Satanás está enfrascado en su batalla final en contra de la Iglesia, ¡y su plan no es otro que socavar la cruz de Jesucristo! Y qué es la cruz sino el sacrificio del Calvario instaurado entre nosotros: la Santa Misa.
La doctrina de Jesucristo nos dice que debemos morir al mundo y reunirnos con Él en la cruz. Esta enseñanza está hermosamente expresada por san Pablo cuando dice: «Con Cristo he sido crucificado» (Gálatas 2,19). Superar el sufrimiento de la cruz es necesario para la salvación, así nos lo enseña el Redentor mismo: «Todo aquel que no lleva su propia cruz y no anda en pos de Mí, no puede ser discípulo mío» (Lucas 14, 27).
Jesucristo vino a redimirnos del mundo y a llevarnos a nuestro hogar en su reino eterno, mas su voluntad se hace únicamente a través de la cruz. Nos ha precedido, para preparar el camino, mas si no seguimos sus pasos su sacrificio no nos va a deparara ningún beneficio. El medio para alcanzar el cielo es deshacernos de todo interés mundano y apretar el paso tras Él con la cruz a cuestas, tal y como nos lo enseña el evangelista: «Por Él lo perdí todo; y todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo» (Filipenses 3, 8).
El apóstol también nos enseña que: «… en verdad todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos» (2 Timoteo 3, 12) Los fieles están llamados a unirse a Jesucristo y padecer el repudio del mundo rememorando las palabras del Salvador: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros» (Juan 15, 18). Padecer la cruz de la persecución es lo que mayormente glorifica a Dios y abunda en las más grandes bendiciones: «Dichosos seréis cuando os insultaren, cuando os persiguieren, cuando dijeren mintiendo todo mal contra vosotros, por causa mía. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos… » (Mateo 5, 11-12).
El mundo rechazará la verdad tal y como lo ha hecho durante más de dos mil años y muy a pesar de que este repudio alcanza ya niveles sin precedentes en esta nuestra última hora. Satanás está enfrascado en su batalla final en contra de la Iglesia, ¡y su plan no es otro que socavar la cruz de Jesucristo! Y qué es la cruz sino el sacrificio del Calvario instaurado entre nosotros: la Santa Misa.
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Jesucristo padeció su sacrificio en Viernes Santo, mas durante la Última Cena (el Jueves Santo) instituyó ese sacrificio entre nosotros, un sacrificio que continuará hasta el fin de los tiempos. La misa es el evento mismo del Calvario recreado en el altar, es místico e incruento pero no por eso menos real. Cada misa es uno y el mismo sacrificio, no muchos. El sacerdote es el instrumento (alter Christus) a través del cual Jesucristo perpetúa diariamente su sacrificio entre nosotros.
Jesucristo, por medio de su institución, ha asentado su muerte entre nosotros, a eso se debe que el crucifijo se encuentre sobre el altar en las iglesias, para recordarnos qué es lo que estamos presenciando. Dice san Pablo que cada vez que el sacerdote ofrece el pan y el cáliz nos está mostrando «… la muerte del Señor… » (1 Corintios 11, 26).
Algunos preguntaran, ¿por qué desea Jesucristo venir a morir entre nosotros? Porque nos ama, esa es la respuesta, y desea que muramos con Él. San Pablo nos dice que nuestro bautizo fue un bautismo en la muerte de Jesucristo, con este primer sacramento adoptamos la túnica de la Pasión y echamos a andar por la vía de la mortificación, porque somos miembros de su cuerpo y estamos llamados a hacernos uno con Él. Morimos con Él, es decir, morimos a nosotros mismos y al pecado, morimos a las cosas del mundo.
Jesús predijo su Pasión y su muerte cuando dijo: «¿Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado?». En seguida explicó que todos aquellos que lo sigan en su muerte obtendrán la vida eterna, «En verdad, en verdad, os digo: si el grano de trigo arrojado en tierra no muere, se queda solo; mas si muere, produce fruto abundante. Quien ama su alma, la pierde; y quien aborrece su alma en este mundo, la conservará para vida eterna» (Juan 12, 23 -25).
La misa nos invita a participar en el sacrificio de Jesucristo y a meditar en su muerte. A través de la misa Jesucristo nos une a su propio sufrimiento para que por medio de este seamos purificados de todas nuestras faltas y quedemos más estrechamente ligados a Él. La misa es, por lo tanto, el camino que Jesucristo ha elegido para la santificación de su pueblo, para que aprenda a morir al mundo y a caminar con Él en el sagrado Viacrucis.
Esto nos ayuda a comprender por qué el demonio ha desatado toda su furia en contra de la cruz: porque es nuestra salvación. Satanás labora, en estos días del fin de los tiempos, para descaminar al mundo de la cruz, como lo evidencian las reformas seculares que salieron del Concilio Vaticano II. Lo que hemos presenciado durante estos últimos cuarenta años ha sido una conspiración perfectamente planeada para socavar la santa misa y desacreditar la religión católica, para que la gente abandone la Iglesia y se desentienda de Jesucristo y de la cruz.
Jamás se pensó que Jesucristo podría ser vejado una y otra vez en su propia casa, mas podemos trastocar este proceder sacrílego de nuestros días, echándoselo en la cara a Satanás y utilizándolo para profundizar nuestra meditación en la Pasión, y así intensificar nuestra unión con Él.
Esa lascivia y exhibicionismo corporal de ciertas mujeres en las iglesias son azotes insultantes que violentan y laceran el cuerpo puro de Nuestro Señor. Esas objeciones y declaraciones falsas desde los púlpitos son las espinas agudas que los modernistas de nuestros días ensartan en la cabeza sagrada de Nuestro Señor, y los clavos punzantes que le encajan en el cuerpo con el mazo de su orgullo intelectual. Esa constante perorata y celebración en la iglesia es una repetición del abucheo de la muchedumbre que bailoteaba alrededor de la cruz, celebrando el haberse deshecho del Jesucristo de los sufrimientos.
Y así como fue en tiempos de Nuestro Señor, en nuestros días son también los escribanos y los altos sacerdotes los que incitan al populacho a la rebelión y lideran esta sedición en contra de la cruz. El cuerpo místico está pasando, verdaderamente, por su pasión.
Mas, los seguidores de Jesucristo no deben caer en la desesperanza porque Él nos ha dado el remedio para conquistar esa tentación: la cruz. El estandarte de la cruz ha visto la victoria de los santos y de los mártires a lo largo de todos los tiempos.
Si hay una lección que podemos aprender de la Pasión, es que Jesucristo sabe cómo aguantar una bofetada y más. Cuando le arrebataron sus ropas y lo vistieron con una garra púrpura sucia no se dejó caer con el primer golpe, aguanto eso y muchas horas más de vejaciones. Así mismo, cuando los modernistas le arrebataron a Nuestro Señor su manto litúrgico real (la Tridentina) no cayó muerto, continua a nuestro lado, cumpliendo con su promesa de que estaría con nosotros y con su Iglesia «hasta la consumación del siglo» (Mateo 28, 20).
Los fieles de los últimos tiempos están llamados a acompañar a Jesucristo en su tabernáculo, imitando a la Santísima Virgen y a san Juan que permanecieron al pie de la cruz en medio del desorden y el sacrilegio. Su ejemplo es una pauta para todos los verdaderos apóstoles de los últimos tiempos. Nuestra vocación como cristianos es caminar con Él y en Él y compartir su cruz, para así poder compartir algún día en su resurrección, según san Pablo: «Si sufrimos, con Él también reinaremos» (2 Timoteo 2, 12). Que sea este, entonces, nuestro justo propósito, conscientes de que este camino real de la cruz nos llevará directamente al Reino de los Cielos.
[Traducción de Enrique Treviño. Artículo original]