Las últimas palabras del cardenal Caffarra

Cuando perdimos al cardenal Carlo Caffarra el 6 de septiembre de 2017, ganamos—o ciertamente es de esperarse—un defensor en el cielo. Su Eminencia era conocido como uno de los “cardenales de la dubia” o de los cuatro asesores papales que presentaron al papa Francisco cinco preguntas concisas que, de responderse inequívocamente y según la tradición, pondrían un fin virtual a la vorágine moral que envuelve actualmente a la Iglesia. Por más de un año calendario, el mundo ha estado esperando en vano una respuesta del pontífice que enfrenta todas las dificultades (o al menos es lo que él proclama incesantemente)  por medio del “diálogo, diálogo, diálogo.”[1] Ahora, el cardenal Caffarra ha seguido al cardenal Joachim Meisner, requiescant in pace, completando su peregrinaje terrenal sin haber sido recibido por Su Santidad como respuesta a su pedido sincero.

Según la infatigable Maike Hickson de OnePeterFive, el cardenal Caffarra no se hacía ilusiones sobre las chances para los cardenales de la dubia.[2]  “La situación se torna (sic) de mal en peor,” dijo a esta reportera, quien también era su amiga personal. “¡Como todos saben, el Santo Padre ni siquiera nos concedió una audiencia! Solo nos queda orar a la Santísima Virgen de Fátima.” Con la culminación del centésimo aniversario de las apariciones portuguesas—y la fundación del movimiento Militia Immaculatae  del padre Maximiliano, providencialmente conectada —a mediados de octubre de 2017, enfrentamos el pedido urgente del Altísimo de confiar todo, como recomendó el cardenal Caffarra, a las manos inmaculadas de la Santísima Madre. Pero no debemos olvidar que Su Eminencia también eligió llevar nuestra atención hacia una dirección decididamente literaria.

La Balada del Caballo Blanco de G. K. Chesterton[3] cuenta la historia del rey Alfredo el Grande de Inglaterra, quien resistió las invasiones danesas durante los peligros sociales y religiosos del siglo IX. La Balada, del género de la poesía épica—correctamente descrito por el cardenal Caffarra—es una “gran meditación poética de un hecho histórico.”  Mezclando alusiones literarias, precisión filosófica, y pura visión imaginativa, como solo un genio como Chesterton podía hacer, el autor de la Balada nos presenta un protagonista que existió de verdad. Como el “último hombre de pie” en su asediado pequeño reino del sur de Gran Bretaña, el Alfredo histórico condujo una fuerza militar hacia una victoria inesperada en la existencialmente y religiosamente decisiva Batalla de Ethandune (anno domini 878).  “Alfredo ha llegado hasta nosotros en la mejor forma (por medio de leyendas nacionales),” explica el propio Chesterton en su Prefacio, “solamente por la misma razón que lo han hecho Arturo y Rolando y otros gigantes de aquella época de oscuridad, porque luchó por la civilización cristiana contra el nihilismo pagano.”  Al llevar nuestra atención a la Balada en medio de la crisis por la dubia de nuestro tiempo, el cardenal Caffarra nos está diciendo algo crucial, no solo sobre las fuerzas contra las que estamos llamados a luchar, sino también sobre la manera en la que será inminente enfrentarlas.

La Balada comienza, significativamente, con desesperación. Cuando nos encontramos con el héroe por primera vez, Alfredo está en su peor momento, y por una buena razón. Sus enemigos, los daneses, se han apoderado de casi todo excepto del pequeño reino donde Alfredo, perfilado como el nuevo Arturo, aún reina, y amenazan con apoderarse de él también. Alfredo ya había enfrentado a los destructores paganos militarmente y había perdido; negoció con ellos económicamente y lo traicionaron; hizo todo lo que estaba a su alcance, pero sin éxito. Habiendo alcanzado el límite de sus fuerzas y recursos, Alfredo se retira a la isla de Athelney, donde Chesterton lo describe con  “la rodilla quebrada.” Es ahí, en ese momento, el protagonista de la Balada es visitado por la Virgen María, con quien habla después de que todas las formas de enfrentamiento terrenal se agotaron con rendiciones y derrotas.

Sin embargo, la María de Chesterton, demuestra tener poco en común con la versión similar a una cobijita de seguridad que usualmente proponen los proveedores de la devoción de objetos. En lugar de consolar a Alfredo y prometerle mejorar las cosas, la Madre de Dios, con teología precisa y con la Balada, le informa a su caballero una verdad inflexible y cruda:

Nada te digo para tu consuelo,

Evita que los cielos se oscurezcan más aún

Y que el mar suba más alto.[4]

Y Alfredo, habiendo “endurecido su corazón con esperanza” (mereciendo así la intervención milagrosa), comprende. No hay garantía de victoria, si es que él lucha; solo la garantía de una intolerable esclavitud (en esta vida y la siguiente) si no lo hace.  Confiando de allí en más en la ayuda celestial en lugar de sus propias habilidades, para nada despreciables, Alfredo procede a reunir a los líderes que necesita[5] para enfrentar al formidable Guthrum, rey de los daneses, en los campos de Ethandune. Si bien María desaparece de la escena inmediata, se entiende que ella permanece con su héroe consagrado pase lo que pase.

Como cuenta Chesterton, la resultante victoria militar de Alfredo está llena de significado, tanto sociológico como espiritual. Podría decirse que las primeras estrofas del Libro VII (“Ethandune: La Última Carga”) son las más sublimes, ofreciendo una “vista elevada” de los eventos que se desarrollan debajo en la tierra, de manera muy similar a la que los primeros versos del Evangelio según San Juan lo hacen para las escrituras. Pero el cardenal Caffarra ha dirigido nuestra atención especialmente al Libro VIII. Chesterton coloca su Balada simétricamente entre los “sujeta libros”, con la aparición Mariana relatada al comienzo y contrabalanceada con la visión profética de Alfredo descrita en detalle hacia el final del poema. Así como la Immaculata no abandonará personalmente a Alfredo, tampoco abandonará ella al Pueblo de Dios que simbólicamente él “gobierna….hasta el final”. ¡Y van a necesitarla!

Si bien es decisiva, en otras palabras, la victoria militar en Ethandune no es la última. Quienes deseen mantener blanco el Caballo Blanco[6] deberán continuar luchando en el futuro, cuando la conquista cristiana de los invasores paganos de 878 A.D. se convierta en una perdida nota al pie de página, y la invasión pagana haya tomado un aspecto completamente diferente. Como relata el cardenal Caffarra, en el Libro VIII, el “rey de Inglaterra, Alfredo el Grande, ha derrotado al rey de Dinamarca, Guthrum, quien había invadido Inglaterra. Y entonces vino un tiempo de paz y serenidad. Pero….tras la victoria, el rey Alfredo tuvo una terrible visión; ve a Inglaterra invadida por otro ejército, que es descrito (por Alfredo en la Balada) de la siguiente manera”:

 

En un siglo lejano, triste y lento,

Tengo una visión, y sé,

Que los paganos volverán.

 

No vendrán con buques de guerra,

No devastarán con antorchas,

Pero todo lo que coman serán libros,

Y habrá tinta en sus manos.

 

“Es ciertamente un ejército extraño,” reflexiona el cardenal Caffarra, “que no tiene armas sino pluma y papel.”  Su Eminencia luego cita la siguiente estrofa en particular:

 

Porque vienen con pergamino y pluma,

Y serios como asistente afeitado,

Por este signo los conoceréis,

Es que ellos arruinan y oscurecen;

 

¿A qué amplias imágenes ha sido conducida nuestra atención específicamente, y por lo tanto, qué puntos quiere que conectemos este cardenal de la dubia?

Nuestra mejor idea es que la “visión” poética que capturó la imaginación del cardenal Caffarra se encuentra en el Libro VIII de La Balada del Caballo Blanco, titulado por Chesterton, “Desbrozando el Caballo.” Para comprender lo que significa este desbrozando, un gerundio un tanto arcaico, debemos tomarnos un momento para considerar exactamente a qué se refiere el titular del Caballo Blanco. En Gran Bretaña hay un caballo literal; de hecho, hay más de uno. El caballo que concierne a La Balada del Caballo Blanco son las excavaciones antiguas encontradas hasta el día de hoy en el Valle de Berkshire, en Inglaterra.

Si usted o yo arrancáramos el pasto bajo nuestros pies, probablemente descubriríamos solo tierra negra. Pero en esa zona general del mundo—piense en “los blancos acantilados de Dover,”—el sustrato es tiza. Entonces, el Caballo Blanco es una imagen equina (tan grande que sus contornos solo pueden apreciarse a distancia) que se grabó en una ladera en tiempos prehistóricos removiendo la vegetación relevante. Obviamente, si permitieran que los pastos crecieran sobre la tiza, el caballo desaparecería. El desmalezamiento y la preservación del caballo—llamado desbrozar—continúa hasta el presente. Quizás solo el autor de la Balada podría ser capaz de resumir la importancia de este proceso tan concisamente como Chesterton hizo hacer a su protagonista: “Para tener el caballo de siempre, desbroce el caballo de nuevo.”

¿Qué fin poético se obtuvo “Desbrozando el Caballo” de Chesterton, en aquel entonces, y por qué habría meditado el cardenal Caffarra especialmente sobre ese fin? De hecho, Alfredo deja bastante explícito el significado de desmalezamiento: “También sobre nuestras almas blancas, herejías salvajes y altas se agitan más orgullosas que penachos de hierba, y más tristes que sus suspiros.” Su Eminencia no vivió para ver la “Corrección Filial” del papa Francisco publicada a mediados de septiembre de 2017—un paso que no se había dado en la Iglesia Católica desde que el caballo blanco del valle de Berkshire era, por así decirlo, un potrillo rebuznador. Sin embargo, este firmante de la dubia insinúa sin lugar a dudas que lo que estamos enfrentando en tiempos de Amoris es la “herejía”—herejía que necesita ser arrancada de nuestras almas primero, como instrumentos marianos de rodillas quebradas, antes de comenzar la lucha en los campos de la actual Ethandune que se extienden a nuestro alrededor.

El sentido inconfundible de la alusión Chestertoniana del cardenal Caffarra es que tenemos una batalla por delante–una batalla que implica tanto aspectos militares como espirituales, que no está incluida en nuestra responsabilidad cristiana de buscar primeramente la santificación de nuestras almas, pero sí está basada en ella. Lo que el cardenal está diciendo podría entenderse como que es allí donde comienzan nuestras obligaciones; pero no donde terminan. Si bien estamos casi sobrepasados, es aún nuestra responsabilidad endurecer nuestros corazones con esperanza en la nueva víspera, bajo cuyo estandarte no solo estamos llamados a luchar, sino también a conquistar.

La Balada fue publicada por primera vez en 1911. Por lo tanto, a menos que haya sido por inspiración directa del Espíritu Santo, no podría haber tenido un mensaje político inmediato (visto desde 2017) en la intención de Alfredo de “fortalecer sus vallas,”[7] ni en referencia a la visión del líder de las nuevas fuerzas danesas como “idiota ciego, obedecido por el mundo, demasiado ciego para aborrecerlo”[8] Sin embargo estos mensajes, inmediatamente aplicables, aún prevalecen. Y prevalecen providencialmente más que accidentalmente, si el cardenal Caffarra ha de ser considerado una autoridad sobre el tema, y no deben ser ignorados.

El rey Alfredo desaparece en la bruma de la historia como lo hizo el rey Arturo; como lo hizo el Poverello de Asís; como lo hizo Nuestro Señor y Salvador—habiendo completado su propio aspecto en la misión eterna del Dios Padre, entregándonos el mismo bastón a nosotros. Ominosamente, el monarca cristiano de Chesterton informa a los desafortunados modernos que “miraréis hacia atrás, deseando uno de los días de Alfredo, cuando los paganos aún eran seres humanos.”  Nuestro problema, es decir—la proyección de “la suma de todas las herejías” en las proclamaciones documentales, si no magisteriales, de la Iglesia Católica – va más allá de cualquier cosa que Alfredo haya tenido que enfrentar. Y sin embargo estamos parados sobre los hombros de gigantes, incluyendo los de Alfredo. Las espadas de los nuevos daneses relucen delante nuestro, y sería deserción si “eligiéramos” cualquier cosa menos responder al desafío. ¡Pero sin María, nada; con ella, todo! Así como el padre Maximiliano dio su vida para subrayar la importancia, y el cardenal Caffarra lo repitió en esencia antes de morir: “Debe haber una batalla por los ideales más altos.”[9]

Helen M. Weir

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

THE REMNANT
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Edición en español de The Remnant, decano de la prensa católica en USA

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