Malabarismos que conducen al abismo

Una mirada sobre algunas de las palabras de Francisco en la última Audiencia Jubilar (30 de abril de 2016), nos parece conveniente para nuestros lectores:

No son nuestros pecados los que nos alejan del Señor, sino que nosotros somos, pecando, quienes nos alejamos. Al pecar «le damos la espalda» y crece así la distancia entre él y nosotros”.

Pero ¿en qué quedamos? Nuestros pecados no nos alejan de Dios, y pecando le damos la espalda y nos distanciamos… Realmente hay una contradicción intrínseca en estas afirmaciones. La primera dice una cosa y la segunda la refuta. O entonces el lenguaje humano es relativo y la revolución semántica tomó cuenta del vocabulario pontificio.

Antes de aventurarse a tratar de entender lo que fue dicho, habría que saber en qué lengua piensa Francisco. Porque la traducción de su pensamiento es tan retorcida que desvirtúa lo que pretende decir. Y si no lo corrigen a tiempo —el Padre Lombardi lo hace, pero siempre después del entuerto— pasa lo que pasa. Hay que corregir lo que va a leer antes de que sea la audiencia o el discurso. El problema es que además hay un gran peligro suplementar: a menudo Francisco glosa lo que lee o deja los papeles de lado…

Este Jubileo de la Misericordia es para todos un tiempo favorable para descubrir la necesidad de la ternura y cercanía del Padre y retornar a él con todo el corazón.

Pensamos que la palabra ternura, usada con demasiada frecuencia en los pronunciamientos de Francisco no está a la altura para caracterizar lo que es infinita misericordia de Dios.

El diccionario la Real Academia de la Lengua española nos da una acepción de ternura: “Sentimiento de cariño entrañable”. Dios es tierno y compasivo, lento para enojarse, lleno de amor y lealtad (cf. Sal 86, 15), pero su ternura va mucho más allá de un sentimiento. Además esa ternura se complementa, como está dicho, con el enojo, aunque tenga otro dinamismo en la economía de Su Providencia (en Dios todo es presente y esencia); se complementa con el enojo y también con la ira y hasta con la venganza (cf. Dt 32, 35). Pero estos “sentimientos” (¡que no lo son!) nunca están en el léxico de Francisco.

En otra ocasión, en la capilla de casa Santa Marta (7 de abril de 2014), llegó a decir: «Dios perdona no con un decreto sino con una caricia». Y con la misericordia «Jesús va incluso más allá de la ley y perdona acariciando las heridas de nuestros pecados».

No deja de ser cierto que esas afirmaciones sin una explicación que las matice, desarman al pecador haciendo con que relativice su pecado. No lo llevan de por sí al dolor y mucho menos a la enmienda. ¿Dios acaricia propiamente las heridas del pecado? ¿No sería mejor decir que las cura o las sana? En sus homilías el Obispo de Roma debería hablar un poco menos y con más precisión.

En última instancia, ¿qué se pretende con estos dichos almibarados? ¿sacudir al pecador para que se arrepienta o adormecer su concencia? Una moneda tiene dos caras; para verificar su autenticidad hay que chequearla de los dos lados. Y la misericordia se acompaña con la justicia, sí o sí.

Francisco ha dicho alguna vez (4 de marzo de 2016) que “el confesionario no es una cámara de tortura, o un lugar donde se va a ser “apaleado””.

Estamos de acuerdo. Eso no es la confesión. Pero ¿Qué es el sacramento de la reconciliación? ¿Una sesión de caricias y de piropos? ¿La persona debe salir virtuosa o confirmada en su falta?

Lo que se quiere es que el pecador vuelva a Dios. Si no vuelve, la ternura obstinada será cómplice del pecador empedernido.

Después de algún tiempo, nos va quedando claro que Francisco tiene una noción de lo que es el pecado diferente de lo que nos enseña la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Pecado sería un equívoco, un desliz, algo no tan grave, algo irrelevante. A eso conducen sus afirmaciones. Por ejemplo, esta otra de 30 de marzo de 2016: “Dios es más grande que nuestro pecado. No olvidemos esto, ¡Dios es más grande que nuestro pecado! «¡Padre no sé decirlo, he hecho tantas y grandes!». Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado. ¿Lo decimos juntos? Todos juntos: ¡Dios es más grande que nuestro pecado! Una vez más: «¡Dios es más grande que nuestro pecado!». Una vez más: «¡Dios es más grande que nuestro pecado!».

Simplificación que conduce a un error fatal. ¿Quién no lo ve? ¿¡El Obispo de Roma estará ciego!?

Otra declaración, en 3 de enero de 2014, aparentemente banal y tan venenosa: « Si uno no peca, no es un hombre. » (Nota del DB: estudiamos esta afirmación aquí)

Un simple fiel sin mayor instrucción se sabe un hombre y no un ángel… Ya que la humanidad comporta el pecado, pues habrá que pecar. ¿No pensaba así Lutero?

Y esta otra sentencia temeraria (30 de septiembre de 2014): “¿De qué cosas puede jactarse un cristiano? De dos cosas: de los propios pecados y de Cristo crucificado”.

No se pueden igualar dos cosas tan diametralmente opuestas como a Jesús y al pecado. Para San Pablo era motivo de gloria predicar a Jesús Crucificado. ¿Habrá algún pecador que se gloríe de su pecado? Si un pecador (y todos lo somos) no se avergüenza del pecado cometido, no se duele y no se regenera, morirá en su pecado y se condenará eternamente. Irá donde no se conoce la ternura y la caricia… (Nota del DB: estudiamos esta afirmación de Francisco que altera la afirmación de San Pablo al hablar de «pecados» y no de «debilidades». Ver aquí)

Hablando sobre el pecado (3 de enero de 2014) , Francisco desconcierta con sus posturas “políticamente correctas”. Por ejemplo cuando dice: “Todos somos pecadores, pero no todos somos corruptos. Que se acepten a los pecadores pero no a los corruptos.

¿Y esa selección? ¿La corrupción no es pecado, entonces? Siendo la corrupción un evidente pecado, ¿no es susceptible de ser perdonado? Lo que pasa es que para Francisco los “corruptos” están confirmados en la desgracia, y los “pecadores” en la gracia… Habría que agregar a la lista de los pecados que no tienen perdón el de la corrupción. Probablemente, según esta óptica, Zaqueo, el cobrador de impuestos, no se arrepintió y engañó a Jesús. ¿O será que la corrupción es otra cosa para Francisco? Un ladrón, un pederasta, un asesino, un adultero, una abortista, ¿qué son? ¿pecadores? ¿corruptos?

Sobre el mismo tema, en Santa Marta (29 de enero de 2016), Francisco sentenció: “‘Pero, Señor, sálvanos, sálvanos de la corrupción. Pecadores sí, Señor, lo somos todos, ¡pero corruptos jamás!’. Pidamos esta gracia”.

En la Audiencia Jubilar del 30 de abril de 2016 que comentamos, dice Francisco (por enésima vez) que “Dios Padre misericordioso que no se cansa nunca de perdonar”. Esto es exacto. Se podría ir más lejos: Dios descansa perdonando. Pero el perdón implica que el pecador tenga un corazón de carne y no de piedra, que lo abra a la misericordia para que ésta lo lave y lo regenere. Lo que no sea esto no pasa de mundanidad e hipocresía. Abrazar y acariciar es fácil. Lo importante es resucitarlo a una vida nueva.

Eso es lo que no logró hasta ahora Francisco, ni nunca lo logrará, con Raúl Castro, Scalfari, Hans Kung y otras (malas) hierbas.

No acabaríamos de lamentar tantas derivas doctrinarias y morales respaldadas en efímeros sentimientos, por más tiernos que sean… Son malabarismos doctrinarios… que pueden llevar muchas almas al eterno abismo.

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