P. José María Alba Cereceda, S.J, con las manos llenas

Catalán perfecto, y por tanto amigo auténtico con quien contar a todas horas por difíciles que sean. Catalán perfecto, y por tanto tan español como lo fueron los cardenales Gomá y Pla y Deniel. Catalán perfecto, y por tanto organizador ideal con diestra mano e ideas claras en tiempos de confusión. Y, si para lograr la gloria de Dios era inevitable tirar por la calle del medio, perseguirá con medios lícitos sus fines frente a todo anquilosamiento, venga de donde viniere. Jesuita ignaciano, y, por consiguiente universal, que supo poner su corazón  marcha ante un futuro oscuro de la España católica poniendo manos a la obra sin perder un minuto de tiempo.

Viendo que los seminarios y noviciados, también de los jesuitas, se vaciaban de la noche a la mañana con la euforia posconciliar del cambio por el cambio a lo loco, se dedicó a promocionar vocaciones selectas. Pero, advirtiendo que después de un cierto tiempo no perseveraban y abandonando el arado sobre el surco, miraban hacia atrás perdiendo hasta la fe, sin la menor explicación para el apóstol amigo que les entusiasmó en la tarea, lejos de encogerse de hombros para que lo remedie la Providencia a su aire, se le ocurrió la salida más sacerdotal de hacer su propio seminario con las mismas garantías con que él había sido formado.

Para ello, sin dejar de ser jesuita y con un inmenso amor a la Compañía de Jesús, funda en Cuenca, con la aprobación diocesana de monseñor Guerra Campos, la unión sacerdotal “Misioneros de Cristo Rey”; adquieren en Sentmenat (Barcelona) un antiguo centro vocacional salesiano, que transforman en Colegio propiedad de los Misioneros de Cristo Rey con todas las garantías tradicionales exigidas por familias cristianas que quieren para sus hijos la mejor formación integral.

A la vera de este Centro Escolar crece el Seminario de los futuros Misioneros de Cristo Rey, siendo el P. Alba, catalán perfecto y jesuita ignaciano, el alma, vida y corazón, sabiendo estar al unísono con el superior general de los Misioneros de Cristo Rey, don Antonio Turú Rofes, otro perfecto catalán. Una vez más se ha demostrado que contra los hechos se estrellan todas las teorías. El descenso vocacional es tal, que en toda Cataluña con ocho millones de habitantes solo existe un seminario en Barcelona para las cuatro provincias. Así va ello con el menor índice de asistencia dominical de toda España.

Pero el P. Alba ya se fue al cielo con las manos llenas. Aquí queda su seminario y sus doce sacerdotes misioneros de Cristo Rey, dos de ellos en el Perú. Todos con una alegría juvenil incontenible, con su sotana y fajín, conquistando el mundo para Cristo. Aquí quedan las Uniones Seglares en las que inoculó el ideal de una España Católica con sus asambleas anuales nacionales desde Toledo a Zaragoza formando líderes católicos. Y aquí queda la Hermandad Sacerdotal Española de la que era eficaz secretario nacional con sus Ejercicios espirituales, asambleas anuales y su Boletín periódico apasionado por el Camino, Verdad y Vida.

Gracias, P. Alba, por tanto como te debe la Iglesia Española, por tus hojas volanderas del Ave María y por tu revista juvenil española “Meridiano católico”, en cuyo último número 268 de Enero de 2.002, en tu “Pàgina para meditar” nos invitabas a contribuir a detener el desaforado avance del mal, siguiendo el triple camino trazado por S. Antonio María Claret: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el rezo del Rosario.

También dejaste caer a modo de despedida la idea de que “el Señor nos ha visitado en el fin del año 2.001, al señor Segarra y a mí con la enfermedad. No han sido enfermedades graves, pero sí que ha sido el toque de la Virgen para que nos animemos a trabajar más por Ella”.

Pocos días después, entregabas tu alma a Dios y ya estás con Ella definitivamente en el cielo. Haz que los dones del Espíritu Santo nos unan más a Ella, de suerte que el Corazón Inmaculado de María sea nuestra salvación. Y tú, que ya te has unido a la Hermandad Sacerdotal triunfante, sigue conduciendo a nuestra Hermandad por este valle de los marginados. Y tú que llevaste tu sacerdocio como romero peregrino de las Uniones Seglares de Barcelona, Madrid, Valencia y Pamplona, sigue alentando desde el más allá a santificarse en la peregrinación hacia la meta definitiva. Y gracias, P. Alba por tu amistad incondicional, por tu vivencia sacerdotal y tu alegría siempre a flor de tu sonrisa.

P. Ángel Garralda (Avilés)

Del mismo autor

Los setenta años de la «Humani Generis» de Pío XII

Propósitos de esta recordación El 12 de agosto pasado se cumplieron setenta...

Últimos Artículos

La santa intransigencia

Intransigencia es la firmeza con que se defienden las...

Profesión de fe en tiempos de apostasía

Profesión de fe en Jesucristo y su Iglesia como...

Octubre, mes de los ángeles

Además de al Santo Rosario, el mes de octubre...