[Inauguro con este artículo una serie de pequeños textos «entendibles por todos». Los mismos no tienen ninguna pretensión de exponer una teología completa de los temas tratados, sino simplemente acercar a personas que no entienden algunos conceptos la comprensión de los mismos con un lenguaje llano, sencillo y claro.]
Seguramente usted sea una de tantas personas que ha oído hablar alguna vez de que la Misa es un Sacrificio, pero nunca ha terminado de entender a qué se refiere exactamente, puesto que lo que suele ver en las Iglesia recuerda más a una especie de cena, que a un acto sacrificial y misterioso dirigido a Dios: el sacerdote en torno a una mesa mirando a los comensales, mientras le da la espalda a Dios en el Sagrario, muchas veces acompañado por canciones, guitarras y proclamas de solidaridad humana.
Sin embargo la Santa Misa no es principalmente una cena, sino un Sacrificio. En la misa participamos y asistimos de forma misteriosa al Calvario donde Jesús se sacrificó en cuerpo y sangre por todos nosotros.
¿Pero esto cómo es posible, cómo que asistimos al Calvario? ¿Esto es en un sentido figurado o es real? No es figurado, es absolutamente real. Es lógico que le cueste entenderlo pues hablamos de un Gran Milagro sobrenatural que escapa al perfecto entendimiento humano. Por tratar de poner un ejemplo que nos sirva -aunque imperfecto-, imagínese por un momento que durante la consagración, Dios, que todo lo puede y es dueño y señor del tiempo y del espacio, abre detrás del altar una puerta en el tiempo que nos conecta como por un cable invisible con el mismo momento del Calvario, donde Jesús está siendo crucificado Sacrificándose para abrir a los hombres la posibilidad de la salvación, y ese cable se conecta por nuestro lado misteriosamente con el sacerdote, trasladando y perpetuando ese mismo sacrificio a sus manos, que transforman el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo a modo de Sacrificio, uniendo de esa forma en el tiempo y el espacio la Misa a la que asistimos con el Crucificado en el calvario.
Cuando estamos allí presentes Jesucristo, igual que regó con el agua y sangre de su costado al soldado romano convirtiéndolo, igualmente riega a todos los asistentes bien dispuestos con su Gracia infinita.
¿Entonces me está diciendo que cuando voy a misa estoy en el mismo Calvario con Jesús? ¿no es algo conmemorativo o meramente representativo? Exacto, usted se transporta físicamente allí cuando el Sacerdote consagra, aunque de un modo no perceptible por sus sentidos pero no por ello menos real. La única diferencia es que en la Misa no hay un derramamiento de sangre violento, y que Jesucristo Sacrifica su Cuerpo y Su sangre, no en una cruz de madera, sino bajo la apariencia del Pan y el Vino, aunque de forma invisible y conectada por esa puerta del tiempo como un todo único e inseparable. Sí, estamos realmente presentes en el Calvario junto a Jesús.
Entenderá ahora porque debemos mostrar una gran reverencia y que poco apropiadas son para ese momento ciertas liturgias, músicas y actitudes que tratan de oscurecer el caracter sacrificial hasta hacerlo imperceptible. Allí no cabe otra que caer de rodillas postrados ante Jesucristo, acompañando a la Virgen, San Juan y la Magdalena.
“Si alguno dice que en la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio; o, que ser ofrecido es sólo que Cristo se nos da como alimento; sea anatema” (Concilio de Trento, Ses. XXII, can. 1).
Miguel Ángel Yáñez