La Virgen María aplastó a la diosa Venus

En el mundo antiguo grecorromano el culto a la diosa Afrodita o Venus estaba muy extendido. Sus estatuas desnudas o indecentes estaban muy presentes en muchas ciudades en la vía pública, singularmente en la propia Roma. Su imagen se veneraba en numerosos templos.

El culto a Venus era, en realidad, el culto a la propia impureza y a los instintos más bajos en una sociedad donde la condición femenina era muy dura. Un aspecto este, curiosamente olvidado por muchos historiadores modernos. En Roma, como antes en Grecia la forma más corriente de matrimonio era por compra y el repudio legal hacia la propia esposa por los motivos más nimios era una práctica habitual.

En el triste mundo occidental actual neopagano de principios del siglo XXI se nos explica una versión idealizada de la Antigüedad poniendo el acento precisamente en la libertad de costumbres sin barreras morales antes de la llegada de la “opresora” Iglesia y presentándolo como un interesante antecedente para nuestro mundo actual “postcristiano” y absolutamente relativista, donde presuntamente hemos alcanzado una gran “libertad”.

Se quiere pasar por alto deliberadamente el inmenso progreso moral y ético que supuso la llegada del Cristianismo para la sociedad y singularmente para la mujer. El Cristianismo instaura la idea del matrimonio por amor donde la mujer deja de ser poco más que una especie de esclava para convertirse en el pilar de la familia con la misma dignidad que el hombre. Se seguía el ejemplo de Nuestro Señor que siempre fue muy amable con las mujeres como se lee en los Evangelios.

La inmensa figura de la Santísima Virgen María se convirtió en ejemplo y modelo de virtudes. La mujer que por su amor hacia Dios, su abnegación y humildad fue coronada como Reina de Cielos y Tierra, Madre de Dios y madre nuestra. Mujeres virtuosas siguieron su ejemplo y fueron decisivas en la conversión de grandes santos como San Agustín entre otros. Grandes damas cristianas como Tabita, Domitila o Fabiola se hicieron famosas por sus obras de caridad con los pobres y necesitados.

María representaba además como es lógico un excelso ejemplo de castidad, pureza  y limpieza de corazón que cautivó a la Humanidad. No solo a algunos espíritus selectos sino a las masas. Desde entonces durante muchos siglos fue modelo singular de pintores, escultores, artistas y poetas y se le dedicaron miles de templos e iglesias. Su excelso ejemplo conmovió a los seres humanos.

Las repulsivas diosas de la corrupción y el vicio fueron destronadas, arrojadas de sus templos y lanzadas al vertedero. Al cristianizarse el Imperio Romano sus templos fueron convertidos en iglesias y las imágenes de la Virgen María sustituyeron a las  indignas diosas caídas como recordaba el erudito Joaquín Pérez Sanjulián hace un siglo.

Tengámoslo muy presente en esta época en que el renacido culto a Venus simbolizado hoy en día en la indecente publicidad, moda cine o música  han extendido una triste capa de impureza en todas partes. La Santísima Virgen volverá a aplastar a Venus y al demonio tal y como está escrito. Ella es nuestro amparo y defensa.

Rafael María Molina. Historiador.

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