¿Por qué Dios permite tanta confusión?

La confusión está presente en la Iglesia actual, la siente en el alma todo buen católico y la señalan con claridad y serenidad algunas voces como la del cardenal Raymond Leo Burke en términos como los siguientes: “En una época llena de confusión, como sucede ahora con la teoría de género, tenemos necesidad de la enseñanza de la Iglesia respecto al matrimonio. Por tanto, nosotros estamos situados en el lado opuesto de una dirección que mira a admitir a la Comunión a personas divorciadas y vueltas a casar.”[1] “Estoy pues muy preocupado, y aliento a los católicos, a los laicos, a los sacerdotes y a los obispos, a implicarse, desde ahora hasta la próxima asamblea sinodal, a fin de traer la luz acerca de la verdad del matrimonio.”[2] “Ahora les digo a los fieles que, si el método de enseñanza del papa Francisco les suscita confusión, lo importante es dirigirse al catecismo y a lo que siempre ha enseñado la Iglesia y enseñar eso; fomentarlo a nivel de parroquia empezando por la propia familia. No podemos desperdiciar energías frustrándonos por algo que consideramos que se nos debería dar y no se nos da. Al contrario, sabemos con seguridad lo que siempre ha enseñado la Iglesia, y tenemos que confiar en ello y centrar nuestra atención en ello.”[3] “Lo escucho yo mismo: lo escucho de los católicos, lo escucho de los obispos. La gente está reclamando ahora, por ejemplo, que la Iglesia ha cambiado su enseñanza con respecto a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, o en cuanto a la maldad intrínseca de los actos homosexuales. O las personas que están dentro de las uniones matrimoniales irregulares exigen recibir la Sagrada Comunión, afirmando que ésta es la voluntad del Santo Padre. Y tenemos situaciones sorprendentes, como las declaraciones del obispo de Amberes con respecto a los actos homosexuales, que pasan sin ser castigadas, y así podemos ver que esta confusión se está extendiendo, en realidad, de una manera alarmante.”[4]

Además, ante toda esta Babel doctrinal y pastoral y porque sabemos que nadie puede estar seguro de su propia salvación mientras peregrina por esta tierra, es normal y, por lo tanto, bueno que el católico, como decimos, frente a la confusión doctrinal y pastoral presente en la Iglesia sienta temor de Dios, temor por la salvación de su alma, pues ese temor es un don del Espíritu Santo que lo lleva a permanecer vigilante ante la posibilidad de perder todo Bien.

Esta confusión puede muy bien perder a los que quisieran perderse y por ello algunos, como el Padre Alfonso Gálvez, señalan que sus propios artículos muy bien pueden ser de utilidad para que se condenen aquellos que quieran ser condenados; pero como Dios actúa muchas veces por sus causas segundas, la confusión y los artículos publicados que tratan de aclarar el panorama para los católicos también pueden ayudar a que se salven aquellos que deben salvarse, así, a los primeros la misma realidad de la ciudad terrenal los confirma en el pecado y en la perdición y a los segundos la realidad sobrenatural de la Ciudad de Dios los confirma en la salvación y en la gracia.

Pero esta confusión y este dolor por la Iglesia también actúa en los católicos que quieran sobrellevarlos como una Cruz, como un medio excelente de purificación pasiva del espíritu, así nos dice Santo Tomás de Aquino en su comentario sobre San Juan que “(…) el Señor, que en esto se asemeja al viñador, mortifica a sus buenos servidores y corta en ellos todo aquello que es inútil, a fin de que produzcan frutos más abundantes; purifícalos un día y otro, enviándoles tribulaciones y permitiendo las tentaciones que les obligan a una santa resistencia muy meritoria y los hace fuertes para el bien. El Señor endurece y purifica así a los que ya son puros, porque nadie lo es bastante aquí en la tierra según las palabras de S. Juan (I Jn. 1, 8): “Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos y no hay verdad en nosotros.”[5]

Por lo que muchos de quienes padecemos la tristeza que dan esta confusión y esta Babel moderna dentro de la Iglesia podemos servirnos de estos sufrimientos para una purificación pasiva del espíritu, pasiva porque no somos nosotros los que nos mortificamos para alabanza de Dios sino que nos son impuestas estas mortificaciones en nuestra existencia por el mismo Dios para mayor beneficio y provecho de nuestras almas si logramos sobrellevarlas con cierta dignidad, pues está escrito “(…) el que persevere hasta el fin, se salvará” (Mt. 24, 13).

Los sufrimientos por una Iglesia que coquetea con el pecado y la herejía puede sernos de utilidad para acercarnos más a Dios por la purificación pasiva de nuestra alma o puede ser una ocasión para perdernos en el enojo y la ira, en la negativa a acepta aquello que Dios permite y que nos impone padecer.

Los sufrimientos que nos generan la jerarquía y la masificación y caída de muchos de los miembros de la Iglesia son ocasión para aceptar esta Cruz que se nos impone amando a aquellos que nos odian y nos hacen daño; pues si odiamos no nos limpiaremos en el amor sino que nos ensuciaremos con el pecado. Todo lo anterior no significa que debamos callar ante las injusticias que contra nosotros y contra Dios se llevan a cabo casi a diario en un ataque sistemático a la fe de nuestros padres, sino que como señala Raymond Leo Burke debemos resistir en la Verdad.

Y así por la gracia de Dios no sólo creceremos en los dones del Espíritu Santo y en las virtudes sobrenaturales sino en virtudes naturales tales como la fortaleza, sobre esta última nos dice Josef Pieper: “(…) el lugar propio de la fortaleza es ese caso ya descrito de extrema gravedad en el que la resistencia es, objetivamente, la única posibilidad que resta de oponerse; y que sólo y definitivamente en una tal situación es donde muestra la fortaleza su verdadera esencia. (…) el momento de la resistencia implica una enérgica actividad del alma, un fotissime inhaerere bono o valerosísimo acto de perseverancia en la adhesión al bien (…).”[6]

Pues como “(…) zarandeando la criba queda el polvo, así del pensar nace la ansiedad del hombre. En el horno se prueban las vasijas de tierra; y en la tentación de la tribulaciones los hombres justos.” (Ecli. 27, 5) Y así como “(…) en el fuego se prueba el oro y la plata, así los hombres que agradan a Dios se prueban en la fragua de la tribulación” (Ecli. 2, 5). Como probó Dios a Jeremías pues se lee en sus Lamentaciones: “Desde lo alto envió el Señor sobre mis huesos un fuego que los devora (…)” (Lam. 1, 13).

En la resistencia y el amor muchos de los fieles que siguen el camino común compartido con tantos miembros de “Adelante la fe” y por tantos buenos católicos casi aislados en su desconsuelo, se van purificando pasivamente en sus almas con todo este cúmulo desgraciado de malas noticias, malas enseñanzas y malas obras y Dios que permanece con los suyos se sirve así también de algunos buenos sacerdotes y de su gracia para que permanezcan salvos.

A veces la cantidad y virulencia de los ataques a la fe son tales, las injusticias cometidas contra los hombres y contra Dios son de tal magnitud que en su sufrimiento espiritual no pueden casi responder y solamente callan, entonces, disminuyen los comentarios a los artículos del sitio católicos conservadores o tradicionalistas de Internet pero nunca las visitas.

Es nuestra fe que la purificación de este dolor por la Iglesia hará de aquellos que se mantengan firmes en la fe, hombres más santos, hombres y mujeres más unidos a Dios.

Como nos lo recuerda Josef Holzner: “Dios es un gran rey, y los reyes se hacen esperar. La Sagrada Escritura está llena de este aguardar, de esta espera del Señor. Todo el tiempo anterior a Cristo fue un único aguardar en el atrio de Dios. Desde el ángulo visual de la eternidad, todo el tiempo del mundo es un aguardar de la criatura el “día del Señor”, el juez universal. El aguardar el llamamiento de Dios supone gran fuerza de alma. (…) El momento predestinado por Dios es para (…)” el creyente “(…) el momento adecuado. Es bueno que recordemos que en la vida de los santos hay semejantes tiempos de prueba, de aparente inacción, de búsqueda e indagación de la voluntad de Dios.”[7]

Nuestra fortaleza se ve probada en “(…) el momento en que atraviesa la esperanza por la más despiadada y desenmascaradora de las pruebas es aquel en que se ve forzada a afrontar la situación de martirio.”[8] Porque existe un martirio actual de los que tenemos fe en el que es probada nuestra fortaleza y nuestra esperanza. Pues sin la esperanza “(…) no se da la fortaleza cristiana”[9].

¿Por qué Dios permite tanta confusión? Porque este es un tiempo especial para todos los católicos de preparación, de vigilancia, de purificación y de espera para los acontecimientos que vendrán.

Y entonces nos preguntamos: ¿Qué es lo que debemos esperar o a Quién? Y respondemos: que la Iglesia de Laodicea se arrepienta y que si no se arrepiente que Tu, Señor, vuelvas y que vuelvas pronto.

Elías Birbartendij

[1] https://www.adelantelafe.com/nueva-entrevista-al-cardenal-burke-en-le-figaro-estoy-muy-preocupado/

[2] https://www.adelantelafe.com/nueva-entrevista-al-cardenal-burke-en-le-figaro-estoy-muy-preocupado/

[3] https://www.adelantelafe.com/roratecaeli-exclusiva-rorate-caeli-entrevista-al-cardenal-burke/

[4] https://www.adelantelafe.com/cardenal-burke-la-confusion-se-esta-extendiendo-de-una-manera-alarmante/

[5] GARRIGOU-LAGRANGE, R, Las tres edades de la vida interior. Ed. Desclée, de Brouwer, pág. 933.

[6] PIEPER, Josef, Las virtudes fundamentales. Ed. Rialp S.A., 3º edición, 1988, pág. 200.

[7] HOLZNER, Josef, San Pablo Heraldo de Cristo. Ed. Herder, 1989, pág. 73.

[8] PIEPER, Josef, Las virtudes fundamentales. Ed. Rialp S.A., 3º edición, 1988, pág. 216.

[9] Idem.

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