El cuarto aniversario de la elección del papa Francisco descubre una Iglesia Católica lacerada por profundas divisiones. «Es una página inédita en la historia de la Iglesia –me dice con tono de preocupación un alto prelado vaticano–, y nadie puede decir en qué desembocará esta crisis sin precedentes».
Los medios de difusión, que desde el principio habían manifestado un apoyo masivo al papa Bergoglio, comienzan a expresar cierta perplejidad. «Nunca se había visto tanta oposición al Papa, ni siquiera en tiempos de Pablo VI», admite el historiador Andrea Riccardi, según el cual, con todo el Papa sigue manteniendo un papel destacado (Corriere della Sera, 13 de marzo de 2017). Demasiado para muchos que acusan al Sumo Pontífice de autoritarismo y ven en las críticas anónimas expresadas en manifiesto, epigramas y videos que circulan por internet la confirmación de que en el Vaticano reina un clima de temor. El sarcasmo y el anonimato son las características del descontento que se da en los regímenes totalitarios cuando nadie se atreve a dar la cara por miedo a represalias por parte de la autoridad.
Y hoy en día la resistencia al papa Bergoglio va en aumento. El portal LifeSiteNews ha publicado una lista de obispos y cardenales que han expresado públicamente apoyo u oposición a los dubia presentados al Papa por cuatro purpurados el pasado 16 de septiembre. No son pocos, y habría que añadir la voz de quienes, como el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, critican el pontificado bergogliano por su postura a favor del gobierno comunista chino, a la que califica de «diálogo con Herodes».
Los católicos fieles a la enseñanza perenne de la Iglesia denuncian la novedad de un pontificado que de hecho trastorna la moral tradicional. Los innovadores están insatisfechos con una apertura que sólo tiene lugar de modo implícito, sin materializarse en gestos que revelen una auténtica ruptura con el pasado.Walter Mayr, corresponsal de Der Spiegel, informó el pasado 23 de diciembre de algunas palabras que habría confiado el Papa a un grupo selecto de colaboradores: «No se puede excluir que yo pase a la historia como el que dividió a la Iglesia Católica».
Se tiene la sensación de estar en vísperas de un choque doctrinal interno en la Iglesia, el cual será tanto más violento cuanto más se trate de evitarlo o posponerlo so pretexto de no querer perjudicar una unidad eclesial que hace tiempo que dejó de existir. Pero hay peligro de una segunda guerra, que esta vez no será metafórica. El cuarto aniversario del pontificado ha coincido con las serias amenazas del primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğan a Holanda, culpable de no permitir que se manifiesten los propagandistas del sultán de Ankara. El mismo Erdogan amenazó en noviembre con inundar Europa de millones de inmigrantes si Bruselas interrumpe las negociaciones para un ingreso rápido de Turquía en la Unión Europea. Ahora bien, para el papa Francisco esas avalanchas de inmigrantes significan una oportunidad y un desafío.
Proteger a los inmigrantes es un «imperativo moral», reiteró hace unos días el Papa, el cual tras instituir un dicasterio pontificio para el desarrollo humano integral sigue manteniendo las riendas en lo relativo a los inmigrantes. Un destacado escritor francés, Laurent Dandrieu, ha publicado un ensayo titulado Église et immigration. Le grand malaise (Presses de la Renaissance, París 2016) en el que denuncia la actitud política del papa Bergoglio, y ha puesto por título a uno de los capítulos De Lepanto a Lesbos: ¿ha caído la Iglesia en una idolatría de acogida? Mientras Europa es arrollada por una ola migratoria sin precedentes, el papa Francisco ha hecho del «derecho a emigrar» y el «deber de acogida» los principios fundamentales de su política, olvidando el derecho de las naciones europeas a defender su propia identidad religiosa y cultural. Esta es la conversión pastoral que él exige a la Iglesia: la renuncia a las raíces cristianas de la sociedad, en las que tanto insistieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, para disolver la identidad cristiana en un confuso crisol multiétnico y multirreligioso.
El teólogo predilecto del Papa, Víctor Fernández, rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, explica que la «conversión pastoral» se entiende como una transformación «que conduzca a toda la Iglesia a “salir de sí misma”, renunciando a la autorreferencialidad». Es decir, que la Iglesia renuncie a su propia identidad y a la propia tradición a fin de asumir las múltiples identidades propuestas por las periferias del mundo.
Pero la invasión migratoria produce necesariamente una reacción de la opinión pública en defensa de todo lo que actualmente corre peligro: no sólo la identidad cultural, sino los intereses económicos, la calidad de vida y la seguridad de las familias y de la sociedad. Ante una reacción que podría tal vez manifestarse de modo exacerbado, la Iglesia Católica debería ejercer una misión equilibradora, poniendo en guardia sobre los errores opuestos, como hizo en marzo de 1937 Pío XI con dos encíclicas a cuyo octogésimo aniversario asistimos: Divini Redemptoris y Mit Brennender Sorge, que condenaban respectivamente al comunismo y al nacionalsocialismo.
Al igual que entonces, nos encontramos ante una falsa alternativa. Por un lado, los portadores de una religión fuerte, opuesta al catolicismo, como es el islam. Y por otra, los defensores de una irreligiosidad igual de fuerte: el relativismo. Los relativistas aspiran a tomar el timón de los movimientos identitarios a fin de imprimirles un matiz anticristiano. El bergoglismo marca la pauta a estas posturas xenófobas y neopaganas, permitiendo a los relativistas acusar a la Iglesia de colusión con el islam. El Papa dice que rechazar a los inmigrantes es un acto bélico. Pero su llamamiento a acoger indiscriminadamente fomenta la guerra.
Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)