La Semana Santa en la que se realizan los dos acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad, comienza con un efímero recibimiento glorioso de Jesús en la ciudad de Jerusalén, cánticos y palmas, entusiasmo y olvido, mientras las fuerzas enemigas de Cristo tratan de eliminarle inmediatamente.
Para comprender la Pasión y Muerte de Jesús, hay que colocarse entre cuatro interrogantes que han constituido la base de la profunda meditación de todos los tiempos y son: ¿Quién padece? ¿Qué padece? ¿Cómo padece? ¿Por quién padece?
1. ¿Quién padece?
No es un hombre cualquiera, como son todas las personas del mundo, sólo hombres y mujeres, de gran dignidad y categoría si se quiere, pero sólo hombres y mujeres. Jesús en cambio es el Dios que creó el Cielo y la Tierra, con todas las maravillas que en ellas detectamos. Es Dios justo, recto, noble, leal a todos, no como los dos que están clavados junto a Él en el Calvario, que son malhechores, uno de ellos manifestará a su compinche: Nosotros lo tenemos todo merecido y pagamos nuestros crímenes, pero Él no ha hecho nada malo.[1]
Quien padece es majestad. Entonces Jesús, sabiendo todo lo que le había de acontecer, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?” Respondiéronle: “A Jesús el Nazareno”. Les dijo: “Soy Yo”. Judas, que lo entregaba, estaba allí con ellos. No bien les hubo dicho: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron en tierra.[2]
El Cristo de la cruz es el que dijo: Hágase al principio del mundo.
Si es Dios y es tan poderoso, ¿cómo es posible que se encuentre clavado, inutilizado, asesinado de ese modo tan humillante?
Está en la Cruz porque lo desea, es el precio que debe dar por nuestra salvación. Como indicó a Pedro: ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles?[3]
2. ¿Qué padece?
Tormentos físicos, hambre y sed, flagelación terrible, hasta quedar descubiertos los huesos de su espalda, coronación de espinas que penetraron como agujas de acero hasta el fondo de su cerebro.
Bofetones, patadas, golpes de todo género transporte de una pesadísima cruz hasta la cumbre del Calvario, penetración de gruesos clavos, colocados a fuerza de martillo que rasgaron sus venas convirtiéndolas en fuentes de sangre, suspensión de todo el peso de su cuerpo, de los dos clavos de sus manos, tremenda sed que le hizo gritar en busca de consuelo, torturas emanadas por todas sus llagas, sus heridas purulentas y sus raspaduras.
A los tormentos físicos se añaden los morales: el apresamiento vil, como si se tratase de un criminal indecente, los desprecios de los soldados, la temible soledad por el abandono de sus apóstoles, que le dejaron sólo en medio de los lobos de sus adversarios. La solemne y pública condenación, cual si fuera un impostor peligroso. Los juicios ante Herodes, Pilatos, Anás y Caifás, siempre humillado por los testimonios de falsos testigos.
La ingratitud del Pueblo Escogido. El odio de las autoridades religiosas. La contemplación del dolor de su Madre.
Siete siglos antes el profeta Isaías le había descrito manifestando que desde los cabellos de su cabeza hasta las plantas de sus pies, no había en su cuerpo un lugar sano.
3. ¿Cómo padece?
Nuestro Señor Jesucristo inventa una escuela de dolor. Para Él no existe ninguna casualidad ni simple malicia de los hombres que provocan el sufrimiento. En el fondo de todo dolor asoma la voluntad del Padre, que del sacrificio ha de sacar mucho fruto para la salvación de la humanidad.
Si la Cruz es el símbolo del problema del dolor, el crucifijo es la solución. La diferencia entre la Cruz y el crucifijo es Cristo. Una vez que Nuestro Señor, que es el amor mismo, monta sobre la cruz, revela cómo el dolor puede ser transformado por medio del amor en un sacrificio gozoso, cómo aquellos que siembran en lágrimas pueden cosechar en gozo, cómo aquellos que lloran pueden ser consolados, cómo aquellos que sufren con Él pueden reinar con Él, y cómo aquellos que toman una cruz por un breve Viernes Santo poseerán la felicidad por un Eterno Domingo de Pascua… Nuestro Señor, no niega el dolor; Él no intenta escapar a él. Le hace frente, y al hacerlo así demuestra que el sufrimiento no es extraño ni siquiera a Dios que se hizo hombre.[4]
Y estas son las tres improntas del sufrimiento de Jesús:
Primera: sufre voluntariamente. Había señalado a sus íntimos que Él sería detenido, condenado, maltratado y martirizado, y que lo haría voluntariamente. Se había ofrecido para la salvación de toda la humanidad pecadora, y el precio de la Redención era nada menos que la serie interminable de los dolores y angustias de su Pasión.
Podría liberarse de los que lo llevaban preso, y aunque le aterra la perspectiva de su Pasión, dirá con valentía al Padre: Si quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya [5], y la voluntad del Padre es su Pasión.
Segunda: Jesús sufre serenamente. Ni una protesta en medio de las torturas, ni una llamarada de odio hacia los que sí le odian, ni una amenaza contra sus torturadores, lo mismo cuando le acribillan de golpes y salivazos, como cuando le agujerean manos y pies para suspenderle de la cruz.
Había enseñado nítidamente su lección: Aprended de Mí que son manso y humilde de corazón.[6]
Tercera: sufre su Pasión desinteresadamente. Es angustioso escuchar a Jesús: [7] Si Yo hubiera venido sin hacerles oír mi palabra, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa por su pecado. Quien me odia a Mí odia también a mi Padre. Si Yo no hubiera hecho en medio de ellos las obras que nadie ha hecho, no tendrían pecado, mas ahora han visto, y me han odiado, lo mismo que a mi Padre.[8]
4. ¿Por quién padece?
Desde el pecado de Adán la humanidad llega al mundo inficionada con el pecado original. Todos nacimos pecadores. Qué bien lo confiesa el real profeta: Pecador me concibió mi madre.
El orgullo, fue la causa del pecado de Adán y, en consecuencia, de la ruina del género humano; por eso vino Jesucristo a reparar tamaña catástrofe con su humildad, abrazándose generoso con los oprobios que le preparaban sus enemigos, como dijo David: Porque yo por tu causa sufrí afrenta y se cubrió de confusión mi rostro.[9]
Vino el Hijo del hombre a buscar y a salvar lo perdido.[10]
Escribe san Pablo a Timoteo Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.[11]
Y aunque cuando Jesús murió por la salvación de todos, el Evangelio contiene la realidad de que algunos, quizá muchos no se salvaron. Lo verán con claridad en la conducta libre y personal de los dos ladrones clavados en el Calvario. Uno de los malhechores se convierte y se salva. Ante el mismo espectáculo el otro malhechor se aleja de Jesús. Cada uno de los dos ha realizado lo que deseaba.
5. La Iglesia tiene también hoy su propia pasión
Notad el paralelo entre la indiferencia de algunos hombres en el Calvario y la indiferencia de algunos hombres de nuestros días.
Y cuando la Iglesia proclama para el mundo que Dios es la Verdad y que la Verdad es Una, ellos replican: ¿No puede Usted ver que hay tres cruces en el Calvario? ¿Cómo se atreve a decir que hay una Verdad? Y así, hasta el final de los tiempos, la Iglesia como Cristo, debe continuar siendo rechazada, mientras los modernos jugadores del Calvario sin hacer distinción entre la Verdad y los ladrones, entre la Vida Eterna y la perecedera, sólo se sientan y vigilan.[12]
Está crucificado el Cuerpo místico de Cristo. Crucificado en las persecuciones en el mundo árabe. Crucificado por el laicismo imperante, por las ideologías que buscan arrinconarlo a lo más profundo de las sacristías. También –contradictoriamente- por una falsa nueva pasión por Cristo, más este amor no es por Cristo el Dios-Hombre, sino por el gran hombre Cristo, el hombre-para-los-demás, amigo, libertador de los pobres, revolucionario y subversivo máximo que ayuda a los pobres a derrocar todas las instituciones corruptas, incluso a la Iglesia institucional. Es decir, una anti-Pasión sin Cruz: «baja, baja de la Cruz y creeremos en Ti».[13]
Las dos grandes fuerzas del Cuerpo místico de Cristo y el Cuerpo místico del Anticristo han empezado a formar sus cuadros para la contienda (Mons. Fulton Sheen).
Es una guerra, sobre todo contra las almas, propagando la herejía y la heteropraxis (prácticas de religión que tienden a quebrantar la fe, tales como la costumbre de hablar indiscriminadamente en la Iglesia y nunca arrodillarse, o, no mostrar ninguna señal de respeto por Jesús en la Sagrada Eucaristía), y del colapso de la moralidad como destruir eventualmente la fe o esclavizar al vicio.[14]
La Iglesia verdadera, en su última Pascua se hallará en medio de su excruciante pasión,[15] será minimizada, perseguida y humillada, la Iglesia remanente[16] será enfrentada a la falsa Iglesia robustecida, por todo el mundo admirada, guiada por el falso profeta, desacralizada y farsante que fornicando con todos los reyes del orbe, políticos y religiosos formará una sola religión que terminará adorando al anticristo, esta falsificación esperada, apoyada y defendida por la mayoría atraerá sobre la tierra la supresión del sacrificio perpetuo y la abominación de la desolación[17] de la que hablaron Daniel y el propio Jesucristo y que será el último reducto de las huestes infernales en contra de Dios.
Lo peor de la pasión de la Iglesia en este momento, es que los peores persecutores provienen del interior de la misma Iglesia.[18]
Germán Mazuelo-Leytón
[1] SAN LUCAS 23, 41.
[2] SAN JUAN 18, 4-6.
[3] SAN MATEO 26, 53.
[4] SHEEN, Mons. FULTON J., El eterno galileo.
[5] SAN LUCAS 22, 42.
[6] SAN MATEO 11, 29.
[7] SAN JUAN 15, 22-24.
[8] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, La expiación de Cristo.
[9] DE LIGORIO, San ALFONSO Mª, Reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo.
[10] SAN LUCAS 19, 10.
[11] 1 TIMOTEO 2, 4.
[12] SHEEN, Mons. FULTON J., El eterno galileo.
[13] Cf. SAN LUCAS 23, 37.
[14] GRUNER. P. NICHOLAS, Esclavización del mundo o paz.
[15] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Crisis religiosa: llegará la restauración.
[16] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, El triunfo de la Señora y el «remanente mariano».
[17] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Abominación de la desolación.
[18] GALAT, JOSÉ, Un café con Galat.