NATIVITAS DOMINI NOSTRI JESU CHRISTI SECUNDUM CARNEM
Octavo Kalendas Januarii, Luna undetricesima, innumeris transactis sæculis a creatione mundi, quando in principio Deus creavit cælum et terram, et hominem formavit ad imaginem suam; permultis etiam sæculis ex quo post diluvium Altissimus in nubibus arcum posuerat signum fœderis et pacis; a migratione Abrahæ, patris nostri in fide, de Ur Chaldaeorum sæculo vigesimo primo; ab egressu populi Israël de Ægypto, Moyse duce, sæculo decimo tertio; ab unctione David in regem anno circiter millesimo; hebdomada sexagesima quinta juxta Danielis prophetiam; Olympiade centesima nonagesima quinta; ab Urbe condita anno septingentesimo quinquagesimo secundo; anno imperii Cæsaris Octaviani Augusti quadragesimo secundo, toto orbe in pace composito, Jesus Christus, æternus Deus æternique Patris Filius, mundum volens adventu suo piissimo consecrare, de Spiritu Sancto conceptus novemque post conceptionem decursis mensibus in Bethlehem Judae nascitur ex Maria Virgine factus homo. Nativitas Domini nostri Jesu Christi secundum carnem.
Martyrologium Romanum, 25 Dic.
Como todos los años, en el ciclo de las estaciones y de la historia la Santa Iglesia celebra el Nacimiento según la carne de Nuestro Señor Jesucristo, eterno Dios e Hijo del eterno Padre, y concebido por la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo. Con las palabras solemnes de la liturgia, el Nacimiento del Salvador se impone a la humanidad dividiendo el tiempo en un antes y un después. Nada volverá a ser como antes: desde aquel momento el Señor se encarna para realizar la obra de la salvación y arrebata definitivamente de la esclavitud de Satanás al hombre caído en Adán. Ese, queridos hijos, es nuestro Gran Reinicio, mediante el cual la Divina Providencia restableció el orden que había roto la Serpiente antigua con el pecado original de nuestros Primeros Padres. Reinicio del que están excluidos los ángeles apóstatas y su jefe Lucifer, pero ha concedido a todos los hombres la gracia para beneficiarse del Sacrificio de Dios hecho hombre y recobrar la vida eterna a la que estaban destinados desde la creación del mundo.
Qué gesto tan admirable de misericordia de parte de nuestro Creador para las criaturas rebeldes que desde el principio. Qué caridad divina, que haya concedido al hombre desobediente la redención de su culpa infinita aceptando el ofrecimiento de su divino Hijo en la Cruz. Qué humildad divina, que ha respondido al orgullo del hombre con la obediencia de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnada propter nos hominem et propter salutem. Ése es el verdadero Nuevo Orden querido por Dios y destinado a durar por la eternidad de los siglos, tras los millares de batallas de una guerra en la que el Eterno Derrotado intenta impedir que la gloria de la Majestad Divina sea compartida con nosotros, pobres criaturas mortales. Éste es el triunfo de Aquél que no se ha contentado con crear al hombre con sus perfecciones y concederle su amistad, sino que después de que éste lo traicionó entregándose como esclavo al Demonio determinó recobrarlo al precio de la valiosísima Sangre de su Hijo Unigénito. Y es el triunfo de la Madre de Dios, que en el misterio de la Encarnación dio a luz al Redentor, el Santo Niño destinado a padecer y morir por nosotros. Aquella a la que en el Protoevangelio se le prometió vencer a la Serpiente en la eterna enemistad entre su estirpe y la del Enemigo.
Por eso se congregó el pueblo elegido; por eso fue llevado a la Tierra Prometida. Por eso el Espíritu Santo inspiró a los profetas para que señalasen el tiempo y el lugar de aquel Nacimiento. Por eso cantaron los ángeles gloria en la gruta de Belén, y siguieron los Magos a la estrella para adorar al Niño envuelto en pañales como hijo de rey. Por eso cantó la Virgen su Magnificat y el pequeño San Juan Bautista saltó en el vientre de Santa Isabel. Por eso Simeón pronunció el nunc dimitis cuando tuvo entre sus brazos al Mesías prometido.
Veni, Emmanuel: captivum salve Israël. Ven, Emanuel: libra a tu pueblo prisionero. Líbralo también hoy, como lo libraste con tu santísimo Nacimiento y tu Pasión y Muerte. Libra a la Santa Iglesia desenmascarando a los pastores falsos y asalariados, como revelaste la envidia de los sumos sacerdotes y su silencio sobre las profecías mesiánicas, que ocultaron a los sencillos. Libra a las naciones de los malos gobernantes, de la corrupción, de la esclavitud del poder y el dinero, del sometimiento al Príncipe de este mundo, de la mentira de la falsa libertad, del engaño de un falso progreso, de la rebelión contra tu santa Ley. Líbranos a cada uno de nuestras miserias, del pecado, del orgullo, de la presunción de querernos salvar prescindiendo de Ti. Líbranos de la enfermedad que aflige nuestra alma, de la pestilencia de los vicios que enferman nuestra vida, de la ilusión de poder derrotar la muerte, que es el pago de nuestra rebelión. Porque Tú solo, Señor, eres el verdadero Libertador; solo en Ti, que eres la Verdad, seremos libres y veremos caer las cadenas que nos atan al mundo, la carne y el Demonio.
Veni, o Oriens. Ven, Oriente. Aleja las sombras de la noche y dispersa las tinieblas nocturnas. Veni, clavis davidica. Ven, llave de David, y abre de par en par la Patria celestial; haz seguro el camino al Cielo y cierra el acceso al Infierno. Veni, Adonai. Ven, divino Poder, que en el Sinaí diste a tu pueblo la ley de lo Alto en la majestad de la gloria. Veni, Rex gentium. Ven, Rey de los pueblos, a reinar sobre nosotros, Príncipe de la Paz, Ángel del Gran Consejo. Ven, desciende en el tiempo y en la historia y derriba esta infernal Torre de Babel que nos hemos construido desafiando tu Majestad.
Ven, Señor. Porque en estos dos años de locura pandémica hemos entendido que Infierno no consiste tanto en los padecimientos del cuerpo como en la desesperación de saberte lejano, en tu silencio, en dejarnos sumir en el horror sordo de tu ausencia.
Y sea bendita tu Santísima Madre y Madre nuestra, que has dejado junto a nosotros en estos terribles días para que sea nuestra Abogada a fin de que en la contemplación del infierno que estamos viviendo en la Tierra encontremos el remedio espiritual que nos permitirá acogerte en nuestra alma, nuestra familia y nuestra nación, restituyéndote la corona que te habíamos usurpado.
Bendice, Niño Rey, a cuantos se dejen conquistar por tu amor, gracias al cual no vacilaste en encarnarte y morir por nosotros. Correspondamos a ese amor divino reconociéndote con el asombro de quienes muertos en Adán renacemos en Ti, nuevo Adán; y de quienes caídos en Eva podamos volver a levantarnos en María, la nueva Eva.
Así sea.
Carlo Maria Viganò, arzobispo
Sabbato Quattuor Temporum Adventus
18 de diciembre de 2021
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)