El mundo, si uno se pone a pensarlo, es un manicomio. Los especialistas del comportamiento humano hablan de todo tipo de trastornos y delirios bizarros, indicativos de la salud mental de la que goza actualmente el ser humano. Y así, nos hablan de dromomanía, o la necesidad incesante de viajar o de cambiar constantemente de domicilio. Nos hablan también de tricofagia, o el impulso de comer cantidades ingentes del propio cabello. Y nos hablan incluso de apotemnofilia, o el deseo imperioso de mutilarse a sí mismo, sintiendo gratificación y bienestar tras ello.
Y aunque pudiera pensarse que estos trastornos son rarezas de la psique y representan casos aislados, la estupidez en cambio parece una afección común y generalizada. Presumo de hecho de haber descubierto un nuevo síndrome relacionado con la necedad que afecta a la mayor parte de los seres humanos. Se llama progresismo.
El progresismo es una esquizofrenia del alma y a la vez una ceguera del espíritu. Uno se asombra al reconocer la lucidez que demuestran para algunas cosas las personas afligidas por este síndrome, y el profundo ofuscamiento que manifiestan para otras.
Sorprende por ejemplo el buen juicio de los progres ecologistas, o pobres progresistas, para entender el funcionamiento y las amenazas del reino animal. Se suelen rasgar las vestiduras por la hecatombe de las abejas, cuya importancia por otra parte no niega nadie. Y con razón, porque al parecer están desapareciendo. Asimismo, hacen gala de una asombrosa capacidad para entender que en la naturaleza una especie invasora acaba desplazando a las autóctonas. Lo cual es una evidencia. Todos y cada uno de ellos reconocen igualmente sin reservas que las especies invasoras resultan dañinas para las oriundas. ¡Menuda actitud racista y xenófoba! ¿No les parece?
No debería ser decente, desde la óptica progresista, discriminar de esta manera a la pobre trucha arcoíris, a la carpa común, al lucio, al siluro, a la perca americana o al cangrejo de río. También deberían manifestarse los naturalistas contra la segregación de la avispa asiática y el muflón. Todas ellas especies foráneas, y ciertamente muy peligrosas para las especies autóctonas. ¿Pero no es la igualdad la regla máxima? De ahí la sorprendente y escasa tolerancia de estos racistas con las especies dominadoras, su escaso compromiso con el multiculturalismo del reino animal, su xenofobia decimonónica y al mismo tiempo reaccionaria. Y es que en coherencia con la religión vigente las especies originarias deberían mezclarse con las razas invasoras.
Ahora bien, por alguna misteriosa razón los afectados por el síndrome del progresismo reconocen sin problemas que en la naturaleza una especie invasora (como el muflón, la avispa asiática, el cangrejo de río o la acacia negra) desplaza siempre a las indígenas, representando una amenaza grave para éstas, pero son incapaces de ver por el contrario el riesgo que supone la invasión islámica de Europa.
Desde luego alguna bastarda intención ha de haber tras esta mezcolanza suicida. Una intención sin duda miserable, pues se aprovecha de las debilidades humanas, de sus trastornos y enfermedades. No en vano el progresismo es una afección humana, relacionada con la estulticia y la insensatez en grado sumo, cuyos frutos son la ceguera total del espíritu y la esquizofrenia del alma.
Luis Segura