Que el Señor en su infinita misericordia contemple las oraciones, lágrimas y sacrificios de todos los verdaderos católicos que aman a nuestra Madre Iglesia, e imploren humildemente y con confianza en estos días la misericordia inagotable de Dios para que nos conceda un nuevo pontífice que, lleno de fervor por la gloria de Cristo y la salvación de las almas, confirme a sus hermanos en la fe (V. Lucas 22,32) y sea fiel a su nombre y su deber como sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la Tierra, sin hacer concesiones.
Que por medio de un nuevo papa que lleno de fervor por la gloria de Cristo y la salvación de las almas, defienda el Señor a la grey de Cristo de los lobos intrusos, del clero mundano e incrédulo que sin ningún reparo quema incienso ante los ídolos de las ideologías actuales, envenenando con ello espiritualmente la vida de la Iglesia, que semeja una nave azotada por la tempestad en la que «las vías de agua de los vicios se ha acrecentado mientras las tablas podridas presagian el naufragio», palabras con las que San Gregorio Magno describió el estado de la Iglesia de Roma de su tiempo cuando asumió el cargo de Sumo Pontífice.
Que con un nuevo papa, lleno de fervor por la gloria de Cristo y la salvación de las almas, acuda el Señor al rescate de la Sede Apostólica, en nuestros tiempos presa en cadenas, semejantes a las que tuvieron preso al apóstol San Pedro en los primeros tiempos de la Iglesia, y libere a la Sede Apostólica de las cadenas que la atan a los planes materialistas, anticristianos y moralmente depravados de este mundo.
Que el Señor nos conceda un nuevo pontífice que, lleno de fervor por la gloria de Cristo y la salvación de las almas, esté dispuesto a defender la integridad de la Fe católica, la liturgia católica y la disciplina de la Iglesia, si es necesario al precio de dar el testimonio supremo de entregar la vida por amor a Jesucristo y las almas inmortales.
Que todos los verdaderos hijos de la Iglesia imploren la gracia divina para la elección del nuevo pontífice, para que sea plenamente católico, apostólico y romano. Esto es algo que pueden hacer mediante sus oraciones, sobre todo la Hora Santa de adoración eucarística, el Santo Rosario, el sacrificio de la Misa ofrecido por sacerdotes y prelados con esta intención, y también con sacrificios personales, que pueden consistir en soportar con paciencia las cruces de la vida, los dolores físicos y espirituales, mortificaciones corporales, ayunos y sobre todo actos de amor sobrenatural a Dios y al prójimo.
Creemos que el Señor acudirá al rescate de su Iglesia, que en nuestros tiempos se asemeja a una nave que en la noche hace esfuerzos penosos por avanzar, porque el viento le es contrario. Que el Señor una vez más vuelva «cerca de la cuarta vela de la noche, andando sobre el mar», y les diga: «¡Animo! Soy Yo. No tengáis miedo”» (Mc.6,47-50).