«En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas.»
Este principio ha afectado la manera en que funciona la Ecclesia docens desde 1965. En esencia, la encíclica posconciliar no sabe lo que quiere ser a medida que se va desenvolviendo. Los papas han continuado utilizándola como un medio de enseñanza, pero en vez de enseñar en qué consiste la doctrina católica, [las encíclicas] se han convertido cada vez más en la ocasión para que los papas expliquen porqué la doctrina católica es lo que es.
Esto no es enteramente malo: fides quaerens intellectum, ¿no es cierto? Pero en algún punto del camino parece que los papas dejaron perder el aspecto declarativo de la encíclica con la esperanza sobremanera optimista de que si pudiésemos solamente explicar nuestra doctrina al mundo –simplemente llevándolo paso a paso por nuestros pensamientos– entonces quizás el mundo aceptaría el mensaje cristiano. Quizás si apenas «propusiéramos» humildemente nuestras razones para creer en vez de declarar que «poseemos» la verdad, ¿no nos mostraría el mundo su reciprocidad, no entraría en un «diálogo fructífero» con el cristianismo de manera que nos enriqueciéramos mutuamente?
(a) El mundo no rechaza el Evangelio porque no se le haya explicado bien. Lo rechaza porque «vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (S. Juan 3,19).
(b) Aunque se haya preferido explicar las enseñanzas de la Iglesia a afirmarlas, no se hace bien, porque se ha optado por explicar la doctrina desde el punto de vista de la fenomenología humanista en vez de recurrir a la pedagogía tradicional de la Iglesia.
(c) Al centrarse más en la explicación y la exposición que en la declaración, la Iglesia da sin querer una impresión falsa de que la validez de sus enseñanzas depende de la solidez de la argumentación. Es un intelectualismo falso. Se siente insegura e incompetente si dice simplemente: «Esta es la voz de la Iglesia; esta es la doctrina de nuestra Fe». Le parece que tiene que dar una explicación humanista de todo; una explicación que se adapte a las necesidades del hombre contemporáneo. Y el resultado es que su mensaje ha terminado centrado enteramente en el hombre. De Cristo se dijo: «Les enseñaba como quien tiene autoridad» (S. Mateo 7,29); pero cuando la Iglesia se olvida de la fuerza sobrenatural que sostiene su doctrina y opta por dar un mensaje antropomorfizado, deja de hablar con autoridad, porque lo que dice pierde eficacia. Entonces la gente reacciona al último documento pontificio encogiéndose de hombros y sigue como si nada.
(d) Por último, como los papas han buscado medios novedosos de exponer sus enseñanzas, las encíclicas han perdido fuerza doctrinal y se han convertido para los papas en oportunidades de imponer a los católicos sus gustos teológicos o literarios. La fenomenología de Juan Pablo II, el balthasarianismo, hegelianismo y teilhardismo de Benedicto XVI y ahora esta especie de teología literaria francisquista. Cada pontífice ha preferido no valerse de la pedagogía tradicional, y eso quiere decir que cada uno de ellos tiene que probar métodos didácticos nuevos.
De ese modo, aunque en el sentido jurídico mantengan su autoridad, desde un punto de vista estrictamente pedagógico la encíclica moderna tiende a ser un batiburrillo disperso e incoherente sin capacidad para conmover. Ha habido excepciones; desde luego Humanae Vitae cumplió su función, lo mismo que Ordinatio Sacerdotalis. Fides et Ratio era profunda. Pero en general no instruyen de verdad a la grey en la esencia de la doctrina y son demasiado difíciles para el católico de a pie.
En todo caso, tengo ganas de hincarle el diente a Laudato Si. Rueguen por el papa Francisco. Pidan por la Iglesia de Cristo. Recen para que se mantenga firme en su identidad como Esposa de Cristo, enseñando con la autoridad de Él y confiando en que la luz con que la ilumina el Señor alcance todavía para transformar los corazones sin tener que hacer concesiones a la psicología moderna, la ciencia o las novedades teológicas.
Mutans tenebras ad lucem
[Traducción de Adelante la fe; algunos párrafos son de Flavio Infante]