Gran cantidad de personas a nivel mundial prestan ahora poderosa atención a un método que, según se dice, entre otras cosas ayuda a la atención. De modo que antes que reciban la ayuda ya están mostrando una fenomenal atención.
Se habla ahora de “atención plena o conciencia plena”. Un vivir el presente, el aquí y el ahora, sin interferencias del pasado y del futuro, todo bajo una plenitud consciente de la vivencia. El método que se elige para ello se lo vino a denominar “mindfulness”. Incluiría técnicas de manejo de sentimientos, liberación de pensamientos, anestesia de sufrimientos mediante autocontrol de sentidos. Se llegaría con el tiempo y la práctica a un estado de iluminación y de tranquilidad, donde, conforme a los resultados alcanzados el practicante entraría en competencia con las lechugas.
Según algunas estadísticas más de quinientas millones de personas en el mundo practican mindfulness. Cada vez más se lo utiliza en empresas, administraciones, y también cada vez más se introduce en los establecimientos escolares, al igual que el yoga del que es hermano.
Para el mindfulness la expresión “conciencia” no va dirigida a ser la voz que le dicte a todo hombre lo que está bien y lo que está mal, sino que será una suerte de “atención del Yo sobre sí mismo”. Ni siquiera puede relacionarse la dicción ‘conciencia’ con el hecho de que el hombre se perciba así mismo como ser racional, pues, la “conciencia plena o atención total” del mindfulness trata de la rienda suelta que se le da a todo tipo de pensamientos que se vengan encima, a los que, según se dice, sin juzgarlos, se trasciende eso en miras a una paz hallada más allá de ellos. Al fondo de todo eso aparece un vació demoledor al que se lo tendrá por estado tranquilizador, mas en cuanto el ser pensante comience a percibir la angustia, un nuevo pensamiento movilizado por el postulado de “no pensamientos” intentará aquietar la máquina para que continúe el nirvana de la seudofelicidad.
El mindfulness dice usar como método la meditación. Bueno es saber qué entienden por meditación. Básicamente tiene que ver con una concentración específica en una actividad corporal, en un proceso que realiza el cuerpo, en un direccionar la mente sobre sí misma (atención “en-sí-mismada”). Una de las atenciones esenciales recae sobre la respiración bajo lineamientos budista-hinduistas. En un programa mindfulness para niños, se enseña “la respiración de la abeja”, donde el pequeño debe fijar su concentración (tapándose los oídos con sus dedos) y al exhalar se lo hace imitando un zumbido, mas, si bien se aprecia, es exactamente el mismo “ommm” practicado en el budismo.
Una de las grandes trampas de las que debemos cuidarnos la llamaría: “de asociación”. Sabemos que la mente humana hace asociaciones: y los que se sirven de prácticas como la aquí tratada y que son presentadas como aparentemente beneficiosas en su integridad, también lo saben. Si aprendo prácticas budistas por más que no sepa que son budistas, terminaré un poco como ellos; y si encima corriendo el tiempo me entero de lo que es el budismo, dada la asociación que haré tendré gran simpatía hacia él. De ahí que cuando leo que el “mindfulness se puede aprender practicando, dando lugar a una filosofía de vida, al margen de cualquier creencia religiosa”, lo tengo por falso. No está al margen de cualquier creencia religiosa, sino que detrás aparece el budismo y el hinduismo.
El mindfulness acentúa en su orientación el “no hacer juicio y tener apertura mental”, y también lo que denomina “apertura mental y no dogmática”. O sea, la estupidez moderna que tan acostumbrados a escuchar estamos. Ya de por sí el solo aseverar esas proposiciones implica el estar haciendo un juicio, y el solo hecho de que el mindfulness tenga reglas a seguir implica cierta dogmática. Al parecer, la armonía cósmica y microcósmica impide el juzgar nada ni nadie.
La periodista y crítica norteamericana, Virginia Heffernan, en un artículo que tituló “El enturbiado significado de Mindfulness”, expone que en la “década de 1970, Jon Kabat-Zinn (…) un meditador desde hace mucho tiempo en la tradición budista zen, vio en la palabra de Rhys Davids (mindfulness) una oportunidad para limpiar la meditación de sus orígenes religiosos. Kabat-Zinn creía que muchas de las personas seculares que podrían obtener mayor beneficio de la meditación no lo estaban haciendo debido a los aromas a reencarnación y a esoterismo religioso que emanaba de ella”. Y dicha periodista también expone entre las definiciones que se dan del mindfulness la siguiente: “es una forma de meditación budista rigurosa llamada vipassana (insight o darse cuenta) u otro tipo de meditación budista conocido como anapanasati (conciencia de la respiración).
Por lo que llevo expuesto -y en relación a eso-, se entenderá mejor mis discrepancias con la doctora Marian Rojas Estapé, tan de moda. En una de sus obras más conocidas llamada “Cómo hacer que te pasen cosas buenas”, bajo el subtítulo “Meditación/Mindfulnes”, dedica algunas carillas a la práctica que aquí cuestiono. La permanente centralización de sus ideas en la cuestión que denominaría “hombre como centro”, no escapa tampoco aquí de llevar lo que tiene por oración al hecho de que “puede actuar sobre el cuerpo restaurándolo” (ed. Espasa, Argentina, 2019, p. 208). Recomienda libros sobre mindfulness. Admite la doctora que el mindfulness es “un concepto traído de la meditación budista” (ob. cit. p. 208), y a las pocas líneas afirma que “no obstante, el mindfulness no es una religión enmascarada” (ob. cit. p. 209). Baste lo que afirmé supra para mostrar que de alguna manera trae enmascarada varias cosas: por lo pronto, muchos de los que practican la “meditación” no tienen ni idea de que bastante viene del budismo. La doctora, una vez más bajo su objetivo “hombre como centro”, hablará de lo que ella tiene por sobrenatural (no importa lo que fuere) en miras a combatir el estrés del hombre. Da la sensación de que lo sobrenatural debe estar al servicio del bienestar humano, y no el humano al servicio de lo sobrenatural. Para el católico, por caso, siempre fue el “conocer, amar y servir a Dios”; no es Dios el que debe servirme a mí para que alcance en este mundo un estado completamente lejano de sufrimiento. Palabras de Marian: “La dimensión sobrenatural o espiritual del ser humano posee un poder extraordinario sobre la mente y el cuerpo. En las personas que viven su fe -sea la que sea- con fidelidad y paz, esto se traduce, según algunos estudios, en menos estrés” (ob. cit. p. 209). Va otra más hacia la centralidad en el hombre: “la oración/meditación como mecanismo para lidiar contra los problemas y dificultades contribuye al ansiado equilibrio interior” (ob. cit. p. 209). ¿Lo que importa es el equilibrio interior? ¿Las ansias entonces miran al equilibrio? ¿Equilibrio interior bajo cualquier fe, sea la que fuere? Para Marian para que sí, porque está el hombre como centro y hasta la oración se dirige a eso. Vemos una vez más de qué trata para el mindfulness la meditación en palabras de la doctora: “invertir un poco de tiempo en meditar con atención plena sobre lo que están experimentando nuestros sentidos en el momento presente” (ob. cit. p. 209). Y de nuevo la distorsión en la oración: “la oración añade un componente fundamental, en el caso del mindfulness la clave radica en soltar pensamientos tóxicos asociándolos a una plena conciencia de los sentidos, y del hoy y ahora”; vemos así que el orar aparece como añadido de desintoxicación y centralismo sensorial. Se agrega que “cuando existe una visión espiritual de la existencia, la oración suma a las ventajas del mindfulness la fe en un ser superior, Dios, y la íntima confianza de que todo lo que nos ocurre tiene un sentido” (ob. cit. p. 210). Esto último es una mezcla bastante imprecisa, más si se tiene en cuenta el contexto en que se manifiesta, y cuando cualquier “fe” que dice tenerse.
El mindfulness tiene entonces raíces budistas. Diría directamente que es un budismo llamado mindfulness. Basta ver la posición de los “mindfulnistas” para hallar a Buda detrás y dígase lo mismo del yoga. Una fórmula que resumiría la búsqueda tranquilizadora podría ser: “nada perturba mi Yo ni mi Yo perturba a nada”. La armonía cósmica implicaría el compromiso del Yo con todo el planeta, y eso va de la mano con el budismo Mahāyāna, que habla del «gran vehículo” identificado con el movimiento ascético forestal. Por su parte, del budismo indio medieval, viene toda esa moda de modernas atenciones que se valen de mantras, dharanis, mudras, mandalas y deidades a modo simbólico, atento que no creen en un ser superior. De moda también está el tantra budista, y un budismo esotérico vinculado a grupos de magos yoguis.
En occidente tienen una gran vinculación al budismo la teósofa satanista Helena Blavatsky, y Henry Olcott, cofundador de la Sociedad Teosófica, miembro de la masonería y fundador de la Comunidad Mundial de Budistas. Se encargaron con denuedo de la difusión de prácticas del budismo.
Muchos se quejan de que el mindfulness moderno se ha alejado de lo que debería ser según el budismo. De modo que dicha queja no hace más que reafirmarme en la crítica que realicé.
Sobre el tema de la atención quisiera hacer una salvedad. Debemos tener cuidado al considerar que los niños, adolescentes e incluso el mundo adulto está cada vez más disperso, no concentrado, poco atento. Pienso que al contrario estamos asistiendo a lo que llamaría “una guerra de atenciones”. No quiero ser simplista, pero diré que las modas fijan atenciones. Nótese qué poderosísima atención se le da casi masivamente al celular: se vive una inmersión en el aparato, el aparato ha acaparado la atención. Y como otra moda es ahora el “mindfulness”, entonces por estar de moda una gran mayoría “atiende” al mindfulness. Cosas así han hecho guerra -y diría que van ganando en gran medida- al respeto por el prójimo que tengo delante; guerra contra el contacto con la naturaleza; guerra a la lectura concentrada; guerra al escuchar al maestro; guerra al respeto a la autoridad; guerra contra los mandamientos del Creador, de modo que prácticamente pocos atienden a ellos.
Astrología, yoga, reiki, tarot, reencarnación, karma, avatar, tantra, decodificación de lenguajes de luz, registros akáshicos (hinduista), existencias interplanetarias, ufología, magia negra, umbandismo, esoterismo, tantas cosas que se escuchan, que se van metiendo y que se las tiene por buenísimas. Muchos marchan tras ellas y se dan aires de vanguardistas, superados, seres que evolucionan. New age al día. En fin, las tretas de Satán.
Veo a Satán detrás del mindfulness. Lucifer Es el “padre de la mentira”, el padre del engaño, y atento a que mindfulness lleva engaño en sus raíces, la presencia del maligno sea hace patente. Sé que esto que afirmo entrará en choque -inevitable, por cierto- con la mentalidad de moda, la que, como mínimo, exclamará: “Pobre, loco, ve al diablo en todos lados”. Sucede que, mal que a muchos les pese, al ser Satán el príncipe de este mundo, por el momento y hasta que se cumplan ciertas verdades que bien sabemos por el Credo, más o menos le encanta moverse por todos lados, no escatimando medios para intentar manipular y perder almas: es lo que más le agrada (si se me permite hablar de agrado en dicho ser). Quizá el problema no sea del loco que ve al diablos en muchas partes, sino de los que sencillamente ya no quieren verlo en ningún lado, ni siquiera cuando no es tan difícil de ver sus pasos. Decir que Satán está detrás de algo, o que está presente en algo, no es para dar miedo, no es para volverse loco, no es para andar como raros, sino que simplemente es para estar en guardia, con señorío de uno mismo y cuidando de no caer. Recordemos lo de San Pedro: “el diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5). Un león rugiente y hambriento merodea por todos lados en busca de presas.
Hay aproximadamente 1150 millones de hinduistas en el mundo; más de 500 millones de budistas; más de 13 millones de judíos; más de 1800 millones de mahometanos; y más 1390 millones de católicos. Lo que diré es máximamente alarmante: cuando se ve al mundo católico licuado por la herejía modernista, la cual es culpable de haber presentado a la humanidad miradas bondadosas e incluso salvadoras de todos los credos: ¿cuántos verdaderamente responden al espíritu íntegramente católico?
¿Y la luz? ¿Y la tranquilidad? ¿Y la paz? ¿Y el juzgar? ¿Y el sufrimiento? ¿Y la atención? ¿Y la meditación? ¿Y la oración?
La luz es Cristo, fuera de Él es el reino de la oscuridad, la confusión, el engaño, la mentira, el vacío, la desesperanza, y toda esa luz se adquiere en la Iglesia Católica a la cual se debe conocer, amar, obedecer y servir.
La tranquilidad está en el alma que se halla en gracia, esto es, que tiene la amistad con Jesús: no hay mayor tranquilidad que eso ni hay tranquilidad alguna fuera de eso.
La paz individual es el orden debido en nuestro ser, vale decir, las pasiones dominadas por la razón, la cual a su vez se mueve por la luz de la fe. La paz social se daría si las naciones se pusieran bajo el cayado amoroso del único Rey del universo, pero esta paz cada vez está más lejos de tenerse pues los pueblos se guían por un sistema político al servicio del príncipe del mal.
El juzgar es absolutamente necesario. La imbecilidad que nos propone dar rienda suelta a los pensamientos para estar en armonía con ellos no tiene cabida, va contra la misma razón. Juzgo de los pensamientos buenos y de los pensamientos malos: los primeros como guías y que deben mover mi voluntad hacia ellos; a los segundos no darles cabida, rechazarlos a penas se presentan como malos. Bien que le fascinan a los tentadores del averno que no juzguemos en absoluto ningún pensamiento ni imaginación, pues saben que así las almas se contaminan y pecan.
El sufrimiento es parte de este valle de lágrimas, una de las consecuencias del pecado adánico. Dedicar la vida a pasarla bien, a buscar el confort, no solo es utópico, sino que hasta es dañino por ser irreal. Y es una de los grandes venenos que salen de las prédicas de quienes viven hablando contra quienes tienen por tóxicos.
La atención se alcanza con una debida educación, lo que incluye los sentidos, la inteligencia y la voluntad. Pero hablando de atención, ¡atención! ¿Qué usamos para alcanzarla? Las mezclas son peligrosas. Que vengan ahora a levantar polvareda sobre ejercicios de atención, relajación y dominio, como si fueran grandes descubrimientos de tesoros ancestrales del budismo o del hinduismo (o ambos a la vez) dignos de encomio, me resulta simple ruido de matracas agitadas, eso sí, por miles de millones de matraqueos. Recomiendo entonces para quienes deseen mejorar la atención (sea la propia o la ajena), los dos libros excelentes del R.P. Narciso Irala, “Control cerebral y emocional”, y “Eficiencia sin fatiga”. Por caso, en este último, el especialista habla y explica sobre la “atención concentrada”, la “atención disipada”, la “atención obsesionada”, la “atención creadora”, y la “retención”. Y en el primero, por ejemplo, habla del “descanso por la respiración rítmica” (ed. LEA, Buenos Aires, 1975, p. 154), cosa natural y que no tiene porqué tomársela de creencias ajenas a nosotros y que disponen otras vinculaciones.
La meditación, básicamente, es aplicar la razón a la consideración de cuestiones que hacen bien al alma en orden a su salvación. Así, San Alfonso ofreció un excelente libro que le llamó “Preparación para la muerte”. Entonces trata de cuestiones que se nos ofrecen para que meditemos en orden a las postrimerías. Diría que es cuasiinfinito el listado de temas para sumergirnos en buenísimas y provechosas meditaciones. Hay temas realmente enriquecedores y de consecuencias capitales: no se pierda el tiempo concentrándose en la dirección en que apunta el dedo gordo del pie.
La oración no es un ejercicio que busca un equilibrio mental, ni una sintonía armónica con el universo, ni un paliativo de dolencias corporales. La oración es la comunicación con Dios, con la Santísima Virgen María, con San José, con los ángeles, con los santos, con las benditas almas del purgatorio; es el medio para expresar adoración a la Trinidad, acción de gracias y pedido de perdón; medio, en fin, para pedir cosas por nosotros o para nuestro prójimo. Cristo cuando enseñó a rezar no les dijo: “Muchachos siéntense que les ayudaré a adquirir un equilibrio, sientan el rugir del estómago”. Les dijo: “Cuando oraís, decid: Padre, que sea santificado tu nombre; que llegue tu reino” (Lc. 11, 2). Dijo también: “Velad y orad para que no entréis en tentación” (Mt. 26, 41). Nótese la enorme diferencia entre lo que dice el Padre Irala sobre la oración en su libro “Eficiencia mental sin fatiga”, y lo que sostienen las corrientes de base budista-hinduista: “En la oración o trabajo mental sobrenatural (…) el objeto sobre el que enfocamos la atención es Dios, tesoro infinito, verdad y belleza total, o algo relacionado con Él, y la luz de la sabiduría infinita se añade al foco limitado del entendimiento humano” (ed. LEA, Buenos Aires, 1975, p. 32).
Y como hemos estado diciendo varias cosas respecto de “la atención”, afirmo: ¡Atención con el mindfulness y el yoga!