La paradoja conservadora: la unidad por sobre la verdad

[Fuente: Caminante Wanderer] El viernes pasado, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe declaró que Mons. Carlo Maria Viganò había sido excomulgado por cisma, según lo establece el canon 751. Para un ajeno al derecho canónico como soy yo, parecería que la pena corresponde a un delito efectivamente cometido por el arzobispo; se trata de un grave delito contra la unidad de la Iglesia pues el reo se niega a reconocer la figura y autoridad del Romano Pontífice.

Ese mismo día, se conoció que la diócesis de Linz (Austria) había decidido dejar expuesta en la catedral una imagen de la Santísima Virgen brutalmente blasfema: se la representa sentada en el piso, con las piernas —que son de hombre— abiertas, con el rostro adolorido, y en el momento de dar a luz: Crowing, se llama la imagen, es decir, en el momento en el que el bebé asoma su cabeza del canal de parto. Ni el rector de la catedral ni el obispo de Linz han sido excomulgados, ni sancionados; ni siquiera se les ha mandado una advertencia

Cualquier católico que permite y celebra que en un templo se exponga una imagen de esa naturaleza, ciertamente no tiene fe en la virginidad de María ni en su maternidad divina. Esa persona no sólo está cometiendo un gravísimo delito contra la unidad de la fe católica, que entiendo que es más importante que la unidad ante la figura del pontífice de Roma, sino que también blasfema y escandaliza. Según el CIC de 1917, “El que blasfemare […], sobre todo si es clérigo, debe ser castigado según el prudente arbitrio del Ordinario” (c. 2323). Claro que ese código fue derogado por Juan Pablo II; ¿habrá quedado derogada también la blasfemia? Un detalle.

Ejemplos como este tenemos a montones: miembros de la Iglesia, algunos de ellos con puesto muy altos en la jerarquía, que niegan de un modo u otro verdades de fe; es decir, son herejes y hasta blasfemos. Pero para ellos no hay penas de ningún tipo. Muchas veces hay encomios.

Por cierto que, si preguntáramos a esos personajes acerca de la naturaleza de su fe, no dudarían en decirnos que son católicos y que adhieren a las verdades proclamadas en el Credo. Y es verdad que lo hacen, lo que ocurre es que la suya es una adhesión racionalista a la fe. Es decir, conciben a las verdades de fe como una serie de enunciados producidos en una época determinada y que responde al lenguaje y a la cultura de esa época. Consecuentemente, en un mundo avanzado como el nuestro, esas “verdades” tienen que ser interpretadas de acuerdo a las luces de la razón y de la ciencia. María, ciertamente, no pudo ser virgen y concebir sin concurso de varón, y Jesús no puede ser Hijo de Dios. Estos, entre otras muchos, no son más que relatos propios de los hombres de los primeros siglos del cristianismo y que hoy deben ser reinterpretados. En otras palabras, la herejía modernista que el Papa San Pío X condenó en 1907, a pesar de lo cual, surgió con mucha mayor fuerza y vigor en los años 60, y hoy atraviesa todas las capas de la Iglesia

En el Tracto 73 y aquí y allá a lo largo de su obra, John Henry Newman se enfrenta con este racionalismo, que otorga las bases teológicas para lo que él llamaba liberalismo en materia de religión, y vale la pena seguirlo en su argumentación.

No defiende Newman ningún principio contra la razón ni se opone a ella, ya que racionalismo no es el uso de la razón para elaborar pruebas racionales de lo que se puede probar en la Verdad revelada, ni tampoco es racionalismo investigar las verdades de la religión natural, ni determinar qué pruebas son necesarias para aceptar algo como revelado, ni reflexionar sobre el significado de las verdades reveladas y de su lenguaje. Es racionalismo hacer irreal la profesión de fe, decir que uno acepta la Revelación y “luego negarla con explicaciones; hablar de ella como Palabra de Dios y tratarla como palabra de hombre; resistirse a dejarla hablar por sí misma; alegar saber el porqué y el cómo del trato de Dios con nosotros… y asignarle a Dios un motivo y una mente nuestra”, tomar sólo una parte de la Revelación, eludir lo oscuro, llevar las cosas a un terreno ajeno a la Revelación. En definitiva, racionalismo es no dar a Dios la última palabra sobre Él mismo y sobre su designio para el mundo

Desde el Concilio Vaticano II, con mayor o menor intensidad, la iglesia de Roma ha ido vaciando la fe católica; ha dejado la cáscara pero, como una polilla, ha roído la pulpa de la nuez, y ya casi no quedan más que algunos pequeños trozos aquí y allá. La enorme mayoría de los católicos del mundo, ha dejado hace mucho tiempo de concurrir a la Iglesia o de mantener con ella alguna relación que no sea cultural. Y los que continúan yendo, conservan la fe como pueden, más por sensus fidelium que por enseñanza e instrucción de sus pastores. 

Es llamativo que los católicos, aún aquellos conservadores y los más conservadores de entre los conservadores, se rasgan las vestiduras por el cisma cometido por Mons. Viganò o por las monjas de Belorado; y para afirmar su adhesión al papado romano aparecen en fotos y videos junto a una gran fotografía del Papa Francisco y la bandera de la Santa Sede. “Jamás, dicen, aceptaremos el cisma”. Sin embargo, muy calladitos o apenas con leves balidos, se oponen a aquello que es mucho más grave: la pérdida de la fe de los pastores. Y sin fe, no hay unidad que pueda ser rota. La figura del Papa y la adhesión a él no es una cuestión totémica; no se trata de adherir a un ídolo que se viste de blanco. La adhesión es en tanto y cuanto el Papa de Roma «confirma a los hermanos en la fe», es decir, en tanto y cuanto garantiza la integridad de la fe católica. Pero, ¿qué ocurre cuando a ojos vista no lo hace? Porque seamos honestos, desde el inicio de su pontificado, Francisco se ha preocupado por «confundir la fe de sus hermanos» y no confirmarlos en ella. ¿Qué otra son si no, Amoris laetitiae, el documento de Abu Dhabi o Fiducia supplicans? ¿Hasta que punto al adhesión al Papa es garantía de unidad? O, mejor dicho, ¿garantía de qué tipo de unidad es la adhesión al papa romano? 

Estamos frente a la paradoja de los conservadores: la unidad por sobre la verdad.

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