Las trampas del diablo en el «mundo tradicional»

Comienzo este artículo evocando una cita del nuevo testamento: Hechos 17, 22-23 (capítulo del discurso de san Pablo en el aerópago ateniense). Esta es la cita:

Pablo, erguido en el centro del Areópago, tomó la palabra y se expresó así:
— Atenienses: resulta a todas luces evidente que ustedes son muy religiosos. Lo prueba el hecho de que, mientras deambulaba por la ciudad contemplando los monumentos sagrados, he encontrado un altar con esta inscripción: “Al dios desconocido”. Pues al que ustedes adoran sin conocerlo, a ese les vengo a anunciar.

Pablo llega a Atenas y se encuentra una ciudad plagada de templos dedicados a los “dioses” (ídolos hechos de manos humanas) y él sabe que su misión es evangelizar a una población que no conoce a Cristo. Pablo sabe muy bien el error tan grave de la idolatría y el mal que causa en las almas. Lo sabe y quiere remediarlo con una predicación exhortativa que provoque la conversión plena de los atenienses. Y, con todo ello, comienza su sermón elogiando la virtud religiosa de sus oyentes; desde ahí los oyentes abrirán sus oídos no solo para “oír” sino para escuchar el mensaje, y con esa estrategia tan audaz Pablo irá logrando, poco a poco, que las almas se acerquen al único Dios verdadero.

Pues bien: en este artículo hago la invitación a todos los que amamos y respetamos la tradición católica para que advirtamos los peligros sutiles que el diablo convierte en tentación muy efectiva para anular y/o deformar nuestro apostolado en estos tiempos tan difíciles que vivimos. Aprendamos de san Pablo:

1: Pablo no comienza su discurso con una contundente condena de las prácticas idolátricas de sus oyentes. Al contrario: elogia una virtud que no está bien encauzada. Primera tentación del diablo hacia el mundo tradicional: presentarnos en todo momento con la bandera cargada de agresividad al defender si, la verdad, pero de la forma menos acogedora para un público que quizás nunca haya tenido la suerte de recibir una buena formación. O lo que es lo mismo: convertir en insoportable para la gente lo que es la mejor medicina de las almas, habida cuenta de que en nuestra manera impera más el deseo soberbio de imponernos que la humilde responsabilidad de transmitir una verdad que no poseemos sino que nos posee (lo cual es una sensible diferencia).

2: Pablo sabe argumentar su discurso de forma que no parezca afectado o artificial. Asume la prioridad del mensaje al pueblo por encima del orador que lo expresa. En su argumentación no busca el aplauso de sus amigos sino la comprensión de aquellos que desea sean convertidos por efecto de la Gracia. Segunda tentación: mantener una forma pietista (artificial en el fondo) que de modo inconsciente busque la llamada de atención no tanto de la Palabra manifestada como si de la fama personal so pretexto de ser un buen representante de Dios.

3: Pablo otorga a los oyentes una actitud buena a modo no consciente. Les anuncia al Dios verdadero al que “ya adoran sin conocer”. Magistral forma de exhortar los corazones hacia una conversión llena de alegría interior. Tercera tentación: suplantar la Gracia de Dios por una especie de “victoria apostólica” que anula por completo la acción de esa Gracia de Dios en el corazón de aquel a quien nos dirigimos que, quizás, esté más cerca de la verdad (en su vida) que nosotros en la nuestra.

Vivimos tiempos muy recios: es evidente. Pero no podemos olvidar que el diablo trabaja sin descanso no tanto para evitar que los católicos tradicionales obvien su misión apostólica sino más bien para deformarla y evitar así sus frutos espirituales. Y el ejemplo del discurso paulino nos debe hacer reflexionar sobre estas tentaciones encaminadas a impedir el efecto del Espíritu Santo sobre los corazones y, a la vez y sumado a ello, a potenciar una vanidad espiritual personalista que perjudica notablemente a la imagen de la tradición católica. Por tanto eliminemos de nuestra vida cristiana estas actitudes (si se dieran):

1: El gesto continuamente agresivo y lleno de celo amargo; el Padre Jorge Loring (q.e.p.d.) enseñaba que “con cara de cementerio es imposible hacer apostolado”

2: La permanente tensión interior que anula la paz del espíritu y ahoga la alegría de ser cristiano

3: La falta de empatía con las almas que Dios pone en nuestro camino para que las acerquemos a Él

4: El “quietismo” que convierte la vida espiritual en una especie de torre de marfil donde no dejemos entrar al prójimo desde un falso concepto de piedad

5: El ardiente deseo de lucha contra los pecados ajenos (y los males de la Iglesia) sin reparar que ese deseo debe iniciarse por la lucha contra nuestro pecado

Si advertimos, y luchamos, contra esas tentaciones con las que el diablo pretende errar nuestro camino, viviremos de verdad el mandato de las misiones a la vez que en nuestra conciencia resonará de forma permanente esta cita de Nuestro Señor con la que concluyo: estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mateo 5,1-12a).

Padre Santiago González
Padre Santiago González
Sacerdote de la archidiócesis de Sevilla ordenado en el año 2011

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