Lo curioso de las encíclicas modernas

[Unam Sanctam Catholicam]  No, no tengo nada que comentar de momento sobre Laudato Si. ¿Que por qué? Porque es un pesado mamotreto de 192 páginas y quiero digerirlas con paciencia. Así que es posible que de aquí al otoño tenga algo que comentar… ¡con un poco de suerte!

A decir verdad, me costó mucho terminar Lumen Fidei y no pude terminar Evangelii Gaudium. Pero también me costó mucho leer Caritas in VeritateDeus Caritas Est, de modo que no son sólo cosas de Francisco.

Con las enclíclicas modernas pasa algo curioso. La encíclica es una modalidad de documento papal que se desarrolló a partir de las bulas pontificias. Ante todo, la bula era un instrumento jurídico que servía para promulgar un dictamen de la Santa Sede en materia de doctrina o de gobierno. Con frecuencia podían ser muy breves: hoy en día nos maravillamos al leer textos como Unam Sanctam de Bonifacio VIII (1302) –célebre por declarar que la sumisión al Romano Pontífice es necesaria para la salvación–, ¡y apenas tiene una página! Antes, las bulas tenían claro lo que había que decir y lo decían.

La encíclica moderna se desarrolló a partir de la Ilustración, cuando los papas comprendieron que, en un mundo más alfabetizado y con mayores desafíos intelectuales para la revelación cristiana era necesario servirse de las bulas para instruir al rebaño en la doctrina católica. En la época de la Revolución Francesa la bula había empezado ya a transformarse en la encíclica, es decir, una carta con fines docentes empleada por los pontífices modernos.

Las encíclicas del siglo XIX y el primer siglo XX son lúcidas y claras. Su propósito es exponer la doctrina católica y defenderla de los errores modernos, cosa que cumplieron admirablemente. Hace poco me comentaba un amigo que rememorando grandes documentos como la Pascendi, Quas Primas o Casti Connubii se puede inmediatamente recordar la esencia de los mismos y la fuerza de sus argumentos. Pío XII enseñaba que la encíclica era el medio normativo por el cual el Romano pontífice ejercía su oficio de enseñar. No se puede decir lo mismo de las encíclicas modernas: ¿quién podría resumir fácilmente de qué tratan la Redemptor Hominis o la Populorum Progressio sino en los términos más vagos?
Eso no quiere decir que las encíclicas anteriores al Concilio Vaticano II fueran siempre al grano; desde luego hubo veces en que papas preconciliares se iban por las ramas o eran inconexos, ¡pero al menos eran claros y daba gusto leerlos!

A partir del Concilio Vaticano II se puede observar un cambio notable. Yo se lo atribuyo al conocido principio expuesto por Juan XXIII en la sesión de apertura del Concilio:

«En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas.»

Este principio ha afectado la manera en que funciona la Ecclesia docens desde 1965. En esencia, la encíclica posconciliar no sabe lo que quiere ser a medida que se va desenvolviendo. Los papas han continuado utilizándola como un medio de enseñanza, pero en vez de enseñar en qué consiste la doctrina católica, [las encíclicas] se han convertido cada vez más en la ocasión para que los papas expliquen porqué la doctrina católica es lo que es.

Esto no es enteramente malo: fides quaerens intellectum, ¿no es cierto? Pero en algún punto del camino parece que los papas dejaron perder el aspecto declarativo de la encíclica con la esperanza sobremanera optimista de que si pudiésemos solamente explicar nuestra doctrina al mundo –simplemente llevándolo paso a paso por  nuestros pensamientos– entonces quizás el mundo aceptaría el mensaje cristiano. Quizás si apenas «propusiéramos» humildemente nuestras razones para creer en vez de declarar que «poseemos» la verdad, ¿no nos mostraría el mundo su reciprocidad, no entraría en un «diálogo fructífero» con el cristianismo de manera que nos enriqueciéramos mutuamente?

Diálogo fructífero. Reciprocidad. Enriquecimiento mutuo. Perdón, por un momento me he puesto a hablar en posconciliarés.Ahora en serio. Este método   presenta cuatro problemas:

(a) El mundo no rechaza el Evangelio porque no se le haya explicado bien. Lo rechaza porque «vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (S. Juan 3,19).

(b) Aunque se haya preferido explicar las enseñanzas de la Iglesia a afirmarlas, no se hace bien, porque se ha optado por explicar la doctrina desde el punto de vista de la fenomenología humanista en vez de recurrir a la pedagogía tradicional de la Iglesia.

(c) Al centrarse más en la explicación y la exposición que en la declaración, la Iglesia da sin querer una impresión falsa de que la validez de sus enseñanzas depende de la solidez de la argumentación. Es un intelectualismo falso. Se siente insegura e incompetente si dice simplemente: «Esta es la voz de la Iglesia; esta es la doctrina de nuestra Fe». Le parece que tiene que dar una explicación humanista de todo; una explicación que se adapte a las necesidades del hombre contemporáneo. Y el resultado es que su mensaje ha terminado centrado enteramente en el hombre. De Cristo se dijo: «Les enseñaba como quien tiene autoridad» (S. Mateo 7,29); pero cuando la Iglesia se olvida de la fuerza sobrenatural que sostiene su doctrina y opta por dar un mensaje antropomorfizado, deja de hablar con autoridad, porque lo que dice pierde eficacia. Entonces la gente reacciona al último documento pontificio encogiéndose de hombros y sigue como si nada.

(d) Por último, como los papas han buscado medios novedosos de exponer sus enseñanzas, las encíclicas han perdido fuerza doctrinal y se han convertido para los papas en oportunidades de imponer a los católicos sus gustos teológicos o literarios. La fenomenología de Juan Pablo II, el balthasarianismo, hegelianismo y teilhardismo de Benedicto XVI y ahora esta especie de teología literaria francisquista. Cada pontífice ha preferido no valerse de la pedagogía tradicional, y eso quiere decir que cada uno de ellos tiene que probar métodos didácticos nuevos.

De ese modo, aunque en el sentido jurídico mantengan su autoridad, desde un punto de vista estrictamente pedagógico la encíclica moderna tiende a ser un batiburrillo disperso e incoherente sin capacidad para conmover. Ha habido excepciones; desde luego Humanae Vitae cumplió su función, lo mismo que Ordinatio Sacerdotalis. Fides et Ratio era profunda. Pero en general no instruyen de verdad a la grey en la esencia de la doctrina y son demasiado  difíciles para el católico de a pie.

En todo caso, tengo ganas de hincarle el diente a Laudato Si. Rueguen por el papa Francisco. Pidan por la Iglesia de Cristo. Recen para que se mantenga firme en su identidad como Esposa de Cristo, enseñando con la autoridad de Él y confiando en que la luz con que la ilumina el Señor alcance todavía para transformar los corazones sin tener que hacer concesiones a la psicología moderna, la ciencia o las novedades teológicas.

Mutans tenebras ad lucem

[Traducción de Adelante la fe; algunos párrafos son de Flavio Infante]

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