Me gustaría ofrecer a todos los lectores este pasaje de una auténtica joya espiritual de 1910, de las que ya no se hacen: “El libro de los afligidos (consuelos para el dolor)”; estas breves palabras contienen el secreto de la verdadera felicidad, sin necesidad de libros de autoayuda ni de acudir a un psicólogo
“El deseo de alcanzar la felicidad es en nosotros innato, porque hemos sido creados para ser constantemente dichosos en la tierra y en el cielo. El pecado ha modificado las condiciones de nuestra existencia, sin alterarnos la naturaleza. Perdura en nosotros la necesidad de ser felices, la cual nos trae continuamente a la memoria nuestro futuro destino; y, a pesar de la necesidad de padecer, podemos, en cierto sentido, disfrutar de una felicidad relativa. Mas, dominados por las agitaciones del mundo, no acertamos a descubrir aquello que nos es necesario para hallar la felicidad. Pues bien, yo os digo que está al alcance de vuestra mano, y que lo conseguiréis fácilmente cuando penséis menos en los goces positivos. La felicidad de que os hablo estriba en disminuir o en evitar los sufrimientos del prójimo y los nuestros. En las penas profundas y en los más grandes sacrificios se puede encontrar la dicha.
Voy a deciros cómo tenéis que haberos para disfrutar de esta felicidad: tomad vuestra existencia tal como Dios la ha hecho, y no como la hacen vuestro carácter y vuestras costumbres. De este modo quitaréis ya muchas espinas de vuestro camino.
Cuidad de que vuestra vida sea lo menos ruidosa posible: el que vuestra vida sea lo menos ruidosa posible: el ruido llama la atención, y los más felices son aquellos que pasan inadvertidos a los ojos de los demás. No habléis con brusquedad ni de modo que ofendáis. Obrando así, no oiréis jamás palabras injuriosas que se clavan como dardos en el corazón.
Someted vuestra voluntad a la de los otros, y no pretendáis que sean ellos los que se dobleguen. No os empeñéis en contradecir; no pretendáis saber o adivinar aquello que se quiere tener en secreto. Aparentad no ver los defectos que se pretende ocultaros. No hagáis resaltar en los otros ciertas equivocaciones o torpezas que les humillan. Estudiad las costumbres de aquellos a quienes amáis, para no causarles pesar ni daño alguno. No digáis jamás, ni siquiera confidencialmente, cosas que no quisieras que se dijeran de vosotros. Aun cuando se os haya hecho llorar por la mañana, no os mostréis enfadados por la tarde, etc.
Tal vez digáis: pero todo ese trabajo, parece más propio para enojarme que para hacerme feliz. Indudablemente; pero tened en cuenta que al ocuparos en procurar la dicha de vuestros semejantes, preparáis la vuestra, que es negativa en la tierra, y está formada, no tanto por los goces que recibís, como por los que procuráis. La imperfección de la dicha a que podemos aspirar en este mundo sirve al alma como preparación para la otra vida. A pesar de todo, quitad a vuestra felicidad y a la de los demás todos los obstáculos que podáis; y no dudéis que seréis dichosos, porque vuestra conciencia estará satisfecha. Contentar a Dios es la primera y la más preciada de todas las felicidades.”.
José Cano