Aquel que ahora es hombre [Cristo] fue también un ser no compuesto. Pues bien, aquello que era (Dios), permaneció; mientras asumió aquello que no era (hombre). Al inicio era sin causa: ¿Cual es en efecto la causa de Dios? Pero sucesivamente tuvo origen por una causa, y esta causa fue el querer salvarte solo a ti, que lo insultas, que solo por eso desprecias la naturaleza divina del Hijo, que aceptó tomar sobre si tu vulgaridad carnal, uniéndose a la carne por medio del intelecto intermediario: se convirtió en Dios el hombre terreno, ya que se unió a Dios tanto que se convirtió en un solo ser en cuanto a que el elemento mejor prevaleció, con el fin de que yo pudiera convertirme en Dios tanto como Dios se convirtió en hombre. Él fue engendrado, sí, pero había sido ya engendrado antes. Nació de una mujer, pero de una mujer que era virgen. El primer aspecto es humano, el segundo es divino. Fue privado de un padre por una parte, pero estuvo también privado de una madre por otra parte […]. Fue llevado en un vientre de mujer, pero fue reconocido por un profeta que era también él llevado en un vientre y que dio un salto al acercarse al Logos, por medio del cual había sido hecho. Estuvo envuelto en vendas, es verdad, pero fue también liberado de las vendas de la sepultura en el momento en el que resucitó del sepulcro. Fue puesto en un pesebre pero fue glorificado por los ángeles, fue indicado por una estrella y fue adorado por los magos […] No tenía “forma ni belleza” (Is. 5,32) a los ojos de los judíos, pero para David era “perfecto en su belleza más que todos los hijos de los hombres” (Sal 43, 3), y además brillante sobre la montaña y llegó a ser más luminoso que el sol, introduciéndonos en los misterios de futuro.
Fue bautizado, sí, en cuanto hombre, pero borró los pecados en cuanto era Dios, y fue bautizado con la finalidad de santificar las aguas. Fue tentado en cuanto hombre, pero venció en cuanto Dios, y nos exhorta a tener coraje, porque Él ha vencido al mundo. Experimentó el hambre, pero dio de comer a miles de personas, y es el pan de vida bajado del celo. Tuvo sed, pero gritó: “si uno tiene sed, venga a mí, y beba” (cf. Jn. 7,37), y prometió transformar en fuentes de agua a aquellos que creyeran. Estuvo cansado y descansó, pero era el reposo de aquellos que están cansados y angustiados. Estuvo abrumado por el sueño, pero se hizo ligero hasta caminar sobre el mar y dio órdenes a los vientos y cuando Pedro se hunde en las aguas, Él lo levanta. Paga el impuesto, pero encuentra la moneda en la boca de un pez y es el Señor de los que le piden el impuesto. Lo llaman samaritano y endemoniado, pero salva a aquel que baja de Jerusalén y se encuentra con los ladrones; y además es reconocido por los demonios a los que expulsa, precipita en el abismo a una legión de espíritus y “ve caer como un relámpago” al jefe de los demonios (cf. Lc 10,18). Ha sido apedreado pero no capturado. Ora, pero escucha. Llora, pero hace cesar las lágrimas. Pregunta donde ha sido puesto Lázaro, porque era hombre: pero resucita a Lázaro porque era Dios. Es vendido, y a un precio muy bajo (a solo treinta monedas de plata), pero es Él quien rescata al mundo, y a un gran precio, es decir, a precio de su sangre.
Como una oveja es conducido al matadero, pero es el pastor de Israel, y ahora también de toda la tierra. Como un cordero no tiene voz (cf. Is 53,7), pero es el “logos” anunciado por la voz de aquel que grita en el desierto. Fue herido, pero “cura todas las enfermedades y toda debilidad”. Es levantado “sobre el madero” (1Pedro 2,24), en donde viene clavado, pero nos regenera por medio del “leño de la vida” y salva también al ladrón que había sido crucificado junto con Él y difunde las tinieblas sobre todo lo que se ve.
Le dan a beber vinagre, que se usa como la hiel de los alimentos: ¿A quién? A aquel que cambió el agua en vino, a aquel que hizo desaparecer el gusto amargo [de las aguas en el desierto: Es. 15,23ss], a aquel que es la “dulzura y todo delicia” (Cant. 5,16). Entrega su alma al Padre, pero tiene la potestad de retomarla, y rasga el velo del templo (que es manifestación de las realidades celestiales), hace romper las piedras del sepulcro y los muertos resucitan antes del tiempo. Muere, pero “vivifica” y destruye la muerte con la muerte. Es sepultado, pero resucita. Baja al hades (a los infiernos) pero saca de ahí a las almas y vuelve a los cielos y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.
Gregorio Nacianceno
[Traducido por O.D.Q.A.]