El último emperador de Austria fue Carlos I (1887-1922), quien también reinó bajo los nombres de Carlos IV, Rey de Hungría y Carlos III, Rey de Bohemia. Este monarca de la Casa Habsburgo-Lorena-Este fue beatificado por San Juan Pablo II el 3 de octubre del 2004. (ver aquí)
Ya en el siglo XIX estaba claro que el proyecto masónico de una gran República universal y europea implicaba la ruina de la monarquía católica de los Habsburgo (ver aquí). Los dos volúmenes de la Positio super virtutibus también muestran la gran lucha de la Masonería contra el Beato Carlos I de Austria (cfr. Congregatio de Causis Sanctorum, Vindobonen. Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Caroli e Domo Austriae Imperatoris ac Regis (1887-1922) – Positio super virtutibus et fame sanctitatis, vols. I-II, Roma 1994). De la Positio citaré volumen y página.
He aquí una breve reseña histórica del Siervo de Dios.
Convertido en Emperador en 1916 hizo de todo para alcanzar la paz, pero en junio de 1917 la Masonería presiona para la caída de la Casa de Habsburgo. En noviembre de 1918, Carlos concluye el armisticio. En 1919 parte al exilio estableciéndose en Suiza. En abril y octubre de 1921 hay dos intentos de regresar a Hungría. El 24 de octubre de 1921, Carlos es arrestado. En noviembre de 1921 es entregado a los británicos y deportado a la isla de Madeira. En febrero de 1922, debido a la pobreza en la que se encuentra, tiene que trasladarse a una malsana casa en la montaña. Después de aproximadamente un mes, comienza su enfermedad en los pulmones y definitivamente tiene que permanecer en cama. El 31 de marzo de 1922 sus condiciones empeoraron, el fin es inminente. El 1° de abril de 1922 murió el Siervo de Dios (vol. I, 225-228). La esposa del Beato Carlos, Su Majestad Zita (1892-1989) Emperatriz de Austria y Reina de Hungría, Gran Cruz de Honor S. M.O.M, subdivide «en tres etapas principales la actividad de la masonería con relación al Siervo de Dios:
a) Frustración de los intentos de paz, y ruina de la dinastía católica y de su jefe, a través de la revolución de noviembre del año 1918.
b) Intento en el año 1919 de ganar personalmente para sus propósitos al mismo Siervo de Dios, mediante un ofrecimiento repetido tres veces, en una época en que particularmente parecía no haber esperanza alguna para su regreso al trono.
c) Finalmente en el año 1922 un último intento de tender una mano salvadora al monarca ya destronado también en Hungría, prisionero, exiliado, renegado por todo el mundo, privado de todos los medios de vida, entregado a discreción con su esposa e hijos. Él tenía que renunciar a la corona que le había dado Dios, y esto como signo de renuncia a una tarea que Dios le había encomendado, para servirles de ahora en adelante y poner su esperanza en su ayuda.» (I, 596-597).
Respecto a la primera fase, Su Majestad Zita afirma: «La decisión definitiva de la masonería de liquidar la monarquía austrohúngara fue adoptada con motivo del Congreso Eucarístico de Viena en el año 1912. El Siervo de Dios lo supo pocos días después. De una comunicación recibida sobre una resolución de la Gran Logia de Francia (las sesiones tuvieron lugar en Berna, Ginebra, París y Roma, y participaron también los masones alemanes) resulta que ya en el año 1915 el fin de la Casa de Habsburgo y el reparto detallado de la monarquía austro-húngara era una cuestión decidida y jurada.» (I, 541).
La Archiduquesa Isabel Carlota, hija de Carlos I, también habla de ese plan masónico del año 1915 dirigido a arruinar la monarquía austrohúngara y la Casa de los Habsburgo en cuanto católica. Ese plan detallado se implementó en los años 1918-19. Carlos I lo tuvo en sus manos recién en 1917. En ese documento masónico fechado el 28 de mayo de 1915 (adjuntado al expediente) se afirma que el gobierno inglés y el francés deben considerar que la Masonería quiere la ruina de la Casa de Habsburgo al igual que la de los Borbones (cf. I, 153-154).
Descubrí que la Revista Masónica del Gran Oriente de Italia del 1° de enero de 1914 (págs. 3-7) publicó la traducción de un artículo de la revista The American Freemason en el que un diplomático anónimo y masón preconiza la caída de las monarquías, incluida la de los Habsburgo (p. 6).
En la segunda fase, en Suiza, el Siervo de Dios es abordado en tres ocasiones por miembros de la Masonería que le ofrecen esa Corona que le han quitado. A cambio, piden libertad para las Logias Masónicas y concesiones laicistas con relación a las escuelas y al matrimonio. El Siervo de Dios rechaza el pedido. Su respuesta a las propuestas masónicas es: «Lo que he recibido de Dios no puedo aceptarlo de manos del demonio». Tras el rechazo a los masones, también aparecen en la prensa suiza artículos contra el Siervo de Dios (cfr. Positio, vol. I, págs. 173-174).
El Conde Nicola Revertera da a conocer al Siervo de Dios un mensaje de un francmasón de Berna, el «Dr. Rundzieher»: que entre en la Masonería y en el término de dos años le será restituido el trono. Carlos rechaza la propuesta: es mejor perder el trono que formar parte de una organización enemiga de la Iglesia. Otro francmasón, un tal von Szeck (se dice que tenía buenas relaciones con el Duque de Connaught) se acerca a Carlos pero éste rechaza otra vez las propuestas masónicas (cf. I, 175).
El cuñado del Beato Carlos, el Príncipe Javier de Borbón-Parma informa que «probablemente bajo presión» de los círculos judíos que con el surgimiento del movimiento alemán y de los nuevos Estados temían un nuevo antisemitismo, algunos ambientes masónicos cambian de estrategia y proponen al Siervo de Dios su regreso a Viena y, «con la ayuda de los Estados Unidos» y «con un poderoso apoyo de naturaleza financiera», la restauración política y económica de Austria-Hungría.
Sus condiciones: el Emperador debe reconocer y proteger a la Masonería y aceptar la influencia laicista en la escuela y el matrimonio. Carlos rechaza la propuesta. Los masones se presentan por segunda vez pidiendo ya no más un reconocimiento oficial de la Masonería, sino solo tolerancia. Carlos rechaza el pedido y luego le dirá al Príncipe Javier: «Humanamente hablando, me darían todas las garantías para retomar el control de mis Estados y de todas partes fue ejercida sobre mí una poderosa presión para que no rechazara esta última oportunidad. Pero ante Dios no puedo justificar obtener el bien con la ayuda del mal. Para ello no habría bendición alguna». «Los masones se presentan por tercera vez y piden nuevamente tolerancia para la Masonería, la escuela y matrimonio no confesional. Carlos se niega aunque esos masones le hagan «las amenazas más graves contra él, su futuro y sus hijos» (I, 175-176).
La archiduquesa Elisabetta Carlotta también se refiere a los intentos masónicos que tuvieron lugar en Suiza desde junio de 1919 y especifica que el masón del segundo intento era húngaro (cf. I, 256-258).
Después de haber rechazado el tercer intento de los masones, el Siervo de Dios confía a su esposa: «La suerte está echada. Ahora nos irá mal en toda la línea». Ella le dice: «Ahora estos serán enemigos inexorables». «Sí», responde con mucha seriedad; y luego agrega con calma: «Nunca hubiera aceptado del diablo lo que Dios me ha dado» (I, 594-595).
Su Majestad Zita informa que el Siervo de Dios debe abandonar Suiza, fue arrestado en Hungría y deportado a la isla de Madeira:
«[…] Según decisiones de las distintas grandes potencias adoptadas en conferencias secretas se estableció que el Siervo de Dios debía ser separado de mí y de los niños, deportado a una isla lejana y sometido allí a las más duras condiciones de vida. […] Pero antes de que esto sucediera, al Siervo de Dios, que ahora era posible que hubiera aprendido a sus costas, debía serle ofrecida por última vez la posibilidad de salvarse con vida y familia. Quizás después de todo esto sería más dócil en el futuro y sometido a los planes de la masonería. El cónsul inglés en Madeira visitó dos veces al Siervo de Dios. La primera vez, para comunicar en nombre de la conferencia de embajadores, en particular de Inglaterra, que, si el Siervo de Dios hubiera abdicado, todos los activos que le habían quitado le hubieran sido devueltos y, además, Inglaterra seguiría subvencionándolo materialmente. Si no abdicaba, estaba garantizado que nunca más se le restituiría nada, no se permitirían prerrogativas de Inglaterra y también se impediría cualquier cesión y envío de dinero a otra parte. El Siervo de Dios respondió al cónsul que su corona no era vendible. La segunda vez vino a colocar ante él como una amenaza en nombre de los mismos mandantes su mencionada separación de nosotros y el traslado a otro lugar, en el caso de que existiera tan solo alguna sospecha de que él planeaba un nuevo intento de restauración» (I, 595). «Inglaterra no admitiría ninguna prerrogativa y también se habría impedido cualquier asignación y envío de dinero a otros lugares. El Siervo de Dios respondió al cónsul que su corona no era vendible. La segunda vez vino a poner ante él como amenaza en nombre de los mismos ordenantes la citada separación de nosotros y el traslado a otro lugar, caso existiera tan solo la sospecha de que él estuviera planeando un nuevo intento de restauración.» (I, 595).
Su Majestad Zita prosigue: «Yo estaba terriblemente asustada, pero el Siervo de Dios me consolaba: ´Debemos confiar en Dios; el Sacratísimo Corazón de Jesús ya dirigirá todo de tal manera que se cumpla la Divina Voluntad, sea la que sea. Y con esto debemos estar tranquilos y felices´» (I, 595-596).
En condiciones de extrema pobreza, obligado a vivir en una casa fría y húmeda, el Siervo de Dios se enferma de bronquitis que luego degenera en pulmonía. El 27 de marzo de 1922, el Siervo de Dios se confiesa con el P. Paolo Zsamboki. Después de la confesión, pide al sacerdote que se le acerque y le dice «en alta voz y con solemnidad»: «Perdono a todos aquellos que trabajaron contra mí, seguiré rezando y sufriendo por ellos» (I, 213).
Cuando la noticia de su muerte se difunde en la isla de Madera, se oye una sola voz: «ha muerto un santo«. Alguien, pensando en los sufrimientos del Siervo de Dios, añade: «Ha muerto el rey mártir» (I, 221). El Papa Juan Pablo II dirá de él: «Desde el principio, el emperador Carlos concibió su cargo como un servicio sagrado a sus pueblos. Su principal preocupación era seguir la vocación del cristiano a la santidad también en su acción política. […] ¡Que sea un ejemplo para todos nosotros, ¡especialmente para aquellos que hoy en Europa tienen la responsabilidad política!» (Ver aquí).
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