Opositores de la Ostpolitik: monseñor Pavol Maria Hnilica (1921-2006)

La política de colaboración del papa Francisco con la China comunista tiene sus antecedentes directos en la Ostpolitik de Juan XXIII y Pablo VI. Y tanto entonces como ahora, la Ostpolitik tuvo enérgicos opositores que vale la pena recordar. Uno de ellos fue el obispo polaco Pavol Hnilica (1921-2006), a quien me gustaría recordar basándome, más que en los recuerdos personales que conservo de él, en un minucioso estudio de próxima publicación dedicado a su figura por la profesora Emilia Hravobec, a la cual agradezco que me haya permitido consultar y citar el texto de su futuro libro.

Cuando, allá por los años sesenta, la diplomacia vaticana comenzó a poner en práctica la Ostpolitik, había iglesias en Checoslovaquia, como las hay hoy en China. Una de ellas era la iglesia patriótica, integrada por sacerdotes sumisos al régimen comunista; la otra era la iglesia clandestina, fiel a Roma y a su Magisterio.

Monseñor Pavol Hnilica, originario de Unatin, cerca de Bratislava, fue ordenado sacerdote clandestinamente en 1950 después de ingresar en la Compañía de Jesús, y consagrado obispo un año más tarde por monseñor robert Pobozny (1890-1972), obispo de Roznava. Esto le permitió ordenar a su vez obispo a Ján Chryzostom Korec (1924-2015), de 27 años, futuro cardenal que, tras haber ejercido clandestinamente su ministerio, fue detenido en 1960 y condenado a doce años de cárcel.

Cuando en diciembre de 1951 monseñor Hnilica fue obligado a abandonar su país y llegó a Roma, Pío XII aprobó plenamente el modo de proceder de la Iglesia eslovaca, confirmó la validez de las consagraciones clandestinas y rechazó todo pacto con el régimen comunista. En su radiomensaje del 23 de diciembre de 1956, el Pontífice afirmó: «¿De qué sirve, además, razonar sin un lenguaje común? ¿Cómo es posible encontrarse si los caminos son divergentes, si una de las partes rechaza obstinadamente y niega los valores comunes absolutos, haciendo inviable de ese modo toda coexistencia en la verdad?»

Seguidamente al fallecimiento de Pío XII el 9 de octubre de 1958, cambió el clima imperante y Agostino Casaroli se convirtió en el protagonista de la política oriental de la Santa Sede promovida por Juan XXIII, pero puesta en práctica sobre todo por Pablo VI. En aquellos años, monseñor Hnilica tuvo ocasión de reunirse frecuentemente con el papa Montini y presentarle varios informes en los que lo ponía en guardia para que no se hiciera ilusiones, y le advertía que los regímenes comunistas no renunciarían a su plan de liquidar la Iglesia, sino que solamente aceptaban dialogar para obtener ventajas unilaterales que les permitieran recuperar la credibilidad dentro y fuera de sus países sin abandonar la política antirreligiosa.

«Hnilica –escribe Emilia Hravobec– exhortaba a no contentarse con concesiones cosméticas, a pedir la liberación y rehabilitación de todos los obispos, religiosos y fieles todavía encarcelados y el reconocimiento efectivo de la libertad para profesar la fe, y a no consentir más la destitución de obispos, que «sería la mayor humillación de su persona y de toda la Iglesia mártir ante los traidores y enemigos y toda la opinión pública». El prelado exiliado temía que las negociaciones llevadas a cabo puenteando las cabezas más heroicas del episcopado y un acuerdo alcanzado sin concesiones importantes suscitaran en los católicos, sobre todo en los mejores, que resistían la opresión con fortaleza y fidelidad, desorientación y la sensación de haber sido abandonados hasta por las autoridades eclesiásticas.»

El 13 de mayo de 1964, mientras se celebraba el Concilio Vaticano II, Pablo VI dio a conocer la  condición   episcopal de monseñor Hnilica, hasta ese momento tenida en secreto. El nuevo estatus permitió al prelado eslovaco participar en la última sesión del Concilio, en la cual intervino asociándose a los padres conciliares que solicitaron la condena del comunismo.

Monseñor Hnilica afirmó ante la asamblea que lo que declaraba sobre el ateísmo el esquema de la Gaudiem et spes era tan breve que «decir aquello equivalía a no decir nada». Añadió: «Un amplio sector de la Iglesia sufre bajo la opresión del ateísmo radical, ¡pero eso no lo dice un esquema que precisamente tenía por objeto hablar de la Iglesia en el mundo actual! (…) La historia nos acusará con justicia de pusilanimidad o de ceguera por este silencio», añadió, recordando que sabía lo que decía, porque había estado en un campo de concentración y de trabajo donde estaban internados 700 sacerdotes y religiosos. «Hablo por experiencia propia –dijo–, y por la de los sacerdotes y religiosos a los que conocí en prisión y con los que he soportado las cargas y peligros de la Iglesia.» (AS, IV/2, pp. 629-631).

Durante aquel tiempo, monseñor Hnilica sostuvo numerosos coloquios con Pablo VI en los que intentó en vano disuadirlo de la Ostpolitik. En febrero de 1965 fue puesto en libertad y se dirigió a Roma el arzobispo de Praga Josef Beran (1888-1969), y fue creado cardenal por Pablo VI. Monseñor Hnilica advirtió al Papa que el presunto éxito de la diplomacia vaticana había sido en realidad un éxito para el régimen comunista, que, gracias al exilio del prelado, se había librado de un problema internacional cada vez más desagradable sin tener nada que temer del nuevo ordinario de Praga, considerado un timorato miembro del movimiento de sacerdotes por la paz.

Emilia Hravobec recuerda que en 1964 se había llegado a firmar un acuerdo con Hungría, al cual siguió dos años más tarde otro con Yugoslavia, y que se había iniciado una política diplomática de encuentros de alto nivel incluso con la cúpula soviética, pero los coloquios con Checoslovaquia resultaban cada vez más difíciles y los resultados eran más escasos que nunca. «Los representantes checoslovacos –recuerda la historiadora– se reunían con las instrucciones explícitas de negociar para ganar tiempo, evitar toda concesión y aceptar sólo lo que les prometiese ventajas unilaterales a ellos y perjuicios a la parte contraria, por lo que las negociaciones se limitaron en muchos casos a formular sus respectivos y pocos conciliables puntos de vista y a la promesa de desear proseguir los encuentros.»

Tras librarse de los grilletes del comunismo, el cardenal Korec recordó por su parte: «Nuestra esperanza era la Iglesia clandestina, que colaboraba en silencio con los sacerdotes de las parroquias y formaba jóvenes dispuestos al sacrificio: profesores, ingenieros y médicos dispuestos a abrazar el sacerdocio. Eran personas que trabajaban silenciosamente entre los jóvenes y las familias y publicaban a escondidas libros y revistas. En realidad, la Ostpolitik vendió esas actividades nuestras a cambio de promesas vagas e inciertas de los comunistas. La Iglesia clandestina era nuestra gran esperanza. Y al final resultó que le cortaron las venas, y suscitaron la repulsa de jóvenes de ambos sexos, de padres y madres, así como de innumerables sacerdotes clandestinos dispuestos al sacrificio. (…) Para nosotros fue una verdadera catástrofe, parecía que nos habían abandonado y expulsado. Yo obedecí. Pero es lo más doloroso que he hecho en la vida. De ese modo los comunistas tuvieron en sus manos la pastoral pública de la Iglesia.» (Entrevista publicada en Il Giornale, 28 de julio de 2000.)

Mientras tanto, la Secretaría de Estado, sometida a tremendas presiones por parte de las autoridades checas, empezó a entorpecer la actividad pública del prelado eslovaco, y en 1971 llegó a invitarlo a abandonar Roma y trasladarse a otro continente. Como recuerda Hravobec, el obispo se vio afectado por la acusación de haberse convertido en un obstáculo para las negociaciones y en la causa implícita de la persistente persecución de la Iglesia, así como de obrar contra la voluntad del Sumo Pontífice. Hlinica manifestó su disposición a irse de Roma, pero sólo a condición de que se lo ordenaran expresamente el Papa o el general de su orden.

Como ninguna de dichas autoridades le dio la orden mencionada, Hnilica se quedó en la Ciudad Eterna y prosiguió con sus actividades, si bien cesaron sus contactos con la Secretaría de Estado.

Los años de la Ostpolitik fueron años de histórica transigencia. Cuando a muchos les parecía que la persecución comunista ya había pasado a la historia y el Partido Comunista italiano celebraba elecciones nunca vistas hasta entonces, «el infatigable obispo trataba de hacer ver que los regímenes comunistas apenas habían cambiado de táctica, optando por métodos más refinados sin ceder un ápice en su programa antirreligioso y antihumano, y que la Iglesia tenía en conciencia la obligación de no hace arreglos con el sistema y la legalidad comunistas, sino de seguir denunciando sus crímenes y el peligro que suponían.» Como recuerda también Hravobec, «con la radicalidad evangélica de las personas hondamente religiosas, Hnilica tenía el convencimiento de que en una época en que había que tomar «una decisión definitiva por la Verdad o en contra de ella, por Dios o contra Dios», era imposible ser neutral, y que quien no se alineaba con la Verdad se hacía cómplice de la mentira y participaba en la responsabilidad de la difusión del mal. Con esta actitud, Hnilica criticaba acerbamente la política occidental de distensión y conciliación en las negociaciones con los regímenes comunistas, y la debilidad e indiferencia de los cristianos de Occidente, demasiado centrados en sí mismos; tendían excesivamente a mantener su bienestar material, y estaban demasiado poco dispuestos a interesarse por sus hermanos del otro lado del Telón de Acero y sacrificarse por ellos, o en la defensa de los valores cristianos. Haciendo suya la conocida frase pronunciada por Pío XI en los años treinta, Hnilica calificaba el callada actitud de la política, los medios de difusión y la opinión pública, incluida la católica, ante el régimen comunista y la persecución de los cristianos de Europa Oriental de conspiración de silencio, observando que mientras que antes se solía hablar de la Iglesia del silencio más allá de la Cortina de Hierro, en ese momento sería más apropiado utilizar esa expresión para referirse a la Iglesia (las iglesias) de Occidente.»

Monseñor Pavol Hnilica era un hombre de profunda bondad, pero a veces ingenuo. Cuando lo conocí en 1976 iba siempre acompañado de su secretario Witold Laskowski, aristócrata polaco políglota de maneras impecables, que por sus rasgos fisionómicos y su aspecto corpulento se asemejaba a Winston Churchill.

Laskowski había emigrado a Italia en los años veinte; había servido en las filas del general Anders y dedicado su vida a la lucha contra el comunismo. Era una especie de ángel custodio de monseñor Hnilica, porque le ayudaba a frustrar las maniobras de los servicios secretos comunistas que se habían infiltrado en su grupo, sirviéndose no sólo de una tupida red de agentes, sino también de la colaboración del Partido Comunista italiano.

De haber estado vivo monseñor Hnilica en los años noventa, no se habría visto envuelto en un turbio asunto cuando se dejó convencer por el intermediario masón Flavio Carboni para pagar un dinero que serviría para reunir documentos que habrían demostrado la inocencia del Vaticano en la quiebra del Banco Ambrosiano. Monseñor Hnilica fue un ferviente devoto de la Virgen de Fátima. Estaba convencido de que su aparición suponía una de las intervenciones más   forti    de Dios en la historia humana desde los tiempos de los apóstoles.

En todas las relaciones que tuvo con los pontífices, siempre insistió en que se llevase a cabo la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María que pidió la Virgen el 13 de julio de 1917. Tras el dramático atentado del 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II atribuyó una milagrosa protección a la Virgen de Fátima y se sintió motivado a profundizar en su mensaje. Por eso, mientras convalecía en el Policlínico, pidió a monseñor Hnilica una completa documentación sobre Fátima.

Más tarde, el 13 de mayo de 1982, el Santo Padre peregrinó a Fátima, donde confió y consagró a la Virgen a «aquellos hombres y aquellas naciones que tienen una necesidad particular de esta entrega y esta consagración», según las palabras que dijo.

Al día siguiente, la hermana Lucía se reunió con monseñor Hnilica, que estaba acompañado del P. Luigi Bianchi y de Wanda Poltawska. Cuando le preguntaron si consideraba válida la consagración que había hecho el Sumo Pontífice, la vidente hizo un gesto de negación con el dedo, y explicó luego que faltaba la consagración explícita de Rusia. El 25 de marzo de 1984, Juan Pablo II realizó una segunda consagración en la Plaza de San Pedro, en presencia de la estatua de la Virgen que habían enviado expresamente desde Portugal. Tampoco en dicha ocasión se nombró de forma explícita a Rusia, limitándose el Papa a aludir a «aquellos pueblos de los que Tú misma esperas nuestro acto de consagración y entrega», según dijo.

El Papa había escrito a los obispos de todo el mundo solicitándoles que se unieran a él. Entre los pocos que correspondieron se estaba monseñor Pavol Hnilica, que encontrándose en la India había conseguido obtener un visado turístico para visita Rusia. Aquel mismo día 25 de marzo, en el interior del Kremlin, oculto tras las enormes páginas de un ejemplar de Pravda, pronunció las palabras de la consagración al Corazón Inmaculado de María.

Los días 12 y 13 de mayo de 2000 acompañé a monseñor Hnilica a Fátima, con ocasión del viaje de Juan Pablo II para la beatificación de los pastorcillos Jacinta y Francisco. No compartía su excesivo optimismo por el pontificado del papa polaco, pero el recuerdo que guardo de él, después de haber tenido trato con él durante veinticinco años, es el de un hombre de gran fe que hoy estaría al lado de quienes combaten contra la que el cardenal Zen ha calificado de traición a la Iglesia.

Roberto de Mattei

(Traducido por J.E.F)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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