El príncipe Omella o el cardenal amigo

Ante todo perdonadme, queridos lectores, por ser algo raro. Puedo decir, por ejemplo, que jamás saldrá de mí la horterada esa de “queridos/as lectores y lectoras”, porque mi fe en el género común de toda la vida, no se ha debilitado. Supongo que si tuviese el pensamiento y la sensibilidad común, decaería vuestro interés por saber qué pienso o qué siento respecto a los asuntos de los que se ocupa Gérminans. Pues bien, he de decir que miré el sugerente reportaje de la coronación del Príncipe Omella; y como tengo algo de estrabismo, me pareció ver una de esas coronaciones de príncipes del Renacimiento. ¡Oh Maquiavelo, Maquiavelo! ¡El Príncipe! En fin, que vi todo eso tan arcaico, tan del tiempo de los señores y los plebeyos, que me dio repelús. También me lo da la Hola en la que tuve la impresión de ver el reportaje. Es que no me van los boatos y esplendores mundanos.

Y no es que sea yo de esos que andan despotricando de la grandiosidad y riqueza de la liturgia; antes al contrario, forma parte de mis rarezas el que sienta verdadero fervor por la celebración de la gloria de Dios; y es tanto mayor mi fervor, cuanto más esplendorosa es la celebración (permitidme un paréntesis al respecto: dudo mucho que la basílica de la Sagrada Familia vuelva a ser lo que ha de ser, celebración de la gloria de Dios, como lo fue en el momento en que un coro de más de mil voces, cantaba el Aleluya de Händel con acompañamiento no sé si sólo de órgano o también orquesta. Estuve ahí viviéndolo. Fue de una grandiosidad difícilmente igualable.

Y tampoco me sienta mal que algo de la gloria de Dios se les pegue a los hombres que se dedican a ella. Por eso creo que no sería un buen consejo que por ponerle freno a la vana gloria de los hombres, recortásemos la gloria de Dios. Si los hombres privilegiados que rinden gloria a Dios en medio del mayor esplendor litúrgico sienten crecer su propia gloria, sea también esto para la mayor gloria de Dios (AMDG), como rezaba el lema de los hijos de San Ignacio.

Pero eso del cardenalato, como que no persigue la gloria de Dios sino la de los hombres. No hay más que ver las fotos del reportaje y toda la literatura que se ha vertido en torno al magno acontecimiento. No tengo idea de cuáles son los méritos de los cardenales que acompañaban a Omella en el presente Consistorio; pero todos van con su currículum. ¿Y el de Omella? Omella es el cardenal amigo. Elevado al principado de la Iglesia por ser amigo del princeps príncipum. ¿Acaso necesitaba algo más en su hoja de servicios y en su currículum? El señorío funciona así. La voluntad del prínceps es la auténtica ley. Estaba cantado. (Gérminans del lunes 22 de mayo). Ahí, por más que uno escudriñe, no ve la gloria de Dios, sino la gloria de los hombres. Bien cierto: de cardenal a cardenal, no va nada. Pero de cardenal a amigo, hay un abismo que son muy pocos los que pueden salvarlo.

Es que el cardenalato, esa institución principesca tan mundana (¡ya ven, la púrpura, el color reservado a los príncipes!) y tan poco acorde con la sencillez evangélica, me cae fatal. Cuando veo la foto del cardenal Burke, al que admiro por su doctrina, con esa cola kilométrica, siento rubor por él y por la Iglesia. ¿Seguro que da gloria a Dios con esas vestimentas que sólo se ven en la Iglesia católica? ¿Seguro que es indispensable que los electores del Papa vistan de púrpura? Y bueno, ya fuera de toda ponderación el cardenal que anunció el último “Habemus papam”. Podrá ser un santo y sabio varón. ¿Pero de qué película lo sacaron? ¡Menuda imagen del cardenalato y de la Iglesia!

Y bueno, volviendo a nuestro reciente cardenal, he querido contemplar el retrato que ha hecho de sí mismo en la primera manifestación pública de la condición cardenalicia de nuestro arzobispo. Es un retrato proyectado por él mismo en “El Mundo”.

Pregunta delicada: “Usted fue de los pocos obispos que no acudió a la manifestación en contra de la ley del matrimonio homosexual”.

Respuesta fotográfica: “No fui, no. Asistí a la que fue en contra de la pobreza”. A eso se le llama en el argot, excusatio non petita. Buena respuesta de todos modos para los que buscan la salvación en los reality shows y en las confesiones  de sus intimidades en vivo y en directo. Inmejorable si iba dirigida a este público tan habituado a la ridiculización del matrimonio y a la denigración de la moral; pero muy preocupante para la mayoría de los católicos, que consideramos que la destrucción de la familia es una de las mayores fuentes de pobreza y sufrimiento en el mundo, y que defender la familia es una forma muy valiente de luchar contra la pobreza. De hecho, si no hubiese sido por la familia, la reciente crisis, de la que aún no acabamos de salir, hubiese sido totalmente trágica. Ahí sí que hubiese hecho tremendos estragos la pobreza.

¿Desde cuándo, intentar hacer frente a los que se han empeñado en arruinar la sagrada institución del matrimonio y de la familia es menos importante que “manifestarse en contra de la pobreza”? ¿Eso qué es? También Malthus se manifestó contra la pobreza, y lo hizo con más contundencia que nadie.

Y la respuesta acerca de la NOTA que firmó con los demás obispos de Cataluña, dice lo contrario de lo que realmente fue: un empeño por alinearse con la confrontación (querrá decir, Eminencia, que si algo se esfuerza en evitar, es la confrontación específica con los políticos). “Hacer todos los esfuerzos por no vivir en la confrontación”. El mismo perro de la colaboración, pero con otro collar. ¿Y qué pasa con la confrontación de la mitad de los catalanes con la otra mitad, y de las regiones ricas de España con las pobres? Esa NOTA no sólo no la mitiga, sino que la alimenta. Seguro que no ha caído en la cuenta de que pidiendo diálogo (santa palabra, ¿eh que sí?) se posiciona a favor de una parte. Igual que quienes piden diálogo en Venezuela son los amigos de la dictadura. Las cosas al final son lo que son. Y muy agudo el chiste del gordo.

Y sobre el derecho a decidir de los pueblos, ¡bordado! Las regiones ricas tienen todo el derecho a desprenderse de la unidad con las regiones pobres, para así ser más ricas. Y los pueblos, y los barrios, y los vecinos de la escalera. ¡Faltaría más! ¿Quién le puede discutir a cada uno el derecho a decidir? Señor Cardenal, por ese camino no llegamos demasiado lejos. Por otra parte, ni en política, ni menos en religión, tengo yo derecho a decidir en cuestiones que devienen en perjuicio de terceros. Para usted y para mí, Eminentísimo Señor Cardenal, hay algo más que el libre albedrío y el equilibrio de intereses. Hay que armonizar la Libertad con la Verdad, ¿no le parece? Y según la Verdad, están los derechos previos a la libertad que nos da la política, como el derecho a la vida, el derecho a la familia, como la libertad religiosa, como el Evangelio (¿y encima dice usted que hay que “colaborar” ayer y “no enfrentarse” hoy con los que atacan esos principios tan sagrados para nosotros?). No, Eminencia, para un cristiano, “el derecho a decidir” es una trampa para atrapar en ella los derechos de muchos otros ¡a los que no se permite decidir! Fíjese, para no ir demasiado lejos, el derecho a decidir matar a un hijo que viene enfermo. Infanticidio puro y duro. ¿Y hemos de llevarnos bien con los que reclaman el derecho a decidir esa atrocidad? Porque ese derecho y todos los que usted quiera, los definen, delimitan y administran conforme a sus intereses, esos políticos con los que no hemos de enfrentarnos de ningún modo. No, Eminencia, no. No tenemos derecho a decidir cualquier barbaridad. Y si hemos de enfrentarnos a los que defienden los abusos contra los más débiles, hemos de tener el valor de enfrentarnos, no de dialogar sobre la forma y los plazos que han de tener esos abusos. ¿No le parece, Eminencia?

Por cierto, la invocación al santo cura de Ars es muy piadosa. Pero no es comparable. Este santo sacerdote era tan consciente de sus limitaciones, que nunca hubiese aceptado que le hiciesen cardenal: a no ser que se invocase su deber de obediencia. No soy capaz de imaginarme a este santo sacerdote como protagonista del reportaje que le hicieron a usted en la cresta de la Hola.

Y en cuanto a la pregunta por el concepto de nación, aparte de que la Constitución no lo define, es ésta la que contribuye a que no esté nada claro, al incluir las “nacionalidades” como complemento equiparable a la nación (en el mismo lexema, para que como dijo Zapatero, puedan asimilarse ambos conceptos y así ser discutidos y discutibles). Eso sí que es arte política. En fin, Eminencia, buena voluntad no le falta. Si en la entrevista de “El Mundo” quiso aparecer como un hombre sencillo a pesar de su altísima dignidad, lo consiguió plenamente.

Virtelius Temerarius

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