Desencantar = “hacer salir de un encantamiento, liberar de una magia, despertarse de un sueño, de una fantasía, vivir sin ilusiones.” (N. Zingarelli). Ilusión = “error, engaño por el cual una falsa impresión es tomada como realidad; falsa percepción de la realidad por la cual se toman los propios sueños o pensamientos como realidad” (N. Zingarelli). Ilusionar = “engañar, haciendo creer lo que no es” (N. Zingarelli).
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En la vida a menudo nos engañamos, somos víctimas de ilusiones, de esperanzas mal depositadas, creemos a quien no es digno de confianza. A menudo nos damos cuenta solamente tarde, pero “más vale tarde que nunca”. Lo importante es despertarse de la ilusión o del encantamiento y retomar contacto con la realidad, aunque sea desagradable. Esto quiere decir ser “desencantados”, sin demasiada ingenuidad, más expertos, privados de la capacidad de engañarnos a nosotros mismos y, por tanto, también a los demás, como hacen no pocos líderes o santones.
La Imitación de Cristo nos advierte de que quizá el amigo de hoy será el enemigo de mañana. El único Amigo verdadero que no traiciona o no engaña nunca es Jesucristo. Por ello intentemos mantenernos siempre fieles a él y no traicionarlo nunca porque “El no nos abandona si antes no lo abandonamos nosotros / Deus non deserit nisi prius deseratur” (San Agustín). Por tanto, nuestro único cuidado sea el de no traicionar a Dios y, si por fragilidad Lo ofendiéramos, sea el de volver a El con corazón contrito y humillado.
Santo Tomás de Aquino (S. Th., I-II, q. 40, a. 5, ad 2[i]) explica que conforme vamos envejeciendo nos volvemos más desconfiados, ya que hemos sufrido en el curso de los años numerosas ilusiones, pero ello es excusable, dadas las amargas experiencias del pasado.
Algún otro dijo que “pensando mal del prójimo se comete pecado, pero casi siempre se acierta”. La teología moral precisa que si pienso mal sin indicios cometo un pensamiento temerario, pero que, si hay indicios reales para reputar que lo otro no es correcto, entonces no hay ningún desorden sino un juicio verdadero, o sea, que corresponde a la realidad y, por tanto, moralmente lícito.
El Eclesiastés es un Libro Sagrado, atribuido comúnmente a Salomón, que trata de la desilusión y del desencanto. Es más actual que nunca en estos tiempos de “falsos Cristos y falsos profetas”, cuya vanidad es superior a su misma miseria, porque se consideran Dioses[ii] y así se hacen inconvertibles, al ser refractarios a la gracia divina, que actúa sólo sobre quien se reconoce por lo que es realmente: “vanidad y vacío”, “esurientes implevit bonis et fastidiosos divites dimisit inanes / colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió con las manos vacías” (Lc. 1, 53).
El Eclesiastés se puede resumir en una frase: “vanidad de vanidades, todo es vanidad salvo amar a Dios y servirLe sólo a El”. Vanidad, explican los Padres eclesiásticos, significa que todas las criaturas son “contingentes, caducas, destinadas a terminar, vacías”. En pocas palabras, todo pasa, sólo Dios permanece. Ahora bien, si todo pasa y sólo Dios permanece, “nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios tiene nada le falta” (Santa Teresa de Avila).
La blasfema herética del “silencio de Dios”
Hoy está de moda hablar del “silencio de Dios” o incluso de la “muerte de Dios”, especialmente después de la ‘shoah’ y también después de un terremoto, un maremoto o un tsunami. En el Commento dogmatico-morale al Catechismo di S. Pio X del Canónigo Fernando Maccono (Torino, SEI, 1924, 2º vol., Morale o Comandamenti, p. 103), en el 2º Mandamiento “no pronunciarás el nombre de Dios en vano”, el Autor habla de la “blasfemia herética”, que consiste en una injuria contra Dios acompañada de un error contra la Fe; por ejemplo negar la Existencia o un Atributo de Dios como la Omnipotencia, la Bondad o la Providencia es una “blasfemia” en cuanto injuria dirigida contra el Ser perfectísimo, y a demás es “herética” en cuanto que niega una verdad de Fe católica (Existencia de Dios o uno de sus Atributos), mientras que la “blasfemia simple” es sólo una expresión injuriosa contra Dios.
La gravedad de la blasfemia es “muy horrible” (San Juan Crisóstomo, In Isaiam, XVIII), si además es herética equivale a intentar destruir a Dios negando su Existencia o algún Atributo suyo. Ella es la máxima impiedad. Por lo cual la moda de la “a-teología[iii] del silencio de Dios” es más grave que una simple blasfemia, debido a que viene acompañada por una herejía. Quizá más que de silencio divino, sería necesario hablar de “sordera voluntaria e impiedad diabólica de los hombres”, los cuales, frente a las severas admoniciones de Dios, causadas por sus comportamientos malvados, se obstinan continuando en el camino del mal.
Lo más grave es que hoy dichas blasfemias heréticas son proferidas por sacerdotes, obispos y en los tiempos recientes también por el papa Benedicto XVI, que en Auschwitz (28 de mayo de 2006) exclamó dirigiéndose a Dios: “¡Despierta, no olvides a tu criatura, el hombre!”. Ahora bien, una cosa es la exclamación de súplica dirigida a Dios durante una prueba, en la cual se Le pide que se acuerde de nosotros, como si se hubiese olvidado per absurdum, y otra cosa es proferir un discurso o una reflexión teológica, estudiada, leída, releída y corregida en el surco de la “a-teología” del silencio de Dios durante la ‘shoah’, que revolucionó totalmente el modo de concebir a Dios, como si fuera, no el Ser infinito que debe ser adorado y ante cuya Voluntad inclinar la cabeza, sino el “no ser” impotente, im-próvido, no-bueno, injuriado heréticamente.
También los justos pueden pensar que han sido abandonados por Dios porque el mal triunfa y los buenos son oprimidos. ¿Duerme Dios? Ciertamente no. Precisamente como Jesús en la barca de los Apóstoles, en medio de la tempestad. Dios calla y precisamente al callar está más cerca del justo que sufre por causa de Su Nombre.
La quimera prometeica de la dignidad absoluta del hombre
El silencio o el aparente abandono por parte de Dios, nos sirve para hacernos tocar con la mano la distancia infinita entre criatura y Creador, entre antropo-centrismo y teo-centrismo. Las criaturas, todas las criaturas son finitas, limitadas y sujetas a corrupción, un día acabarán, mientras que sólo Dios, el Ser por esencia, permanece eternamente. El hombre, como toda criatura, depende de Dios. La antropo-latría o antropo-centrismo acabará, “cenizas a las cenizas, polvo al polvo”.
Debemos, por ello, salir del sueño irreal de la absoluta dignidad del hombre, debido a que él es vanidad, contingencia y caducidad, como todas las demás criaturas. Si estuviésemos ilusionados o engañados creyendo ser eternos, absolutos, necesarios, incorruptibles, pues bien, debemos desilusionarnos y desengañarnos. Es necesario no dejarnos encantar, alucinar o embrujar por la quimera prometeica de la dignidad absoluta de la persona humana, del progresismo, que nos promete un cambio continuo hacia el infinito, cuyo mutamiento no es jamás infinito. Uno solo es el Absoluto, Dios, toda la creación, comprendido el ángel y el hombre, es contingente, compuesto de esencia y ser y por ello relativo, susceptible de perder el ser, mientras que sólo Dios es el Ser por su misma Esencia o Naturaleza y, por tanto, no puede no ser: nada es necesario que exista, sólo Dios es necesario que exista, porque de otra manera nada más podría existir.
Varias son las corriente que ilusionan, engañan o encantan, como la maga Circe, al hombre haciéndole creer que es el Absoluto, para reducirlo después al mísero estado de cerdito.
El antropo-centrismo naturalista nos es sugerido en el Edén: “eritis sicut Dii / seréis como Dioses” por quien había gritado a Dios “non serviam! / ¡no obedeceré!”.
La cábala esotérica, madre de toda gnosis ocultista, hace de Israel una divinidad y calumnia a Dios como malvado, al haber permitido la destrucción del Templo (70 d. C.), la expulsión de España (1492) y la ‘shoah’ (1945). Desgraciadamente se metió en ello también el Concilio Vaticano II, en la línea de Teilhard de Chardin, cfr. Gaudium et spes nn. 14 y 24, y Juan Pablo II, quien, en Dives in misericordia n. 1, escribió que uno de los puntos más importantes y quizá el más importante del último Concilio es haber hecho coincidir antropocentrismo y teocentrismo. Pero “ponere duos fines absurdum et haereticum est”. En efecto, el fin último o el centro por definición es sólo uno: el dividido, el “des-doblado”, el esquizofrénico, tienden a tener a tener dos fines y dos centros y es precisamente esto lo que les hace estar enfermos. Un círculo tiene un solo centro[iv], si tuviese dos estaría distorsionado o deforme; del mismo modo puede haber un fin próximo y un fin último, pero nunca dos fines últimos y diferentes. Pues bien, el Vaticano II, por admisión de Juan Pablo II, perdió el centro y por ello es hegeliana y voluntariamente una contradicción en los términos.
También la ‘shoah’ de la religión holocáustica, con el Concilio (Nostra aetate, 28 de octubre de 1965) y especialmente con el post-Concilio (Juan Pablo II “La Antigua Alianza nunca revocada”, Maguncia, 1981; “Judíos hermanos mayores en la fe y predilectos”, Roma, 13.IV.1986 y Benedicto XVI, “los ‘lager’ son símbolo del infierno”, Castel Gandolfo 9.VIII.2009), se convirtió como en una verdad de “fe” y está intentando remplazar el único Holocausto salvífico del género humano, que es el de Jesucristo.
El realismo cristiano
Es necesario ser simples al acercarnos a la Palabra de Dios. Pues bien, el Eclesiastés nos llama de nuevo a la realidad y nos enseña que toda la creación, precisamente porque es creada, es finita e inconsistente, caduca y transeúnte. Pero no dice que es absurdo, que es el efecto de un “Dios” malvado (“contradictio in terminis”). Lo que sobrepasa nuestra razón no es necesariamente absurdo, está solamente más allá de nuestra razón pero no contra ella. Es el misterio, el cual nos devuelve a nuestra condición de criaturas contingentes, limitadas y finitas.
Es cierto, la vida tiene un fin, Dios. Pero algunos acontecimientos nos parecen difícilmente conciliables con la bondad infinita de Dios, superan nuestra comprensión. En estos casos, es necesario inclinar la cabeza y hacer la voluntad divina, aunque no comprendamos su significado, seguros de que El lo sabe y obra todo para nuestra salvación, aun cuando parece “abandonarnos” en nuestra cruz, como le sucedió a Jesús.
Sólo Dios está en el cielo, el hombre está todavía en la tierra, al menos mientras vive, por lo cual la muerte es el inicio de la vida verdadera. Por tanto, debemos resignarnos a estar en este valle de lágrimas y mantener los pies sobre la tierra, sin levantar vuelos pindáricos, que corren el riesgo de acabar mal como para Icaro. Los ídolos que están entre el cielo y la tierra caerán pronto. En el valle de Josafat todo estará claro y los “falsarios” de este mundo no podrán ya engañar, basta esperar con paciencia y vivir bien, debido a que “talis vita, mors ita / como es la vida, así es la muerte”. No nos afanemos si la mentira parece prevalecer, Dios retribuirá a cada uno según lo que sembró.
Un error que se debe evitar: atribuir a las iniciativas humanas la indefectibilidad que es sólo de la Iglesia en su elemento divino
Por lo que respecta a esta “noche oscura” que es la crisis que atraviesa el elemento humano (“in membris et in Capite”) de la Iglesia, debemos volver al Eclesiastés: todo pasa, todo es vacío, sólo Dios y lo que es divino permanece. Ante el mal actuar y a la falsa enseñanza que nos trastornan desde hace cincuenta años o ante quien traiciona las esperanzas de quienes han resistido al tsunami modernista del Vaticano II y del post-Concilio, es importante no dejarse engañar, ilusionar y encantar. Es necesaria por ello una buena dosis de desencanto. “Maldito el hombre que confía en el hombre” como si fuera una divinidad porque todo es caduco, hombres y estructuras, salvo Dios y su Iglesia en su elemento divino, el cual puede ser soportado por hombres deficientes, precisamente como sucede desde 1958 hasta hoy.
Además es necesario estar atentos a no confundir nuestra pequeña “obra” de resistencia al modernismo con la Iglesia. Dios ha prometido la indefectibilidad sólo a la Iglesia de Cristo fundada sobre Pedro. Por tanto, nuestras “obras” o “estructuras”, por buenas que sean de partida, pueden venir a menos.
Sólo a la Iglesia romana ha sido prometida la permanencia de principio a fin. Muchas buenas obras comenzaron bien, pero después se perdieron por el camino. Es humano y no es necesario hacer una tragedia por ello, sino que es necesario repetir la jaculatoria de Salomón. “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Todo es inconsistente y nada frente al mismo Ser subsistente.
No dejemos que se turbe nuestra alma y la dulce presencia de Dios en nosotros mediante la gracia santificante por los acontecimientos vacíos, vanos e inconsistentes de este mundo creado. Tal “crisis” se refleja hoy en toda alma e institución humana o eclesial pero no debemos maravillarnos de nada, ilusionarnos por nada, sino des-ilusionarnos, des-encantarnos. Sabemos que -de fe- “las puertas del infierno no prevalecerán” contra la Iglesia de Roma, solamente a la cual fue prometida la indefectibilidad, por lo cual sería erróneo atribuirla a otra persona o institución humana, civil o eclesiástica.
Las sirenas conciliaristas
Hoy sería extremadamente peligroso dejarse ilusionar o encantar por las sirenas “conciliaristas” (y por los hombres que se han dejado seducir por ellas), las cuales proponen que “todo cambie, para que todo quede como antes” (la reforma de la “reforma litúrgica”, que nada reforma del Novus Ordo; el Concilio “a la luz de la Tradición”, que quiere conciliar lo inconciliable; el caminar juntos con el modernista ilusionándose con que sea posible entenderse doctrinalmente con él, mientras que el camino no es una doctrina), de manera que nos haga perder nuestra identidad, sin saber muy bien lo que se llegará a ser exactamente.
En nuestros días triunfa el pragmatismo de los principios débiles o el “entrismo”, que parece haberse convertido en la religión o ideología laica común entre la mayor parte de los hombres (del entrismo al antropo/c-entrismo). ¡Ay de quien osa no creer en la religión holocáustica, de quien intenta mantener ideales fuertes y sobre todo de quien los proclama! Será “eliminado”, excomulgado, expulsado, castigado y puesto al margen de la sociedad (civil y también religiosa), quizá enviado al exilio. “Vendrá un tiempo en el que os expulsarán de las sinagogas…”.
La sirena del “entrismo” ha engañado a muchos, por ejemplo a “Alleanza Cattolica” (1981), que -se sabe- ya no es íntegramente católica o contrarrevolucionaria, pero no se sabe exactamente lo que es ahora, y a “Alleanza Nazionale” (1996), que -se sabe- ya no es neo-“fascista”, ni neo- “gaullista”, pero no se sabe lo que es (quizá auto-“gaullista”).
Lo mismo podría suceder a los católicos anti-modernistas fieles a la Tradición de la Iglesia, si aceptaran pactar y entrar en compromisos con el post-modernismo (2016): se sabría que ya no son íntegramente católicos anti-modernistas, pero ya no se sabría exactamente y positivamente en qué se han convertido.
La filosofía del Eclesiastés
Ni siquiera la historia humana más grandiosa y heroica puede dar un sentido verdadero a la vida, si no es dirigida por Dios y a Dios. Con mayor razón, la historia de los hombres de Iglesia, si no es vivida en relación de dependencia de Dios y finalizada hacia Dios por medio de Cristo, que continúa en la Iglesia jerárquica, no tiene sentido. Por tanto, frente a los problemas que nos acosan especialmente hoy, no nos ilusionemos, no nos engañemos, sino intentemos vivir las circunstancias actuales con des-encanto: “vanidad de vanidades, todo es vanidad, salvo Dios solo. El sol sale y se pone […], nada hay nuevo bajo el sol”.
La filosofía del Eclesiastés es el desencanto de quien vive sencillamente la propia vida, la que la Providencia ha asignado a cada uno, sin dejarse engañar por los “ideales” humanos, por los mitos, por los ídolos, aceptando pura y simplemente la vida como don de Dios y viviéndola para Dios y no para las criaturas, que son “vanas” y perecerán. “Pasa rápido la escena de este mundo” (San Pablo). El Eclesiastés barre toda ilusión, ídolo, idolatría, megalomanía, narcisismo, angelismo, super/hombrismo, super/sacerdotismo o perfeccionismo de nuestra vida.
Los varios “eclesiásticos” que conceden entrevistas “soft”, en las cuales lapidan “dulcemente” a aquellos que osan llamar “al pan pan y al vino vino” y ejercen una dictadura del entrismo relativista y narcisista, del moderadismo extremadamente megalómano-centrista, no representan una novedad, antes bien son ellos también vanidad y “aflicción de espíritu”; por fortuna incluso ellos pasarán con sus pompas y sus “adagios”. Sólo los Novísimos dan a nuestra vida un verdadero sentido, que es imperecedero, debido a que nos hacen mirar hacia la eternidad. “Pasad, pasad criaturas. Dios me queda, Dios me basta” (San Juan de la Cruz). “Redde rationem villicationis tuae, jam enim non poteris amplius administrare / Da cuentas de tu administración ya que ya no podrás ser administrador” (Lc., 16, 1).
Tiempo de callar y tener paciencia, pero también de confiada espera
“Hay un tiempo para construir y uno para destruir, uno para hablar y otro para callar, uno para hacer la paz y otro para hacer la guerra” (Eclesiastés). Hoy parece haber llegado el tiempo de callar (“nolite mittere margaritas ante porcos, ne forte dirumpant vos / no echéis las perlas a los cerdos para que no suceda que os despedacen” Mt., 7, 6) y observar atentamente dónde irán a parar los intentos de los “Eclesiásticos” muy distintos del Eclesiastés (“Prelatum devita / el que es amigo del sacerdote y del médico vive enfermo y muere hereje”). Hay que hacer atención a no dejarse tomar por el frenesí de la acción y por los fáciles entusiasmos juveniles (“entrismo”) o por la contestación que es un fin en sí mismo (“escisionismo del átomo”).
Cuando termines tu trabajo, da un paso atrás, míralo con distancia, como si no fuera obra tuya, este es el camino que lleva al Cielo. Jesús en el Evangelio nos amonestó: “cuando hayáis hecho todo lo que os he mandado decid: ‘somos siervos inútiles y pecadores’”. “No nos devoremos unos a otros” (San Pablo), no formemos partidos: “yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas” (San Pablo). Lo esencial es querer estar con Cristo y ser de Cristo. “El debe crecer y nosotros disminuir”, cuantas más Misas tradicionales mejor, aunque no sean las “nuestras”. Digamos la nuestra, sin presumir de ser infalibles, y después pongamos en paz nuestro corazón, el tiempo revelará todo y descubrirá todo secreto.
Pío IX, cuando estalló el caso Mortara, frente a tantas angustias intentaba imitar a Jesús, que durante la Pasión “tacebat”. El Libro Sagrado nos enseña a vivir en la “aurea mediocritas” que había descubierto también el pagano Horacio: no vale la pena afanarse tanto en la vida, ya que cuanto más se hace, más se experimenta la propia impotencia. El perfeccionismo titánico y angelista es suma necedad. No es necesario tener demasiada estima del hombre (fil-antropismo) ni reputarlo necesaria y excesivamente malvado (mis-antropismo), basta con no querer que sea demasiado perfecto (sano an-antropismo). Si Dios tolera muchas imperfecciones y males en este mundo, ¿por qué no deberemos toleralos también nosotros? No debemos comprometer y arruinar la poca felicidad que nos da la vida con ideales más grandes que nosotros: pretender que todo salga bien es lo que nos gustaría. Puede esperarse, pero, si los hombres se obstinan en querer recorrer caminos resbaladizos, permitamos que esto suceda, como lo permite la divina Providencia[v]. No nos rasguemos las vestiduras, como Caifás, no nos provoquemos un infarto, tomémoslo con filosofía, “buttiamola sul ridere / tomémoslo con humor” (decía San Felipe Neri)[vi].
El diablo dice: “puedo soportar los montes, detener el curso de los ríos, volar más rápido que el rayo. Pero no puedo permanecer quieto pensando, es contrario a mi naturaleza, aumentaría mi desesperación” y es por ello que se tira a la acción. No lo imitemos. Cuando el agua es turbia, para hacer que se vuelva límpida, es necesario tener paciencia y esperar que se repose y se sedimente y entonces volverá a ser cristalina. Así sucede en las dudas que nos pueden atenazar. La hora actual es “la hora del poder de las tinieblas” y por ello es necesario ser máximamente prudentes y cautos.
El Eclesiastés nos invita a “echar la semilla aunque llueva y haya viento”. Casos imprevisibles, por ejemplo el Vaticano II y la adaptación a él por parte del mundo católico, in Capite et in membris, pueden exasperar nuestras esperanzas. Sin embargo, nunca debemos dejarnos vencer por los acontecimientos humanos, “demasiado humanos”, o intentar vencerlos con nuestras solas fuerzas humanas. Jamás desanimarnos y tirar la toalla, sino continuar teniendo fe en un Dios que calla y se esconde, pero no consiente y, sin embargo, ve y dirige todo y que “si no paga el sábado, paga el domingo”. Atención al “mucho ruido para nada”.
Para concluir
Mons. Francesco Spadafora contaba la historia de un mal sacerdote, que se obstinaba en el mal. Los parroquianos decían desconsolados: “¡pobre Jesucristo en manos de don Antonio!”. Cuando murió, una ancianita muy simple y sabia dijo: “¡pobre don Antonioo, en manos de Jesucristo!”. Pues bien, hagamos todo lo que está en nuestro poder, nuestro deber, y después dejemos que Dios dirija todo como El ha establecido, recordando que, si “el diablo hace las ollas, no hace las tapaderas”. El mal no paga (“mal no hacer, miedo no tener”) y antes o después será descubierto y castigado severamente.
Es necesario evitar los dos errores extremos a) por defecto: la inacción; b) por exceso: la superactividad pelagiana y super-hombrista (“Superman”) o super-sacerdotal (“Superclergyman”), intentando permanecer en el justo medio de altura y no de mediocridad, o sea, plantar la semilla y quedarse mirando y esperando con paciencia su florecimiento, que depende sobre todo de la Providencia divina, la cual “hace salir el sol sobre buenos y malos”, pero que al final enviará a sus ángeles a separar a unos de otros y premiará a los primeros y castigará a los segundos. “Expectans expectavi”.
Por tanto, “haz el bien y olvídate, haz el mal y piensa en ello”, o sea, si haces una acción buena no esperes una recompensa humana, sino sólo la de Dios; por el contrario, si haces una mala acción piensa en ello y repara el daño hecho. “Castiga tu pecado para que no sea castigado” (San Agustín).
Cuando era joven sacerdote, un fiel muy sabio y con cabellos blancos me sorprendió. En efecto, me confió que, guiado por el sentido común, había creído oportuno dar buenos consejos a quien era cercano a él, especialmente a sus familiares. Pero sólo se hizo muchos enemigos y casi nadie le escuchó. Por tanto, concluía: “si alguno viniera ahora a decirme qué quiere echarse al mar, no intentaría disuadirlo, sería inútil; ciertamente tampoco lo echaría yo, oraría y dejaría hacer sólo a la divina Providencia”.
Habrá siempre quien se obstinará en ver continuidad donde hay ruptura entre Nostra aetate y la doctrina tradicional, y negar que la shoah fue (en 1965) la ganzúa histórico-teológica con la cual se comenzó a socavar a los hombres de Iglesia para llegar a hacerla obligatoria para ejercitar el episcopado (Benedicto XVI, 10 de marzo de 2009) y a paragonarla al infierno (Benedicto XVI, 9 de agosto de 2009), aunque los hechos y los documentos demuestran exactamente lo contrario. “La madre de los necios está siempre encinta”, dice el proverbio y la Sagrada Escritura precisa: “numerus stultorum infinitus est / el número de los necios es infinito”.
No temamos, atendamos, esperando “contra spem”, la intervención de Dios “ludens in orbe terrarum”, solamente el Cual puede ya enderezar una situación tan degenerada, social, religiosa e incluso individualmente, tanto que, humanamente hablando es incurable. No olvidemos, sin embargo, que al enderezar El deja a las “causas segundas” (las criaturas humanas) un cierto papel no principal[vii], sino totalmente secundario, al cual ellas no deben sustraerse por pusilanimidad, falsa humildad o fatalismo. San Ignacio de Loyola decía: “Cuando actúes cree que todo depende de Dios, pero haz como si todo depende de ti”.
San Felipe Neri cantaba:
“Vanità di vanità, Ogni cosa è vanità. Tutto il mondo e ciò que ha, Ogni cosa è vanità. Se del Mondo i favor suoi T’alzeran sin dove vuoi, Alla morte che sarà? Ogni cosa è vanità. Se regnassi ben mill’anni Sano, lieto, senza affanni, Alla morte che sarà? Ogni cosa è vanità. Se tu avessi ogni linguaggio, E tenuto fossi saggio, Alla morte che sarà? Ogni cosa è vanità. Dunque a Dio rivolgi il cuore, Dona a Lui tutto il tuo amore, Questo mai non mancherà, Tutto il resto è vanità / Vanidad de vanidad, Todo es vanidad. Todo el mundo y lo que encierra, Todo es vanidad. Si los favores del Mundo te elevarán a donde quieres, ¿En la muerte qué será? Todo es vanidad. Si conocieses todas las lenguas Y fueras considerado sabio, ¿En la muerte qué será? Todo es vanidad. Por tanto vuelve a Dios el corazón, DaLe todo tu amor, Esto no te faltará, Todo el resto es vanidad”.
(San Felipe Neri, Inno della visita alle Sette Chiese)
Salomon
(Traducido por Marianus el eremita)
[i] “En los ancianos la experiencia de la vida produce una cierta desconfianza ya que se han persuadido de que muchas cosas son inalcanzables en esta vida. Aristóteles mismo escribe (Retórica, 2, 13, 11) que muchas cosas les han ido mal en el curso de la vida”.
[ii] San Bernardo de Claraval escribía dirigiéndose al hombre. “Cogita quid fueris: semen putridum; quid sis: vas stercorum; quid futurum sis: esca vermium”.
[iii] De ‘alfa’ privativo: no-teología.
[iv] Centro = “En una circunferencia o círculo, el punto equidistante de todo punto de ella” (N. Zingarelli). Por lo que hay un solo centro para toda circunferencia.
[v] “Corazón de Jesús que sabes, Corazón de Jesús que puedes, Corazón de Jesús que ves, Corazón de Jesús que provees. ¡Corazón de Jesús, ocúpate tú!”
[vi] Un adagio popular toscano dice: “In vita forse è ancora bello stare, tutto dipende da nun s’arrabiare. Fa finta d’un aver veduto, magari d’un n’aver sentito. Ascolta ma fa finta d’un sapere, riguarda ma fa finta d’un vedere. Di quel che sai è meglio nun parlare. Va’ per i fatti tuoi, tira a campare! / Quizá es hermoso todavía estar vivos, todo depende de no enfadarse. Finge no haber visto, incluso de no haber oído. Escucha pero finge no saber, mira pero finge no ver. De lo que sabes es mejor no hablar. ¡Ocúpate de tus asuntos, sigue adelante!”
[vii] Desgraciadamente, en el ambiente antimodernista, algunos, tomándose demasiado en serio, como si la Iglesia dependiera de ellos, frente a la devastación actual, se arrogan el poder de anular al Papa y hacer a otro, quizá a sí mismos. Hay más de diez de estos anti-papas esparcidos por el mundo. También aquí me vuelve a la memoria una pequeña historia contada por mons. Spadafora: “había un joven sacerdote benedictino, muy vanidoso. El padre Abad, que se había dado cuenta, le había echado el ojo. Un día el joven sacerdote, hablando consigo mismo en alta voz decía: “ahora soy sacerdote, mañana seré obispo y quizá también Papa, pero como Papa ¿qué nombre tomaré?”. El padre Abad resopló entonces y dijo: [sit venia verbo] “Minchione 1º! / Tonto 1º”. Ahora bien, no hay ningún “1º”, sino al menos una decena de “M”… [venia bis].