Tradicionalmente, el mes de marzo está dedicado a San José, y el Papa ha dedicado este año de 2021 también a San José, con valiosas indulgencias. ¿Y quién fue San José?
San José no fue un simple hombre del pueblo, bueno y trabajador, cuya sencillez se pueda resumir en la profesión de carpintero. En el fondo, poco menos que un actor secundario que aparece brevemente en el grandioso contexto de la vida de Nuestro Señor.
San José era un príncipe por cuyas venas corría una purísima sangre real. Descendía del glorioso linaje de David y transmitió a su Hijo el legado de un trono ante el cual se postrarían los reyes de la Tierra. Vivió en una pobre aldea y ejerció el humilde oficio de carpintero. Eso demuestra que no hay contradicción entre la grandeza de cuna y una vida pobre y humilde. María también era pobre, pero era asimismo princesa; descendía de otra rama del mismo linaje de David, y esose ilustres linajes eran apropiados para Nuestro Señor, que nació en un pesebre pero quiso concentrar en su purísima Sangre todo el esplendor de los reyes y patriarcas que lo habían precedido.
¿Qué aspecto tenía San José? «Al hombre–dice el Eclesiástico– se le ha de reconocer en sus hijos» (Eclo. 11, 30). Si queremos hacernos una idea del aspecto físico de San José hemos de pensar en su divino Hijo, es decir, en la propia Belleza encarnada, así como en la belleza de su esposa María, formada a su vez ab aeterno según el tipo perfecto de Jesús.
Después de María, nadie como San José reflejó con más fidelidad la belleza de Jesús, porque nadie reflejó con más perfección el esplendor de sus dones naturales y sobrenaturales. Por eso, San José no fue ni mucho menos un hombre de inteligencia simple y ordinaria. Estaba destinado a conversar con Jesús y con María, y nada más pensarlo nos permite entrever la abismal profundidad de su inteligencia y su saber teológico. ¿Y qué decir de los dones sobrenaturales que recibió? Enseña Santo Tomás que cuanto más se acerca uno a la fuente de la santidad más se recibe la gracia en abundancia (Summa Theologiae, 3, q. 25, a. 5). Y San José vivió físicamente en contacto con Jesús, fuente misma de la Gracia, y con María, a través de la cual reciben los hombres todas las gracias. ¡José las obtuvo por tanto de las fuentes de toda gracia! Los dones sobrenaturales que de ordinario reciben de Jesús los hombres por intermedio de la Virgen le llegaban a él de un modo directo y extraordinario. Para entender la extraordinaria grandeza de las gracias de que fue dotado, hay que pensar ante todo en la inconmensurable altitud de su misión. Si, como afirma el Doctor Angélico, las gracias que se reciben son proporcionales a la vocación (Summa Theologiae, 3, q. 27, a. 4), ¿qué gracia le iba faltar a faltar al hombre que estaba destinado a cumplir la más excelsa misión de la historia, la de proteger y servir a Jesús y a María?
Desde la eternidad, San José estaba predestinado a cooperar en calidad de esposo de María y padre putativo de Jesús con el misterio de la Encarnación, o sea al acontecimiento más importante de la historia. ¿Cabe imaginar una misión más grandiosa? ¿Qué santo o ángel fue llamado jamás a una vocación tan sublime? A ninguna criatura después de María le fueron concedidas gracias tan grandes y numerosas, y nadie correspondió a ellas como San José. Por eso la Iglesia, en su sabiduría, tributa a San José culto de protodulía, esto es, una veneración inferior a la que corresponde a la Virgen (hiperdulía), pero superior a la reservada a todos los demás santos (simple dulía). Dios eligió para esposo de María y padre putativo de Jesús al hombre más perfecto nacido sobre la Tierra, al más grande de todos los santos. De haber habido un santo mayor habría apropiado que Dios lo hubiese reservado para María y Jesús. ¡Esposo de María, padre putativo de Jesús! «De estas fuentes –escribe León XIII– ha manado su dignidad, su santidad, su gloria» (Encíclica Quamquam pluries del 15-8-1889).
Aun permaneciendo castísimo, San José fue verdadero esposo de María. De hecho, la esencia del matrimonio según enseña Santo Tomás consiste en la unión inseparable de las almas, en virtud de la cual los esposos están obligados a mantenerse mutua fidelidad (Summa Theologiae, q. 29, a. 2). Pues bien, no ha habido matrimonio más íntimamente unido y con una fidelidad más perfecta que el virginal de San José con María. Matrimonio perfectamente virginal, pero también fecundo de un modo maravilloso, que tuvo su fruto sublime en Jesucristo, Hijo unigénito de Dios. San José fue padre virginal, no carnal, pero verdadero padre de Jesús. Tanto más padre, podríamos decir con San Agustín, cuanto más castamente lo era (Sermón 51). Jesús lo llamaba precisamente padre; así pues, recibió sin falta del divino Redentor el nombre más glorioso después del de la Madre de Dios.
Como esposo de María y padre legal de Jesús, ejerció autoridad sobre la Sagrada Familia y fue cabeza indiscutible de su familia, en la cual todo estaba bajo su autoridad: «Constituit eum dominum domus suae, et principem omnis possessionis suae» (Sal. 104, 20).
¿Se podría ejercer mayor autoridad? No hay sociedad humana ni angélica que admita comparación con la Sagrada Familia. ¡Ejercer autoridad sobre el Hijo unigénito de Dios, sobre el propio Verbo encarnado! Si duda debió de ser una carga durísima para San José, que si se atrevió a mandar sobre Aquel a quien adoraba como su Señor, fue por voluntad expresa de Dios.
San José ejerció la más alta autoridad que pueda tener hombre alguno, pero adoró en Jesús a quien tiene potestad sobre todas las criaturas y veneró en María a la Reina del Cielo y de la Tierra. Por las manos de María se consagró perfectamente a Jesucristo, Sabiduría encarnada, y quiso ser discípulo, admirador y esclavo de Jesús y de María.
La Sagrada Familia fue imagen de la Santísima Trinidad en la Tierra y es al mismo tiempo modelo, no sólo para toda familia, sino para toda sociedad temporal y para la propia Iglesia, que tuvo su cuna en la casa de Nazaret. Por eso también el beato Pío IX proclamó solemnemente a San José el 8 de diciembre de 1870 patrono de la Iglesia Universal. En estos tiempos que atravesamos de dolorosa crisis y autodemolición de la Iglesia, la intercesión de San José, vinculada a su sublime misión, es por ello cada vez más actual. ¿Cuál será, por añadidura, el profundo significado de la visión de la Sagrada Familia, con la bendición de San José, en la última y más grandiosa aparición de Fátima el 13 de octubre de 1917? ¿Cómo olvidar que el nombre de Fátima está ligado a la expansión del comunismo en el mundo y a su derrota final, y que a esa derrota está íntimamente asociada la misión de San José? No sólo es eso: se sabe que Pío XI publicó su encíclica Divino Redemptoris contra el comunismo precisamente el 19 de marzo de 1937, día en que se conmemora la festividad del santo, y quiso en la conclusión del documento quiso poner «la actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la égida del poderoso Patrono de la Iglesia, San José».
En estos angustiosos tiempos en que el marxismo cultural y el comunismo chino amenazan al mundo, nos dirigimos con confianza y fervor a San José para pedirle que interceda para que se acelere el cumplimiento de la promesa de Fátima y llegue la esperada hora del triunfo de Jesús y de María sobre las almas y sobre toda la Tierra. Sancte Joseph, Ora pro nobis!
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)