de la historia marque la hora de su regreso. Entonces los ángeles los traerán a la Tierra para combatir al Anticristo. Vendrán para librar la última batalla de la historia. Es un futuro maravilloso. Después de haber vivido en la Tierra en el albor de los tiempos volverán para enlazar el principio y el fin de la historia en un vínculo vivo que conecta y une la totalidad de los tiempos».
Quien desee rezar y combatir por la Iglesia, rece el Rosario, porte el escapulario y venere con la Virgen a los ángeles y los santos, reservando entre estos un puesto de honor, sobre todo en este mes de julio, al profeta Elías. San Elías, protege a la Iglesia y ruega por nosotros.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)