Meditación para el viernes de la decimonovena semana
Punto PRIMERO. Considera que, como dice san Jerónimo, acabó Cristo su sermón con estas palabras, porque no está el toque de la vida espiritual en empezar bien, sino en acabar bien. Este a quien condenó el rey porque no llevo ropas de bodas, empezó bien, obedeciendo la voz de Dios y viniendo a su convite, del cual se excusaron otros sin razón; pero acabó mal, porque no tuvo cuidado de cumplir con su obligación y venir con las ropas decente al convite del Señor, aprende en su cabeza a no fiarte de virtud antigua; y a no descuidarte en su santo servicio, sino perseverar hasta el fin, porque no te suceda lo que a este, y vino a tus concurrentes ser escogidos y gozar de la mesa de Dios, tú seas desechado y lanzado en el infierno.
Punto II. Considera con San Juan Crisóstomo, que estas palabras de Cristo las dijo por los llamados a la fe y los escogidos al cielo; muchos son los que entran en la Iglesia y pocos los escogidos para el cielo; pondera esta sentencia, y llénese tu alma de temor y temblor de ser uno de los muchos, pues están allá tantos condenados que fueron acá mucho mejores que tu. Considera cuántos hay en el infierno, que no pecaron aquí la mitad de los que tú has pecado, y Dios te ha hecho esta merced de esperarte a penitencias, la cual no concedió a ellos, dale infinitas gracias por esta merced incomparable y pídele que te haga otra, y sea darte su mano para salir de pecado, y servirle hasta la muerte, de suerte que consiga tu salvación.
Punto III. Considera por parte el infinito número de los que se condenan y los pocos que se salvan, y por otra cuan terrible cosa es condenarse para siempre, ir a los calabozos eternos, privados de Dios y de su luz, a penar con los demonios sin alivio ni remisión, y cuan feliz suerte es la de los predestinados, que van al cielo a gozar de Dios sin fin, y luego da otro paso, considerando que forzosamente te ha de caber una de estas dos suertes tan diversas, y que es muy contingente que te caiga la de muchos, y gran ventura que sea la de los pocos, y humíllate más que el polvo de la tierra con temblor y temor, pidiendo a Dios que te tenga de su mano, y que no entres en el número de los muchos, sino que seas uno de los pocos que merecen ir a la mesa de su reino; pondera lo que les paso a los apóstoles cuando Cristo les dijo que uno de ellos le había de entregar, y aunque no les remordía a los once la conciencia, todos temblaron y temieron diciendo. ¿Por ventura seré yo? ¿Pues que dijeran y temieran, si muchos hubieran de cometer aquel pecado, cuando así temieron porque le había de cometer uno solo? Pues mira que temblor debes tener, habiendo de condenarse muchos y salvarse pocos, y como debes vivir siempre, temiendo, gimiendo y recelando si te ha de caber tan infeliz suerte, que si a uno solo le hubiera de caber en todo el mundo, habíamos de vivir todos con grande temor.
Punto IV. Considera las causas porque son tantos los que se condenan, y tan pocos los que se salvan, las cuales se reducen a una universal, conviene a saber: porque son muchos los que viven mal y pocos los que viven bien, raros los fervorosos que sirven a Dios escogidamente, y muchos los ciegos con la codicia de los bienes temporales, y pocos los que tienen ojos para ver y codiciar los espirituales y eternos, y por esta razón son tan pocos los escogidos que sirvan a Dios escogidamente, y tantos los reprobados y condenados; llora , pues , la ceguedad del mundo y el número tan copioso de almas que se condenan por lo que tan poco vale, que como dice Sabio, es infinito, porque son sin número; y clama a Dios que les de ojos para ver su daño y mejorarse, y en especial pídele por tu alma, suplicándole que te de la luz para ver lo que te conviene, y una centella de su amor para despreciar lo terreno y codiciar lo celestial, y un grande fervor para servirle escogidamente hasta el fin, de suerte que merezcas ser uno de los escogidos.
Padre Alonso de Andrade, S.J