Monseñor Schneider habla del profesor Seifert, del cardenal Caffarra y del deber de resistir

TRADUCCIÓN REALIZADA POR ADELANTE LA FE, REVISADA Y APROBADA POR MONS. SCHNEIDER

Nota de la Redacción: les presentamos una entrevista con monseñor Athanasius Schneider, realizada por el Dr. Maike Hickson, y publicada en la web OnePeterFive. Monseñor Schneider es obispo auxiliar de la arquidiócesis de Astaná (Kazajistán). 

Maike Hickson (MH)Junto con el profesor Josef Seifert (y muchos otros), Vuestra Excelencia firmó  la súplica filial confirmando la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio. El profesor Seifert acaba de ser destituido por su arzobispo de España de la cátedra Dietrich von Hildebrand que ocupaba en la Academia Internacional de Filosofía de Granada. Todo ello con una clara alusión a sus críticas de ciertas afirmaciones expresadas en Amoris Laetitia. ¿Nos podría dar V.E. su opinión de semejante medida disciplinaria, que se justificó argumentando que el profesor Seifert socavaba la unidad de la Iglesia Católica y confundía a los fieles?

Monseñor Athanasius Schneider (MAS): El profesor Seifert realizó un acto muy urgente y meritorio al plantear pública y respetuosamente cuestiones críticas relativas a ciertas afirmaciones evidentemente ambiguas del documento pontificio Amoris Laetitia, al considerar que dichas afirmaciones suscitan la anarquía moral y disciplinaria en la vida de la Iglesia, una anarquía que es patente para todos y que nadie que use el intelecto y posea auténtica fe y honestidad puede negar. La medida punitiva tomada contra el profesor Seifert por parte de una autoridad eclesiástica no es sólo injusta, sino que representa en última instancia una fuga de la verdad, el rechazo a un debate y un diálogo objetivo, cuando simultáneamente se proclama la cultura del diálogo como una importante prioridad en la vida de la Iglesia actual. Tal actitud de la jerarquía contra un intelectual verdaderamente católico como el profesor Seifert me recuerda a las palabras con las que San Basilio el Grande describió una situación análoga en el siglo IV, cuando el clero arriano invadió y ocupó la mayoría de las sedes episcopales: «Actualmente sólo hay una falta que se castigue enérgicamente: observar las tradiciones de nuestros padres. Por este motivo, los piadosos  son desterrados y expulsados al desierto. Los religiosos guardan silencio, mientras todas las lenguas blasfemas andan sueltas» (Ep. 243).

MH: Al hablar de la unidad de la Iglesia, ¿en qué se basa la unidad? ¿Es preciso sacrificar todo debate razonado y prudente en cuestiones de fe y de doctrina si surgen doctrinas diferentes y desproporcionadas, en aras de evitar una posible división en la Iglesia?

MAS: La auténtica unidad de la Iglesia se sustenta sobre la verdad. Por su propia naturaleza, la Iglesia es «columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3,15). Este principio es válido desde el tiempo de los Apóstoles, y es un criterio objetivo de dicha unidad: significa «la verdad del Evangelio ” (cf Gal. 2,5; 14). Juan Pablo Paul II afirmó: «Además de la unidad en la caridad, nos urge siempre la unidad en la verdad» (Discurso en la inauguración de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla, 28 de enero de 1979). San Ireneo enseñó: «La Iglesia cree las verdades de la fe como si fuera de una sola alma y un solo y mismo corazón, y las proclama, enseña y transmite con perfecta armonía, como por una misma boca (Adversus Hareses I, 10,2). Ya en los albores mismos de la Iglesia, Dios nos hizo ver que tenemos el deber de defender la verdad cuando ésta corre peligro de ser tergiversada por alguno de los miembros de la Iglesia, aunque esto lo haya hecho el Pastor Supremo de la Iglesia, como sucedió en Antioquía con San Pedro (cf. Gal. 2,14). Este principio de corrección fraterna en la Iglesia ha regido en todos los tiempos, incluso con relación al Papa, y por tanto debería ser igual de válido hoy en día. Desgraciadamente, en nuestros tiempos, todo el que se atreve a decir la verdad –aunque lo haga manteniendo el respeto a los pastores de la Iglesia– es tildado de enemigo de la unidad, como le pasó a San Pablo, que afirmó: «Me he hecho enemigo vuestro por deciros la verdad» (Gal. 4,16).

MH: Últimamente muchos prelados han guardado silencio por temor a causar un cisma cuando se planteaban públicamente o se formulaban objeciones con respecto a las enseñanzas del papa Francisco sobre el matrimonio. ¿Qué les diría de esa clase de silencio?

MAS: En primer lugar, debemos tener presente que el Sumo Pontífice es el primero de los siervos de la Iglesia (servus servorum). Es el primero que tiene que dar ejemplo con su obediencia de todas las verdades del Magisterio constante y perenne, porque no es más que un administrador; no es el dueño de las verdades católicas que le han transmitido sus predecesores. El Papa jamás debe portarse como un monarca absoluto en lo que se refiere a las verdades constantemente transmitidas y la disciplina correspondiente diciendo cosas como «la Iglesia soy yo» (así como el rey francés Luis XIV dijo aquello de: «El Estado soy yo»). Su Santidad Benedicto XVI lo ha expresado de modo muy apropiado: «El Papa no es un soberano absoluto cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo» (Homilía del 7 de mayo de 2005). Los obispos no son empleados del Papa, sino colegas suyos divinamente constituidos, aunque le estén jurisdiccionalmente subordinados; son, sin embargo, sus colegas y hermanos. Cuando el Papa mismo tolera que se divulguen ampliamente errores de la fe y graves abusos en los sacramentos (como que se administren éstos a adúlteros impenitentes), los obispos no deben comportarse como serviles empleados que se quedan callados. Semejante actitud denotaría indiferencia hacia el importante deber del ministerio petrino, y contradiría la naturaleza colegial del episcopado y el verdadero amor al Sucesor de San Pedro. Es preciso recordar las palabras que dijo San Hilario de Poitiers cuando la confusión doctrinal generalizada del siglo IV: «Hoy en día, so pretexto de una falsa piedad y tras la engañosa apariencia de la predicación del Evangelio, algunos tratan de negar al Señor Jesús. Yo digo la verdad, a fin de dar a conocer a todos la causa de la confusión que padecemos. No puedo guardar silencio» (Contra Auxentium, 1, 4).

MH: Volviendo a la crítica respetuosa del profesor Seifert a Amoris Laetitia. En su reciente artículo publicado en agosto pasado, plantea que afirmar que a veces las parejas divorciadas y «vueltas a casar» podrían mantener relaciones sexuales por el bien de los hijos de la nueva relación puede llevar a la conclusión de que ya no existe nada absoluto en la moral; es decir, que en determinadas situaciones muchos pecados mortales podrían no ser ya pecado a los ojos de Dios. El profesor Seifert ve este razonamiento como una bomba atómica moral en potencia que podría conducir al relativismo moral. ¿Está V.E. de acuerdo?

MAS: Estoy totalmente de acuerdo en ese punto con el profesor Seifert, y recomiendo encarecidamente que se lea también su magistral artículo ¿Amenazada con la destrucción toda la doctrina moral de la Iglesia Católica?. En su libro Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo, monseñor Rudolf Graber, obispo de Ratisbona, escribió en 1973: «Lo que sucedió hace más de 1600 años, se repite hoy, sólo que con la doble o triple diferencia: Alejandría es hoy toda la Iglesia universal que se ve conmovida en sus cimientos y lo que entonces aconteció con violencia física y crueldad, se ha desplazado hacia otros planos. El exilio ha quedado sustituido por el silencio, y el asesinato lo ha sido por el desprestigio.»

Esta descripción se aplica también a lo que le ha sucedido ahora al profesor Seifert.

MH: Dado que V.E. se crió en un país con un régimen totalitario, ¿cómo ve la situación de la libertad de cátedra en España, cuando un profesor de renombre internacional es destituido de su cargo sólo por haber planteado, con muy buenos modos, unas cuestiones relativas a un documento pontificio y señalado los peligros a los que pueden conducir algunas de sus afirmaciones?

MAS: Durante décadas se ha vuelto políticamente correcto y de buen tono proclamar y promover en la práctica en el seno de la Iglesia la libertad de expresión, debate e investigación en materia de teología, con lo que la libertad de pensamiento y de palabra se ha convertido en un eslogan. Al mismo tiempo, se puede observar la paradoja de que se niegue esa misma libertad a aquellos que actualmente alzan la voz con respeto y buenos modos dentro de la Iglesia para defender la verdad. Tan extraña situación me recuerda a una conocida canción que tenía que cantar en el colegio comunista durante mi niñez, que decía: «Mi amada patria es la Unión Soviética, y no conozco otro país donde se respire tanta libertad».

MH: ¿Podría decirnos algo de lo que dijera a V.E. el cardenal Carlo Caffarra con respecto a la actual crisis de la Iglesia, palabras que pudieran constituir, en parte, una especie de legado?

MAS: Hablé en dos ocasiones con el cardenal Caffarra. A pesar de su brevedad, esos encuentros y conversaciones me causaron honda impresión. Vi en él a un auténtico hombre de Dios, un hombre de fe, de miras sobrenaturales. Observé en él un profundo amor a la verdad. Cuando le hablé de la necesidad de que los obispos alzaran la voz ante los generalizados ataques contra la indisolubilidad del matrimonio y la santidad de sus vínculos sacramentales, me dijo: «Cuando los obispos lo hagamos, no debemos tener nada ni a nadie, porque no tenemos nada que perder» Una vez le dije a una señora católica hondamente  creyente y de gran inteligencia de Estados Unidos esa misma frase del cardenal Caffarra, que los obispos no tenemos nada que perder al hablar la verdad. Y me respondió con estas inolvidables palabras: “Si no lo hicieran, entonces sí que lo perderían todo»

MH: ¿Encuentra justificado que otros purpurados, como por ejemplo Christoph Schönborn u Óscar Rodríguez Maradiaga, hayan censurado a los cuatro cardenales que dieron a conocer los dubia?

MAS: La redacción y publicación de los dubia por parte de los cuatro cardenales fue sumamente meritoria y, en cierto modo, también algo que hizo historia, que honró al Sacro Colegio Cardenalicio. En la situación actual, la indisolubilidad y santidad del vínculo sacramental está siendo socavada y, en la práctica, se la niega al admitir con nuevas normas la recepción de los sacramentos para los adúlteros impenitentes. Así se trivializan y profanan los sacramentos del Matrimonio, la Penitencia y la Eucaristía. En últimas está en juego la validez de los Mandamientos de Dios y de toda la ley moral, como tan acertadamente señaló el profesor Seifert en el artículo arriba mencionado, por el cual fue gravemente sancionado. Podemos comparar esta situación con el de un buque en un mar tempestuoso cuyo capitán se desentiende del evidente peligro mientras la mayoría de sus subalternos guardan silencio pensando: «Todo está en orden en este barco que se hunde». Cuando en una situación así un pequeño grupo de mandos subalternos alza la voz en razón de la seguridad de los pasajeros, sus compañeros  los critican grotesca e injustamente y se burlan de ellos, acusándolos de amotinados o de aguafiestas. Aunque al capitán le resulten molestas en ese momento las voces de voces de esos pocos suboficiales, tendrá que reconocer y agradecerles su ayuda más tarde cuando tenga que afrontar cara a cara el peligro, y cuando tenga que comparecer ante el Divino Juez . Una vez pasado el peligro, tanto los pasajeros como la Historia se lo agradecerán. El valeroso acto de esos suboficiales será recordado junto con sus nombres como verdadero heroísmo y abnegación. Pero no los de los subalternos que, ya fuera por ignorancia, ya por oportunismo o por servilismo, se quedaron callados o criticaron absurdamente a los que intervinieron para impedir el naufragio. Esto coincide en cierta forma con la actuación en torno a los dubia de los cuatro cardenales. Tenemos que acordarnos de lo que señaló San Basilio durante la crisis arriana: «Los que tienen autoridad tienen miedo de hablar, porque quienes han alcanzado el poder por intereses humanos son esclavos de aquellos a quienes deben su promoción.  Y ahora la misma defensa de la ortodoxia es vista en algunos sectores como una oportunidad de atacarse mutuamente. Los hombres disimulan sus animadversiones y fingen que su hostilidad está motivada por la defensa de la verdad. Mientras tanto los incrédulos ríen; los flacos en la fe se tambalean; la fe es insegura y las almas se empapan de la ignorancia, porque los adulteradores de la palabra imitan la verdad. Los mejores laicos evitan las iglesias por ser escuelas de impiedad e imploran al Señor de los Cielos suspirando y llorando en el desierto. La fe la hemos recibido de los Padres. Sabemos que esa fe está está aprobada con el sello de los apóstoles. A esa fe asentimos, así como a todo lo que se promulgó canónicamente y lícitamente en el pasado» (Ep. 92, 2).

MH: Ahora que tras la muerte de Carlo Caffarra y de Joachim Meisner sólo quedan dos de los cardenales que plantearon los dubia, ¿qué esperanzas tiene V.E. con respecto a otros cardenales que podrían incorporarse para  llenar el hueco que ellos han dejado?

MAS: Espero y deseo que haya más cardenales que, como los mandos subalternos del barco en la tempestad de que hablábamos, unan su voz a la de los cuatro cardenales, sin preocuparse por los elogios y reproches de que puedan ser objeto.

MH: En general, ¿qué deberían los católicos, sean seglares u ordenados, hacer ahora si los presionan a aceptar aspectos polémicos de Amoris Laetitia, por ejemplo con respecto a los divorciados recasados y que se les permitiera recibir los sacramentos? ¿Qué me dice de los sacerdotes que se niegan a dar la Sagrada Comunión a esas parejas recasadas? ¿Y de los profesores católicos laicos a quienes se les amenaza con destituirlos de su cátedra por sus críticas, expresas o sospechadas, de Amoris Laetitia? ¿Qué podemos hacer todos ahora en conciencia cuando nos vemos en la disyuntiva de traicionar la enseñanza de Nuestro Señor o desobedecer resueltamente a nuestros superiores?

MAS: Cuando los sacerdotes y los laicos se mantienen fieles a la doctrina perenne, a lo que siempre ha practicado toda la Iglesia, están en comunión con todos los papas, obispos ortodoxos y santos de los últimos dos mil años, y en una comunión especial con San Juan Bautista, Santo Tomás Moro, San Juan Fisher y los innumerables cónyuges abandonados que han sido fieles a sus votos matrimoniales, aceptando una vida de continencia para no ofender a Dios. La voz constante en el mismo sentido y el mismo juicio (eodem sensu eademque sententia) y la práctica de dos mil años en ese sentido son más poderosas y seguras que la voz discordante de la práctica de administrar la Sagrada Comunión a adúlteros impenitentes aunque dicha práctica sea promovida por un pontífice en particular o por los obispos de las diócesis. En este caso hay que obedecer la doctrina y práctica constantes de la Iglesia, ya que en ella obra la verdadera tradición, la «democracia de los difuntos», que quiere decir la voz mayoritaria de los que nos han precedido. San Agustín refutó la práctica errónea y contraria a la tradición que tenían los donatistas de repetir el bautismo y la ordenación, y afirmó que la práctica constante e inmutable de la Iglesia desde los tiempos apostólicos se ajusta al juicio seguro del mundo entero: «El mundo entero lo juzga juzga con acierto», o sea, «securus judicat orbis terrarum» (Contra Parmenianum III, 24). Quiere decir que toda la tradición católica juzga con plena certeza y seguridad en contra de una costumbre inventada y reciente que, en un punto importante, contradice la totalidad del Magisterio de siempre. Los sacerdotes que ahora fueran obligados por sus superiores a administrar la Sagrada Comunión a adúlteros públicos e impenitentes, o a otros pecadores notorios, deberán responderles con santa convicción: «Hacemos lo que ha hecho todo el mundo católico a lo largo de dos mil años»: «El mundo entero juzga con acierto», “¡Securus judicat orbis terrarum»! El beato John Henry Newman dijo en Apologia pro sua vita: «El juicio deliberado en el que toda la Iglesia se apoya y asiente durante largos periodos es una prescripción infalible y una sentencia definitiva contra las novedades temporales.» En nuestro contexto histórico, esos sacerdotes y fieles deberán decir a sus superiores eclesiásticos y los obispos deberán decir con amor y respeto al Papa lo que afirmó en cierta ocasión San Pablo: «Porque nada podemos contra la verdad, sino en favor de la verdad. Nos regocijamos cuando nosotros somos flacos y vosotros fuertes. Lo que pedimos en nuestra oración es vuestro perfeccionamiento» (2 Cor. 13, 8-9).

(Traducido por J.E.F)

Mons. Athanasius Schneider
Mons. Athanasius Schneider
Anton Schneider nació en Tokmok, (Kirghiz, Antigua Unión Soviética). En 1973, poco después de recibir su primera comunión de la mano del Beato Oleksa Zaryckyj, presbítero y mártir, marchó con su familia a Alemania. Cuando se unió a los Canónigos Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, una orden religiosa católica, adoptó el nombre de Athanasius (Atanasio). Fue ordenado sacerdote el 25 de marzo de 1990. A partir de 1999, enseñó Patrología en el seminario María, Madre de la Iglesia en Karaganda. El 2 de junio de 2006 fue consagrado obispo en el Altar de la Cátedra de San Pedro en el Vaticano por el Cardenal Angelo Sodano. En 2011 fue destinado como obispo auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán), que cuenta con cerca de cien mil católicos de una población total de cuatro millones de habitantes. Mons. Athanasius Schneider es el actual Secretario General de la Conferencia Episcopal de Kazajistán.

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