No me gusta el término “neocatólico” [«neocón»] porqué, demasiadas veces, se usa peyorativamente. Por esta razón, no lo encontrarán en mis escritos muy a menudo, menos aún porqué, frecuentemente, he sido acusado de ser uno de ellos.
En realidad, el término neocatolicismo tiene un significado, aunque no se conozca ese significado preciso. Generalmente, el término se refiere a aquellos católicos que se toman su fe seriamente, pero que, generalmente, no tienen problema con la Iglesia de los últimos 50 años, e, incluso, abrazan los cambios que, en sí mismos, han demostrado ser desastrosos.
Bueno, ese no era yo, no completamente. Antes de volverme tradicionalista, ciertamente, reconocía los problemas significativos de la Iglesia. Más aún, reconocí la ruptura que ocurrió durante y después del concilio y que dio lugar al neocatolicismo, deporte de gimnasia hermenéutica de nivel olímpico. Pero, incluso mientras reconocía estas cosas, me era difícil encontrar la raíz del problema. Pues resulta que yo también, hasta cierto punto, estaba infectado con el mismo virus con que lo estaban muchos neocatólicos. Sin embargo, aunque no estaba seguro de mi propio diagnóstico, mis esfuerzos por curarme a veces eran útiles y otras no.
Así pues, he pasado mucho tiempo meditando sobre las cuestiones de porqué he sido capaz de ver los problemas de la neo-iglesia, yo que no quería ser más que ortodoxo y fiel, pero había perdido mucho tiempo en perseguir cosas inútiles.
¿Alguna vez han visto una de esas imágenes que a primera vista parecen una cosa, pero que después de algún tiempo de estar mirándola, emerge otra? Me acuerdo una vez que vi una imagen tejida en la casa de alguien que, al primer vistazo, parecía como el patrón confuso de un laberinto de bloques. Lo miré varias veces antes de que me diera cuenta que, los espacios entre las paredes del laberinto, formaban el nombre de Jesús. Una vez que vi a Jesús en el laberinto, no podía no ver a Jesús en el laberinto. Desde entonces, parecía tan obvio, que era lo único que podía ver cuando miraba la imagen. Ya no podía ver el laberinto.
Del mismo modo, una vez que me di cuenta de la verdadera diferencia entre las dos formas, como veía las cosas antes y como las veo ahora, no las puedo dejar de ver. De hecho, ahora parece tan obvio, que estoy apenado por lo que antes me perdía. El resultado es que hay una simple razón para todos los problemas que vemos en la Iglesia y los promotores de estos problemas, no son cautos hablándonos de ello.
Cuando la gente me pregunta sobre cómo y por qué cambié, les cuento sobre la gran inversión. Es la única cosa que separa a los, por otra parte, bienintencionados neocatólicos de comprender cómo, de alguna manera, ellos mismos contribuyen al problema.
El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium Nº161 , citó a muchos sabios comentaristas tradicionales que habían enfocado el problema presente:
«Sobre todos los nuevos mandamientos, el primer y más grande de los mandamientos, y el que mejor nos identifica como discípulos de Cristo es: “Este es Mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como Yo los He amado.”».
Es muy fácil, para los católicos criados y alimentados con el catolicismo moderno, mirar lo escrito arriba y no ver el problema. Quiero decir, ¿quién está en contra de amar a su prójimo?
Pero el contraste está en cómo Jesús realmente contestó la pregunta y el problema empieza a revelarse:
«Maestro, ¿cuál de los mandamientos de la ley es el más grande? 37 Él le contestó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente”. 38 Éste es el más grande y el primer mandamiento. 39 El segundo se le parece: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 Toda la ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos». (Mt. 22:36-40; Mc. 12:28-31)
¿Lo ven? Hay dos mandamientos separados por orden de importancia. Primero «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primer mandamiento».
Como pueden ver, la neo-iglesia ha invertido el orden. Primero, la neo-iglesia, puso el amor a Dios a la par con el amor hacia el prójimo, como si fueran un solo mandamiento. Querrían hacernos creer que, amar al prójimo, es igual a amar a Dios. Pero, como se puede ver por EG161, incluso eso no es suficiente. El Papa Francisco, obviando la respuesta directa de Jesús a la pregunta, contesta la pregunta con otra cita completamente a propósito de evitar el amor a Dios, no sólo como el mandamiento primario, sino dejándolo caer en conjunto, a favor del amor al hombre.
Este simple, pero pernicioso, cambio está en el corazón de la neo-iglesia. Cualquier católico de un siglo atrás podría entender que, el amor a Dios, viene antes y que el amor al prójimo, el cual deriva del primero, es secundario. Pero ahora el hombre es lo primero y el amor a Dios es secundario a amar al hombre, en vez de al revés. Ésta es la gran inversión que está en el corazón de la neo-iglesia.
Pero no acepten mi palabra sobre el tema. Escuchen al Papa Pablo VI en la alocución sobre esta misma cuestión, en sus comentarios finales del Concilio Vaticano II:
«Se podría decir que esto y todo lo demás que podríamos decir sobre los valores humanos del concilio han desviado la atención de la Iglesia en concilio al tren de la cultura moderna, centrada en la humanidad. Podríamos decir no desviada sino más bien dirigida».
Está allí desde el principio. Este error, esta inversión de la Verdad del mandamiento de Dios está en la raíz de todo, incluyendo la liturgia centrada alrededor del hombre, el falso ecumenismo, la indiferencia y la falsa misericordia del pontificado actual. Ellos creen que el único amor que vale la pena es el amor al hombre. Sin embargo, el Concilio de Trento toma un planteamiento muy distinto:
«Más aún, ningún honor, ninguna piedad, ninguna devoción se le puede rendir a Dios que sea suficientemente merecedora de Él. Puesto que el amor a Él admite un aumento infinito. De allí que nuestra caridad deberá ser cada día más ferviente hacia Él, Quién nos manda amarlo con todo nuestro corazón, toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas. El amor al prójimo, por el contrario, tiene sus límites, porque el Señor nos manda amar al prójimo como a nosotros mismos. El salirse de estos límites, el amar a nuestro prójimo como amamos a Dios sería un crimen enorme». (Catecismo de Trento, tercera parte. Cap. quinto, preg. 5.)
Esta inversión está tan metida en la neo-iglesia que, cuando un católico pone el amor a Dios y a sus mandamientos primero, como siempre lo debería hacer, hasta el mismísimo papa, ni más ni menos, le ridiculiza, tratándole de ser un fariseo rígido y falto de misericordia.
Pero una vez que ven esta inversión y la comprenden por lo que es, su planteamiento completo comienza a cambiar y su neocatolicismo ya no es sostenible.
Así que, ¿qué cambió para mi? Me di cuenta que el amor a Dios es el primer y primario mandamiento y Jesús dijo: «Si me aman, guarden Mis mandamientos». Y caí en la cuenta de que, para poder amar a mi prójimo, debo ayudarle a mantener también los mandamientos de Dios.
Así lo vi. No sé cómo o por qué, pero lo vi. La gracia de Dios lo es todo. Entonces, ¿qué deben hacer? Bueno, tratar de poner a Dios primero en todo aspecto de sus vidas y tratar de hacer lo mismo con la Iglesia gritándolo desde los tejados. Y pelear en contra del actual proceso continuo de hacer al hombre al centro de nuestra religión. Pelear en contra de la falsa misericordia que rechaza el primer mandamiento. Pelear porque aman a Dios. Y sólo cuando primero amen a Dios, pueden amar a su prójimo sinceramente, aunque su prójimo les odie por hacerlo.
Patrick Archbold
[Traducción de Tina Scislow. Artículo original]