Y en el Homo Sapiens, su único Rey y Señor,
que fue concebido por Evolución de la Mónera y el Mono.
Nació de la Santa Materia,
bregó bajo el negror de la Edad Media.
Fue inquisicionado, muerto, achicharrado,
cayó en la miseria,
inventó la Ciencia,
y ha llegado a la Era de la Democracia y la Inteligencia.
Y, desde allí, va a instalar en el mundo el Paraíso Terrestre.
Creo en el Libre Pensamiento,
la Civilización de la Máquina,
la Confraternidad Humana,
la Inexistencia del pecado,
el Progreso Inevitable,
la Putrefacción de la Carne
y la Vida Confortable. Amén P. Leonardo Castellani, 1936
La Historia de la Iglesia no es cíclica, y por lo tanto no se pueden comparar sus crisis con otras ya pasadas y superadas pensando que así progresaremos también ahora como quien rebota en un fondo hacia la superficie. En algún momento tendrá que llegar el final. La Historia de la Iglesia ya está profetizada por Nuestro Señor Jesucristo y por todo el Nuevo Testamento, iluminando al Antiguo Testamento en muchas referencias, y en especial en el Apocalipsis. “Ya está todo escrito”, dicen las abuelas sin equivocarse dándole expresión popular a la profecía de Jesús “Mis palabras no pasarán”.
La Historia de la Iglesia camina hacia una Gran Apostasía (¿habremos llegado?), -verdad revelada en IITesalonicenses 2, por ejemplo-, y de ella sólo saldremos por la Segunda Venida Gloriosa de Jesucristo. Negar esto o pensar que la Iglesia se rejuvenecerá como el Ave Fénix gracias al poder y a la fe de sus hombres, es una teoría judaizante. Así como los judíos frente a Jesús tuvieron una especie de primera alegría pensando que con la Autoridad de Éste levantarían al pueblo en armas y vencerían al invasor romano volviendo al esplendor el Templo en Jerusalén, pareciera que ahora se piensa que la Fe debería llevar al mismo triunfo de la Iglesia con el esplendor del Vaticano en Roma en la ortodoxia del Credo y en la multitud de sus fieles pisoteando las cabezas de los incrédulos durante una procesión de velas en la “primavera de la Iglesia”.
La Historia de la Iglesia contemporánea debe leer la profecía de Jesús: “Cuando Vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará Fe sobre la tierra?”. Siendo la explicación de esta pregunta retórica la que nos da San Pablo[2]: Pero, con respecto a la Parusía de nuestro Señor Jesucristo y nuestra común unión a Él os rogamos, hermanos que no os apartéis con ligereza del buen sentir y no os dejéis perturbar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por pretendida carta nuestra en el sentido de que el día del Señor ya llega. Nadie os engañe en manera alguna, porque primero debe venir la apostasía y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; el adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios, ostentándose como si fuera Dios”.
Es decir, en el Fin de los Tiempos como señal de ellos, aparecerá una apostasía de una pseudo fe que quiere erradicar a la Fe verdadera. Miremos un poco esa pseudo fe, ese anticristianismo, ese cúmulo de aseveraciones descabelladas que constituyen la Gran Apostasía profesada por la mayoría como preparación, causa y herramienta del Anticristo, como graciosamente la sintetizó el P. Castellani en el credo del incrédulo.
El incrédulo es un creyente falso y fatuo hasta creer en la Nada Todoproductora. El ser humano siempre debe usar de la confianza en algún absoluto para sobrellevar la indigencia interior, la labilidad que dice Santo Tomás, traducida en miedo a la muerte y al dolor. Pero si no se aferra al Dios verdadero su alma se arrastrará por el barro como una cañita voladora que le cortaran el palito que la eleva al cielo y se volviera un buscapiés rastrero.
Entonces, una virtud tan excelente como la fe que puede ser natural o sobrenatural según la cause la confianza en el amigo o la insufle Dios en el alma, puede arruinarse por creer sin fundamento. Es decir, creer a lo tonto (sin pensar, sin verificar, sin criteriar) es una tontería. Seguir una religión sin averiguar si realmente viene de Dios se llama fideísmo, y por algo Jesús hizo milagros para probarles a justos e injustos que Él era el Dios Todopoderoso. Por el contrario, los incrédulos no buscan con la inteligencia estar en la verdad, sino que con sus pasiones y sentimientos se encandilan con lo esotérico y someten a la inteligencia. Son sumamente supersticiosos en cábalas, horóscopos, oscurantismos y hasta en lo demoníaco, porque como decía el triste Borges[3] argentino, que el infierno lo ve como ideas inmorales, pero le es difícil creer en Dios. Y atrás, de tantas supercherías viene la inteligencia del incrédulo a ponerle algo de retórica contradictoria a sus tonterías como si el tren pusiera la máquina detrás de los vagones. Y, para ellos, la Nada se vuelve causa creadora de la evolución, y se lo escriben a los chicos en sus libros escolares y sancionan a los docentes que dudaran de la fe evolucionista del incrédulo. Y hay que creer o reventar que el hombre viene del mono… y de la Mónera, esto es Ciencia.
Los incrédulos creen en la inexistencia del pecado. Los incrédulos de la Fe verdadera son sumamente crédulos de lo oculto que no les suponga compromiso moral, puede que acepten sacrificios por esa fe supersticiosa como tatuarse o caminar de rodillas, pero nunca cambiar de vida, o respetar el orden natural de las cosas, o respetarse a sí mismos y a la vida. Esto no, ritualismos sí. Siguen robando, pero prenden velitas a las fuerzas energéticas del feng shui; son adúlteros, pero se cuelgan del cuello elefantitos o tumis; hacen abortos mensuales con las píldoras y hasta quirúrgicos si viene la necesidad, pero donan los centavitos irrecuperables de la compra en el súpermercado a Uniceff … Para la fe del incrédulo, la vida y su dios son compartimentos estancos inconexos por completo. El pecado es una tristeza creada para subyugar a la pobre Humanidad por la Iglesia oscurantista. La iglesia que los incrédulos ven con buenos ojos y hasta podrían creer en ella es la que no habla más del pecado ni de sus castigos. Del infierno y del demonio no debe hablar la iglesia, sino Hollywood, porque el cine es el séptimo arte al que el incrédulo le llena sus butacas y le cree todo lo que Hollywood edite si provoca sus adrenalinas y no sus conciencias.
Los incrédulos creen en la ciencia. “No adorarás la obra de tus manos” es quitado del decálogo de sus creencias por el evidente apotegma “el Homo Sapiens inventó la Ciencia”. Tienen fe en el progreso que la ciencia trae a la Humanidad. El liberalismo, cuna de la subjetividad pseudo religiosa de los incrédulos, le vende el paraíso terrenal a larguísimo plazo mostrándolos en sus imágenes por la publicidad televisiva. Aumentan las Guerras, pero, le dice, miren qué robots volador ha inventado el hombre para llevar las bombas a destino sin desperdicio de sangre de “nuestros muchachos”. Las muertes por accidente de tránsito duplican cualquier causal natural de diezmadas, pero miren qué automóviles de aceleración Fórmula 1 que largamos al consumo en el mercado.
La ciencia trae el confort, la salud cuasi eterna y la belleza estereotipada de las cirujías estéticas; la ciencia supera el aburrimiento con una pantalla para cada persona; evita los hijos cuando no los quiere con perfectas máquinas de absorción de fetos o venenos químicos y los fabrica con inseminaciones in vitro y congela a los que no puede implantar para cuando se les antoje como mascotas en la vejez de los incrédulos porque el niño es un derecho no una persona; la universidad es para la ciencia (saber hacer) no para pensar (saber por qué se hace), y la “iglesia de la propaganda” bendice al progreso porque es la base de la paz… Y esta iglesia de la propaganda va leyendo los avances tecnológicos para ponerse a tono cambiando los códigos de su moral que aplaudirá el incrédulo.
Los incrédulos adoran al Gran Dinero. Si no hay inversión no hay trabajo, dogmatizan los capitalistas, y el dinero no debe correr los riesgos. Todo ahorro que vaya al Sistema Financiero no tributará al Bien Común, es de propiedad absoluta de los sujetos y ese bien común es un invento de la iglesia medioeval que debemos hacer desaparecer. La avaricia es la clave de los comerciantes, como grita Michel Douglas en la película Wall Street[4] de 1987, anhelo necesario para el mercado. En los adoradores del Gran Dinero se canoniza a los hombres hábiles que lograron fortunas, y no se debe mirar su vida privada llena de vicios y supercherías, porque no tiene nada que ver con sus capacidades de éxito, lo importante es que los jóvenes miren como ejemplo en sus pantallas a los astutos –nuevos héroes- de este mundo y como debemos enriquecernos. Y si alegas que las riquezas son bienes escasos y por tanto lo que uno acumula de más es porque le quita al menos hábil, entonces eres un marxista impertérrito que te opones al éxito, a la vida confortable, a los placeres que da el dinero, a la propiedad privada absoluta e intangible. Nada de mentar usuras, ni agiotajes, ni dumpings, ni negrerismos sobre el obrero…, todo esto es de mal gusto, no contribuye al éxito de la sociedad del progreso retroceder a morales medioevales.
Y la iglesia mundana debe obedecer al gran dinero, condenar a los marxistas sólo porque luchan contra la propiedad privada, pero sin mentar las luchas de clases y perversidades que promueven, y proteger a los conservadores que cuidan el bienestar de la iglesia con sus limosnas, tengan esos dineros bienhabidos o no, porque sin medios no podrá “implantar la paz en la tierra”. Esta es la iglesia que quieren los incrédulos, la que se aprende el Credo del Incrédulo.
Los incrédulos se arrodillan ante los poderosos y pisotean a los débiles. No existe un solo creyente del mundo mundano que no idolatre y envidie a los exitosos, a los que salen en la televisión, a los que reciben premios públicos, a los CEOs de grandes multinacionales del consumismo. Y así mismo, no hay ni un solo adorador del mundo mundano que no sea malo con los perdedores del sistema, o simplemente con los que van detrás de él. Los incrédulos bienhechores de la Humanidad, son pródigos en excesos verbales, es desprecios, en soslayar al que necesita de ellos, pero evaden impuestos con obras de beneficencias bien documentadas y publicitadas. La solidaridad social es con los propios de la perversión moral, nunca con los que no reditúan. Y luchan por la “confraternidad humana” alabando a la ONU y a la era de la Democracia.
Los incrédulos adoran el aplauso de las masas porque ha llegado la Era de la Democracia. Si muchos gustan de algo, luego es bueno. Y si nadie habla de mí, bien o mal, luego no existo. Debo emperifollarme más y debo ser más adulador de muchos o quedaré solo. Y si llego, aunque más no sea con los likes del facebook, a estar aceptado por muchos, entonces soy feliz, entonces existo. La autoestima consiste, para estos incrédulos que creen en las masas, en la aceptación recibida de los demás. Si soy político, la demagogia es el camino para la acumulación de votos. Si soy periodista, debo subirme a la ola de la moda. Y si no soy nadie, debo tener redes sociales con muchos “amigos” y aprender a adular a los poderosos, hacer silencio con los temas que ellos callan y sumarme a las masas del aplauso.
El credo del incrédulo persigue el confort, creo en la vida confortable, por tanto un signo de la gran apostasía parece residir en esta bajeza del consumismo occidental.
Daniel Giaquinta
[1] Castellani, Leonardo, “Las ideas de mi tío el Cura”. Excalibur. Argentina, 1984. p. 148
[2] http://www.curas.com.ar/Documentos/Straubinger/60%20-%20II%20Tesalonicenses.pdf
[3] http://borgestodoelanio.blogspot.com.ar/2016/06/jorge-luis-borges-entrevista-buenos.html
[4] https://www.youtube.com/watch?v=FCctqbRrsBQ